💀Capítulo 34. No la conoces

—Mi nombre es Nicte y soy la que debería impedir que encuentren esa catedral que tanto buscan —dijo—. Sin embargo, hoy haré una excepción.

Lazarus escudriñó a Nicte; era una bruja joven y con una expresión orgullosa, pero definitivamente no era más poderosa que Blair Bellanova; sus ojos, uno de un tono café y el otro tan solo más claro, delataban no solo su raza, sino su estatus en la cadena alimenticia de la brujería. A sabiendas de esto, relajó un poco el cuerpo, pero mantuvo la pistola apuntada hacia la pierna de la chica.

—¿Por qué harías una excepción? —indagó Blair, adelantándose al vampiro.

Lazarus la dejó hacer las preguntas en lugar de él. Le resultaba extrañamente divertido ver a alguien más interrogando.

—Sé que odian al Salvador, igual que muchos otros, incluyéndome —respondió con un tono relajado. Sonaba tan confianzuda que Lazarus la encontró como un respiro de aire fresco. Estaba intrigado.

—En eso tienes razón, brujita —concedió Blair y se volvió hacia Lazarus, señalándolo con su dedo índice—. Pero depende del criterio de este vampiro.

—¿Por qué el mío? —cuestionó Lazarus, al tanto de la respuesta, pero queriendo provocar a Bellanova como ella siempre lo provocaba a él.

Blair sonrió, luciendo desorbitada con su largo y despeinado cabello sobre su rostro y sus ojos bien abiertos.

—No te hagas el imbécil —siseó—. Sabes perfectamente por qué.

Con eso podía referirse a una serie de cosas; a que él estaba a cargo, a que él era el detective experto en juzgar a otros o, por otro lado —y conociéndola—, hacía referencia a su mala fama de un experto en interrogar con tortura para sacar todas las respuestas que necesitaba. No se necesitaba ser muy sagaz para ello, era como un descanso macabro.

—De acuerdo —cedió, enfundando la pistola y dando un paso hacia la bruja Nicte—. Comprobemos la veracidad de sus palabras.

Lazarus estiró la mano derecha hacia Nicte, dispuesto a colocar la palma contra su frente y obtener respuesta de una manera un poco menos ortodoxa. No podía darse el lujo de confiar simplemente en la hipnosis, menos tratándose de una bruja.

—Espera un segundo —interrumpió Elay, quien se aproximó a la bruja de dudosas intenciones—. Tú me pareces familiar, de nombre al menos.

Nicte ladeó la cabeza.

—¿Amiga de Zalatoris? —inquirió.

—Sí.

—Ahí lo tienes entonces —señaló—. Yo ayudé a Viktor Zalatoris hace algún tiempo. Fuimos amigos.

Fueron —recalcó Elay—, pero lo traicionaste. Igual que Carmilla.

Lazarus notó como Nicte se tensó casi imperceptiblemente ante la mención de la protegida de Rhapsody. Debían tener una relación de alguna índole para provocar tal reacción.

—No puedes llamarlo traición cuando nunca demostré lealtad hacia él o algo por el estilo —objetó—, pero ese no es el punto.

Lazarus exhaló y sacó un cigarro de la cajetilla que llevaba en el bolsillo del pantalón.

—Entonces lo que buscas son aliados, ¿estoy en lo correcto? —cuestionó, encendiendo el cigarro.

—Estás es lo correcto.

Blair emitió una de sus desagradables carcajadas descompuestas, doblándose de la risa.

—¡Pero qué cosas dices, bruja! —exclamó—. ¿De verdad tenemos cara de ser buenos aliados?

Nicte achicó los ojos, sin perturbarse por los comentarios de la excéntrica de Blair. Las brujas tenían fama de inestables, esto no debería resultarle extraño en lo absoluto.

—Tienen cara de ser los únicos tontos que creen que podrán infiltrarse a la fortaleza de un loco como El Salvador —señaló—. Muy decepcionante, sobre todo viniendo de alguien como tú, Blair Bellanova.

El buen talante en el rostro de Blair desapareció por completo, siendo reemplazado por una expresión sombría.

—Oh, así que me conoces —dijo por lo bajo—. Eso es problemático.

—Tendría que vivir bajo las rocas para no reconocer a una Bellanova —afirmó Nicte—. Sobre todo a la conocida criminal, la marginada bruja de sangre prodigiosa.

—La última vez que alguien intentó provocarme, acabó sin lengua y sin cuerdas vocales —amenazó Blair, apartando a Elay para acercarse a Nicte con pasos amenazantes, tensando sus delgadas manos hasta que sus articulaciones crujieron—. ¿Quieres intentarlo?

