Primer entrenamiento

El viernes después de clases, los cinco chicos se dirigieron de vuelta al bosque Smaragd, le habían propuesto a Aquiles ayuda para enseñarle a controlar su magia y aunque el chico se había negado, la insistencia particular de Lázaro finalmente lo hizo ceder.

Tras atravesar el campamento Transformista, tornan hacia la izquierda, atravesando los cipreses Unsterblicher y todas aquellas plantas a su paso hasta llegar a una zona con algunas elevaciones y un claro libre en una colina donde finalmente se detienen.

—Bien, Aquiles, ¿listo para que te ayudemos a controlar tu magia? —pregunta Eveldrith con emoción mirando al pequeño espíritu de hielo.

Aquiles mira sus manos enguantadas con algo de duda antes de alzar sus grandes ojos tristes hacia Eveldrith.

—¿Están seguros de que esto es buena idea? —pregunta con la voz temblorosa.

—Aquiles, lo necesitas —comenta Alex con calma colocando una mano tranquilizadora en el hombro del pequeño—. Además, Lázaro te comprende perfectamente, puede ayudarte más de lo que crees.

—¿De verdad? —cuestiona Aquiles mirando al aludido.

—De verdad —asegura Lázaro con una sonrisa—. Anda, quítate los guantes.

Aquiles mira sus manos enguantadas con nerviosismo, duda por algunos momentos hasta que finalmente suelta un suspiro y comienza a quitarse los guantes dejando ver un par de manos pequeñas que, increíblemente, son aún más pálidas que el resto de su cuerpo. Alex nota un extraño resplandor celeste que brilla en sus palmas.

—¿Por qué tus manos brillan? —pregunta Dorian directamente.

Aquiles titubea un momento antes de alzar las palmas y mostrar dos copos de nieve azules que hay en sus manos, uno en cada una.

—Las marcas Naturistas, cierto —murmura Lázaro al ver el brillo azulado de los copos—. ¿Por eso duele tanto tocar tu mano?

—Sí —responde el pequeño en un susurro.

Al momento de su nacimiento, los Naturistas poseían, en alguna parte de su cuerpo, una marca que anunciaba el tipo de don que iban a poseer: un copo para los brujos de invierno; un sol para los de verano; una hoja marchita para los de otoño; una flor para los de primavera o algún símbolo de los cuatro elementos para los elementales.

—¿Por qué tienes dos marcas en vez de una? —pregunta Eveldrith, apoyado en un árbol de los que rodea el claro.

—Porque cuando nacen gemelos o mellizos, ambos brujos portan dos marcas —explica el más pequeño mientras su rostro se torna nostálgico.

Gracias a su anterior experiencia con el trágico pasado de Aquiles, nadie quiso preguntar lo que había pasado con el mellizo o gemelo del chico, sólo asumieron que ya no se encontraba en el plano terrenal y mortal.

—¿Esto es seguro? —cuestiona Aquiles mirando sus manos descubiertas.

—Tranquilo, sólo debes confiar en ti —asegura Lázaro mientras se acerca y le cubre ambas manos con las propias—. No tengas miedo, la magia es parte de ti.

Aquiles asiente con algo de duda y Lázaro lo suelta.

—Sé que tienes miedo, que no controlas lo que puedes hacer y sabes que eso puede dañar a alguien —menciona el más alto con una sonrisa tranquilizadora—. Pero si tienes miedo sólo fomentas el descontrol. Lo primero que debes hacer es aceptar tus poderes como parte de ti.

Lázaro inhala profundamente mientras aprieta sus manos y, al exhalar, un montón de rayos azules y púrpuras rodean sus dedos. 

Eveldrith y Aquiles miran hipnotizados el espectáculo eléctrico en manos de Lázaro. Los rayos comienzan a tomar fuerza y las chispas de colores se expanden por sus brazos con lentitud. Lázaro levanta las manos y Alex jala a Aquiles hacia sí para apartarlo del camino.

Los ojos de Lázaro brillan en un intenso color azul eléctrico, aunque pueden verse destellos del rosa natural y de otro color extraño que les da una apariencia de nebulosidad. En su mirada se ve cierto temor y preocupación, similar a Aquiles pero mucho menos intenso.

Al momento de lanzar el hechizo, los rayos en sus manos desaparecen pero no salen disparados, sin embargo, una intensa explosión de sonido hace retumbar la colina y causa que todos se cubran los oídos con fuerza.

