8- Cristo Redentor
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Marcos Carvalho
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Íbamos caminando en dirección al auto. Había pasado una buena noche y estaba feliz por haber invitado a Barbie. Presenciar en vivo un concierto de Ivete Sangalo era, sin dudas, una de las mejores experiencias que había tenido. El tiempo había pasado volando y ya eran más o menos las diez de la noche.
—No lo he olvidado —dijo de repente.
—¿El qué? —cuestioné confundido.
—Hoy te puedo hacer todas las preguntas que yo quiera —prosiguió con una sonrisa.
Dejé de caminar y ella hizo lo mismo. Quedamos parados uno frente al otro y pude presenciar nuevamente su aspecto: el vestido que le había comprado le quedaba muy bien, y sus ojos verdes tenían más brillo debajo de la resplandeciente luna; realmente se veía bastante interesante.
—Bien, ¿qué quieres preguntar? —indagué.
—Bueno... no sé —bajó la mirada hasta el suelo y luego la posó en mí otra vez—. Empecemos por lo básico: ¿Cuál es tu apellido? ¿Hablabas en serio cuando dijiste que era Ronaldo?
—No, no hablaba en serio —respondí—. ¿Quieres ir a otro lugar o te gustaría quedarte de pie toda la noche?
—Vamos a la playa —propuso.
Yo asentí y nos pusimos en marcha nuevamente para ir a mi coche. En el camino no podía dejar de mirar a Bárbara. Al principio no llamó mi atención, pero con el tiempo que llevaba viéndola por doquier, logró que una parte de mi interés despertara por ella. Yo también quería conocerla mejor: saber de su vida en Las Vegas, de su familia, sus gustos y forma de ser. Esa chica aún resultaba un enigma para mí y estaba seguro de que yo era otro para ella. Ambos queríamos resolver el enigma, y los dos estábamos dispuestos a descifrarlo esta noche.
Llegamos a la playa y nos bajamos del Mustang. Una brisa fresca nos azotó en cuanto pusimos un pie afuera del vehículo. Me hubiera gustado tener algún chaleco para prestárselo a la chica que abrazaba su cuerpo a un par de metros, pero solo contaba con mi camisa y no me quedaría semidesnudo, aunque ella seguramente lo habría disfrutado tanto como en el desfile.
No puedo creer que haya ido.
Nos adentramos hasta quedar frente a la playa. Mientras caminábamos le tuve que dar la mano, pues sus tacones le hacían el camino complicado. Las olas resonaban y el olor a mar me trajo mucha paz. Nos sentamos en la orilla y ninguno articuló palabra, estábamos bastante concentrados en lo que teníamos al frente. Inconscientemente, mis ojos viajaron hasta ella. Aún se abrazaba y su labio inferior temblaba ligeramente. Volteé los ojos y comencé a desabotonar mi camisa, Barbie se fijó y el asombro no tardó en plasmarse en su rostro. Su vista acompañaba cada movimiento de mis manos y parecía hipnotizada. Cuando terminé, me quité por completo la prenda y se la puse por encima a ella.
—Oh, gracias —habló en voz baja y se ruborizó cuando escaneó mi abdomen. Sí, definitivamente las horas de ejercicios habían funcionado.
—Carvalho —mencioné y Barbie frunció el ceño—. Ese es mi apellido.
—Ah —asintió—, el mío es Watson.
—¿Te pregunté? —interrogué.
—No, pero supuse que querrías saberlo —se encogió de hombros.
Suspiré y estiré mis brazos hacia atrás, apoyándolos en la arena para recostarme cómodamente. Miré hacia arriba y vi la luna, que iluminaba con millones de estrellas alrededor.
—Sí, quería saberlo —volví a hablar y la sentí sonreír—. ¿Estudias?
—Soy estudiante de arquitectura. Me encantaría ser una reconocida arquitecta cuando termine la universidad, mis padres también lo son —la determinación en su voz era admirable, ella sabía muy bien lo que quería—. ¿Tu estudias o trabajas?
—Yo... —no sabía qué decir. Obviamente no hacía ninguna de las dos cosas, pero no quería lucir como un vago que no hacía nada bueno con su miserable vida—, soy profesor de surf —mentí.
—¿En serio? —se recostó hacia atrás para poder verme mejor—. Me gustaría aprender —sus palabras me sorprendieron.
—¿Por qué? —la observé fijamente.
—He visto a las personas surfear y realmente es increíble, me parece un talento genial —explicó—. ¿Cuánto cobras?
—Pues... —desvié la mirada, no me gustaba mentir de esa forma—, puedo dejártelo gratis.
—¡Qué bien! ¿Qué día empiezo?
