💀Capítulo 14. No lo salves
La última vez que Viktor puso un pie en Reverse York, fue en la época de los ochentas cuando había una fiebre por el mundo humano. Criaturas sobrenaturales ansiaban parecerse a los mortales e imitaba sus costumbres; desde los exagerados maquillajes y peinados de esa época, hasta réplicas de los sonidos que ellos utilizaban en sus canciones. Viktor también fue presa de esto, lo disfrutó bastante en su tiempo.
Pero ahora estaban en el siglo veintiuno, casi cuarenta años en el futuro, y las cosas habían cambiado. No pisaría Reverse York por mero entretenimiento, sino por una misión, un objetivo, una esperanza de recuperar aquello que le dio un sentido a su vida. Recobrar a su Dorian.
—¿Reverse... York? —indagó Elay mientras iban de camino a Londres para tomar un tren transcontinental de la Sociedad Ulterior y viajar a América.
No era un transporte común, no se basaba en las leyes físicas de los mortales, sino que utilizaba un principio similar a las grietas que te llevaban de Nueva York a Reverse York. Portales, para efectos prácticos. De no ser porque llevaban a Elay y Dorian, los vampiros habrían usado el Torrente Sanguíneo para llegar en cuestión de minutos.
Lazarus Solekosminus, quien manejaba el coche de Dorian, asintió.
—Sí, es el reverso de lo que tú conoces como Nueva York.
—Debes estar bromeando. —Bufó—. ¿Tienen mundos reversos?
—Es la Sociedad Ulterior más grande de América.
—¿Y además dices que tienen un tren que te lleva de Europa a América?
—Tenemos trenes que se conectan entre todos los continentes —explicó Lazarus.
Elay negó con la cabeza, incrédula.
—¿Cómo es que no nos dominan?
—Los humanos son un mal necesario —replicó el detective con completa seriedad.
Viktor dejó de prestarle atención a la conversación entre ellos dos y se volvió hacia Dorian —quien todavía iba atado y con una mordaza en la boca— sentado junto a él. Cada vez que el vampiro intentaba verlo a los ojos, Dorian giraba la cabeza y lo ignoraba rotundamente.
—Te romperás el cuello si lo giras más —se mofó.
Dorian solo lo miró de soslayo, pero fue suficiente para percibir su desagrado. De cierto modo, le recordaba a Viktor cuando se conocieron por primera vez. El chico era un amargado y lo veía feo de manera gratuita.
Mirándolo a la distancia, ahora deseaba que estuvieran en ese pasado y no este presente. Este presente donde Dorian lo odiaba, El Salvador existía y lo había forzado a matar Anomalías Prohibidas. Lazarus tenía toda la razón, Dorian sí fue quien cometió esos asesinatos.
«¿Logrará perdonarse a sí mismo cuando lo recuerde?» No pudo evitar preguntarse. Dorian no lo hizo conscientemente, pero esa sangre seguía manchando sus manos. «Cruzaremos ese puente cuando llegue el momento». Concluyó.
Unas horas después arribaron a Londres. La estación de trenes de la Sociedad Ulterior, al igual que cualquier otro sitio dentro de esta, se encontraba oculto detrás de un manto de ignorancia, siendo una estación abandonada la que refugiaban tan importante lugar.
—¿Podrías cooperar un poco? —pidió Viktor, jalando a Dorian para que bajara del coche—. Vamos, si te bajas, te daré una malteada de vainilla. O tal vez un beso, ¿qué te parece?
Dorian solo frunció el entrecejo y se rehúso incluso más a apearse del coche. Elay apareció al costado de Viktor y enarcó una ceja.
—¿Acabas de chantajearlo como a un niño? —inquirió con una ligera sonrisa.
Viktor exhaló.
—Una cría sería más sencillo.
—O un perro —intervino Lazarus, apartando a Viktor. Tomó a Dorian por el cuello de la camisa y lo forzó a verlo a los ojos—. Si quieres que te tratemos como a un maldito perro, entonces eso obtendrás.
«¿Cuál es su obsesión con los perros?» Pensó Viktor. «Mejor dicho, ¿qué culpa tienen los perros?»
