6- La sorpresa de mi padre
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Marcos Carvalho
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Me desperté a las siete de la mañana. Estaba hambriento, por lo que bajé hasta la cocina. Ahí estaba Janon distraída con su celular. Levantó la mirada y notó mi presencia, guardando rápidamente el móvil. Estaba usando el uniforme: un vestido negro a mitad de muslos, un chaleco blanco y unos tacones grises. Su cabello recogido en una cola baja y un labial carmesí en sus labios.
—Perdón, no he preparado aún el desayuno —añadió.
—Ya lo hago yo —le dije y abrí el refrigerador.
—¿Seguro? Porque puedo...
—Yo también puedo —le di una sonrisa de boca cerrada.
Cogí los ingredientes necesarios para hacer arepas y comencé con la elaboración. Janon me miraba embobada, nunca me superaría.
—Buenos días —habló mi padre.
Dejé por un momento el desayuno para observar a mi papá. Su pelo castaño oscuro estaba perfectamente peinado, llevaba un traje limpio e impecable y su maleta. Me escaneó con sus ojos verdes y soltó una pequeña risa.
—Ayer modelo, hoy cocinero. No puedo esperar a ver qué serás mañana —comentó y yo suspiré con cansancio—. Me servirás a mí también, ¿no?
—Claro —sonreí "amablemente."
Él caminó hasta la mesa y se sentó en una de las sillas, puso la maleta en el asiento contiguo y comenzó a enviar mensajes de texto.
Terminé de preparar el desayuno, el cual quedó tan perfecto como yo. Serví dos platos y los llevé hasta la mesa.
—¿No le darás a la empleada? —dijo el gran señor Carvalho—. Ella siempre nos prepara la comida, lo mínimo que podemos hacer es invitarla a desayunar con nosotros.
Janon me miraba con nerviosismo, esperando atentamente a mi siguiente acción.
—Me parece justo —proseguí y ambos sonrieron.
Los tres nos sentamos y comenzamos a comer. Un celular empezó a sonar y no tardé en notar que se trataba del de mi padre.
—Lo siento, pero tengo mucho trabajo —informó con la vista fija en la pantalla—. Marcos, cámbiate, hoy te necesitaré.
—¿En tu trabajo? —interrogué.
—Sí, hoy llegan unos invitados especiales y me hará falta tu natural encantó para que los atiendas —explicó—. Sube y ponte tu mejor traje.
Estuve unos segundos en mi puesto y luego fui a cambiarme. Me puse, como pidió mi papá, el mejor traje que tenía en mi closet: un esmoquin negro combinado con una corbata a rayas azul marino y azul oscuro.
Bajé y solamente estaba la empleada, aún saboreando mi platillo. La miré con una expresión de duda y ella pareció leer mi pensamiento.
—Te está esperando afuera.
Salí y ahí estaba mi padre, recostado al Lamborghini negro. Me dio una sonrisa de aprobación y subió al asiento piloto, di la vuelta y me coloqué en el copiloto. El olor a ambientador para autos llenó mis fosas nasales, no sabía cómo alguien podía encontrar eso agradable.
—Te ves bien. Vas a impresionar a los invitados —comentó a la vez que se ponía en marcha.
—¿Quienes son? ¿Acaso no tienes tus propios trabajadores? —interrogué.
—Sí, los tengo, pero estoy seguro de que te agradará la sorpresa —hacía tiempo no veía esa sonrisa en su rostro.
—Comienzas a asustarme —admití.
Llegamos al hotel y nos bajamos. Entramos, todos nos saludaron.
—Aún tardarán un poco. Puedes ir al bar un rato —me dijo.
—Senhor —lo llamó alguien y me quedé solo.
Estuve de pie en mi sitio hasta que decidí dar un paseo por las instalaciones. Conocía el Hilton de memoria, cada rincón de él. Desde que era joven lo visitaba muy seguido y de esa forma logré hacer buena amistad con los trabajadores. Estaba pasando por la piscina cuando me acordé de que Barbie estaba hospedada ahí. Miré a mi alrededor en su busca, pero no di con ella. Me pregunté cuál sería su habitación, había demasiadas.
—¿Marcos? —alguien dijo mi nombre.
Me giré y, como por obra del destino, Bárbara estaba ahí. Llevaba un trikini beige, unas gafas oscuras y una bebida en su mano. La observé descaradamente y confirmé que se veía muy bien. No era una belleza exagerada, pero debía admitir que su largo cabello rojo, su piel blanca y sus curvas, transmitían cierta aura de naturalidad que la hacía bonita.
