3- Pan de Azúcar
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Barbie Watson
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Estaba sentada en una esquina de la cama. Jeremy, que se encontraba parado frente a mí, me miraba en busca de respuestas.
—Entonces, dime lo que estaba pasando ahí. ¿Por qué había un hombre tirado en el suelo? ¿Quién era el que estaba hablando contigo? —me preguntó.
—El del suelo era... realmente no lo sé, yo simplemente te estaba buscando y él apareció... —negué con la cabeza mientras recordaba el mal momento que había pasado.
—¿Te hizo daño?
—No, el chico que viste llegó a tiempo —sonreí al recordar la satisfacción que me dio al verlo—. Y habla español.
—¿Y eso que tiene que ver? —cuestionó con el ceño fruncido.
—Nada, ya vete, es tarde —le dije y me puse de pie.
Mi amigo se quedó inmóvil, me miraba como si estuviera loca. Dio unos pasos y se posicionó frente a mí.
—Barbie, ¿estás realmente bien?
—Sí, ahora puedes irte.
Caminé hasta el armario y comencé a buscar mi pijama, sí, el que decía "Río de Janeiro." Jeremy continuaba viéndome, no sabía qué quería decir, pero era obvio que algo andaba en su cabeza.
—Me quedaré a dormir contigo —soltó de repente.
Me quedé paralizada y lo miré fijamente. ¿En serio acababa de decir eso? Claramente la idea me parecía estupenda, pero no quería que dejara a su madre sola para quedarse junto a mí.
—No, tú debes ir con tu...
—Manzanita —mencionó y se acercó más a mí. Eso no ayudaba con las mariposas en mi estómago—, no tengo problema alguno en hacerte compañía. Ese hombre intentó hacerte daño y lo menos que puedo hacer es quedarme y hacer que te sientas segura —sujetó mi rostro con sus manos.
—Bien —fue lo único que pude decir. ¿Cómo me iba a resistir a tal propuesta?—. Voy a cambiarme y regreso, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Entré al baño con mi pijama en manos y cerré la puerta. Me apoyé en la meseta y me miré al espejo.
Él dormirá conmigo.
Seguramente estaba en algún sueño. ¡Diablos, no quería despertar si era así! A pesar de ser mejores amigos, nunca habíamos dormido juntos. Debía admitir que estaba un poco nerviosa, okey, bastante nerviosa. Finalmente me vestí y salí.
No pude evitar abrir mucho los ojos cuando encontré a Jeremy sin camisa y en boxer. Era la segunda vez que lo veía así y no ayudaba con mi control emocional.
—Espero que no te moleste si me quito un poco de ropa —habló, rascándose la parte de atrás de la cabeza.
—Eh... yo... claro que no, no me molesta —logré decir.
—Entonces a dormir, Manzanita —dijo y se metió debajo de las sábanas.
Apagué la luz y me uní a él. Cerré los ojos para intentar conciliar el sueño, cosa que me estaba siento imposible. Había mucho silencio y solamente se oían nuestras respiraciones, la mía un tanto descontrolada.
Finalmente logré viajar al mundo de los sueños, aunque aún había una parte de mí en la realidad, una parte que logró escuchar las palabras más inesperadas del mundo.
—¿Sabes? No estoy aquí porque piense que necesitas protección o alguna especie de guardaespaldas emocional, solo quiero estar a tu lado. Me gustaría aprovechar cada instante contigo, y ya que no tengo el valor de decírtelo a la cara, lo digo ahora que estás dormida —la voz Jeremy era un susurro casi inaudible—. Eres hermosa y estás llena de alegría.
Después de escuchar eso, el silencio volvió. Dios, no podía creer que eso hubiera salido de su boca.
...
Desperté y observé mi alrededor. No había nadie, al parecer mi amigo se había ido. Miré la hora en mi celular, eran las ocho de la mañana. Me puse de pie y caminé hasta el baño. Cuando estuve a punto de abrirlo, escuché una voz que cantaba desde dentro. Sonreí al reconocerla, era inconfundible.
—Ey, Jer —lo llamé a la vez que daba unos toques en la puerta—. ¿Quieres ir al gimnasio? —la puerta se abrió
—Por supuesto —dijo un sonriente Jeremy—. Voy a mi habitación para alistarme. ¿Vengo en unos minutos?
—Sí.
Me quedé sola luego de que él se fuera. Busqué mis leggins de color azul y me puse una blusa corta del mismo color. Até mi cabello y me puse unos tenis Reebok.