Dorian intentó desviar la mirada del detective, pero este lo detuvo y lo forzó a voltear la cara y observarlo a los ojos. Se apartó las gafas de cristales rojos, sus iris relumbraron en color guinda y sus pupilas se afilaron.
—Serás incapaz de utilizar tu poder hasta que yo te lo ordene. —Lo hipnotizó. Ni siquiera Viktor podía hacerlo, ya lo había intentado, pero al parecer el vampiro ancestral era más que capaz.
Los ojos de Dorian reflejaron el mismo color guinda, muestra de que estaba bajo la hipnosis de Lazarus. El vampiro detective lo soltó y le arrancó la mordaza de la boca.
—Felicidades, te ganaste un derecho —felicitó con tono monótono.
Dorian hizo un mohín.
—A cambio de otro.
—Así funciona en mi agenda, Anomalía, así que hazte a la idea. —Lazarus le dio la espalda y se encaminó hacia la estación de trenes—. Iré a conseguir boletos. No le quiten los ojos de encima.
Viktor rodó los ojos.
—Cómo usted diga, jefe.
Elay silbó.
—Eso fue atractivo, ¿no? Dime que no soy la única que lo piensa.
—A ti te gusta todo lo que camine en dos piernas y muerda —replicó Viktor, tomando a Dorian de los brazos para obligarlo a moverse.
—Cuando descubres que los vampiros son reales, por supuesto que adquieres nuevos gustos —refutó ella y le dio una palmada en el hombro—, pero no te acongojes, sigues siendo mi favorito.
Viktor esbozó una sonrisa ladina y se llevó a Dorian consigo al interior de la estación. Recibieron infinidad de miradas confusas. No era precisamente normal que un vampiro llevara a un chico de aspecto humano atado de manos. De seguro pensaban que Viktor era un salvaje y llevaba su almuerzo a todas partes.
—Al menos este sitio lo veo con más claridad —señaló Elay, entornando los ojos—. Gracias al cielo, no iba a soportar que Solekosminus me lo reprochara.
—Bruja —espetó Dorian por lo bajó.
Elay lo miró con una media sonrisa en sus labios.
—Hey, es la primera vez que me diriges la palabra, maldito.
Dorian rodó los ojos, dejándose llevar por Viktor hacia donde Lazarus los esperaba con cuatro boletos en mano mientras hablaba con hombre parado a su lado. Parecía ser un errabundo.
—Este es el prisionero del que le hablaba. —Lazarus señaló a Dorian, y luego a Viktor y Elay—. Y ellos son mis subordinados.
—¿Y qué pasó con aquel compañero demonio suyo? —indagó el errabundo, tenía el aspecto de un humano de la tercera edad rechoncho y algo cansado—. Hacían un buen dúo. Tenían una... conexión especial.
Lazarus hizo un discreto mohín. Parecía que el comentario no fue de su agrado.
—Cambió de carrera —respondió de manera vaga y señaló a Viktor y Elay—. Ellos son su reemplazo.
—Un vampiro y...
—Una bruja —completó Elay—. Y no de las que hornean niños.
El errabundo frunció el ceño y Lazarus se apresuró a aclarar la garganta para interceder.
—Ernest, Amelia, él es el dueño de esta estación de trenes, Zacharias Matsnem —los presentó. No cabía duda de que él era el dueño, su apellido era el nombre de la estación misma.
«¿Acaso me llamó Ernest?» Pensó Viktor, pero de inmediato entró en papel.
—Un placer, señor Matsnem. —Inclinó la cabeza con cordialidad—. La estación sigue reluciente a pesar de tanto tiempo.
El dueño se mostró halagado por el comentario y estrechó su mano con fervor.
—¡No podía ser de otra forma! —Se carcajeó, una risa que sonaba como un eco por su condición fantasmal—. Lleva mi nombre, sería vergonzoso que se asemejara a una letrina.
Todos emitieron una risa forzada, excepto Dorian, quién volvió a rodar los ojos y masculló:
—Malditos monstruos.
Viktor se apresuró a ponerlo detrás de sí y negó con la cabeza.