—No me mires de esa forma —espetó—. ¿Qué haces aquí con ese traje?
—Tengo asuntos que resolver —le dije. Ella no entendía nada, se le notaba en la cara—. No fuiste al desfile.
Su expresión se volvió divertida y hasta coqueta. Le dio un sorbo a su bebida y volvió a hablar.
—Así que me estuviste buscando.
—No, pero noté tu ausencia.
—¿Lo que quiere decir que mi presencia destaca? —ella realmente estaba disfrutando molestarme.
—Vamos a dejarlo ahí —puse fin a la conversación que ya tenía perdida.
Mi celular empezó a sonar. Mi padre me estaba llamando.
—Dame un segundo —le dije a Barbie y me alejé un poco para contestar.
—Marcos, ¿dónde estás? —él no estaba relajado.
—Estoy en...
—Da igual —me cortó—, te necesito conmigo ahora. Estoy abajo.
La llamada se cortó sin oportunidad de que yo hablara. Debía ir con él si no quería escuchar uno de sus discursos. Me volví hacia Bárbara, pero ella ya no estaba. Solté una risa irónica.
Se ha ido.
En el primer piso estaba mi padre con un rostro nervioso. Él se ponía así muy pocas veces, solo cuando pasaba algo realmente importante.
—¿Me vas a decir qué sucede? —le pregunté.
—Cuando esas personas lleguen, tu las recibirás y las acompañarás hasta su habitación —explicó y miró a la entrada—. Son ellos, lo dejo en tus manos —me propició una palmada en el hombro y se perdió.
Por la puerta entró una mujer, llevaba un pañuelo que cubría su cabeza, unas gafas y un vestido largo y elegante. Junto a ella estaba una chica y lo que parecían ser dos guardaespaldas.
—Bem vindo ao Hilton Río de Janeiro Copacabana —les di la bienvenida. Ellos asintieron.
Pasaron por el buró y después los acompañé hasta la habitación, una de las más lujosas. Por el camino les iba hablando sobre el hotel. Me sabía toda su historia, así que les conté desde su apertura originalmente en 1976 como el Hotel Meridien Copacabana, hasta que fue vendido a Blackstone en marzo de 2017, convirtiéndose en el Hilton Río de Janeiro Copacabana el dos de mayo del mismo año.
Los guardaespaldas se quedaron en la entrada y yo entré con las mujeres para mostrarles el interior de la habitación. Quería que se llevaran la mejor impresión posible.
—Aproveite sua estadia —dije cuando estaba a punto de irme.
La mujer se quitó el pañuelo y las gafas. Mi boca casi cae al piso, pero intenté controlarme y actuar con normalidad. Era Ivete Sangalo, una cantante, instrumentista, actriz y compositora brasileña. No lo podía creer, siempre fui un gran fan suyo.
¿Cómo no me di cuenta antes?
—Eu sou um grande admirador seu —comenté entusiasmado.
—Obrigada —sacó unas papeletas de un bolso y se acercó a mí—. Vá ao meu show amanhã à noite.
Tomé las invitaciones y le agradecí. Nunca imaginé que la mismísima Ivete me invitara personalmente a un concierto.
Volví abajo, donde me encontré nuevamente con mi papá. Éste sonreía ampliamente y me esperaba con los brazos cruzados.
—¿Y? —añadió cuando estuve frente a él.
—¿Sabías que sería ella? —pregunté presipitadamente.
—Claro —afirmó—, sabía que te iba a gustar la sorpresa.
—¿Por qué lo hiciste? —cuestioné. Nuestra relación no era la más perfecta del mundo.
—Eres mi hijo y quiero que seas feliz. Es un regalo que te quise dar, no me gusta estar peleado contigo todo el tiempo —explicó—. No quiero que me veas como un enemigo, todo lo que hago es por tu bien.
—De acuerdo. Debo irme, tengo dos boletos y necesito invitar a alguien —comenté y me fui.
...
—¡¿Ivete Sangalo?! —escandalizó Adriana.
Yo asentí y le di un sorbo a la gaseosa. Ella aún no había podido cerrar su boca por la sorpresa. Estábamos sentados en la cama de Adriana. Tenía un cuarto grande, con paredes blancas y muebles rosado claro; pegaba mucho con su personalidad.
—Me parece que estoy soñando —volvió a hablar.
—Creí que ya habías superado la parte de que yo soy real —bromeé.
—Tonto —rió y me cacheteó suavemente—. Voy a ir a un concierto de Ivete —suspiró y se tiró de espaldas contra el colchón.
