💀Capítulo 18. No lo tientes
10 años atrás...
Lazarus Solekosminus conocía la pérdida perfectamente. Una pérdida que nunca venía retribuida con una ganancia, por el contrario, traía consigo incluso más escasez. Pero eso era su culpa por creer que algo tuviera el mismo valor de retribución que una vida, una valiosa vida, la vida de alguien a quien consideró más su hermano que a su propia línea sanguínea.
Y ese alguien... Era Lucas Cross.
Lucas Cross solía ser un brujo, mitad brujo para ser más precisos. Fue convertido en vampiro por el mismísimo Padre Común con el objetivo de crear una poderosa Anomalía Prohibida de vampiro y brujo, pero Lucas no tenía magia, era un vampiro como cualquier otro, excepto por una particularidad, y es que no necesitaba amor humano para sobrevivir. Se comportaba como un humano, no era violento y no enloquecía con un tufo de sangre. Tal vez por eso Lazarus le tenía tanto aprecio, un alma pura entre cientos de condenadas.
—Me gustaría que conocieras a mi hermana algún día —le dijo Lucas una noche. Tenía la piel tan pálida como cualquier vampiro, pero en su expresión se denotaba fatiga, en todo su cuerpo de movimientos lentos y rígidos. En general, no lucía como un vampiro fuerte y resistente, sino como un humano tratando de acoplarse a una semi inmortalidad que no le daba la talla.
Lazarus lo miró con el rabillo del ojo. Estaban sentados sobre el techo de una torre, sitio en donde El Salvador aprisionaba a Lucas para experimentar con él cuando le daba la gana.
—¿Tu hermana menor? —indagó.
Lucas asintió y esbozó una sonrisa melancólica. Sus iris estaban de un descolorido tono guinda y su cabello, antes castaño y sedoso, ahora estaba opaco y revuelto.
—Sí, debe tener unos doce años ahora —dijo y miró a Lazarus a los ojos—. Blair es su nombre, Blair Bellanova.
—Conservó el apellido de tu madre —señaló Lazarus.
—Como buena bruja —afirmó.
Se quedaron en silencio, pero no era la paz que Lazarus conocía cuando pasaba tiempo con Lucas, esta era pesada, cargando en sí un sentimiento ominoso. Algo malo se aproximaba, podía sentirlo. Y, años después, desearía haberle hecho caso a ese presentimiento.
Lucas dejó caer su cabeza sobre el hombro de Lazarus, cansado. Era tan bizarro ver a un vampiro tan agotado. Lazarus estaba por preguntarle si se encontraba bien, pero el medio vampiro soltó un sollozo ahogado, con lágrimas rodando hacia su mentón hasta derramarse.
—Desearía volver a verla —musitó.
Lazarus conocía los altibajos de Lucas, tan humanos que lo asustaban. Se quebraba en llanto, sufría, había veces en que no profesaba una sola palabra. Quería ayudarlo, de verdad quería hacerlo.
—Déjame ayudarte a escapar —pidió, detectando una desesperación anómala en su voz.
Lucas se limpió las lágrimas y exhaló, apartando su cabeza del hombro de Lazarus para después sacudir esta.
—La matará.
—Yo la protegeré —prometió—. A ella y a ti. A ambos.
Lucas volvió a sonreírle con la misma tristeza de antes. Odiaba esa expresión, no deberían existir tales sentimientos en un alma tan buena como la suya.
—Entonces protégela.
Esa misma noche, pocas horas después de su breve conversación, Lucas Cross fue asesinado por El Salvador y, este último, desapareció junto con el Padre Común sin dejar rastro.
(...)
Presente...
Lazarus Solekosminus no era afín a las prisiones, sin embargo, ahora estaba de paso en una de estas y, para variar, la de más alta seguridad de todo Reverse York.
Ubicada en una isla a una distancia razonable de la ciudad, Lazarus se adentró a la cárcel en busca de alguien, la única persona con las habilidades suficientes para ayudarlo a encontrar al Salvador y al Padre Común.
Una bruja, Blair Bellanova, la hermana menor de su querido amigo Lucas Cross... La chica que juró proteger.
—Me mentiste —le susurró una voz al oído.
Lazarus se volvió discretamente hacia la derecha y se halló con el rostro de Lucas a centímetros del suyo. Se veía saludable, nada a comparación de la última vez que lo vio vivo.
—Está más segura aquí —respondió en voz baja.
—Mentiroso.
