Capítulo 16: Patinaje
Amanda
El día anterior el crucero se había detenido en Montevideo, luego de estar en Buenos Aires, y en ese momento estaba en camino a otra ciudad portuaria de Argentina.
Ese era mi día libre, por lo que tenía muchas ganas de ir a la pista de patinaje en hielo, aunque fuera tan solo para conocerla mejor.
Yo había aprendió a patinar muy pequeña en patines de cuatro ruedas, pero había patinado en hielo varias veces y era muy divertido, incluso caerse después era un recuerdo gracioso... claro, después de que pasara el dolor.
Ese crucero era uno de los más lujosos de todos los que existían y el único que tenía una pista de patinaje que yo supiera, por lo que me veía en la obligación de disfrutarla.
Mientras caminaba por los pasillos del crucero en dirección a mi destino, me topé con Kyle.
—Hola, Amanda, ¿es tu día libre? —me preguntó.
—Sí, voy a ir a patinar.
—¿Sabes patinar? —preguntó sorprendido—. Yo nunca he sido bueno patinando.
Yo asentí con una sonrisa.
—Si quieres te puedo enseñar —ofrecí con amabilidad—. Si es que no tienes nada que hacer, obviamente...
—¡Claro! —respondió con una sonrisa emocionada que luego borró casi por completo—. Digo... eso estaría bastante bien.
Eso me dejo un poco confundida, pero simplemente decidí pasarlo por alto.
—Vamos entonces.
Ambos caminamos hacia la pista de patinaje y ahí, pedimos patines de nuestra talla.
La pista era un rectángulo no muy grande y estaba rodeada de asientos como los del teatro, pues a veces hacían espectáculos de patinaje ahí. Por suerte, solo había una familia con dos niños a los que les estaban enseñando a patinar, lo que me parecía muy adorable.
Cuando era hora de entrar a la pista, me deslicé con cuidado hacia adentro y le ofrecí mi mano a Kyle para ayudarlo a entrar. Él me entregó su mano inseguro y, con cuidado, lo ayudé a pasar.
Kyle estaba con las rodillas flexionadas de una forma en la que, si lo soltaba, caería hacia atrás sin pensarlo.
—Ponte derecho y los pies los tiras hacia afuera, no los pones derechos —él hizo lo que le dije—. Ahora, cuando comienzas a patinar, te inclinas un tanto hacia adelante para mantener el equilibrio y doblas un poquito las rodillas.
—No creo que pueda —dijo inseguro, mirando el hielo aterrado.
—Te voy a mostrar.
Lo solté, dejándolo de pie, y comencé a avanzar lentamente, dando una vuelta por la pista y luego volví junto a él.
—Vamos juntos —le dije, tomándolo de la mano.
Él asintió, aún no muy convencido y comenzamos a andar lenta y cuidadosamente.
Dimos una vuelta completa a la pista, lo que provocó que Kyle sintiera feliz.
—Nunca había durado tanto de pie —confesó.
Yo reí y comencé a ir un poco más rápido.
—Más rápido —pidió Kyle.
—¿Seguro?
—Sí.
Comenzamos a ir más rápido y dimos tres vueltas completas, hasta que Kyle se resbaló y cayó hacia atrás, llevándome a mí con él.
Los dos quedamos tirados sobre el hielo, quejándonos por el dolor de golpe.
En unos segundos, la familia que había estado con nosotros en la pista se nos acercó.
—¿Están bien? —preguntó la mamá.
—Eso creo —respondí—. Gracias.
El padre y la madre nos ayudaron a ponernos de pie, pero decidimos salir de la pista, pues nuestra ropa estaba muy mojada y nuestros cuerpos adoloridos.
—Fue divertido mientras duró —bromeó Kyle.
Yo asentí con una sonrisa. Al menos había logrado que diera unas cuantas vueltas y me sentía orgullosa por eso.
[...]
—Estás llena de moretones —dijo Ariana, mientras levantaba mi uniforme para ver mi espalda.
—Te lo dije.
