9- Clases de surf con el señor engreído
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Barbie Watson
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Estaba acostada en la cama, con la cabeza sobre la almohada y las piernas una sobre la otra. En mis manos tenía el celular, revisando, una vez más, el Instagram de Marcos. Tenía más de veinte mil seguidores, muy inteligentes, por cierto. ¿Quién no querría seguir a alguien que publica esas increíbles fotos? Bueno, yo no lo estaba siguiendo, simplemente había entrado a su cuenta para enviarle un mensaje y ajustar la hora para visitar el Cristo Redentor el día anterior. Después de eso, comencé a revisar sus publicaciones de vez en cuando. Había muchas fotos, la mayoría eran con sus amigos y otras él solo. Yo me había "obsesionado" con una en particular: él se encontraba parado con un short de playa floreado y su tabla de surf enterrada en la arena. Podía ver detalladamente su despampanante cuerpo de actor y el rostro de felicidad que se le formaba. Estaba haciéndole zoom a su abdomen cuando un mensaje se mostró en la parte superior del teléfono.
"¿Te gustan mis fotos, pelirroja?"
Mi corazón dio un vuelco al leer las palabras que me había escrito Marcos. Sabía que era imposible que él supiera que yo estaba analizando su perfil descaradamente, pero puse en duda el poder de la tecnología. ¿Acaso sabía que yo estaba metida en su cuenta en ese momento? Entré al chat y tecleé una respuesta.
"La verdad es que no he tenido tiempo de verlas."
Su próximo mensaje no tardó en llegar:
"Voy a fingir que te creo. Ah, y yo si he visto las tuyas ;)"
Salí de la conversación y entré en mi cuenta, necesitaba asegurarme de que lucía decente en todas las imágenes que había publicado. Yo contaba con quinientos seguidores, muchos menos que él. Las últimas fotos que había subido eran sobre el viaje, mi familia y...
"Me gusta, sobre todo, la que estás en biquini."
Me sonrojé mientras leía el texto. Había olvidado por completo la foto en la que salía en la piscina del hotel con un biquini. No era pudorosa ni nada por el estilo, pero obviamente me resultaba incómodo que alguien estuviera viéndome con tan poca ropa. No debí haber posteado esa imagen.
"Hey, responde, ¿no?", volvió a enviarme un mensaje.
"Lo siento, me distraje. ¿Estás emocionado para darme clases de surf? :)"
Realmente necesitaba cambiar de tema.
Él no contestó, sin embargo, decidió hacer una videollamada. Estaba dudando al ver la videollamada entrante en mi pantalla. Me senté en mi cama y miré a mi alrededor, como si eso me fuera a ayudar con mi problema. Marcos seguía insistiendo, al parecer tenía muchas ganas de verme. Peiné mi cabello con las manos y me enderecé. Contesté y apareció el rostro sonriente del señor engreído. Él estaba sentado en lo que parecía ser una silla de madera, no pude descifrar qué lugar era; había un poco de reguero.
—Hola, Sirenita Ariel —saludó con voz aterciopelada.
—Hola —le sonreí con un poco de timidez.
Yo no solía hacer videollamada a menos que tuviera un máximo de confianza con la persona, pero no me pareció educado rechazar a Marcos. Él se había portado bastante bien conmigo: me salvó de lo que pudo ser un violador, me llevó de compras, fue conmigo al concierto, incluso hizo de guía turístico para que mi familia y yo conociéramos mejor Río de Janeiro.
—En cuanto a tu pregunta anterior —se refirió a mi último mensaje—, estoy más emocionado de lo que me gustaría por comenzar con las clases.
—Yo también —proseguí con entusiasmo—. Perdón por mi intromisión, pero ¿dónde estás? —no pude evitar la pregunta.
—En tu mente todo el tiempo, seguro —me hizo un guiño.
—Idiota —susurré.
—Tú también eres un poco idiota —se puso de pie—. Este es mi taller de pintura —comenzó a mostrármelo a través de la cámara—. Por aquí están las pinturas que ya he terminado, aquí los pinceles, hojas...
Por un momento, noté un lienzo sobre un caballete. Había lo que parecía ser la playa y... ¿Una chica pelirroja? Todo pasó muy rápido, por lo que no logré analizar bien.
—¿Qué era eso? —indagué.
—¿A qué te refieres? —su rostro se volvió a mostrar.
—Creo que era la playa, también había una chica...
—No sé de qué me estás hablando —la seriedad invadió su rostro.
—Si me muestras de nuevo...
—Tengo que colgar —me interrumpió y finalizó la llamada.
Okey, eso fue raro.
...
Tenía tres trajes de baño sobre la cama, ya casi era la hora de la clase de surf y aún no me decidía por uno. Estaba entre la trusa verde con una piña en el centro y un trikini completamente rojo, el biquini morado quedaría descartado.