Lazarus exhaló, se colocó sus gafas de cristales rojos y la alucinación desapareció. Odiaba llamarla de esa manera, odiaba lo demente que lo hacía sonar, pero así era, el gran detective de Reverse York, Lazarus Solekosminus, era un enfermo mental que sufría de vívidas visiones de su mejor amigo muerto, delirios de culpa que solo podía desvanecer con las gafas hechizada que portaba, todavía escuchaba su voz, pero al menos no tenía que verlo.
—¡Lazarus Solekosminus! —Lo llamó un guardia de la prisión desde su escritorio.
Toda la prisión era horrenda; pintada enteramente de blanco, pero era vieja, tenebrosa, oscura y sucia. Parecía una sala de tortura y, de hecho, también lo era.
Se acercó a la ventanilla donde se encontraba el guardia, protegido por gruesos barrotes de hierro solar y un vidrio blindado.
—Quiero ver a Blair Bellanova —dijo, más como una exigencia o una orden.
El recepcionista, un joven licántropo, enarcó una ceja mientras mascaba lo que olía a un chicle sabor tocino caramelizado.
—Imposible —contestó, aburrido.
Lazarus sacó un cigarro y se recargó contra la ventanilla con desinterés.
—¿Ah, sí? —inquirió, colocando el cigarro entre sus labios y prendiéndolo con su encendedor de acero inoxidable—. ¿Y eso por qué?
—Porque Blair Bellanova es nuestra prisionera más peligrosa.
—¿Y?
El licántropo se tensó, dejando de mascar su chicle.
—Y solo el jefe puede otorgarle el permiso de verla —respondió, comenzando a ponerse nervioso.
Lazarus fumó una calada.
—No necesito ningún permiso —refutó al mismo tiempo que dejaba salir el humo con cada palabra.
—¿Por qué está tan seguro? —vaciló el empleado.
Lazarus sacó el cigarro de su boca y lo apagó contra el vidrio blindado, conectando sus ojos con los del joven licántropo. Esbozó una sonrisa que rayaba en lo macabro y sus ojos se tornaron desorbitados, mostrando por un instante la realidad que ocultaba detrás de ese semblante serio y adusto, esa máscara que escondía la verdadera locura que se paseaba por su mente como si fuese un día de campo.
—¿Quién crees que la metió tras las rejas en primer lugar?
El licántropo no tardó en concederle el permiso tras una breve llamada a su jefe. Fue escoltado por cuatro amenazantes guardias hacia el pabellón 111, reservado únicamente para su prisionera más peligrosa. Estaba mejor iluminado que los demás y menos descuidado, después de todo, solo estaba ella y nadie más.
La entrada al pabellón era una gruesa puerta con más de tres sistemas de seguridad que se abrían con lentitud. Lazarus esperó paciente y, una vez estuvo abierto, se volvió hacia los guardias.
—Iré solo —ordenó.
Intercambiaron miradas entre ellos, pero no protestaron. De seguro le temían a la bruja alojada en esta área, sino es que a él, el vampiro que logró encontrarla, atraparla y encerrarla.
Una vez dentro, la puerta se cerró a sus espaldas y se encontró frente a un extenso pasillo de pisos blancos y relucientes mientras que a los costados había celdas vacías. Sabía que la de ella era la última, aquella sin vista al exterior o interior y custodiada por incluso más guardias.
Les asintió con la cabeza y ellos abrieron la puerta. Una vez abierta, la vio sentada en una mesa con esposas en las muñecas y tobillos. Claramente la prepararon para ser interrogada por él. Esa no era ni de cerca su intención.
Entró a la celda y, una vez cerrada la puerta, la miró frente a frente. Blair Bellanova era pálida, de rasgos tan delgados que parecía demacrada, con las raíces de su cabello rubio cenizo, pero las puntas de un tono negro. Portaba el overol negro de la prisión, pero dejaba un hombro al descubierto en donde tenía un tatuaje de una serpiente que rodeaba su brazo, y sus ojos... Sus ojos eran los de una bruja prodigiosa; un iris celeste y el otro café.
Blair soltó una risa descompuesta, aguda, casi maníaca.
—¡Viniste a cumplir con tu palabra! —exclamó—. Qué dicha, juré que serías un perro charlatán.
Lazarus se aproximó, sacando su revólver y apuntando el cañón a la frente de ella.
—No sería sabio romper mi juramento con una bruja de tu calibre —replicó, quitando el seguro de la pistola—. Te dije que vendría por ti cuando te necesitara.
Blair no se inmutó por el arma contra su cabeza. Permaneció con su mirada fija en la de Lazarus y una expresión cruel en su rostro.
