💀Capítulo 2. No estás muerto
Pocos conocen la sensación de sostener un cuerpo sin vida en tus brazos.
Viktor Zalatoris la conocía bien; era como una vieja e indeseable amiga, un recuerdo amargo que no lograba olvidar. Aunque intentaba evitarlo, siempre terminaba en el mismo lugar: de rodillas en el suelo, con un cuerpo frío entre sus brazos y unos párpados cerrados, pero no de manera pacífica, puesto que la sangre que empapaba su ropa y sus manos, formando un charco en el suelo, decían algo muy diferente.
Después de ser sedado por Carmilla, le tomó casi media hora salir de la inconsciencia inducida. Al abrir los ojos, se sintió confuso y enojado por lo que parecía una broma de mal gusto, hasta que recordó las palabras que su mejor amiga le susurró al oído: «Lamento tanto arrebatarte el final feliz que te mereces». Hubiese dado todo con tal de comprobar que era solo una jugarreta, un chiste barato, pero pronto se percató de que en realidad era un acto de crueldad pura.
Temeroso, se levantó del taburete en la barra de la cocina... y lo vio. Vio el cuerpo de Dorian, pálido y tornándose gris, con los ojos cerrados y la sangre en su ropa, acumulándose con lentitud bajo él. No se movía, no respiraba... no estaba vivo.
Viktor gritó, sollozó y corrió a arrodillarse a su lado. Lo sostuvo con manos temblorosas y lo agitó, esperando despertarlo, hacer que reaccionara, pero la realidad era que ya era demasiado tarde. No escuchaba sus latidos ni su respiración; no había nada.
Dorian estaba muerto.
Terminó sentándose en el suelo —sin importarle la sangre— y, mientras temblaba y se aferraba con fuerza al cuerpo de su amado, se balanceaba de atrás hacia adelante, murmurando:
—No estás muerto. Despierta. No estás muerto. Despierta. No estás muerto...
—¡DESPIERTA!
Viktor abrió los ojos de súbito al escuchar un desagradable grito acompañado de un fuerte golpe. Al incorporarse sobre la incómoda cama, se encontró con unos barrotes frente a él y se lamentó, una vez más, de seguir encerrado en una celda.
—¿Ya despertaste, bella durmiente? —inquirió el guardia, golpeando de nuevo los barrotes. Era un vampiro tan desagradable que de seguro fue rechazado por los Verdugos y terminó trabajando en una prisión de mala muerte.
Viktor lo ignoró y se levantó. La celda era diminuta, sin ventanas, con una mediocre excusa de colchón y gruesos barrotes forjados con Hierro Solar. Después de todo, esta era una cárcel para vampiros. Los prisioneros no duraban más de unas semanas o meses antes de convertirse en Nosferatus por falta de amor y humanidad. El verdadero castigo no era el encierro, sino la eventual muerte.
—¿Cuál es la tarea de hoy? —preguntó con monotonía.
El guardia abrió la celda, lo esposó y lo empujó para que apretara el paso.
—Descúbrelo tú mismo, princesa —le susurró al oído con desdén.
Viktor llevaba seis meses encerrado. ¿Los cargos? Asesinato de un híbrido. Fue falsamente acusado del asesinato de Dorian Welsh.
La noche en que Dorian murió, Viktor llamó a Rhapsody en busca de una desesperada explicación. La vampira Ancestral no pudo brindarle ninguna, así que decidió tomar el caso en sus manos, falsificando la identidad de Dorian para hacerlo pasar por un híbrido en lugar de una Anomalía Prohibida, ya que la ley no protegía a estas últimas. Comenzaron la investigación y, una semana después, Viktor fue arrestado como principal sospechoso.
—Eras el único ahí y tus huellas estaban en todas partes —le explicó Rhapsody el día en que fue transferido a la prisión de vampiros de Core—. Tal vez no seas culpable, pero necesito progreso para mantener el caso vivo.
Viktor no pudo perdonarla por ello. No solo estaba encerrado, sino que además fue acusado de asesinar a Dorian, el chico que amaba, su alma gemela según la mismísima Rhapsody. Era espantoso, y aunque sabía que no era culpable, su mente lo traicionaba, haciéndolo creer que sí lo era por involucrarse con Dorian y llevarlo a su prematura muerte.
«Lo antinatural nunca debe juntarse con lo natural», pensaba. «Pero Dorian no era natural».
Odiaba pensar en Dorian en tiempo pasado; se esforzaba por hablar de él en presente y negarse a aceptar su muerte. No estaba muerto, no podía estarlo. Sentía que algo no encajaba. Tal vez era su fe ciega hablando, pero prefería aferrarse con garras de acero a esa esperanza que caer en un abismo de dolor y locura.