—¿Qué fue eso? —pregunta Lázaro confundido.

—Felicidades, ahora también puedes usar Echokinesis —comenta Eveldrith con ligero sarcasmo.

—Genial... —refunfuña el peliazul. Sus ojos resaltan en un peculiar tono azul niebla antes de volver a su color natural—. Bien, Aquiles, te toca. Intenta algo pequeño y que puedas dominar fácilmente.

El aludido da un par de temerosos pasos hacia su interlocutor, respira con fuerza y levanta su pie derecho para después golpearlo contra el suelo causando un brote de escarcha que se expande hasta cubrir toda la superficie del claro.

—Buen truco —afirma Lázaro mientras trata de mantener el equilibrio. Los gemelos no batallan pues optaron por subirse a uno de los árboles de la periferia—. Ahora, ¿te importa deshacerlo?

—No sé hacerlo —admite el pequeño con vergüenza.

—Ah... ¿Eveldrith?

El aludido se acerca a gatas ya que no sabe mantener el equilibrio en hielo sólido y se queda sentado en la superficie para mirar a su pequeño amigo.

—Vas a usar tus manos esta vez —avisa con calma—. Dicen que un don es más fácil de manipular si se imagina que si se ve, así que cierra los ojos.

Aquiles obedece con algo de nerviosismo y baja la cabeza un poco para poder poner toda su atención en Eveldrith.

—Imagina un torbellino de nieve; no el caos que trae con él, sino la imagen de como la nieve se levanta y se vuelve parte de la masa de aire.

Aquiles asiente mientras la imagen se va formando en su mente, una masa de aire giratorio que comienza a absorber nieve y hielo. Pareciera que gira en cámara lenta puesto que no hay caos, sólo un montón de elementos invernales siendo atraídos hacia él como en una esfera.

—Ahora, no dejes de pensar en eso —indica Eveldrith mientras se arrodilla para tomar las manos del chico y colocarlas, abiertas, a los costados y con los dedos hacia el suelo—, respira profundo y, con fuerza, levanta las manos como si ellas fueran el torbellino que levanta el hielo.

El joven espíritu de hielo jala aire con fuerza antes de levantar las manos lentamente, como si levantara un peso inmenso. En su mente, la imágen del torbellino cobra fuerza mientras que, en la realidad, el hielo comienza a resquebrajarse y levantarse con algo de dificultad.

A medida que Aquiles levanta las manos, una fuerte brisa de aire frío comienza a girar en el claro llevándose con ella los trozos de hielo. Los gemelos se sostienen con fuerza de las ramas del árbol; Lázaro y Eveldrith miran con orgullo como el último trozo de escarcha es arrancado por el aire.

—Bien, Aquiles, escúchame —indica Lázaro alzando la voz sobre el estruendo del viento—. Ahora vas a juntar tus manos en una esfera pero el torbellino debe quedar dentro de ella.

El chico asiente con los ojos apretados, con lentitud y mucho esfuerzo, acerca sus manos hacia su pecho, reduciendo el torbellino a algo más pequeño y céntrico. Cuando sus manos hacen una pequeña bola el tornado, que ha convertido el hielo en nieve, cabe en sus palmas. Aquiles abre los ojos con una sonrisa nerviosa.

—Bien hecho —felicita Lázaro con una sonrisa orgullosa y optimista—. Ahora trata de convertir eso en un hechizo de nieve. Ya lo tienes.

Aquiles respira profundo y crispa las manos para concentrar toda su fuerza. Con dificultad, consigue que una pequeña esfera de luz azul salga de sus manos y el torbellino de nieve se mueva dentro de esta. Lázaro asiente sin variar su gesto mientras lo motiva a mover sus manos para ampliar la esfera.

El pequeño inspira profundo antes de girar sus manos para ampliar un poco el alcance de su magia y entonces sus manos empiezan a temblar. Aquiles mira sus manos horrorizado. El hielo a sus pies comienza a volverse más grueso y una suave corriente de viento helado sopla.

—Cu... cu... cubranse —murmura el pequeño espíritu de hielo.

—Aquiles, calma —tranquiliza Lázaro tratando de acercarse pero el chico retrocedió de inmediato. 

—¡No! ¡Hablo en serio! —grita mientras el aire comienza a soplar con mayor intensidad.

