25- A veces es bueno tener miedo
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Barbie Watson
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—Esto me asusta, Marcos —le dije, mirando el techo del taller.
—A mí también.
Ambos estábamos acostados sobre la mesa, con nuestras piernas colgando en dirección al suelo. Debía admitir que nunca había tenido tan buen sexo como el que acababa de tener. Pero también daba miedo, daba miedo sentir tanto y tener tan pocos días para demostrarlo. El reloj no se iba a detener aunque tuviéramos todas las ganas de parar el tiempo.
De repente, un nudo se atravesó en mi garganta y mis ojos se cristalizaron. Hasta el momento no había llorado. No quería arruinar la noche haciéndolo. Respiré hondo y me tragué el nudo. Me puse de pie para recoger mi vestido del suelo, también debía encontrar mis bragas. ¿Dónde diablos estaban? Al no encontrarlas, opté por quedarme solamente con el vestido. Ya aparecerían. Caminé por el lugar, tocando y viendo más de cerca todo.
—Busca detrás de esos cajones —me indicó Marcos.
Localicé los cajones y los fui apartando hasta que... encontré una pintura. Era yo. En bikini, en el atuendo que usé para ir al Cristo Redentor, en el que me puse cuando nos encontramos en la calle y terminamos en la playa con sus amigos, con el vestido de la noche del concierto, incluso estaba con una cola de sirena. Él se había dedicado a memorizar mi vestimenta y luego había hecho una hermosa obra de arte.
—No es por asustarte, pero llevo haciendo esa pintura desde que te conocí —su voz se escuchaba detrás de mí. Volteé y ahí estaba, muy cerca y con sólo su boxer—. Se puede decir que soy una especie de acosador sexy.
Me hubiera gustado reír ante su broma, mas lo único que logré fue una mueca confusa. Una lágrima bajó por mi mejilla y Marcos la limpió rápidamente con su dedo pulgar. Su rostro mostró una veta de tristeza, pero logró ocultarla como un experto. Envolví mis manos alrededor de su cintura y hundí mi cabeza en su pecho. Lo nuestro no podía terminar, debíamos luchar por nuestro amor. Percibí su aroma. Él siempre olía bien. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera tratando de salir para que yo me lo llevara. Y así sería: yo me iría con su corazón y él se quedaría con el mío, para tal vez, algún día, devolvérnoslo.
—Qué jodido es esto del amor —susurró.
—Muy jodido —lo apoyé.
De repente, la puerta se abrió y nos separamos bruscamente. Volteamos y vimos a Clara en el umbral de la puerta. Nos escaneó y sonrió con picardía.
—Ya son las doce. Le vamos a cantar felicidades a Jorge —informó.
—Me voy a vestir y voy —le dijo él.
—Nos vemos afuera —añadí yo y salí con Clara.
Cerramos la puerta y el señor engreído se quedó adentro. Comencé a caminar con Clara en dirección a la salida. Ella no había borrado su sonrisa.
—Tú sí tienes claro como divertirte en una fiesta —soltó con un tono alegre—. Vas a tener que enseñarme tus técnicas de seducción porque las mías parecen haber caducado.
—¿Lo dices por Jeremy?
—Sí —asintió con la cabeza.
Llegamos al exterior y vi que todos la estaban pasando muy bien. Incluso mi mejor amigo se retorcía de risa por el comentario que le había hecho Freitas. Adriana estaba al lado de Jorge y decidí ir con ellos para felicitar al homenajeado. Ambos hablaban más pegados de lo usual y se percibía que coqueteaban. En la mesa vi una gran tarta con una cobertura azul y el número veinticinco, el dos en plateado y el cinco en dorado.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamé.
—Gracias —el pelinegro sonrió.
Marcos no tardó en unirse a nosotros. Me dio una mirada cómplice y se lanzó sobre Jorge para abrazarlo y felicitarlo. Adriana me miró con curiosidad, como si supiera que algo interesante había pasado adentro. Sin poder contenerse más, se acercó a mí y entrelazó nuestros brazos.
—Eres un desastre —comentó en tono bajo.
—¿En serio?
—Sí. Tu cabello ya no es ni siquiera un moño, tu labial ha desaparecido y ese vestido está un poco arrugado.
—Vaya, deberías ser detective privada. Te fijas en todos los detalles.