Unos toques en la puerta me hicieron saltar. Me dirigí a ella y la abrí, ahí estaba Jeremy. No se veía radiante y alegre como siempre, sino un poco cabizbajo y serio. Fruncí el ceño y me hice a un lado para que pasara. Cuando los dos estuvimos dentro, cerré la puerta y me dediqué a observarlo.
—Bueno... yo... —comenzó a hablar.
—Tú... —lo incité a continuar.
—Debemos hablar de una vez —suspiró y me miró fijamente.
—¿Hablar de qué? —crucé los brazos con confusión.
—De todo, de ti, de mí, de... nosotros —dijo finalmente, soltando un suspiro.
Abrí un poco los ojos por la sorpresa. Mi amigo se dirigió a una esquina de la cama y tomó asiento. Movía su pierna y rascaba la parte de atrás de su cabeza con la mano, gestos que demostraban su estado de nerviosismo. Su vista en el suelo, viajando hacia mí una que otra vez.
—Jer...
—No, Bárbara, en serio necesitamos hablar —él me llamaba muy pocas veces por mi nombre, solo cuando estaba enojado o cuando el tema era realmente importante—. Siento que todo lo hago mal, que cada actitud que tengo es la errónea —nuestras miradas se juntaron—. Una persona me hizo entender que si alguien está actuando mal, ese soy yo —se puso de pie y dio unos pasos hasta mí—. Te conozco de toda la vida y a veces me asusta lo que puedo llegar a sentir. Siempre me he hecho las mismas preguntas: ¿Amigos o algo más? ¿Esto que siento es verdad o solamente me confunden algunas actitudes? ¿Ella siente lo mismo? —suspiró y cerró los ojos por un momento, luego los abrió otra vez. Yo estaba anonadada, no podía ni siquiera articular palabra— Solo necesito saber si mis sentimientos son correspondidos, si no es así, seguiremos como siempre. Lo prometo.
Creo que ahora es cuando me toca responder.
—¿Qué...? ¿Qué sentimientos? —fue lo único que pude decir.
—¿En serio, Manzanita? —volteó los ojos y sonrió—. Esos sentimientos que no se suponen que tengas hacia tu mejor amiga, algo así como... estar enamorado.
La última palabra me dejó aún más impresionada que antes. Mi corazón latía con tanta fuerza que creí que se saldría de mi pecho y regresaría a Las Vegas. Estaba nerviosa y, de una forma u otra, feliz. Siempre quise escuchar esas palabras, siempre esperé el momento en el que Jeremy se me declarara. Ese momento había llegado, y era mucho mejor que en mi mente. Todo parecía tan mágico que tuve miedo de escuchar una alarma y tener que despertar del que sería, sin ningún problema, el mejor sueño de mi vida.
—Yo... creo que tus sentimientos sí son correspondidos —le di una sonrisa y él me la devolvió.
—No lo puedo creer. Esto ha sido más fácil de lo que creí —puso una mano en su pecho y soltó todo el aire que había estado conteniendo.
—Sí, fue bastante fácil.
Jeremy se acercó un poco más a mí, cerrando casi por completo la distancia entre ambos. Su mano derecha me acarició la mejilla y la izquierda sujetó mi cintura. Nuestras respiraciones se entremezclaban y la punta de mi nariz rozaba la de él. Mi subconsciente gritaba con ahínco "¡Bésalo, Bárbara, bésalo!"
—Oh —ambos nos separamos de inmediato al escuchar a Alice—. Perdón por interrumpir.
La mujer estaba en el umbral de la puerta con una expresión de arrepentimiento. Su cabello estaba suelto y usaba un vestido beige por las rodillas, acompañado por unas sandalias blancas.
—No pasa nada, solo estábamos charlando —habló mi amigo.
—No le puedes mentir a tu propia madre, hijo —prosiguió Alice y me guiñó un ojo. Le sonreí y bajé la mirada—. Venía para pedirte ayuda con una maleta, es muy pesada y no puedo cargarla sola —le dijo a Jer.
—De acuerdo —respondió él—. Nos vemos luego, Manzanita —me dio la espalda y se dispuso a salir—. Por cierto —se volteó—, la de la piña está muy chula.
Sonreí y, cuando ambos se marcharon, me puse la trusa con la fruta.
Salí del hotel luego de ponerme un vestido sencillo y crucé hasta la playa. Me sentía como en mi primer día de universidad: nerviosa, pero dispuesta a aprender nuevas cosas. La playa estaba un poco vacía, ni siquiera localizaba al que sería el grupo de aprendices. Giré mi cabeza de un lado a otro, buscando a Marcos. Finalmente, localicé al rubio en la orilla, junto a alguien más. Estaba sentado sobre su tabla, dándome la espalda. Me acerqué a paso apurado y me detuve detrás de ellos.
—Buenos días —saludé.