Alguien tocó la puerta y fui a abrir.
—Hola, hija. ¿A dónde vas? —interrogó mi mamá.
—Haré un poco de ejercicio.
—Claro, aunque no lo necesitas, estás en forma —añadió y me guiñó un ojo—. Esta tarde saldremos a dar un paseo por Copacabana, así que no tardes.
—Está bien.
Antes de que pudiera darme cuenta, Jeremy había llegado. Me despedí de mi madre y salimos juntos hasta el gimnasio. Era un lugar espacioso, con muchos aparatos para ejercitar y dos o tres personas.
—Voy a la estera —comenté.
—Yo iré con las pesas.
Me subí en la máquina y comencé a oprimir botones hasta que la cinta comenzó a moverse. Me paré sobre ella y empecé a caminar.
Miré a mi lado, donde se encontraba mi amigo. Éste llevaba un short corto y un pullover, ambos eran negros. También tenía una cinta roja en la cabeza. Recordé lo que había dicho en la madrugada, ¿y si estaba soñando y todo fue producto de mi imaginación? Eso sería triste.
—Así que te gusta llevar una vida fitness —alguien dijo detrás de mí.
Giré mi cabeza y vi al chico que me había salvado la vida la noche anterior. ¿Por qué estaba en el gimnasio? Hasta donde sabía, solo podían asistir personas del hotel, y no tenía sentido que él estuviera hospedado en él.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—Vaya, siempre haciendo preguntas.
—Y tú apareciendo en todas partes —volteé los ojos y me volví al frente.
Él se posicionó en la estera contigua a la mía. Se veía un poco sudado, por lo que supuse que llevaba un rato haciendo ejercicios. Su piel estaba bronceada por el sol y su cabello tenía algunas partes más rubias que otras. Se veía que conservaba una buena figura.
—¿Vas a dibujarme? Porque no quitas tu vista de mí —habló sin mirarme.
—Yo... eh... —él soltó una carcajada.
Hubo un silencio entre nosotros, hasta que habló nuevamente.
—Entonces... ¿Por qué te llamas Barbie? —preguntó—. ¿No es un nombre un poco infantil? Me recuerda a los animados.
—Me llamo Bárbara —aclaré—. Casi todos me dicen Barbie de cariño.
—¿Sabes que Bárbara significa "la que es extranjera"? —informó y lo miré sorprendida.
—Vaya, ¿cómo sabes eso?
—Sé muchas cosas, pelirroja —se bajó del aparato y se alejó hasta donde estaba la bicicleta.
Me pregunté cuál sería su nombre. No era que me importara mucho, pero me daba gran curiosidad. También quería saber qué hacía en un lugar en el que no admitían personas de la calle. Todo era tan confuso. Quería preguntarle, pero me daba un poco de pena. Después de todo, no lo conocía. Él simplemente era un extraño con sexys bíceps.
¡No pienses esas cosas!
—Manzanita, ¿no te cansas de correr? —me preguntó Jer desde su lugar. Yo negué con la cabeza y miré al frente.
El misterioso hombre estaba mirando a mi amigo y tenía una risa contenida. ¿Qué le daba gracia?
—He escuchado cosas ridículas en mi vida, pero lo de "Manzanita" es otro nivel —dijo y lo fulminé con la mirada.
—¿Quién te crees que eres? —cuestioné. Él no respondió, sino que siguió dando pedales.
Bien, era un hecho que no había forma de sacarle información.
Una mujer entró al lugar y nos pasó por el lado. El rubio fijó sus ojos verdes en el trasero de ella y fue bajando hasta sus torneadas y largas piernas.
—¿Vas a dibujarla? —no pude evitar decir. Era una especie de venganza porque él me había dicho eso primero.
Dejó de analizar a la morena y se centró en mí. Tenía una sonrisa de medio lado y parecía que lo había dejado sin palabras. ¡Punto para mí!
—¿No me dirás tu nombre? —pregunté con curiosidad.
—No, tendrás que averiguarlo.
—¿Averiguarlo? ¿Por qué haría eso? Apenas te conozco.
—Sé que quieres saberlo. Puedes preguntar por mí como "el surfista más sexy de todo Río."
—Voy a fingir que no escuché eso.
Culminé el ejercicio y me bajé, estaba agotada. Jeremy se acercó a mí e instantáneamente sentí ese hormigueo recorriéndome.
—Vámonos ya, mi madre me dijo que hoy tienen planeado visitar el Pan de Azúcar —informó.