—Puedes ir... dentro de tres días —le dije, pues debía buscar personas interesadas en asistir a las clases, de lo contrario, mi mentirita saldría a la luz.
—Fantástico —sonrió.
Se lanzó sobre la arena, quedando acostada. Yo me acosté de lado y apoyé mi cabeza en mi mano, así tenía una mejor visión de ella. El parecido con la Sirenita Ariel me hizo reír, Bárbara me miró sin entender y yo negué con la cabeza.
—¿Alguna otra pregunta? —proseguí.
—Sí, ¿qué edad tienes?
—Veintitrés.
—Un año mayor que yo —declaró, su mano derecha jugaba con la arena—. Tengo una buena —sonrió y se incorporó hasta quedar en mi misma posición—. ¿Cómo haces lo que te place en el Hilton?
—Bueno, soy el hijo del gerente del hotel —respondí a su pregunta.
—Bien, eso tiene sentido.
Miré mi reloj y noté que eran las doce. Tal vez a Barbie se le estaba haciendo tarde para volver al hotel.
—Creo que es hora de que te lleve al hotel, es tarde —agité mi muñeca izquierda, donde tenía puesto el reloj—. Además, me estoy congelando —señalé mi torso y ambos reímos.
—Claro.
Nos levantamos y le ofrecí mi mano, ella la tomó sin problema alguno. La llevé hasta el Hilton Río de Janeiro Copacabana y nos detuvimos en la entrada.
—Eso ha sido todo —añadió—. La pasé bien, gracias por invitarme.
—Yo también la pasé bien —le dediqué una sonrisa.
—Entonces... debería estar —miró a la puerta.
—¿Te acompaño arriba? Tal vez haya algún loco suelto en el interior —comenté y ella soltó una carcajada.
—No creo que haya un loco, pero mejor prevenir.
Entramos y nos dirigimos a su habitación. Cuando llegamos, ella abrió y, después de darme una sonrisa, se dispuso a entrar.
—¿Te irás así, sin más? —interrogué.
—Si piensas que te daré un beso de despedida...
—Simplemente te pediré una cosa, es sencilla y en verdad me gustaría mucho —me acerqué hasta ella con pasos determinados.
—Marcos, no... —su voz era un susurro nervioso.
Coloqué mis dos manos en su cintura y la atraje más a mi cuerpo. Deslicé mis dedos suavemente por su espalda y me detuve en sus hombros. Barbie no parecía entender lo que yo estaba haciendo, simplemente se mantenía serena y hasta embobada. Finalmente agarré el borde superior de la camisa y la arrastré fuera de su cuerpo. Ella abrió un poco más los ojos y pareció comprender la situación.
—No creerías que me iría sin camisa por ahí, ¿no? —cuestioné.
—Eh... no, por supuesto —dio unos pasos hacia atrás—. Buenas noches —se despidió y quedó sola en su habitación.
...
Estaba de pie mirando de un lado a otro. A mi lado había una estaca clavada en la arena con un cartel que decía: "Aulas de surf. Cinco reais por reunião." Mis amigos, sentados de piernas cruzadas, se reían a carcajadas y comentaban en tono bajo.
—¡Basta ya! —les espeté.
—Lo sentimos —dijo Jorge entre risas—, es que te vez muy, muy gracioso —todos lo acompañaron con las burlonas carcajadas hacia mí.
—Sí, Marc, ¿tú dando clases de surf? —prosiguió Clara.
Volteé los ojos y me fijé en un grupo de adolescentes que se acercaba, eran dos chicas y un chico. Se detuvieron frente a mí y le echaron un ojo al cartel.
—Nós queremos nos inscrever —informó una de ellas.
—Claro! —mierda, ¿por qué estaba tan feliz?—. Me diga seus nomes.
Abrí el bloc de notas y escribí el nombre de los muchachos. Después de ajustar el horario, se alejaron con gran emoción. Poco a poco se fueron sumando más a la lista y pasadas unas horas eran nueve alumnos. Me encontraba ansioso y más contento de lo que creí que iba a estar.
Me senté en la arena junto con mis amigos, aún predominaba la expresión de burla en sus rostros. Se ponían jodidamente insoportables a veces.
Tal vez dar clases no resultaba tan malo como pensé en algún momento. Después de todo, yo era el único en el grupo que no estudiaba o tenía un trabajo: Adriana estaba en la empresa de moda, Clara estudiaba derecho junto a Freitas, y Jorge pertenecía a un proyecto musical en el cual tocaba el saxofón. Por lo tanto, no estaba mal dejar de ser la sexy oveja negra entre mis amigos.
—¿Cuándo empiezas? —interrogó la rubia.
—Pasado mañana a las nueve —le respondí y ella asintió.
