Capítulo 4
¿Mentirle a mi padre? Esa era una idea que nunca se había cruzado por mi cabeza. Estaba acostumbrada a siempre seguir sus órdenes sin importar que y conformarme con lo que me dejaba hacer.
— No lo sé, Lucas. No estoy segura de eso.
Él me miró como a una niña miedosa.
— Confía en mí. — terminó de empacar las cosas y me las ofreció con una gran sonrisa maliciosa.
— Esta bien. — respondí sin estar del todo segura y tomando las bolsas.
— Perfecto, ¿qué tal mañana? — propuso mientras empezó a hacer un inventario. — Ellie. — llamó al no obtener respuesta.
— Si, si, mañana está bien. — contesté intentando sonar relajada. — Mañana es...
— Jueves. — terminó mi oración.
— Jueves, claro.
— Bueno pues, yo terminaré esto y te veré mañana aquí tan pronto salgamos de la escuela. — declaró. — Primero quisiera mostrarte el pueblo. — agregó escribiendo algo en su libreta.
Yo solo asentí.
— Ya debería irme.
Me despedí de Lucas y salí del establecimiento, ya arrepentida.
Suspiré. ¿En qué estaba pensando? No sería capaz de hacer eso, es mi padre, nunca le habia mentido de tal manera.
Pero por el otro lado, él no se iba a dar cuenta y al final, es solo un pequeño recorrido y una cena, no creo que le moleste tanto. Pensaré eso, por ahora tengo que relajarme.
Llegué a casa y descargué todo en la cocina. Encontré a mi padre durmiendo profundamente en el sofá, seguro había llegado del trabajo cansado a recostarse.
Fui por una manta y se la acomodé encima. Tomé un vaso con agua y me fui a mi habitación a recostarme, sin aun querer dormirme.
Me quedé un rato mirando hacia el techo iluminado con la luz de la gran ventana que había encima mío. A mi lado, se encontraban tiradas varias cajas que me faltaban por desempacar y un alto estante que sería próximamente habitado por todos mis libros favoritos.
Aunque fuera pequeña, me gustaba mi habitación, era bastante acogedora y daba una sensación hogareña al momento en que entraba. Entre todos esos pensamientos y divagaciones no me di cuenta del momento en que quedé dormida sabiendo que mañana sería un largo pero emocionante día.
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El día se fue rápido en la escuela, le dije a mi padre que pasaría la tarde en la biblioteca haciendo deberes, cosa que, obviamente no era verdad.
En clase de matemáticas, me acerqué más a Katia, hicimos algunos ejercicios juntas y ella me contó que desde pequeña siempre le habían gustado las matemáticas porque le parecían mágicas y siempre habia sido buena en ellas. En eso si la envidiaba.
Las clases pasaron y ya me encontraba caminando nerviosa hacia la tienda de Lucas. Mi corazón latía rápido, me preocupaba el hecho de que pasaría frente al trabajo de mi padre. Intenté caminar lo más rápido posible y no enviar mi mirada a aquel lugar. Si tenía suerte llegaría viva a la tienda.
Di un fuerte suspiro y celebré por dentro cuando por fin pisé el establecimiento.
Encontré a Lucas parado sobre una escalera organizando unas latas con un delantal alrededor de su cintura.
— Hola. — me anuncié. Él posó su mirada en mi, reconociéndome.
— Ellie, hola. — saludó bajando y quedando a mi altura.
— Estoy lista. — balancee mis brazos, nerviosa.
— Ok, déjame me quito esta cosa y salimos. — dijo mientras caminaba a un pequeño cuarto — estás en buenas manos. — gritó antes de adentrarse en la habitación para cambiarse.
Mientras Lucas se organizaba, empecé a inspeccionar un poco el local. No era una tienda muy grande pero tampoco era pequeña; tenía tres largos pasillos y dos refrigeradores con todos los productos congelados. Noté que había una pequeña puerta en una esquina, pero preferí conformarme con mirar.
— Estoy listo. — salió vestido del pequeño cuarto. — Espérame cierro todo.
Tenía un buzo gris remangado con una pequeña cadena alrededor de su cuello, sus manos, como siempre acompañadas de varias manillas y unos jeans con un pequeño dobladillo al final.
— ¿Vamos, señorita? — propuso ofreciendo su mano divertido.
— Vamos. — sonreí y la tomé.
Me dejé guiar por Lucas hasta que llegamos a un hermoso lago localizado al final del pequeño pueblo.
— El famoso Crystal Lake. — presentó acercándose a la orilla. — De ahí el nombre de este hermoso, encantador y a veces estresante, pueblo. — agregó.