—¿En serio? —pregunté y él sonrió.
—Claro que es en serio.
...
Me puse un jean negro y un pullover Gucci. Salí de mi habitación y ahí estaban todos. Estaba emocionada por ir a visitar ese Pan de Azúcar. Obviamente había leído de él en internet y realmente quería verlo en persona.
Llegamos y no lo podía creer, era hermoso. El peñón tenía aproximadamente trescientos ochenta metros de altura. Estaba en la bahía de Guanabara.
—Es muy bonito —admiró Jeremy.
—Sí, lo es. ¿Nos tomamos algunas fotos? —sugerí y todos asintieron.
Para subir a la cima usamos el teleférico que salía cada veinte minutos y recorría los mil cuatrocientos metros que separaban los morros de Babilonia y Urca. No tenía palabras para definir las impresionantes vistas de la Bahía y todo Río.
Continuamos haciendo fotos y tomando videos, era un lugar estupendo para eso. No se comparaba con lo que salía en Google, era mucho mejor al verlo en vivo.
Volvimos al hotel a las cinco de la tarde. La pasamos realmente bien, tanto que mi celular se quejaba por falta de espacio. Y pensar que era solo el comienzo, me faltaban tantos lugares por conocer.
...
Estaba eligiendo un bonito atuendo para ir al bar con Jeremy. Después de todo lo que dijo mientras dormíamos, quería impresionarlo. No podía elegir entre el vestido plateado de espalda descubierta y el de látex negro. Finalmente decidí ponerme el primero y combinarlo con los tacones del mismo color. Al terminar de arreglarme, me veía muy bien. Ojalá a mi amigo le gustara.
Unos toques en la puerta me dieron a saber que él había llegado. Abrí y... Wow, estaba genial: camisa negra a juego con un pantalón beige, su cabello más peinado que de costumbre y la deslumbrante sonrisa que invocó la punzada en mi estómago.
—Conozcamos el bar —dijo y ofreció su brazo. Lo tomé y nos dirigimos al elevador.
El lugar se encontraba en el último piso del Hilton. Había una piscina no muy grande y cuatro tumbonas al frente, mesas con cómodas butacas y sillas, así como la barra con unas muy bonitas banquetas. Empezaba a oscurecer y el sol se ocultaba por la playa. Todo era tan acogedor y elegante a la vez.
Caminamos hasta la barra y tomamos asiento. Había pocas personas, tal vez unas seis. Pedimos las bebidas: yo un Martini y él un Daiquirí.
—Te ves hermosa —comentó con la mirada perdida en las botellas que reposaban en la repisa.
—Gracias —fue lo único que dije.
No podía quitarle la mirada. Era tan lindo, encantador y tierno. Tenía todo para ser perfecto, y realmente quería que nuestra relación llegara un paso más allá. Cuando comencé a sentirme atraída por él, intenté por todos los medios sacar esos pensamientos de mi cabeza, pero no podía. Estábamos juntos todo el tiempo y era imposible no enamorarse de alguien tan especial. Realmente traté de verlo como solo un amigo, mas no era fácil. Siempre que lo veía con otras me ponía celosa y me di cuenta de que no lograría superarlo fácilmente. Su manera de hacerme reír era encantadora, las palabras que utilizaba para hacer de mi día algo mejor. Yo no quería perderlo, y podía hacerlo si le declaraba mi amor. Las últimas horas que pasé con él, eso cambió. Después de escuchar sus palabras, algo en mi interior decía "arriésgate, tu puedes." Tal vez nuestros sentimientos eran mutuos y nos estábamos reprimiendo por el simple hecho de temer no ser correspondidos. Quería ir más allá. Me iba a lanzar.
Estuvimos algunas horas hablando de la escuela, Brasil, nuestros amigos y otras cosas comunes. Jeremy llevaba un par de copas encima y no quería que se emborrachara, en ese caso, yo debería cargar con él hasta su habitación.
—Por favor, otra Caipirinha —pidió.
—¿No crees que han sido suficientes bebidas por hoy? —pregunté.
—Tranquila, hace tiempo no tomaba algo tan maravilloso —su lengua se enredaba con las palabras.
Una bonita muchacha se sentó del otro lado de Jeremy y le comenzó a echar miradas. Maldita buscona, ¿por qué razón estaba actuando así? La castaña se acercó más a él y le susurró algo al oído, provocando que mi amigo se riera. Ambos se pusieron de pie y se alejaron a un lugar más apartado. ¿En serio se iba a ir sin decirme nada?