—¿Entonces ya me has encontrado utilidad? —inquirió—. ¿Al fin tendré el voto de confianza del detective Solekosminus?
—Eso dependerá de ti.
Blair Bellanova era tan diferente a su hermano mayor, que a Lazarus le costaba creer que estuvieran emparentados. La bruja en cuestión estaba encerrada porque fue la responsable de la creación de las Sangrilas, peligrosas flores que aceleraban el ciclo de un vampiro, convirtiéndolo en Nosferatu en tan solo veinticuatro horas. Fue una amenaza que atormentó Reverse York durante meses. ¿Por qué lo hizo? Una razón similar a la de él: quería llamar la atención del Salvador y el Padre Común y asesinarlos.
—Sigue sin gustarme que me apuntes con esa porquería. —Señaló la pistola—. ¿Eres así de maleducado con todos o solo conmigo? ¿Acaso soy de las pocas que conocen la verdad detrás del gran detective Lazarus Solekosminus?
—Desconoces muchas cosas —afirmó, pensando en Lucas, pensando en como ella no tenía la menor idea de la amistad que tuvo con su hermano, de la promesa que le hizo de protegerla y cumplió de la manera menos ortodoxa posible.
—Yo sé que no eres el típico gran detective que encuentra pistas y ata los cabos por mera deducción y observación, no, tú eres un maldito manipulador. —Rio de manera temblorosa e hizo la forma de una pistola con sus dedos, apuntando a Lazarus también—. Resuelves misterios por ser cruel, por interrogar y torturar a la gente correcta hasta sacar la última gota de información.
—Y tú lo sabes mejor que nadie —replicó él.
—Eres una mentira viviente, Solekosminus.
—Lo soy —concedió con tranquilidad, dejando el revólver sobre la mesa—. Somos la misma calaña malnacida.
Blair tomó la pistola entre sus manos y Lazarus se lo permitió. Ambos sabían que ella no dispararía, ambos querían algo del otro.
—¿No te interesa saber cómo podría explotar esta celda con un mero pensamiento? —cuestionó, girando la pistola alrededor de uno de sus dedos con agilidad.
—¿Tu tiempo aquí te ha hecho perder la cordura?
—¡No! —gritó y aventó el revólver hacia el otro lado de la celda para después ponerse de pie—. Me ha hecho recuperarla.
Lazarus se quitó las gafas y por fin la miró con completa claridad. Entornó los ojos y se puso en pie también, siendo varios centímetros más alto que ella, demostró quién era el que mandaba aquí.
—Entonces hagamos un trato.
(...)
En el fondo, Dorian seguía siendo un cazador de Anomalías Prohibidas, un asesino frío y despiadado cuya faceta le tomó tres meses aceptar. Con esta parte suya, tuvo que aprender a distinguir entre Anomalías e híbridos, y entre Anomalías y Anomalías Prohibidas. Sabía detectarlas como un sexto sentido.
«Siempre serán más cuidadosas, siempre se moverán con cautela, siempre tendrán algo fuera de lo normal en su aspecto físico». Le explicó El Salvador.
En su caso, era una Anomalía Prohibida bastante evidente; un chico de aspecto humano a excepción de iris dorados, eso lo hacía destacar entre una multitud de seres sobrenaturales comunes. Así que, naturalmente, cuando estaba rodeado de dichas criaturas, las observaba y automáticamente buscaba lo anómalo.
Estaban en Reverse York, ocultos en la misma tienda de música que los llevó al otro mundo en primera instancia, solo que esta era la que se hallaba en la Sociedad Ulterior. Al siguiente día de llegar a esa dimensión paralela, el vampiro detective, Lazarus Solekosminus, se fue a primera hora a buscar a esa tal bruja suya por su cuenta. Dorian no era afín a las brujas, y no porque no le agradaran per se —puesto que tuvo una relación decente con Nicte—, sino porque le ponía los nervios de punta la misteriosa capacidad de su magia. Sentía que, con tan solo mirarlo, una de esas brujas o brujos podría leer su alma entera y descubrir todos sus secretos.
«¿Qué secretos puedes tener? Estás vacío». Se dijo a sí mismo en su mente.
Sacudió la cabeza y volvió la mirada hacia Viktor, quien se hallaba con Elay y la licántropo, Ludmila. Parecían estar discutiendo y el vampiro volteaba a verlo cada dos segundos. No se atrevía a quitarle el ojo de encima.