—Estaría interesante. Me especializaría en descubrir infidelidades —bromeó y situó un mechón de su cabello suelto detrás de su oreja—. ¿Cómo les fue? Es decir, por el tiempo que llevan allá y por tu aspecto, seguramente no estuvo nada mal.
Mi respuesta fue elevar la comisura derecha de mi boca. Se me hacía raro hablar de ese tema con una persona que también se había acostado con Marcos, pero ella me caía muy bien y había demostrado ser una buena amiga. Cuando me fuera, sin dudas la iba a extrañar.
Todos le cantaron felicidades al cumpleañero mientras yo notaba lo curioso que era escuchar la cancioncita en portugués. Lo que tambien era curioso era Jeremy, quien cantaba con los demás, haciéndome reír por su emoción.
Pasadas unas horas, Marcos y yo nos encontrábamos en el borde de la piscina. Ahí no había nadie y me alegraba estar otra vez a solas con él, aunque más tarde iría a bailar con el resto. En el agua cristalina se reflejaban los colores de las luces que se esparcian por todo el patio. La música era movida y alta. Él se había deshecho de su saco verde, sus mangas estaban arremangadas y se había aflojado la corbaba.
—A veces es bueno tener miedo —rompió el silencio—. Nos hace sentir vivos, nos hace ver lo que realmente nos importa. Si tú y yo estamos asustados, es sólo una muestra de que en verdad estamos enamorados y no queremos dejar de sentir todo esto.
—Es verdad.
Entrelazamos nuestros dedos y yo recosté mi cabeza en su hombro.
La fiesta parecía no acabar nunca, así que Marcos nos llevó a Jeremy y a mí de vuelta al hotel. Eran las cuatro de la mañana cuando llegamos.
...
Los últimos días antes de volver a Las Vegas había decidido pasarlos con mis padres, Jeremy y Alice. Esta última no había podido asistir a la clase de surf porque no se sentía del todo bien. Mi amigo insistió en quedarse con ella, pero su mamá le dijo que sólo era un dolor de estómago por algo que había comido. Así que, puesto que ella se ausentó a la salida, le cumplimos el deseo de ir a un lugar que había visto en internet y le había encantado.
Nos encontrábamos en La Laguna Rodrigo de Freitas, uno de los bellos lugares naturales que ver en Río de Janeiro. Rodeada por más de siete kilómetros que se pueden recorrer en bicicleta o a pie; nosotros elegimos la segunda opción. El hermoso espejo de agua era uno de los rincones con más encanto de la ciudad. Tomamos asiento en uno de los chiringuitos junto al agua y todos bebimos caipirinha, sintiendo el dulce y relajante fresco de la tarde de verano.
—Me alegra que se le haya ocurrido este bello lugar para visitar —le comenté a Alice.
—En realidad es bonito —respondió con una sonrisa.
—Mamá, ¿trajiste tu cámara? —le preguntó Jer.
—Sí.
La castaña sacó de su cartera roja una cámara, la misma con la que había tomado las fotos de todo el viaje. Se la dio a su hijo y éste sonrió en agradecimiento.
—Vamos, te haré una sesión de fotos —me dijo Jeremy y yo asentí.
Caminamos juntos hasta apartarnos un poco del resto y empezamos a buscar lugares para tomar las fotografías.
—Qué bueno que tu madre esté mejor, sería una pena que se enfermara en los últimos días —saqué conversación, pero mi compañero no parecía cómodo con el tema.
—No creo que se sintiera realmente mal —añadió en un tono bajo.
—¿A qué te refieres? —indagué con gran curiosidad.
—Mira, ese es un buen lugar —me señaló una roca que había junto al lago.
Fui hasta donde me indicó y me senté en la roca. Posé para que él me comenzara a fotografiar a gusto. Luego de finalizar, volví a sacar la pregunta que había hecho con anterioridad.
—¿Qué quisiste decir?
Jeremy suspiró y desvió la mirada. Algo lo estaba incomodando y yo quería averiguar qué era. Aunque tampoco lo quería presionar, así que respetaría su silencio. Avanzó unos pasos y se sentó a mi lado, en la gran piedra. Estaba triste, preocupado y con algo atorado en su garganta que no lograba escupir. Finalmente, me echó una rápida mirada y empezó a hablar.