—Matarás a un Nosferatu. —La voz del guardia lo sacó de su ensimismamiento. Con una sádica satisfacción, lo miró mientras se detenía frente a la armería.
La expresión de Viktor se tornó sombría. No era la primera vez que lo obligaban a pelear contra Nosferatus en su tiempo encerrado, pero siempre le resultaba desagradable.
El guardia abrió la puerta y lo empujó dentro. Allí estaban el jefe de la prisión, dos guardias y tres vampiros además de él, esposados y temerosos, a la espera de órdenes. Al fondo se veía un muro repleto de estacas de madera para matar Nosferatus y, del otro lado, una gruesa puerta de hierro que daba a la arena, el lugar donde metían a los prisioneros para pelear. Todos sabían que esos Nosferatus fueron alguna vez otros reos; probablemente Viktor había comido junto a ellos o los había visto camino a su celda.
«Ellos sí están muertos», pensó con morbosidad.
—¡Tomarán una estaca de madera y saldrán a la arena a asesinar al Nosferatu! —bramó el jefe, un vampiro Ancestral de aspecto rudo y tosco—. Si intentan una estupidez, yo mismo los mataré. ¿Queda claro?
—¡Sí, señor! —respondieron al unísono, conscientes de que no tenían ninguna posibilidad de salir ilesos.
Los dos guardias les quitaron las esposas y les permitieron ir por sus estacas. Viktor escogió la más larga que encontró, recordando que su entrenamiento como Verdugo le había enseñado que la mejor forma de matar a un Nosferatu era con un arma de largo alcance, por eso usaban guadañas.
Una vez armados, la gruesa puerta de hierro solar se abrió. Los empujaron dentro de la arena y la volvieron a cerrar. Nadie pronunció ni una palabra o siquiera soltó un respiro. Viktor retrocedió, aferrándose con fuerza a su estaca, atento a la otra enorme puerta frente a él.
Dicha puerta se abrió con un brusco deslizamiento hacia arriba y Viktor escuchó cómo otro de los vampiros tragaba saliva con dificultad. Por un instante, no se oyó nada y no hubo movimiento, hasta que todo cambió cuando un borrón blanco salió disparado, precipitándose hacia uno de los vampiros. Este apenas pudo esquivarlo, sin embargo el Nosferatu lo tomó por el tobillo y lo arrojó contra un muro.
Viktor permaneció detrás de la bestia, oculto en su punto ciego. Tenía la mirada fija en su cráneo.
«Solo un impulso, una estocada y caerá muerto», recordó las palabras de Rhapsody cuando lo entrenaba.
Viktor apretó la mandíbula, y mientras los gritos de pánico de los demás vampiros resonaban a su alrededor, retrocedió, se impulsó con el muro de cemento y saltó hacia la espalda del Nosferatu. Enredó un brazo alrededor de su cuello y, mientras el monstruo forcejeaba para quitárselo de encima, Viktor apuñaló su cráneo con fuerza bruta, golpeando el hueso hasta llegar al cerebro. La criatura soltó un alarido de agonía y cayó al suelo.
Con la sangre del Nosferatu salpicada en su rostro y en el uniforme blanco de la prisión, Viktor desenterró la estaca y se apartó de la bestia. Cayó flexionando las rodillas y observó con satisfacción cómo el monstruo se pulverizaba en cenizas blancas. Muerto.
«Asqueroso de mierda», pensó, asqueado por la viscosa sangre de un rojo oscuro casi negro en sus palmas.
Resonó una estridente alarma en la arena, señal de que el Nosferatu había sido eliminado. Los demás vampiros, en su mayoría heridos, observaron a Viktor con una mezcla de temor y recelo. Más que nada recelo.
—Miren al nuevo. —Uno de ellos lo señaló con tono de mofa, limpiando con el dorso de su mano la sangre que le escurría de la nariz—. Juré que solo era un maldito afeminado.
—¿Cuál fue su crimen? —preguntó otro, con un profundo corte en la sien que apenas comenzaba a curar—. ¿Prostitución?
El tercer vampiro se rio por lo bajo y se aproximó a Viktor con pasos lentos, rodeándolo.
—No, este de aquí es un asesino —aseguró—. Sé reconocer a uno y este lo tiene escrito en toda la cara.
Viktor lo miró de reojo. Por supuesto que ese vampiro no podía reconocer asesinos, sino que era un maldito chismoso que conocía a todos los prisioneros de pies a cabeza.
—¿Y qué hay de ti? —inquirió Viktor, apretando su agarre sobre la estaca de madera—. ¿A cuántos inocentes asesinaste?
