Día 10: Grito
Las noches nunca fueron tan frías como esa, una mujer enojada da miedo, pero una vampiresa era otro nivel. Tras poner el grito en el cielo, Hermione pasó a ignorar a Draco, actuaba como si este no estuviera presente. Por lo que fue a dormir pasadas las ocho de la noche y en menos de media hora despertó al sentir cierto peso sobre sus caderas, al abrir los ojos se sorprendió de tenerla sentada sobre él.
— ¿Qué estás haciendo? — Preguntó, se sentía aterrado al verla usando un vestido casi transparente, su pálida piel era perfecta.
— Este fue el único que se salvó de tu magia ¿Te gusta? — Inquirió la vampiresa inclinándose hasta el rostro del mago lo que le daba una exuberante visión de sus senos.
— No quiero que me guste — Draco cerró los ojos con mucha fuerza. La tentación estaba sobre él, literalmente y necesitaba mucha fuerza de voluntad para no dejar de ser un caballero — ¡Por Merlín, detente!
— Tú no te detuviste al quemar mi ropa, así que yo no me detendré al mostrarte los placeres de la carne. — Ella usó un tono sensual que casi parecía estar hablando en medio de gemidos. Chasqueó los dedos y con ello el cobertor desapareció, dejándolo cubierto por su pijama de seda plateada, no quería tocarla ya que podría ser perjudicial para su salud mental, por lo que mantuvo sus manos pegadas a su cabeza.
Sintió como los botones de la parte superior de su pijama eran arrancados — Hermione... — Llamó en un intento de detenerla en cuanto le mostró sus colmillos, el temible filo era intimidante, era más que seguro que la piel podría cortarse sin necesidad de ejercer presión.
— Dolerá al principio y luego sentirás placer. — Los ojos de la vampiresa tomaron un brillo naranja, lo que significaba que se estaba divirtiendo y anhelando lo que iba a ocurrir a continuación — Déjame hacerlo bien... Se bueno y quédate quieto.
¿Eso podría considerarse una violación? No estaba nada de acuerdo, pero no tenía el valor de oponerse, era como tratar de persuadir a un león para que se limase las garras y se arrancara los colmillos.
— Hermione. — Volvió a llamarla en medio del beso que le daba — Detente... — se alejó de sus labios para descender por su mandíbula con suaves besos y succiones hasta su garganta, cierta parte de su cuerpo estaba reaccionando muy "animadamente" al estímulo. ¡Ni siquiera estaba seguro de si quería ser o no un vampiro! Cerró los ojos resignado a lo que ocurría y sintió la punzada sobre su garganta.
De inmediato abrió los ojos, se sintió aliviado al observar el techo, estaba completamente vestido y con el cobertor cubriéndole hasta el mentón. De inmediato Identificó la melodía "El Invierno" de Vivaldi, estaba sonando en su habitación a modo de consuelo no era demasiado alto ni tan bajo.
— ¿Se puede saber qué soñaste? — Hermione se encontraba parada bajo el dintel de la puerta, usaba el vestido verde que le obsequió, sobre sus hombros había una capa negra. — Me llamaste cuando estaba por terminar mi cita con el jinete sin cabeza.
De inmediato se tocó el cuello en busca de agujeros. — Fue más bien una pesadilla... —Se sentó en la cama — ¿qué esta melodía?
— En lo personal prefiero a Chopin, pero hiciste una buena elección. — La vampiresa caminó hasta la cama para sentarse a los pies de él, ni siquiera lo miró debido a que un no le perdonaba lo ocurrido con sus valiosas prendas — Cuando las criadas fantasmales notan que alguien tiene pesadillas hurgan en los pensamientos para paz con melodías que sean de tu preferencia.
— Ya entiendo.... Espera, ¿dijiste que estabas en una cita? — Draco observó su perfil que era tan hermoso e intimidante.
— Sí, estaba paseando a caballo con el Jinete sin cabeza... Debiste estar muy aterrorizado para que me llamases en medio de tus pesadillas. — Acarició el anillo mientras observaba con aprensión— Sentí tu pánico, parecías estar muy preocupado y dolorido... No podía despertarte ya que cuando llegué estaba cubierta de sangre y eso empeoraría tus pesadillas...