En ese momento estaba trabajando en la cubierta. Shaun, Kyle y Ariana estaban tomando sol en las sillas plegables, pero Kyle era el único que estaba boca abajo, pues el dolor de cuerpo que tenía debido al golpe de hace dos días era bastante malo.
Lamentablemente, yo no tenía de otra que trabajar, aún con el dolor de espalda y trasero, pero agradecía que ese día pareciera estar todo más tranquilo de lo normal.
En ese momento, una mujer me llamó, por lo que debí ir a tomar su orden y luego ir al bar por unos tragos.
Mientras le entregaba su trago a ella y a su acompañante, Lisa y Elsa llegaron a cubierta, probablemente porque era su hora de descanso del día, la que quedaba siempre entre el almuerzo y la cena.
—Todas bajaremos en Punta Arenas —informó Lisa.
—Genial —dije con emoción.
Aún nos quedaba una parada en una ciudad turística de Argentina y luego de eso, pasaríamos a Chile.
—¿Qué es Punta Arenas? —preguntó Kyle.
—Una ciudad de Chile —respondí—. Por lo que sé, es muy fría y corre mucho viento aún en verano.
—¿Qué es Chile?
—El país larguito y delgado de Latinoamérica —le explicó Elsa.
—Ah... ¡Chile! —dijo Kyle asintiendo—. Ya sé que es.
—Es tan larguito que pararemos cuatro veces en él, sin contar la Isla de Pascua —comentó Lisa.
—Siempre he querido conocer Isla de Pascua —dijo Ariana—. Debe ser uno de los lugares más maravillosos para fotografiar del mundo.
—¿Y ustedes podrán bajar ahí? —preguntó Kyle.
Lisa se encogió de hombros.
—Deberemos ver quienes quieren bajar y cuando fue la última vez que bajamos... tal vez se pueda.
—Por favor que no —pidió Shaun, en susurró.
Lisa le dio un empujón, que, por supuesto, él le devolvió con más fuerza y su guerra infantil comenzó una vez más.
—¿Cuándo será el día que no quieran matarse? —preguntó Ariana.
—Nunca —respondieron al unísono.
Ambos siguieron con sus empujones, hasta que Lisa cayó al suelo y Shaun rio victorioso, aunque no le duró demasiado, pues Lisa no tardó en tirarlo de su silla y dejarlo en el suelo.
De pronto, una de mis compañeras, se me acercó.
—Amanda, en el bar necesitan más vasos, ¿puedes llevar unos de la bodega?
—Claro, yo me encargo.
Le entregué mi bandeja y fui en dirección a la bodega.
Decidí tomar el camino más corto para llegar a las escaleras, que era pasar por los pasillos de los cuartos de los turistas.
En eso, me percate de que dos de mis compañeros estaban ahí, frente a una de las puertas.
—¿Hola? —los saludé.
Pude notar que ambos dieron un respingo al oír mi voz.
—Amanda... ¿no? —preguntó uno, alejándose de la puerta que tenían al frente.
Yo asentí con una sonrisa un tanto nerviosa.
—Estábamos revisando algo por petición de un turista, al parecer su manilla estaba suelta —se excusó el otro.
—Ah...
Estaba segura de que eso lo podían revisar las personas que se encargaban del mantenimiento, pero tal vez el cliente no lo sabía...
—Le avisaremos a mantenimiento para que lo revise —dijo el otro.
—Sí, creo que sería lo mejor.
—Nos vemos —se despidieron y comenzaron a caminar hacia el otro pasillo.
Yo revisé el número del cuarto y seguí mi camino a la bodega, con una sensación un tanto extraña. Sentía que las intenciones de ambos trabajadores no eran del todo buenas, pero ¿realmente alguno se arriesgaría a meterse a la habitación de un cliente sin permiso?
Había tanta gente millonaria en un mismo lugar que suponía que la empresa se había encargado de asegurarse bien el tipo de personas que formarían parte de su tripulación.
No podía suponer que esos dos garzones estabanhaciendo algo malo, menos sin pruebas, por lo que no me quedaba de otra queseguir en mis asuntos.
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