—No, no soy idiota —replicó la otra bruja—. Lo que quiero es ser tu aliada.

—Bien —cedió Blair, quien otra vez mostró su sonrisa cruenta y luego colocó la punta de su dedo índice contra la frente de Nicte—, pero lo haremos a mí manera.

Lazarus se percató de lo que planeaba hacer.

—No la rompas, Bellanova —advirtió.

—No te metas, Solekosminus. Esto es un asunto entre brujas.

Elay, percibiendo una energía agobiante en el ambiente, se alejó para mantener una distancia razonable. Sabía que algo malo se aproximaba y no quería ser involucrada de ninguna manera.

Blair recitó unas palabras en un idioma antiguo y sus ojos se tornaron completamente negros mientras que Nicte, a su merced, soltó un grito de agonía, retorciéndose para intentar se zafarse del agarre de la otra bruja, pero era incapaz, estaba aprisionada.

—¡¿Qué es lo que le está haciendo?! —indagó Elay, teniendo que alzar la voz para hacerse oír a través de las potentes ráfagas de viento que surgían de las dos brujas.

—Está explorando cada rincón de su psique —respondió el vampiro con un tono de fastidio, esto no estaba en sus planes—. Es considerada una forma de tortura.

Como si quisiera remarcar las palabras de Lazarus, Nicte volvió a gritar, un grito ahogado que parecía arrastrarse fuera de garganta con garras que desgarraban sus cuerdas vocales. Elay no podía concebir que la magia tuviera una capacidad tan bella y a la vez tan cruel. Era... fascinante.

Tras unos minutos más de sufrimiento, Blair por fin se detuvo, soltando a Nicte. Nicte se tambaleó hacia atrás, cayendo de rodillas mientras su cuerpo entero se estremecía y su frente quedaba bañada en sudor frío. Blair, en cambio, solo dio un paso hacia atrás y de sus ojos brotaron lágrimas negras que limpió con el dorso de su mano.

—Felicidades, detective —dijo, tronando su cuello—. Prácticamente todas tus predicciones fueron correctas.

Lazarus ya sabía que sería así, por lo que sus palabras no le sorprendían ni un poco. En su lugar, dio una última calada al cigarro y lo apagó presionando la punta con sus dedos.

—¿Podemos fiarnos de ella? —cuestionó, sacando el humo junto con sus palabras.

—Por ahora, sí —respondió Blair.

Elay se aproximó a Nicte, quien todavía yacía en el suelo luciendo derrotada, apenas logrando estabilizar su respiración.

—¿Sabes cómo acceder a la Catedral Roja? —indagó con un tono frío, después de todo, ella había sido una de las traicioneras.

Nicte apartó el cabello de su rostro y, tras tomar una trémula exhalación, respondió:

—La única manera de entrar... es con el permiso del Salvador —explicó.

—¿Y eso cómo te convierte en alguien útil? —intervino Lazarus—. No me sirves si solo dirás obviedades.

Nicte negó con la cabeza y se puso de pie con piernas temblorosas.

—No me dejaste terminar. —Se incorporó, viendo a Lazarus con la misma seguridad que poseía al principio—. Si quieren entrar, solo necesitan abatir la magia del Salvador.

—Pan comido —aseguró Blair, mordiendo la punta de una de sus afiladas uñas.

—No lo subestimes, bruja Bellanova —advirtió—. El Salvador, o mejor dicho Matthias Harker, es un maldito andante. Un ser inmortal.

Lazarus se mostró intrigado.

—¿Inmortal?

—¿Quieres explicaciones? —inquirió Nicte—. Hagamos un trueque, Lazarus Solekosminus.

—Genial, una bruja arcaica —masculló Blair, rodando los ojos.

Lazarus la ignoró.

—¿Qué clase de trueque?

Elay se cruzó de brazos, mirándola con desconfianza.

—Seguro uno muy conveniente para ella.

—Para ambos bandos, bruja novata —aseguró—. El trueque será mi ayuda para acceder a la Catedral Roja además de toda la información que posea acerca del Salvador, lo único que pido a cambio, es su ayuda para matar al bastardo.

—Vaya, sí es conveniente para los dos —añadió Elay—, pero suena demasiado bien, así que ¿cuál es la trampa?

—La trampa es que es un azar; podríamos tener éxito y matar al Salvador, o nosotros morir en el intento por su impredictibilidad —contestó Lazarus en lugar de Nicte.

Blair bufó.