Lázaro trata acercarse de nuevo, no obstante, las manos de Aquiles sueltan un brillo mucho más intenso que lo hace retroceder. Antes de que cualquiera pueda entender lo que pasa, de las manos de Aquiles sale un intenso haz de luz azul celeste que lo tira al suelo en sentido contrario mientras la magia se encamina hacia Lázaro.

Todo pasó muy rápido: el haz de luz, la caída, el empujón de Eveldrith a Lázaro para evitar que recibiera el hechizo, la magia rebotando entre los árboles hasta ir a parar junto a los gemelos quienes, tratando de escapar, resbalaron por la ladera de la montaña.

—¡Gemelos! —llama Aquiles al verlos caer y se levanta entre temblores para ir a verlos.

En la ladera, una mano pálida se sostiene con fuerza del césped escarchado. Cuando Aquiles se agacha para buscar a los gemelos, ve a Alex colgando precariamente del borde mientras sostiene a su hermano por el cuello de la túnica.

—¿Alex? —exhala el pequeño observando la escena.

—No te preocupes, Aquiles —calma Alex con una sonrisa, como si estar cargando con el peso de él y su hermano no le costara nada—. Estamos bien.

—Me estás ahorcando —se queja de pronto Dorian al tiempo que patalea.

—Oh.

Alex hace un poco de fuerza para levantar a su hermano. Dorian estira los brazos para agarrarse de la montaña pero Aquiles le ofrece ayuda y termina tomando su mano lo que lo hace gritar de dolor al entrar en contacto directo con su piel y su marca. Dorian se suelta de golpe, por lo cual, vuelve a caer y Alex debe tomarlo de un brazo.

—¿Y así osas decir que no eres tarado? —regaña antes de ayudarlo a sostenerse.

—Trata de agarrarte tú de Aquiles a ver si muy valiente —contraataca Dorian antes de alzar la vista hacia el chico que los sigue mirando—. Danos permiso, Aquiles.

El aludido retrocede unos cuantos pasos y, al momento siguiente, ambos gemelos aparecen de un brinco en el claro; Alex, con la gracia de un felino y Dorian, con la fuerza de una bestia.

—¿Están bien? —pregunta el pequeño albino con timidez—. Lamento mucho eso.

—No te preocupes, todo está bien —asegura Dorian con una sonrisa confiada.

—Sí, sólo fue este idiota retrocediendo mal y tirandonos a ambos —completa Alex ganándose una mirada de reproche de parte de su hermano—. ¿Y los otros dos?

Aquiles señala hacia donde se encontraban Lázaro y Eveldrith; los tres dirigen la vista hacia el lugar. Ambos chicos están tirados en el suelo y comienzan a levantarse.

Eveldrith se apoya en sus brazos para retroceder un poco e incorporarse mientras que Lázaro se gira y apoya en sus codos. Sus narices quedan a pocos milímetros y ambos abren los ojos con sorpresa; un suave rubor comienza a teñir las mejillas de Eveldrith.

—Hola —exhala el ojiazul con la voz temblorosa. Su mirada clavada en la mandíbula definida de su amigo... y tal vez un poco más arriba.

—Hola —susurra Lázaro, su cuerpo tenso y sus ojos se pasean por la cara de su amigo. Por unos momentos, sus pecas parecen inmensamente interesantes.

Los gemelos tienen que taparse la boca para no reír y Aquiles aparta la vista con incomodidad, como si estuviera viendo una escena excesivamente privada. La tensión entre ambos amigos es tan intensa que casi podría cortarse con una espada, sus corazones laten tan fuerte que ambos pueden escuchar los latidos del otro y, curiosamente, parecen estar sincronizados.

—Gracias —murmura de pronto Lázaro inclinando la cabeza suavemente, lo que causa que sus alientos se mezclen.

—Claro, no hay de que —responde Eveldrith reaccionando de golpe y empujando el suelo con sus manos para levantarse.

Lázaro se queda en el suelo unos momentos más hasta que su amigo le estira la mano para ayudarlo a levantarse. El apretón es firme y el tirón de Eveldrith, aún más... tal vez demasiado puesto que ambos quedan a milímetros de distancia, con las manos aún entrelazadas.

Lázaro sigue viendo las pecas de su amigo. Eveldrith da una mirada rápida a la boca del soldado. Ambos levantan la vista al mismo tiempo; el rosa y el azul tienen un choque eléctrico intenso y delicioso que hace que el color suba por las mejillas de ambos y finalmente se suelten y separen con un aire de incomodidad flotando entre ambos.