—Ya no llevo la cuenta. —Mostró unos colmillos hechos de acero y se acercó al oído de Viktor—. Pero al menos sé que ninguno de ellos era un ser querido.
Viktor sintió la sangre hervirle en las venas. Durante seis meses había soportado todo tipo de comentarios por parte de vampiros abusivos, condenados a muerte, que se aprovechaban de aquellos que buscaban sobrevivir y salir de ahí lo antes posible. Pero tenía un límite, y aquel vampiro lo había cruzado.
«Un asesino».
«¿Tú lo asesinaste?»
«Él fue quien lo asesinó».
«Es un maldito asesino».
De pronto, su visión se tornó roja y, cegado por la furia, aventó la estaca de madera, tomó al vampiro por el cuello y lo estrelló contra el piso de piedra. Lo retuvo ahí y comenzó a golpear su rostro con los puños desnudos. No escuchaba los ruegos del vampiro para que se detuviera, ni las risas maníacas de los otros dos. Estaba siendo controlado por todo lo que había reprimido y exigía ser liberado: el enojo, el rencor, el dolor... Toda la tristeza.
De repente, sintió una sed exuberante, una que le quemaba la garganta y hacía que sus colmillos emergieran con tal longitud que rozaban su labio inferior; sus ojos color guinda se afilaron, y el amor de Dorian, aquella confesión que lo había salvado y mantenido vivo durante seis meses, palpitaba en sus venas, en cada latido de su corazón, desgastándose.
—Te amo, Viktor.
Viktor vio el rostro de Dorian en el del vampiro. Sus preciosos ojos dorados, enmarcados por ojeras profundas, su largo cabello azabache disperso por su frente, y su cuello expuesto, con cada latido de la vena estremeciéndose.
El vampiro, la imitación de Dorian, extendió las manos hacia Viktor. Las yemas de sus dedos rozaron sus mejillas mientras le acariciaba los pómulos con los pulgares, regalándole una de sus escasas pero sinceras sonrisas.
—Hazlo. Bebe mi sangre —ofreció.
Viktor sintió las lágrimas al borde de sus ojos, en el apretado nudo en su garganta, por lo que solo pudo asentir y bajar el rostro hacia el cuello de Dorian. Percibió el aroma de su sangre, tan dulce, tan fuerte; rozó su piel con sus colmillos como si pidiera permiso... y lo mordió. Bebió su sangre, esperando saborear su exquisito sabor tan único, pero en cambio, probó algo ácido, podrido, como un metal oxidado.
Retrocedió y el rostro de Dorian se volvió borroso. Parpadeó repetidas veces y vio al vampiro de colmillos de hierro debajo de él en lugar de a su amado. Estaba a punto de apartarse, pero alguien se le adelantó, tomándolo por los hombros y jalandolo hacia atrás.
—¡Deténganlo! —Escuchó un grito a sus espaldas.
—¡Este todavía no está muerto! —Otra exclamación.
—¡Viktor! —Alguien lo llamaba.
Apenas recuperaba el aliento y sus oídos volvían a captar los sonidos de su entorno.
—¡Viktor!
Miró sus manos, llenas de sangre, su ropa empapada; su boca con un sabor nauseabundo; el cuerpo de Dorian, inerte. No, no estaba muerto. No, él no lo había matado.
—¡Viktor!
Cerró los ojos y se tapó los oídos. Todavía oía los gritos de agonía de aquella noche hace más de cien años cuando Matthias murió, cuando no pudo salvarlo, y luego veía a Dorian muerto en el suelo de la cocina, sin explicación.
—¡Viktor, escúchame!
No, no quería escuchar. No quería sentir.
—¡VIKTOR ZALATORIS! —gritó una voz familiar y sintió que alguien se aferraba a sus muñecas.
Viktor abrió los párpados de golpe y se encontró con el rostro de Rhapsody, su mentora, la vampira Ancestral que lo había salvado incontables veces. Nunca se sintió más aliviado de ver su cabellera roja resplandeciente que contrastaba con su piel morena y ojos amarillos.
—Rhapsody —musitó—. ¿Qué...?
Una vez que Rhapsody se aseguró de que había salido de su estado de pánico, frunció el entrecejo y lo miró con severidad. Después de todo, él seguía siendo un prisionero, y ella, quien lo había encarcelado.
—Deja de actuar como un desquiciado —reprendió en voz baja antes de erguirse y darle la espalda para dirigirse a los guardias que venían con ella—. Llévenlo al cuarto de interrogación —ordenó y luego volvió a mirarlo a los ojos con una expresión de misticismo—. Hay algo que debemos discutir.
No sería un libro mío si no termino los capítulos con un cliffhanger 😈
Me pregunto qué le querrá decir Rhapsody...
¡Muchísimas gracias por leer! 💛
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