—A pesar de todas las bromas, estamos contentos de que quieras sentar cabeza —expuso Freitas.
Puse los ojos en blanco e introduje mi mano en el bolsillo de mi pantalón, saqué el celular y miré la hora.
—Mierda —mencioné por lo bajo—. Me tengo que ir —avisé.
—¿Por qué? —preguntó Adriana.
—Tengo algunas cosas que hacer. Nos vemos.
Cogí el cartel encargado de darle publicidad a mi nuevo trabajo y me fui a casa. Había olvidado que iría al Cristo Redentor con Barbie y su familia. Luego de que ella me envió un mensaje por Instagram, ajustamos ir a las once de la mañana y ya eran las diez y media; no quería llegar tarde otra vez.
Janon estaba desempolvando una mesa de la sala cuando yo entré. Me miró y se ruborizó sutilmente para luego volver a sus asuntos. Mi mamá salió de la cocina, llevaba un delantal y un recipiente con una mezcla homogénea.
—Hola, hijo —saludó con una sonrisa y su aún notable asentó mexicano.
—¿Qué tal? —ladeé mi cabeza a modo de saludo.
Los ojos de mi madre viajaron hasta el cartel que yo seguía sostenido, esbozó una sonrisa todavía mayor que la anterior y se acercó para darme un abrazo.
—¡Qué bueno que hayas tomado mi consejo! —exclamó.
—Sí, sí. No hagamos un drama de esto, ¿okey?
—De acuerdo —se separó de mí—. Janon, ¿puedes limpiar esto? —señaló a un poco de masa que había caído al suelo. La empleada asintió y salió de la habitación, supuse que a buscar los instrumentos de limpieza.
—Voy a cambiarme, tengo que salir —informé.
—Oh, ¿a dónde irás? —cuestionó.
—Cristo Rededor —me encogí de hombros y comencé a alejarme.
—¿En serio? ¿No has ido suficientes veces?
—Sí, pero quiero llevar a una... amiga —proseguí a la vez que subía el primer escalón.
Mi mamá no dijo nada más y yo tampoco.
Entré a mi habitación y busqué la ropa que me pondría: una camisa carmín, un jean de mezclilla rasgado y unos tenis negros. Me apliqué colonia y peiné levemente mi cabello hacia atrás.
Fui a buscar mi auto y me dirigí al Hilton. Llegué a las once en punto y todos estaban afuera: Barbie, su amiguito, dos mujeres y un hombre. La pelirroja se acercó a mí y apoyó sus brazos en la ventanilla que había bajado recientemente. Ella usaba un vestido amarillo con flores rosadas, era muy veraniego. Su cabello recogido en una cola alta y un maquillaje muy sencillo. Tenía el mismo olor que la noche del concierto.
—Nuestros padres irán en un taxi, así estaremos más cómodos —me informó con una sonrisa de completa felicidad.
—Está bien.
La muchacha dio la vuelta y se sentó en el asiento copiloto. Su amigo el castaño abrió la puerta trasera y se introdujo en el auto. Lo miré a través del espejito y tuve que contener una carcajada: él estaba tan serio como un preso con cadena perpetua, su vista fija en el suelo y lo pude notar terriblemente tenso e incómodo. Supuse que todo eso era causado por mi deslumbrante presencia. No habíamos hablado mucho, pero obviamente no nos llevábamos bien; no sabía el porqué, seguramente estaba celoso porque me veía como una competencia con Bárbara. A él le gustaba ella, y a ella él. Pero hay personas tan cobardes que no se atreven a confesar algo tan sencillo como unos sentimientos amorosos, perdiendo así a alguien realmente especial.
—Buenos días, compañero —saludé al muchacho, el cual me miró con... ¿odio?
—Buenas —su voz era seria.
Puse en marcha el carro y comenzamos el viaje al lugar más emblemático en Río de Janeiro. Como de costumbre, prendí la radio y se empezó a reproducir una canción. Llegamos después de veintinueve minutos y aparcamos en un estacionamiento cercano. Ahí, con los brazos abiertos, estaba el Cristo Redentor recibiendo a miles de turistas que cada día iban a visitarlo. Los seis nos reunimos y me dispuse a empezar con mi discurso.
—Bien —les sonreí y me posicioné en frente de ellos, dándole la espalda al lugar—. A setecientos nueve metros sobre el nivel del mar se encuentra el Cristo Redentor o Cristo del Corcovado, estatua art déco de Jesús de Nazaret —todos me miraban con atención—. La estatua tiene treinta metros de alto, se puede subir en un taxi o en un funicular/tren cremallera que sale de Cosme Velho cada treinta minutos. Si quieren ir, debemos disponer de bastante tiempo, pues se forman colas para tomar el funicular.