Su sonrisa soñadora era muy bonita. Su cabello rubio caía revuelto sobre el colchón y sus ojos grandes y verdes miraban el techo. Estaba usando un short a juego con una blusa corta, ambos de la marca Adidas. A veces me sentía un poco mal por no cumplir sus expectativas: me quería completo para ella, un noviazgo como en las películas antiguas de Hollywood, pero se me hacía imposible. Era verdad que se merecía más que yo, aunque desde que comenzamos nuestra relación, se veía muy feliz. Si me preguntaran si estaba enamorado de ella, realmente no sabría qué decir. La quería, siempre lo hice desde que nos volvimos buenos amigos, pero enamorarse era algo más fuerte de lo que yo sentía.
—¿En qué piensas? —interrogó.
—En nada —besé su mejilla—. Paso por ti mañana a las siete. Voy a volver a casa.
Adriana me acompañó hasta la salida y conduje hasta llegar a mi hogar.
Saludé al custodio, quien milagrosamente estaba despierto. Entré y encontré a mi mamá recostada en el sofá. Estaba leyendo un libro a la vez que tomaba café. Me senté a su lado y me miró a través de los espejuelos.
—Tu papá me contó lo de hoy —sonrió.
—Sí, puede ser buena gente cuando se lo propone —me encogí de hombros.
—Estuve pensando en algo —prosiguió—. Sé que te gusta tomar tus propias decisiones y que el tema del trabajo te suele estresar —se quitó los espejos y cerró el libro—. Yo decidí dar clases de pintura en este verano, pues soy buena en ello. Tú eres bueno, entre otras cosas, en el surf. ¿Por qué no das clases?
—¿En serio? ¿Yo de profesor? —me carcajeé.
—Hay muchas personas que no saben surfear, enséñales. Te pasas la vida en la playa, haz algo bueno y aprovecha tu virtud para algo más que causar impresión.
—Lo pensaré —concluí y me puse de pie.
Fui hasta la puerta que estaba al fondo del pasillo y la abrí, ahí estaba mi taller de arte. Mi mamá se encargó de inculcar en mí el amor por la pintura. Las paredes eran de un color beige, había mesas con acuarelas, pinceles, lápices, hojas y cuadernos. El lugar estaba lleno de lienzos en los cuales había diversas obras: paisajes, personas e incluso figuras extrañas que solo yo podía comprender su significado. Me acerqué al caballete, en el cual estaba un lienzo con apenas la playa en él. Llevaba días intentando hacer algo interesante y único, pero al parecer tenía un bloqueo. No se me venía a la mente nada productivo.
La playa. ¿Qué más puedo agregar?
De pronto recordé el día que Barbie destruyó el castillo de arena de aquel niño, la primera vez que la vi. Sonreí y comencé a dibujarlo. ¿Por qué? Ni idea, simplemente me pareció gracioso.
El tono de mi celular casi me hace pegar un salto. Dejé el pincel en la mesa y miré la pantalla del móvil, era Adriana. Me había visto hacía media hora, ¿es que no podía vivir sin mí ni un segundo?
—Dime —contesté.
—Lo siento, Marcos, pero no podré ir mañana —en su voz había pena y tristeza.
—¿De que hablas? ¿No irás al concierto?
—No, tengo una cena de negocios con mis padres y un diseñador de moda.
—Debes estar bromeando —di unos pasos y me senté en un taburete.
—Sabes que la empresa es muy importante.
—No pasa nada —suspiré—, ya invitaré a alguien más. Adiós.
—Nos vemos, gracias por entender.
Culminé la llamada y contemplé mi obra de arte, aún le podía agregar más cosas. Pero mi mente no estaba precisamente en lo que se encontraba frente a mis ojos, sino en la invitación extra que tenía. Tal vez se lo diría a alguno de mis amigos, por ejemplo, Clara. No estaría mal ir con ella.
Busqué su número entre los contactos y le envié un mensaje:
"¿Quieres ir a un concierto?"
Su respuesta no tardó en llegar, era negativa.
—Genial —dije en voz baja.
Volví a mirar la pintura y la solución a mi problema estaba más que clara.
Traducción:
Senhor: señor.
Bem vindo ao Hilton Río de Janeiro Copacabana: bienvenidos al Hilton Río de Janeiro Copacabana.
Obrigada: gracias.
Vá ao meu show amanhã à noite: Ve a mi concierto mañana en la noche.
Aproveite sua estadia: disfrute su estancia.
Eu sou um grande admirador seu: soy un gran admirador suyo.
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