—¿Están todos bien? —pregunta Lázaro frotando sus manos con su pantalón en un intento de volver a la normalidad. Eveldrith se queda en silencio y con la mirada gacha.

—Todo bien por acá —afirma Alex después de tapar la boca de Dorian que estaba listo para uno de sus comentarios cizañosos e imprudentes.

Antes de que alguien pueda decir algo más, un silbido veloz y fino rompe el aire. Aquiles apenas alcanza a retroceder la cabeza cuando una flecha de ramas y raíces con punta de piedra pasa rozando su nariz para después clavarse en el árbol más cercano.

—¿Estás bien, Aquiles? —pregunta el mayor de los gemelos Williams al ver la cara de horror de su amigo.

—¿Qué fue eso? —musita el joven Naturista con el cuerpo tenso, listo para una carrera.

—Una flecha de ramas, en el bosque, eso sólo puede significar una cosa...

Antes de que Eveldrith pueda dar su veredicto, un nuevo silbido se escucha y alcanza a reaccionar para tomar en su mano otra flecha idéntica.

—Paseadores —exclama Lázaro mirando en dirección al origen de la flecha.

De entre los árboles, dos seres casi tan enormes como los propios cipreses aparecen avanzando a paso lento. Sus cuerpos tienen una forma que aparentan humanidad pero están hechos de raíces y hojas; sus cabezas simulan piedras blancas talladas como cráneos de venado y de la parte superior se alzan dos enormes y robustos cuernos poco menos gruesos que troncos de roble que forman una especie de "u" muy estilizada. En sus manos llevan, cada uno, un arco que parece ser una extensión de su propio cuerpo y los apuntan con estos y las flechas listas.

—¡Corran! —gritan todos antes de darse a la fuga.

Aquiles se desliza colina abajo casi como si tuviera un tobogán en lugar de césped. Dorian emprende el vuelo con su hermano colgando de una mano antes de lanzarlo para que el mayor vuele por su cuenta. Lázaro se lanza a las copas de los árboles y Eveldrith se pierde entre los troncos.

Los cinco chicos se alejan a toda velocidad, varias flechas amenazan con darles en más de una ocasión: los Paseadores son conocidos por su excelente puntería, nunca fallan un tiro. 

Lázaro, perdido entre las copas, tiene la ventaja de que las ramas le anuncian las flechas y le permiten esquivarlas. Dorian y Alex se permiten elevarse más para que la gravedad juegue a su favor. Eveldrith, como cazador, sabe camuflarse en el entorno y Aquiles usa su tamaño como ventaja y repta bajo los arbustos y raíces para pasar desapercibido.

Al llegar al claro principal del bosque, donde se encuentra el mirador Sehengren; Lázaro, Eveldrith y Aquiles se ven en problemas y los gemelos defienden con rapidez para ayudar. Justo cuando dos flechas están por impactar en los isleños, Alex cae de pie frente a ellos y detiene las flechas con un campo de fuerza.

Los pasos de los Paseadores se acercan lentamente y la amenaza de sus flechas está latente en el aire. De pronto, el ambiente alrededor parece empezar a congelarse y al momento siguiente un poderoso haz de luz celeste se pierde entre los árboles, lo siguiente que se escucha es el sonido de un animal herido y la escarcha ganando terreno. Todos voltean a ver a Aquiles.

El pequeño tiene la respiración agitada, las líneas blancas en sus ojos resplandecen como luces y las marcas en sus manos brillan más de lo normal. Aquiles los mira a todos con algo de nervios.

—¿Eso estuvo bien? —pregunta con timidez.

—El hechizo sí —afirma Lázaro pasándole sus guantes—, pero trata de no hacerlo contra las criaturas del bosque. El trabajo de los Paseadores es eliminar a los agentes nocivos para su ecosistema, son los guardianes de Smaragd.

—Y claramente una helada en medio del bosque de Valerius a principios de febrero es un agente nocivo para el ecosistema —aclara Eveldrith.

—Lo tendré en mente —afirma el espíritu de hielo a la par que termina de ponerse los guantes.

—Ahora, si les parece bien, vámonos antes de que lleguen más guardianes —come

nta Dorian haciendo caso a su propia recomendación.

—¡Sí! —exclaman todos antes de seguirlo.

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