—Por favor no lo escuche, no está nada a gusto con su captura. El muy cínico, ¿eh?
—Sí, muy desagradable —concordó el señor Matsnem y apretó el corbatín azul que llevaba en el cuello—. Detective Solekosminus, ¿a qué tren dijo que abordará?
—El Monroe —contestó.
—América, ¿eh? —Chasqueó la lengua—. No me queda más que desearles suerte.
—Se aprecia —concluyó Lazarus de manera formal e inclinó la cabeza—. Al igual que aprecio que me haya permitido llevar a este prisionero sin papeles.
—No es problema —aseguró con un movimiento desdeñoso de su mano—. El pago será el castigo por sus crímenes.
Se despidieron del dueño de la estación y, en cuanto estuvieron lejos de su rango de audición, Viktor se volvió hacia Lazarus.
—¿Prisionero? —inquirió con cierto enojo.
—Es un prisionero.
—Olvida eso —intervino Elay—. ¿Ernest y Amelia?
—Lo hipnoticé para que creyera que veía papeles con esas identidades.
Viktor se detuvo de súbito y frunció el ceño.
—¿Puedes hipnotizar a dos personas para que hagan cosas distintas a la vez? —interrogó, impresionado, aunque trató de disimularlo. ¿Quién diablos era este tipo?
—Tal vez si pasaras menos tiempo impresionándote con algo que se podría comparar a un truco de feria, y más tiempo practicando, no estarías haciendo preguntas estúpidas —replicó Lazarus, continuando con su trayecto hacia el tren. Siempre se ponía muy a la defensiva cuando lo cuestionaban respecto a algo.
—Preguntas estúpidas y la mierda —masculló Viktor, viéndose forzado a seguirlo. Le habría encantado levantarle el dedo de en medio, mandarlo al infierno e irse por su cuenta, pero si hiciera eso, el que se iría averno sería otro.
Lazarus entregó los cuatro boletos y entraron al vagón. Parecía un tren salido del pasado; amplió, con un pasillo cubierto por una alfombra roja al centro y dos filas de asientos al lado derecho e izquierdo, cada uno con dos sillones, estos forrados de una imitación de gamuza igualmente carmesí. Había otra vagón más privado, con cabinas, se dirigieron a este último y el detective les señaló su lugar. Viktor se sentó junto a Dorian y Elay al frente de ambos.
Lazarus cerró la puerta con seguro y se sentó al costado de Elay.
—Mantengan un perfil bajo —ordenó en voz baja—. Estamos aquí de contrabando.
—¿Qué me pasaría a mí, una humana, si rompo las normas de la Sociedad Ulterior? —indagó Elay.
—Te matan —contestó Dorian antes que otro pudiera hacerlo.
—En resumen, sí, tiene razón, te matarían —concordó Viktor—. Solo así mantenemos en secreto esta sociedad.
Elay emitió una risa nerviosa.
—Genial, siempre quise ser ahorcada por monstruos.
Viktor se giró hacia Lazarus, quien repasaba notas en un cuaderno forrado con un desgastado cuero café.
—¿Qué haremos cuando lleguemos a Reverse York? —preguntó—. Te hemos seguido hasta acá, pero no te has tomado la molestia de explicarnos casi nada.
—¿Y así confías en él? —Dorian se metió en la conversación.
Lazarus lo ignoró y cerró el cuaderno con un movimiento de su mano. Levantó la mirada hacia Viktor, y explicó:
—Al llegar a Nueva York, iremos directamente en busca de una de las entradas ilegales hacia Reverse York, ya que una humana y Anomalía Prohibida no podrían pasar de otra manera. Una vez dentro, buscaremos a una bruja que nos ayudará a encontrar al Salvador. Una bruja que ayudó a encerrar al Padre Común en su tiempo.
—¿Y por qué no has ido con ella directamente? —inquirió Elay, enarcando una ceja.
—Porque para encontrar a dicha bruja, primero debo hacerle una visita a su nieta que se encuentra en la prisión de alta seguridad de Reverse York —respondió—. Es un último recurso.
—¿Prisión de alta seguridad? —preguntó Viktor—. ¿Dependemos de una bruja con antecedentes penales y probablemente fuera de sus facultades mentales?