Estoy aquí, ¿sabes? Vinimos juntos a este lugar.
Me daba rabia que Jeremy me ignora de tal manera. Reían y se acercaban cada vez más. Debía ser una especie de cámara oculta. Tenía planeado decirle lo que sentía. Todo estaba saliendo mal. Cuando pensé que las cosas no podían ir peor, la chica se le lanzó encima y le dio un beso. ¿Lo que más me molestó? Que él no hizo ni el más mínimo esfuerzo por quitársela de arriba, le correspondió el maldito beso como si se tratara de su novia.
Me levanté y salí de ahí lo más rápido que pude, no tenía por qué soportar eso. Bajé hasta el primer piso y salí del hotel. No me había dado cuenta de que unas lágrimas se habían escapado de mis ojos. ¡Cómo duele el amor! Podía sentir cada parte de mí destruyéndose. Crucé hasta la playa, a esa hora no había nadie y me podía relajar. Me senté en la arena y abracé mis piernas, enterrando mi cabeza ente ellas y mi pecho. Me permití llorar como la tonta ilusa que soy. ¿De verdad creía que estaba enamorado de mí? Sentía que moría y puse en duda eso de que nadie muere por amor.
—¿Cómo te fue en el Pan de Azúcar? —alguien cuestionó y levanté la cabeza rápidamente.
Era el rubio engreído y reservado. No sabía qué hacía ahí, tampoco quería averiguarlo. Ya nada me importaba. Lo ignoré y miré la playa.
—Voy a sentarme.
—No —espeté de mal humor.
—No fue una pregunta —se sentó—. Entonces, ¿qué tal el Pan de Azúcar?
—¿Cómo sabes que fui ahí? —lo miré.
—Tengo un gran oído. Tu amigo lo mencionó en el gimnasio —la palabra "amigo" provocó un pinchazo en mi corazón.
—Me fue bien, es muy bonito.
Hubo un silencio para nada incómodo y luego él volvió a hablar.
—Su forma cónica se parece mucho a los moldes de arcilla que se usaban para refinar el azúcar, de ahí su nombre —lo miré con curiosidad.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo sé todo —prosiguió con una sonrisa.
—¿Me acosas? —interrogué con seriedad. No era una casualidad que él estuviera ahí, ¿cierto?
—Por Dios, yo nunca acosaría a alguien como tú —soltó con autosuficiencia y yo lo miré con los ojos entrecerrados.
—No tengo nada de malo —él no respondió—. Nunca sabré tu nombre, ¿no?
—No, a menos que lo averigues por tu cuenta.
—¿Apuntarte con una pistola es averiguar por mi cuenta? —bromeé, pero a él no le dio gracia.
—Eres una mierda en eso de los chistes —confesó.
Si supieras como soy en el amor.
La tristeza me volvió a invadir y desvíe mi mirada para que no notara la lágrima que corría por mi mejilla. ¿Por qué, Jeremy? ¿Qué necesidad tenías de hacer eso frente a mí?
—Es tan cliché enamorarse del mejor amigo —prosiguió.
—¿Cómo lo...?
—¿Cómo lo sé? —me interrumpió—. Soy muy observador. Solo hay que fijarse en la manera que lo miras.
Vaya, él realmente era observador. Al parecer, Jeremy no había notado en años lo que ese chico percibió en minutos.
—Para aclarar la duda del acoso, estoy aquí porque no tenía ganas de estar en mi casa. Vengo todas las noches.
—¿Tienes problemas en casa? —pregunté. Él suspiró y no contestó—. Perdón, me estoy metiendo dónde no me llaman.
—Solo cállate —dijo serio mientras miraba las olas que rompían en la orilla.
Tenía miles de preguntas para hacerle, la principal era su nombre, pero no quería seguir hablando. No lo conocía, tal vez era un tipo agresivo o algo así. Lo miré sin que se diera cuenta, era muy bonito: su pelo corto y rubio, sus ojos verdes, sus sensuales labios y tenía un cuerpo que podría derretir a muchas.
Giré mi cabeza y vi el hotel. Mis ojos viajaron hasta la última planta, donde tal vez estaba Jeremy con aquella arpía. Era tarde y, si quería levantarme temprano, debía irme.
—Me voy —avisé y me puse de pie. Él no articuló palabra.
Comencé a caminar y, cuando pensé que no escucharía nada por su parte, habló.
—Si te hace llorar de esa forma, no estás dejando tu corazón con la persona adecuada.
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