— Es muy lindo. — exclamé mientras admiraba la vista.
Los árboles rodeaban todo el lago y a lo lejos se veían algunas casas. El sonido del agua fluir tranquilizaba.
— Ven, siéntate. — incitó el castaño.
Yo me acomodé a su lado y nos quedamos un rato en silencio.
— Sé que llevó poco tiempo aquí, pero, creo que ya me he encariñado con este lugar. — le dije sonriendo. Me arrepentía de haber tenido deseos de volver a New Jersey, si lo extrañaba, pero me emociona descubrir lo que tiene este sitio por ofrecer.
— Es normal, este pueblo te hace sentir en casa. — alzó sus hombros. Yo me reí. — ¿Que te causa gracia?
— Nunca me dijiste que es lo que tanto decía la gente de mí.
— ¿Todavía sigues con eso? — se sorprendió. — Diablos, quisiera tu memoria.
— Es en serio. — lo amenacé curiosa.
— Yo también lo digo en serio, me serviría tanto en los exámenes. — bromeó riendo y me percaté de cómo sus ojos se encogieron al hacerlo, era tierno.
— Es extraño, siempre te veo trabajando y corriendo estresado, pero aquí estás... tranquilo. — comenté extrañada.
— Es solo que; la tienda, mis hermanas, la escuela, son demasiadas cosas por mantener. — respondió. — pero tienes razón, estoy relajado aquí, contigo. — volteo su mirada hacia mí. — se siente raro.
— Tienes que relajarte de vez en cuando. — sugerí. Él hizo una mueca con su cara.
— Nah, me gusta estar ocupado. — jugó con sus pies que colgaban en la orilla.
— Por ahora... — lo miré y le di una pequeña sonrisa. — creo que has sido un buen guía.
— ¿En serio? — preguntó sintiéndose halagado. — Pues gracias.
— De nada. - contesté. — así que, ¿prácticas soccer?
— Practicaba, tuve que dejarlo. — contestó un tanto desanimado. — ahí conocí a Javier, es algo inmaduro a veces, pero es un gran amigo. — yo asentí entendiendo.
— No tienes muchos amigos, ¿verdad? — pregunté recordando que siempre lo veía con los mismos cuatro chicos.
— Tú no tienes pelos en la punta, ¿verdad? — replicó sarcástico. Yo me quede callada arrepentida. — No, no tengo muchos amigos. En realidad, casi siempre somos Javier y yo — afirmó con un poco de gracia.
— Esta bien. Yo tampoco es que tenga muchos amigos. — intenté reconfortarlo. Él rio.
— Llegaste hace casi una semana, me ofendería si tuvieras más amigos que yo.
— Solo intentaba decirte que está bien. Como decía mi abuela, mejor calidad que cantidad. — cité orgullosa. El me miró confundido, pero aceptó el refrán con gracia.
— ¿Extrañas New Jersey? — preguntó interesado, volteándose quedando frente a mí. Yo me quede pensativa unos segundos, recordando las cosas allí.
— Si. Creo que sí. — admití nostálgica. — pero me gusta probar nuevas cosas. Me emocioné mucho cuando supe de la mudanza. — reí recordando. Él sonrió ligeramente.
— Bien. — se levantó de repente. — vamos, tengo muchas cosas por mostrarte. — me ofreció su mano ayudándome a parar y salimos lentamente del lago.
Aún me sentía culpable por mentirle a mi padre. Sentía que lo traicionaba de una forma u otra, pero ya no podía revertir nada, al fin y al cabo ya estaba afuera.
La tarde se nos fue volando, Lucas no mintió al decirme que me enseñaría todo. Vimos la pequeña pero elegante iglesia que protagonizaba la mayor parte del pueblo. Luego, la plazoleta, con varios puestos de comida y llena de bancas para sentarte a reflexionar. En todos lados veía grupos de personas, y me mostró sus puestos de comida favoritos, era una linda vibra.
— Creo que hemos terminado el tour. — anunció mientras descansábamos en una banca.
— Fue divertido. — respondí feliz.
— Cierto. Aunque es triste, no sé cuándo volveré a ser guía turístico otra vez. — dijo sonando desconcertado.
— No creo que sea problema, pronto llegarán más clientes. — puse mi mano en su espalda apoyándolo.
— Pero llegó la mejor parte de todo. — se levantó entusiasmado. — es hora de cenar.
— Estoy algo nerviosa. — dije parándome insegura. — ¿Y si no le agrado a tu familia? No quisiera darles una mala impresión.
— Tranquila. Te van a amar, ya verás.
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Lucas en galería.
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