Dorian, aburrido, dirigió su atención hacia la ventana de la tienda, viendo a los transeúntes. De inmediato su cerebro hizo todo el trabajo y los identificó con tan solo un vistazo:
«Vampiro».
«Errabundo».
«Bruja».
«Otro vampiro».
«Una manada de licántropos».
Las criaturas sobrenaturales más comunes eran las únicas que se atrevían a caminar con tal confianza por las calles de la Sociedad Ulterior, pero, entre estas, había algunas rarezas ocultas:
«Demonio».
«Grim».
«...Banshee».
Estaba seguro de que se trataba de una Banshee, rondando por el lugar como la medio espíritu que era. Se trataba de una mujer bellísima, alta, espigada, de piel casi gris y cabello blanco que se movía como si estuviera bajo el agua. Era imposible no verla por más que tratara de pasar desapercibida.
Dorian sabía que él era una Anomalía Prohibida de Banshee. Su madre se lo heredó. Tenía tantas preguntas acerca de su especie, de comprender esa otra parte de sí mismo.
Así que, aprovechando los instantes de distracción del vampiro, se escabulló entre los estantes de instrumentos, agachándose tras una batería para salir por la puerta trasera de la tienda. No tenía intenciones de escapar, solo quería hablar con esa Banshee, solo quería...
—No eres muy discreto que digamos. —Interrumpió la voz de Viktor a sus espaldas y luego sintió como dicho vampiro se aferraba a su brazo—. Prometí que no te quitaría el ojo de encima.
Dorian, habiendo perdido de vista a la Banshee, exhaló y se volvió hacia Viktor. Tenía esa media sonrisa suya y el rostro tan saludable y perfecto como siempre. Él mismo, en cambio, estaba demasiado delgado y sus ojeras parecían crecer con cada día. A duras penas dormía dos horas por noche desde que trabaja para El Salvador, excepto cuando caía inconsciente por agotamiento o cuando su jefe se percataba de su bajo rendimiento y le daba pastillas para dormir que lo noqueaban durante días y días.
—No iba a escapar —aseguró entonces—. No soy tan estúpido.
—Podríamos haberme engañado —replicó el vampiro de manera sarcástica. Dorian apenas notaba que tenía un leve acento en su voz, pronunciando con un poco más de fuerza ciertas letras—. ¿Qué hacías afuera?
—Tomando aire —mintió—. Me estaba sofocando ahí dentro.
—Mientes —aseguró Viktor—. Puedo escuchar cómo se aceleran tus latidos.
Dorian se tensó. ¿Cuántas veces le mintió a Viktor hasta ahora y él se había percatado de ello?
—Bien, entonces estaba aquí buscando a quien asesinar —mintió de nuevo, pero esta vez a propósito.
—Qué monstruoso —bromeó Viktor.
—No soy el único monstruo aquí —refutó Dorian, sintiendo un extraño recelo por haber sido llamado monstruo. No era tal cosa.
—Estás más hablador que otros días —señaló Viktor en cambio.
—Te dije que estoy aburrido. —Miró la pálida mano del vampiro agarrada a su brazo y frunció el ceño—. ¿Vas a soltarme en algún momento?
Viktor estaba a punto de contestar, pero sus ojos guinda se ampliaron, sorprendido, y de inmediato se llevó una mano a la boca. Dorian lo escudriñó y notó que en su palma había sangre, espesa sangre carmesí que se escurría al suelo en forma de gotas que se movían por su cuenta, queriendo formar una figura. Había pasado suficiente tiempo con Carmilla para saber qué significaba aquello.
Esbozó una sonrisa maliciosa, se acercó al vampiro y tomó su mano para apartarla de su boca. En la palma había un número borroso: XXIV. Veinticuatro. Veinticuatro días para transformarse en Nosferatu.
—Se te acaba el tiempo —dijo casi burlándose, pero, en el fondo, sintió una punzada en el pecho. ¿Acaso realmente le preocupaba?
Viktor arrebató su mano de su agarre y la cerró en un puño.
—No es que te importe ahora mismo —masculló, con sangre aún entre sus dientes y encías.
Dorian, olvidando aquel atisbo de consternación por Viktor, entornó los ojos y, en su lugar, pasó una mano por la mejilla del vampiro, tentándolo, provocando ese lado salvaje que de seguro rechazaba como todos los de su especie.
—Podrías marcarme como tu presa —ofreció en voz baja, acercando sus labios al lóbulo de su oreja—. O simplemente beber mi sangre.
Retrocedió y, con sus propios dientes, mordió su muñeca hasta abrir la piel y hacerla sangrar, ignorando por completo el dolor.