Draco asintió, seguro que hubiera dicho sandeces, aún tenía una duda —: ¿Cómo es que tuviste una cita...?
— ¿Sientes celos de quien no puedo clavarle dos dientes en la garganta? — La ironía en su voz le asustó. — Es un ser tan solitario como yo, luego de que mis propiedades de Wessex fueran tomadas por los Malfoy, estuve mucho paseando por el mundo y sirviendo de inspiración para los muggles de mi preferencia, hace no mucho conocí al jinete y es un caballero muy encantador. Más de una vez lo persuadí para que no tomara cabezas de inocentes.
— Pensé que era un ser de Estados Unidos. — Recordó que había una película protagonizada por un actor británico. — No tenía idea de que viviera en Irlanda.
— Es originalmente irlandés. Ya sabes, misma historia, diferentes versiones y por lo general todas son ciertas. — Hermione se puso en pie. — ya que te encuentras bien, es hora de que me retire.
Estaba molesta, no recibió una disculpa de parte del mago por quemar sus vestidos. Aunque pareciese un berrinche no lo era, al menos no del todo. Cada prenda tenía un valor sentimental único, marcaban épocas en las que vivió y observó a los humanos con cierta cautela. Cuando estuvo sola un par de muggles la observaron e hicieron buenas migas con ella.
— ¿Fuiste la amante de Shakespeare? — Draco estaba harto de ser ignorado, prefería tenerla enojada y lista para clavarle el diente. — Quiero una respuesta.
— No, fui su musa. — Ella le dio una mirada mordaz, giró para verle a la cara — Le di reseñas de mi vida y de ello nació Macbeth, asistí al estreno y en reconocimiento me obsequió uno de los vestidos que quemaste. — Suspiró cansina. — Si bien no podré volver el tiempo atrás, cada objeto tenía un valor sentimental... eran obsequios de personas que hicieron mi existencia menos miserable.
— Debiste estar muy sola. — Draco salió de la cama para acercarse a ella, quería sostenerla de las manos, mas solo pudo observarla anhelante. — Y yo quemé eso recuerdos, debes odiar a los magos. Siento haber actuado sin consultarte antes.
— No odio a los magos de ahora — Hermione lo observó con cierta tristeza, el rostro de Draco apareció más de diez ocasiones en su vida y le recordaba lo miserable que era el estar enamorada — Siglos atrás cuando el ministerio descubrió mi existencia y estableció el Estatuto del Secreto trató de regirme con sus estúpidas reglas, pero eso no me impidió seguir paseando a mis anchas por el mundo. A quien se me opusiera le quité la sangre hasta dejarlo seco.
— ¿Se convirtieron en vampiros? — Preguntó un tanto asustado recordando su sueño.
Hermione sonrió. — La mordida no te convierte en vampiro, se necesita un par de cosas difíciles de conseguir en estos tiempos, es un secreto que no te diré, pero la falta de ello es la razón por la que quedan muy pocos ejemplares de vampiros.
— ¿debería beber de tu sangre? — Insistió. Podría considerar el quedarse con ella para siempre y prefería parecer joven eternamente a envejecer.
— No te daría de mi sangre así suplicaras de rodillas. — Ella pasó uno de sus dedos sobre el pecho de este, la manera tan suave y provocadora en que lo hizo logró que él se estremeciera. — Pero tú cumples uno de los requisitos, eres tan puro y virginal... pero el otro requisito nunca lo cumpliríamos. — alzó su mano izquierda para ponerle el anillo frente a sus ojos. — ¡Amor verdadero! Un amor que te haga renunciar a tu vida propia por el bienestar del otro. Si tú renuncias a tu corazón yo moriré y eso no es lo que quiero. Yo renunciaría a mi vida solo con el anillo puesto, si me lo quitas nunca te salvaría si estuvieras peligro.
Draco asintió sintiendo la decepción en el ambiente, ella desapareció en una bruma dejándolo solo. Tal vez él nunca podía ser un vampiro y Hermione nunca perdonaría a un hombre Malfoy. Ahogó un grito por la impotencia por un momento se sintió Romeo Montesco por el deseo de renunciar a su apellido y familia.
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