Capítulo 13
Me senté asustada. Creía que todo esto sería la segunda parte de mi regaño y, aun así, no me sentía preparada.
— Amelia me contó sobre su discusión ayer.
Con que era eso.
— Quería pedirte que te disculpes con ella.
— ¿Qué? — me elevé disgustada.
Esta familia cada vez me sorprendía más.
— Como escuchaste. Hazlo.
Quería debatirle y explicarle realmente lo que había pasado, pero sabía que eso no me llevaría a ninguna parte, y sabiendo eso accedí. Igual, no fue muy lindo como le hablé a ella ayer tampoco.
— Lo siento, Amelia. Me pasé un poco de la raya. — juguetee con mis dedos pareciendo desinteresada. Ella sonrió.
— Disculpa aceptada. — se tiró a abrazarme. — yo también lo siento, no debí haber dicho nada. Es tu vida privada después de todo. Solo pensé que sería gracioso, pero se me salió de las manos. — posó su brazo en mi hombro, arrepentida.
— Acepto tu disculpa, pero no lo vuelvas a hacer... Jamás. — amenacé seria.
— ¿Ven? No era tan difícil. — celebró mi padre, empalmando sus manos, orgulloso.
— Tienes razón. Igual sabía que Ellie no lo decía de verdad cuando dijo que tú no me "aguantabas". — contó haciendo comillas con sus dedos y refiriéndose a mi padre, yo reí.
— Son tonterías de Ellie. — soltó una sonrisa medio nerviosa. En el fondo sabía que era verdad, razón por la que solté una risilla. Él me miró amenazante.
Pasamos el resto de la tarde haciendo la cena, mientras que Amelia y mi padre salieron a caminar.
A eso de las siete, ambos llegaron justo a tiempo para cenar. Preparé un delicioso pollo con salsa agridulce y puré de papa, el cuál aprendí a hacer gracias a mi abuela.
Nos sentamos felices y disfrutamos del rico plato. Platicamos un poco, charlamos y luego, después de organizar la cocina y demás, estábamos ya listos para dormir.
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Esta vez no estaba sola cuando me preparaba para ir a la escuela; tenía a Amelia a mi lado, alistándose para volver a casa. Fue una agradable - no tan agradable compañía.
Desayuné rápidamente, terminé de cepillar mis dientes y, con un largo abrazo (más de parte de ella que mío) me despedí de Amelia saliendo apurada al colegio.
El día fue sencillo. En clase de Álgebra, el profe me felicitó por haber mejorado mis calificaciones dándome un crédito extra, eso se lo debo a Katia.
Aparte de eso, creo que no pasó nada interesante en la escuela más que hablar con los chicos y Katia, pero aquello ya se había vuelto costumbre.
Volví a casa cansada y tirándome directo en la cama. No me había fijado si mi padre ya había llegado, pero antes de tan siquiera poder pensar en levantarme a revisar, el sueño me ganó y caí profunda a dormir.
— Ellie, despierta. La comida está lista. — la gruesa voz de mi padre llamándome desde la puerta, me forzó a dar un brinco.
Bostecé, restregué mis ojos todavía algo dormida y salí a la cocina hambrienta. La mesa estaba lista con mi padre ya sentado comiendo.
— Se ve muy rico. — admiré la exquisita tortilla frente a mí, antes de sentarme y probarla.
— Tendré que viajar mañana. — anunció de repente, y con un pequeño tono de preocupación en su voz.
— ¿A dónde?
Esto era extraño, a mi padre no le gustaban mucho los viajes o salidas y cuando tenía que hacerlo, normalmente los rechazaba.
— La empresa en New Jersey. Tengo que ir por unos papeles. — explicó tragando.
— Igual vuelves mañana mismo, ¿no?
— No. Todo el fin de semana. — recalcó. Yo asentí entendiendo. — no quiero dejarte sola, Ellie.
— No, no, está bien. Solo son dos días. — sabía que eso era lo que el menos quería que pasara y más en estos momentos.
— ¿Segura? Ellie, estoy confiando en ti. — amenazó alzando sus cejas.
— Totalmente, no tienes nada de qué preocuparte. — dije, y era verdad.
— Esta bien.
Honestamente, no pensé que aceptaría tan fácil. Viniendo de él, poner seguros y cámaras por toda la casa no sería suficiente. A veces era algo contradictorio.
Terminamos de comer, el aún seguía con sus dudas, pero yo estaba feliz. Un fin de semana yo sola, hace mucho no tenía eso.
Lavé los platos y me quedé un rato en la sala leyendo. Mi padre se acostó temprano gracias a que el viaje era en la mañana, yo hice lo mismo, pero más tarde ya que esa siesta me quitó mucho el sueño.
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El fuerte sonido del timbre me despertó bruscamente haciéndome sobresaltar. Una, dos, tres, hasta cuatro veces seguidas, me harté y me levanté estresada a abrir.
— ¡Dios! Con una vez que toques, es suficiente. — me quejé agotada abriendo la puerta.
Para mi sorpresa, las tan reconocidas caras de Lucas, Javier y Katia me recibieron alegres frente la puerta. Bueno, Katia no tanto.
— Pero, ¿Como no estás saltando de alegría? — habló feliz Javier tomándome de los hombros y sacudiéndome fuerte.
— ¿Qué hora es? ¿Qué hacen aquí? — bostecé confundida, todavía con los ojos medio cerrados.
— Claro, claro, te estás haciendo. — dijo entre risas, yo lo miré incrédula.
— Estás confundiendo a la pobre, Javier. — habló ahora el castaño. — Vimos el carro de tu padre irse... y preguntamos y nos dijeron que se iría todo el fin de semana. — sus ojos brillaron ilusionados.
— Pero...
— ¡Es tu oportunidad! — gritó entusiasmado, Javier.
— Katia, ¿Tu qué haces aquí? — la miré extrañada. Ella se interpuso entre ellos para adentrarse en la casa hasta mí.
— Ellos son unos locos. Tocaron mi puerta y dijeron que era urgente que teníamos que venir a tu casa. — susurró mirándolos. — son las ocho de la mañana, Ellie. Un sábado, despierta a las ocho de la mañana. — agregó sufrida. Yo reí.
— Bueno, lo siento, pero...
— Yo tenía pensado ir primero al lago, pero puede ser a donde tú quieras. — interrumpió Lucas rascando dudoso su cabeza.
— Eh, pero ¿cómo va a ser lo que ella quiera si nunca ha salido, tonto? Pensá en grande. — incitó Javier abriendo sus manos al aire, como si presentara algo.
— Tienes razón, un lugar al que nunca allá ido... — afirmó pensativo Lucas acariciando su mentón.
— Yo digo que un viaje a...
— ¡Oigan! — grité callándolos. — no lo haré. Mi padre confía en mí, no quiero defraudarlo de nuevo.
Ambos se miraron confundidos.
— ¿Es un chiste verdad?
— Ellie, entiendo que no quieras decepcionar a tu padre ni nada, pero...
— Pero son sus reglas y tengo que aceptarlas. — me negué firme.
— Por una vez que lo hagas, no te vas a morir. — gruño Javier estresado.
— En serio, lo siento chicos, pero no. — los dos se miraron rendidos.
— ¿Nos dan un momento por favor? — pidió Katia acercándose hacia mí y adentrandome a la casa de la mano tras ella.
Sabía que lo que iba a hacer y no iba a funcionar.
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Javier en galería.
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