Las pupilas de Viktor se afilaron, percibiendo el aroma de la sangre de Dorian como si la tuviera a milímetros de su nariz y boca. Los colmillos volvieron a surgir, el corazón se le aceleró. Quería beber su sangre y vaciar sus venas. Quería hacerlo suyo una vez más.
—Vamos, adelante, hazlo —tentó Dorian, limpiando la sangre de su muñeca con sus dedos y embarrándola en su cuello, cerca de dónde se encontraba su pulso—. Una sola mordida, Viktor, una sola y te sentirás más vivo que nunca.
Viktor relamió sus labios con discreción y tomó a Dorian por los hombros para empujarlo al interior de un callejón a un costado de la tienda de música. Lo acorraló contra el muro de ladrillos y olfateó la sangre en su cuello. La parte racional del vampiro le gritaba que esto no era correcto, pero la que lo dominaba ahora mismo, su parte más irracional y bestial, le rogaba que sucumbiera a la tentación.
—Tú sabes mejor que nadie que la sangre del humano que amas es la más exquisita. —Dorian continuó provocando, sin temor de tener los colmillos del vampiro tan cerca de su yugular.
Viktor, tratando de pelear contra el instinto, apoyó su frente contra el hombro de Dorian, pero sus latidos le resonaban en el oído y podía incluso escuchar el fluir de su sangre en sus venas. Cerró los ojos, tratando de privarse de ello, pero Dorian insistió y levantó su rostro del mentón para obligarlo a verlo.
—Dorian, no-
Dorian colocó su dedo índice sobre sus labios, callándolo.
—Solo hazlo, Viktor —susurró—. Cede a tus deseos.
Viktor, olfateando su sangre, viendo la mirada tan decidida en el rostro de su amado, sintiendo cada pulsación de su corazón y siendo devorado por su propia tentación, no pudo resistir. Se inclinó hacia el cuello de Dorian y encajó sus colmillos en este.
Bebió la sangre sin control, saboreando la dulzura metálica, sintiendo la espesura de esta. Dorian tenía razón, la sangre del humano que amaba era las más exquisita de todas, un manjar tintado del más brillante escarlata.
Dorian, satisfecho, esbozó una sonrisa de complacencia. Había logrado empujar a Viktor a su lado salvaje, su lado más fuerte a la vez que más vulnerable. Se aferró a la nuca del vampiro, invitándolo a seguir bebiendo a pesar de que ya sentía cierta debilidad en las extremidades, pero era curioso, puesto que... tampoco quería que parara. Era disfrutable y cerró los ojos al sentir un cosquilleo que lo recorrió de punta a punta, un escalofrío que no sabía si era por la falta de sangre o por mero placer.
Ante esta idea, se despabiló y empujó a Viktor lejos de él. Se cubrió la herida en el cuello que apenas comenzaría a sanar por la saliva del vampiro, y miró a este último con una forzada seriedad.
—Es suficiente —decretó.
Viktor también salió de su bizarro ensimismamiento y apenas procesaba lo que acababa de hacer.
—¿Acabo de...? —Sus ojos se ampliaron al ver la sangre en su cuello—. Perdóname. No pude controlarme, no-
—Es solo sangre —acotó Dorian, intentando deshacerse del gusto que le provocaba el mero recuerdo.
—¿Por qué no me detuviste a tiempo? —cuestionó Viktor. Se sentía muy culpable, tan frustrado.
Dorian le dedicó una sonrisa casi cruel y, con la mano que no estaba aferrada a su cuello, pasó su pulgar por los labios del vampiro para limpiar los restos de sangre, tomándolo por sorpresa, congelándose en su sitio por la delicadeza de su tacto. Estaba tan necesitado, tan hambriento y sediento del afecto del amado que creía muerto.
—¿Lo ves? —susurró y lamió la sangre en su pulgar, inafectado por el sabor de esta—. No soy el único monstruo aquí.
Ok, una pequeña aclaración porque veo que hubo algunas confusiones en el capítulo pasado: este Dorian SÍ es Dorian, solamente no tiene memorias. En el capítulo pasado fue controlado brevemente por El Salvador, cosa que casi no hace por lo difícil que es. Pero reitero, este Dorian que acaban de ver y el de todos los capítulos pasados (excepto el anterior a este) SÍ es él. Cuando no sea él se dirá para evitar confusiones, no se preocupen 😉
Dejando eso de lado... ¡Muchísimas gracias por leer! 💛
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