Ambos se voltearon y descubrí que la acompañante de mi profesor era Adriana. Ésta usaba un traje amarillo, su cabello estaba recogido en un moño bastante alto y a su lado tenía su tabla de surfear. Marcos también llevaba un traje, era negro y se ajustaba a su figura.
—Hola —añadió él—. Llegas muy temprano.
—Ya veo —proseguí.
—Siéntate con nosotros —invitó la muchacha e hizo un espacio entre Marcos y ella.
Me senté y fijé mi vista en el agua, la playa estaba cristalina y tranquila. Algunas aves pasaban volando, haciendo que la imagen fuera aún más perfecta. Frente a nosotros pasaron una parejita de infantes. La niña miraba al niño de la misma forma que yo miraba a mi mejor amigo, seguramente serían novios de mayores.
—¿Dónde dejaste tu tabla? —cuestionó Adriana.
—Oh —la miré—, yo... olvidé ese detalle. No tengo una.
Marcos soltó una risa burlona a mi izquierda, todo lo contrario de la chica que me miraba con compasión. Era posible que sintiera lástima de esta pobre principiante.
—Yo te prestaré la mía —me sonrió.
—Muchas gracias —le dije y casi salto sobre ella para abrazarla: su gesto había sido bastante amable.
Unos jóvenes se acercaron a nosotros y comenzaron a hablar con Marcos en portugués. Sus frases eran muy fluidas y deseé poder unirme a ellos, pero eso sería imposible, solo sabía hablar español e inglés.
Nueva tarea: aprender portugués.
Otras personas se integraron al grupo. Me fijé en que todos estaban bien preparados para la clase, al menos ellos habían sido lo suficientemente creativos como para presentarse con una tabla.
—Vamos a comenzar —avisó Marcos.
Nos pusimos de pie y caminamos unos pasos hacia atrás. En total éramos más o menos doce alumnos. Comenzaron las clases de surf con el señor engreído, todos atendíamos con interés. Él empezó a explicar algo en su idioma y pensé que no tendría compasión de mí, pero, pasados unos minutos, se volteó hacia donde yo estaba.
—Les decía que, al parecer, el surf se ha practicado hace unos quinientos años—comenzó a explicar—. Se rumorea que hacia el siglo XVIII en Hawaii, llegó el inglés James Cook y se fijó en que los nativos se deslizaban sobre las olas utilizando una tabla de madera. Esto ya lo había visto en uno de sus viajes a Haití. Cook les prohibió está práctica y, en venganza, lo mataron. Por lo que se llega a pensar que su origen se dio en América, pero fue hasta el siglo XX que resurgió y se empezó a hacer popular en la costa de California y Australia gracias al hawaiano olímpico: Duke Kahanamoku —concluyó y, una vez más, su capacidad para almacenar información me sorprendió.
Volvió a dirigirse al resto y yo me dediqué a observarlo. Su forma de explicar, de hacer gestos... todo era muy profesional. Seguro llevaba haciendo esto mucho tiempo. Varias de las chicas lo miraban embobadas, incluso un par de chicos; es que realmente teníamos un profesor sexy.
—Voy contigo, Sirenita Ariel —se volvió a mí—. Dependiendo del tamaño de la tabla, puedes hablar de shorthboard o surf de tabla corta: son para mayores maniobras, pero te dan menos velocidad. Longboard o tablón: es el estilo clásico. Las tablas son más anchas y gruesas, alcanzando mayor velocidad y haciendo maniobras más suaves.
El tiempo pasó volando y aprendí muchas cosas nuevas. Marcos nos explicó, entre otras cosas, cada una de las partes de la tabla, así como su función e importancia; agradecí mentalmente tener la de Adriana para comprender mejor. La mayoría se fue y otros decidieron darse un chapuzón o quedarse charlando. Yo fui hasta donde se encontraba la muchacha rubia, la cual había estado todo el tiempo sentada en la orilla. Ella me miró y sonrió, poniéndose de pie.
—Gracias por prestármela —le agradecí a la vez que le devolvía su pertenencia.
—No hay problema. Deberías tener una si quieres estar en las clases —me dijo—. Marcos tiene algunas que no utiliza, puede darte alguna.
—¿Hablando de mí? —nos interrumpió él.
—Le decía a Barbie que le puedes regalar una tabla —volvió a hablar Adriana.
—Claro, podemos ir a mi casa ahora mismo —posó sus ojos en mí, esperando una respuesta.
—¿Ahora? —interrogué y él asintió—. Bueno, supongo que no tengo nada que hacer —me encogí de hombros.
—Genial. Luego hablamos, Adri —dijo Marcos y le dio un beso en la mejilla.
Ambos nos dirigimos al ya conocido Mustang. Él introdujo su tabla azul con diseños negros en la parte de atrás. Nos sentamos en los asientos delanteros y comenzamos el viaje hasta su casa.
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