—No está fuera de sus facultades mentales —aseguró—. Su encierro fue... Fue una equivocación.
—No suenas muy seguro —señaló Elay.
—No afirmo cosas a menos que esté seguro.
—Bien, entonces estás seguro de que su encierro fue una equivocación, pero no estás seguro de que esté cuerda, ¿no es así? —comentó Viktor.
El detective no pudo más que volver su vista hacia la ventana, viendo como el tren comenzaba a moverse y salir de la estación.
—Es nuestra única opción.
El tren Monroe siguió su trayecto a gran velocidad, avanzando por un túnel subterráneo y cada veinte minutos atravesando una grieta. Lazarus explicó que estas eran las que permitían que el viaje fuese rápido y posible, transportando la locomotora a lo largo de Europa y luego hacia América. Diez grietas en total y hasta ahora solo habían atravesado tres.
—¿Lazarus Solekosminus es tu verdadero nombre? —preguntó Elay, rompiendo el silencio.
Lazarus frunció el ceño.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Quiero conocerte, así me sentiré menos secuestrada.
—Tú quisiste venir.
—¿Podrías responder y ya?
El vampiro ancestral exhaló y apoyó un codo en el marco de la ventana, recargando su mentón sobre su puño cerrado.
—Es mi verdadero nombre.
—¿Qué significa Solekosminus? —cuestionó ella entonces—. No me mires así, apuesto a que tú ya sabes todo sobre nosotros.
—Devorador de soles.
Viktor se volvió hacia él. Ese apellido le pareció familiar desde que lo conoció. Tal vez lo había leído en algún libro. Era un vampiro viejo, después de todo.
—Bien, devorador de soles, ¿qué tal si entramos al terreno personal? —Elay esbozó una sonrisa maliciosa.
Viktor imitó la sonrisa de ella y sacó un pequeño vial de sangre del bolsillo interno de su saco, bebiéndola de un trago. A su mente vino aquel día hace meses atrás cuando fue a la playa con Dorian y sus amigos y jugaron verdad o reto. Algo tan ridículo ahora lo veía con añoranza.
—Esto será divertido —dijo.
Incluso Dorian se mostró intrigado y miró a Lazarus con el rabillo del ojo.
—Veamos... ¿Quién era ese compañero demonio tuyo? —indagó Elay—. Con el que hacías un buen "dúo" y tenías una "conexión especial". Suena a que eran cercanos.
—Ya lo dije, cambió de carrera.
—De acuerdo, ahora dilo sin mentiras y sin fruncir el entrecejo.
Lazarus le dio la espalda a Elay y ella trató de convencerlo de responder más preguntas. Viktor se limitó a observarlos con una leve sonrisa en el rostro. Extrañaba esto, estos pequeños momentos en donde sentía que el mundo no se le venía encima, en donde podía sonreír sin sentir que era inadecuado.
—¿Por qué insisten en salvarme? —preguntó Dorian en voz baja, sacándolo de su pequeño y pacífico trance.
El vampiro se enfocó en él, encontrándose con sus iris ahora teñidos de color guinda por la hipnosis de Lazarus.
—¿Por qué? —repitió—. Porque me importas, Dorian.
—No soy el Dorian que tú conoces.
—No, no lo eres. —Se aproximó e hizo amagos de acariciar su mejilla, pero se detuvo al último instante—. Pero sé que sigues ahí y te traeré de regreso.
Dorian arrugó las cejas.
—¿Y si yo no quiero regresar?
—Lo harás cuando recuerdes.
—No suenes tan seguro. —Esbozó una sonrisa retorcida, una que lo hacía lucir como un maníaco con las ojeras debajo de sus ojos y los iris guinda—. Ya te he dicho cientos de veces que no entiendo por qué quieren salvarme... cuando yo no quiero ser salvado.
—¿De qué...?
Viktor se detuvo a sí mismo al ver que Dorian le mostraba algo que sostenía entre sus dientes frontales. Era una pastilla negra... veneno.
¡Por supuestos que se vendría otro cliffhanger! 😈
¡Muchísimas gracias por leer y felices fiestas! 💛
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