—Vaya —una mujer pelirroja tenía la boca abierta y sus ojos iban a salir de su órbita. Supuse que era la madre de la Sirenita Ariel—, ¿cómo sabes todo eso?
—He ido aprendiendo algunas cosas —le dije amablemente.
Nos dirigimos hasta donde estaban unas personas y comenzamos a hacer la fila. No era tan grande, pero había un calor que realmente provocaría que alguien se derritiera.
—Gracias por ser nuestro guía, hemos aprendido mucho contigo —dijo Barbie, la cual se había posicionado a mi lado.
—No hay problema —le guiñé el ojo—. Por cierto, ¿aún irás a las clases de surf? —cuestioné. Todo el asunto de las clases había sido por ella y por su entusiasmo para aprender, esperaba que no me dejara con todo preparado.
—Obvio que iré —sonrió dulcemente—. ¿A qué hora?
—A las ocho de la mañana.
—Okey.
—Manzanita —mencionó Jeremy, uniéndose a nosotros—, esto es muy bonito, ¿no? —su voz era tan dulce con ella. ¡Diablos, iba a vomitar!
—Sí —le dijo ella únicamente.
El chico tenía un pullover gris que decía "Good Vibes", un pantalón corto negro y unos tenis del mismo color. Su cabello ondulado estaba un poco despeinado y tenía esa cara de niño bueno. Sus ojos se posaron en mí y volvió a poner su expresión de "te odio por guapo." Yo le sonreí porque sabía que eso le iba a molestar, él apretó su mandíbula.
Pasó el tiempo y por fin nos tocó tomar el funicular. Subimos hasta el mirador para disfrutar de la visión en trescientos sesenta grados de la ciudad carioca. Verdaderamente era hermosa y nunca me aburriría de verla. Mis acompañantes se notaban aún más impresionados y contentos, tiraban fotos y comentaban absolutamente todo. Barbie cerró los ojos y comenzó a tomar respiraciones profundas. Me acerqué a ella y le propicié un toque en el hombro, ella abrió los ojos.
—¿Qué pasa? —interrogó.
—¿Qué te pasa a ti? Creí que te estaba dando un ataque de pánico —comenté con el ceño fruncido.
—Eres tan tonto —comenzó a reír con sonoridad y yo la acompañé.
—Oye, tampoco te burles de mí, yo solo me estaba preocupando.
La muchacha paró de reír y me miró con diversión, ya había visto esa expresión en el rostro de la pelirroja.
—¿Así que el señor se preocupa por mí?
—Yo de verdad pensé que te estaba dando algo —defendí—. Además, ¿crees que soy un hombre sin corazón ni bondad? Yo me suelo preocupar por las personas.
—Sí, claro.
Estuvimos un rato más en el famoso y hermoso lugar y después nos fuimos. Cada vez me sentía más cómodo con la Sirenita Ariel, incluso llegué a consideran tener una amistad con ella.
Detuve el Mustang junto al hotel y nos bajamos. La pelirroja se acercó a mí con una sonrisa, se veía agradecida.
—Bueno, ha sido muy amable lo que hiciste por nosotros —comentó.
—Sí, la verdad es que fue muy amable —bromeé—. Nos vemos pronto.
—Nos vemos.
—Gracias por todo —me dijo una mujer castaña.
—De nada —proseguí.
El resto se sumó a la conversación, dándome las gracias y expresando lo bien que la habían pasado. Al final todos volvieron al hotel y yo me dispuse a entrar otra vez al auto.
—Oye —me llamaron y yo volteé.
Me acerqué a la persona que había hablado y la miré fijamente, esperando a que soltara lo que tenía que decirme.
—Sé que haces todo esto por ella —comenzó a hablar Jeremy—. Conozco a los de tu clase, estoy seguro de que tu único interés es llevar a Barbie a la cama —estaba furioso y se acercaba más a mí—. No permitiré que le hagas daño, ella se irá de aquí tarde o temprano y no quiero que tenga que cargar con las piezas de su corazón roto.
—Escúchame, imbécil. Tú no vas a venir y decirme lo que te da la gana como si me conocieras de toda la vida —añadí—. Y una cosa más: no se puede romper un corazón que ya está roto. Tal vez debas olvidarte de mí y prestarle más atención a lo que ella siente por ti.
Dicho eso, volví a tomar mi camino, dejando atrás a un desconcertado Jeremy.
Traducción:
Aulas de surf. Cinco reais por reunião: clases de surf. Cinco reales el encuentro.
Nós queremos nos inscrever: queremos apuntarnos.
Claro! Me diga seus nomes: ¡Claro! Díganme sus nombres.
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