—Como si una cucaracha como tú fuera a morir, tan fácil Solekosminus. —Recalcó su nombre con fiereza.

—El vampiro tiene razón —afirmó Nicte—. Por lo tanto, a sabiendas de las consecuencias, ¿están dispuestos?

Lazarus ni siquiera se detuvo a considerar las opiniones de Blair y Elay, él tenía un objetivo en mente y no le importaba sacrificar un par de vidas si eso significaba conseguir lo que querías. ¿Qué era un sacrificio más entre otros miles?

—Tenemos un trato.

(...)

Viktor se sentía dentro de un reloj de arena; atrapado, solo viendo los granos de arena caer, perdiendo el valioso tiempo, viendo el pasar de los segundos, los minutos y las horas. En su mente solo se repetían una y otra vez la cantidad de problemas que tenía frente a él y no podía resolver.

«Dorian es un vampiro».

«A Dorian se le acaba el tiempo».

«No tenemos forma de escapar».

Desesperado, golpeó uno de los muros de los aposentos del Salvador. Sus huesos crujieron, y aunque sintió un dolor agudo, se lo tragó. La herida no tardaría en sanar y la agonía en desaparecer.

—¡Púdrete, hijo de perra! —gritó a nadie en particular. Podía ser al Salvador, al destino, al lado Nosferatu de Dorian que amenazaba con salir, o incluso a...

—Si eso iba dirigido a mi, te recuerdo que sería una hija de perra —interrumpió la voz de Carmilla.

Viktor, tan distraído con sus propios tormentos, no se percató de en qué momento la vampira abrió la puerta y cuánto tiempo llevaba observándolo.

—¿Y tu compinche? —preguntó Viktor, notando la ausencia de Nicte—. Pensé que la bruja tenía que abrirte la puerta.

—El Salvador me permitió el acceso a este lugar después de que la bruja desapareciera de la noche a la mañana —contestó, cruzando los brazos sobre su pecho y recargándose contra el marco de la puerta.

«¿De la noche a la mañana? ¿Cuánto tiempo ha pasado?» Se preguntó, sintiendo la ansiedad a tope. Cada minuto y cada segundo contaba en la cuenta regresiva de Dorian.

—No sé por qué El Salvador insiste en mantener este lugar tan protegido. —Carmilla entró al estudio, paseándose por el sitio como si fuese suyo—. No es que tenga algo valioso aquí. No, me equivoco, para él tú eres demasiado valioso.

Viktor apretó los dientes.

—¿Por qué sigues llamándolo Salvador? —masculló—. Su nombre es Matthias, Matthias...

—Harker —completó la vampira—. A ti tampoco te gusta llamarlo de esa manera, Viktor. Y no intentes negarlo, sabes que puedo leerte como un libro abierto.

Viktor esbozó una sonrisa ladina.

—Lo mismo va para ti, Isabella Brown —replicó—. Eres tan transparente y a la vez tan... estúpida.

Carmilla frunció el entrecejo.

—¿He hecho algo para molestarte recientemente? —inquirió.

Viktor no pudo más que alzar una ceja.

—¿Todavía tienes el cinismo de preguntar?

—A decir verdad, Viktor, no veo cuál es el problema en todo esto, mejor dicho, no entiendo cuál es tu problema —comentó, caminando de un lado al otro con las manos detrás de la espalda—. Matthias Harker fue tu primer amor, por quien sufriste tanto que incluso pediste que reprimieran tus memorias. ¿No deberías estar feliz de tenerlo de regreso?

—Ese no es Matthias.

—Claro que lo es.

Viktor sintió la cólera borboteando en su interior. Tener que explicar esto y perder el tiempo lo estaba matando.

—Tengo a Dorian.

—¡Ah, claro, el reemplazo! —exclamó Carmilla con una risa sarcástica—. Pero ¿de verdad es tan bueno como el original? Dicen que el primer amor nunca se olvida.

—No lo olvidé, simplemente lo superé. Algo que tú fuiste incapaz de hacer —refutó.

—Porque yo no busco reemplazar a mi verdadero amor, Viktor, pero tú...

—No seas ridícula, Carmilla, pensé que eras más juiciosa —la interrumpió y se burló a sus expensas—. El amor verdadero no es el primer amor, de ser así ¿por qué habría otros?

—Tal vez no te dabas cuenta de que el verdadero estaba frente a tus ojos todo ese tiempo —replicó ella.

—O, tal vez, mi amor verdadero nunca fue Matthias, sino Dorian —dijo él, acercándose a la vampira—. Tal vez te duele tanto que diga esto porque tú te niegas a aceptar que puedas amar a otra persona y quieres que yo sea igual a ti para no hundirte en tu propia negación, o acaso...

Fue interrumpido por una recia bofetada. Viktor se tambaleó hacia atrás, sintiendo el ardor en la mejilla. Acarició esta con sus dedos y sonrió, mostrando los colmillos.

—Lo sabía —concluyó, viendo la expresión iracunda en el rostro de Carmilla—. Tengo razón y tú lo sabes.

—Cállate ya, Viktor —advirtió—. Cierra la puta boca.

—Te duele, ¿no es así? —inquirió, quería seguir provocando y provocando hasta hacerla entrar en razón... o romperla—. La verdad es tan dolorosa y tú le temes tanto a sufrir.

—Ya basta.

—Deja de actuar como una niña asustada que se evade escondiéndose debajo de la cama con las manos en las orejas —insistió—. ¡Deja de negarte a ver la realidad, Carmilla!

Carmilla retrocedió, queriendo escapar, alejarse... evadirse. Pero Viktor no se lo permitió, pues la tomó del antebrazo y no la dejó dar ni un paso más.

—¡Ellos están muertos, Carmilla! —exclamó—. ¡Tu esposo, tu hija, todos tus seres queridos vivieron y siguieron con sus vidas hasta morir como les correspondía!

—¡YA BASTA! —bramó, arrebatando su brazo de la mano de Viktor.

Y Viktor, por primera vez en mucho tiempo, vio el pánico en el rostro de Carmilla, el dolor, la tristeza, el sentimiento de impotencia y la culpa aunada a este. Estaba tan herida, tan rota por una pérdida más grande que sus seres queridos... por la pérdida de su propio ser.

—Carmilla... —Estiró su mano hacia ella. Quería acercarse, entenderla y, tal vez, perdonarla—. No puedes seguir viviendo en el pasado, ese pasado tan... doloroso. Sabes que no puedes regresar a ser lo que eras, no puedes retroceder las manecillas y definitivamente no debes traer a alguien de entre los muertos.

Carmilla se estrechó a sí misma. En esos momentos no parecía la glamorosa y bella vampira que Viktor conocía, sino todo lo opuesto, una joven chica vulnerable y asustada.

—Nos trajeron a nosotros de regreso —musitó, tenía los ojos cristalinos y veía a Viktor con una mezcla de enojo y desesperación—. ¡¿Por qué no puedo traerlos a ellos de regreso?!

—¡Porque ellos ya vivieron, Carmilla! —exclamó y su voz rebotó contra las paredes—. Cuando tú moriste, ellos continuaron, crecieron y murieron como cualquier otro ser humano y mortal. Nosotros somos diferentes, nos dieron una segunda oportunidad, un reinicio. Es doloroso, sí, pero cuántos no desearían esta oportunidad.

Carmilla entornó los ojos y bajó la cara, oculta tras su frondoso cabello castaño.

—Para ti es muy fácil decirlo, lograste acoplarte, iniciar de nuevo y encontrar seres queridos por segunda vez —dijo en voz baja.

—Y también estoy a punto de perder a la persona que más amo por segunda vez —replicó Viktor, sintiendo un nudo en la garganta—. Tú contribuiste a esto y aún así aquí estoy, tratando de perdonarte, pero...

—No necesito tu perdón —acotó Carmilla, había lágrimas en sus mejillas y sus ojos parecían inyectados de sangre—. No necesito tus disculpas, ni aceptar nada, no quiero nada de eso.

—Tú no eres así —aseveró Viktor.

Carmilla negó con la cabeza mientras se dirigía hacia la puerta.

—Tú nunca me conociste en realidad, Viktor Zalatoris.

—Tal vez tengas razón —concedió, para sorpresa de ella—, pero, a decir verdad, no creo que ni tú te conozcas a ti misma.

Carmilla apretó los labios en una fina línea y, antes de marcharse, sacó un vial de sangre que llevaba en el bolsillo de su chaqueta roja, y lo hizo rodar por el suelo hacia Viktor.

—Bébelo —ordenó sin más preámbulos—. El Salvador vendrá por ti en un rato.

Ok, muchos me han estado preguntando cuántos capítulos faltan para el final, así que ahí va... ¡5 capítulos! 👀

De verdad estamos a nada de la conclusión y me encantaría publicar los últimos tres capítulos como un pequeño maratón. No hago promesas porque a veces no me da tiempo de editar, ¡pero voy a intentarlo! ❤️

¡Muchísimas gracias por leer! 💛

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