—Me parece que lo de su indigestión fue sólo una excusa para no salir de la habitación. Ella siempre se pone así en estas fechas: deprimida, aislada, reflexiva, ida del mundo. Todo ese cúmulo de emociones tiene un hilo conductor, y es mi... —tragó grueso y su mandíbula se tensó—, mi padre. Mi mamá quisiera que tuviéramos la existencia de una figura paterna para mí, en especial en las vacaciones, donde se supone que las familias están unidas. Sé que piensa eso, lo sé porque yo también siento lo mismo. Ese vacío que he tenido toda mi vida sigue estando ahí, esperando a ser llenado por algo que definitivamente nunca va a llegar —sus ojos repasaban el paisaje, intentando no llenarse de lágrimas—. Nunca he sabido lo que se siente tener a un papá, y nunca lo sabré porque él decidió irse. Nos abandonó cuando yo apenas estaba en el vientre de mi mamá. Nunca me quiso conocer, jamás me buscó, no se interesó ni por mí ni por ella.
Nos quedamos callados. Estaba consiente de toda la historia, pues él me la había hecho cuando nos volvimos inseparables. Alice había intentado fomentar otras relaciones, pero no logró hacerlo. Ninguno de ellos se había recuperado y era realmente triste que el amor de tu vida se fuera cuando estaba a punto de convertirse en padre.
—No puedo extrañar algo que nunca he tenido, ¿verdad? Pero lo hago, y ella también lo hace.
—Lo sé, Jer. Comprendo lo difícil que ha sido la vida de ambos —usé un tono tranquilizador.
—Gracias por estar siempre conmigo —me miró y sonrió—. Tengo suerte de haber encontrado a alguien como tú, también de contar con tu familia.
—Siempre estaremos para ustedes —le devolví la sonrisa—. ¿Más fotos?
—Por supuesto.
Nos fuimos de la laguna a las cinco de la tarde. Volvimos al hotel en taxi y cada cual fue a su habitación para más tarde ir al restaurante a comer.
Ya en el interior de mi habitación, me invadió una gran nostalgia: la iba a echar de menos. Aunque también extrañaba mi cuarto en Las Vegas y mi casa en general. Caminé y me asomé en la ventana de cristal. Era una vista fascinante que quería guardar en mi memoria. Jamás, en mis anteriores vacaciones, había sentido unas tremendas ganas de quedarme un poco más. Normalmente me alegraba volver a mi hogar, pero este verano había sido diferente. La ciudad costera de Brasil me había demostrado que también hay lugares que te hacen sentir en casa... o personas.
Mi celular comenzó a sonar y decidí quedarme unos segundos más observando al exterior antes de contestar. Noté que la persona que me llamaba era Marcos, así que contesté rápidamente y con una sonrisa.
—Hola.
—Hola, Sirenita Ariel —su voz sonaba dulce—. ¿Podemos vernos?
—Claro, ¿dónde?
—En mi casa de playa, estoy aquí ahora mismo. ¿Te paso a recoger?
—Iré sola. Nos vemos en unos minutos.
Finalicé la llamada y me paré frente al espejo del baño para retocar un poco mi maquillaje. Volví a aplicarme el labial coral que había llevado a la laguna y cepillé mi cabello. Quería verme bien, aunque sabía que al señor engreído no le importaría si yo fuera hecha un desastre. Pensé en cambiarme de ropa, pero el jean de mezclilla oscura y el top amarillo me hacía lucir bastante bien.
Salí del Hilton y empecé a alejarme por la playa, tomando el mismo camino por el que Marcos me había llevado a la cabaña la primera vez. Procuré guardar en mi memoria cada detalle del lugar: las olas bajo el sol del atardecer, la arena que se metía en mis sandalias, el olor a agua salada, los kioscos, los muchachos que jugaban fútbol, las chicas que charlaban en la orilla, las familias que comenzaban a abandonar el lugar y todo lo que mis ojos fueran capaces de capturar en ese momento. Llegué a la casa de playa y vi que el rubio me estaba esperando en el porche. Ambos sonreímos inconscientemente y, tanto él como yo, nos acercamos a paso lento para finalmente juntarnos.
Sabía que teníamos muchas cosas que decirnos, a pesar de que en ocasiones parecía que ya lo sabíamos todo. Esa sería nuestra última o penúltima conversación y quería dejarle claro todo lo que él me había hecho sentir en las vacaciones.
Cuando quise hablar, él me interrumpió con una pregunta que me dejó atónita:
—¿Quieres ser mi novia?
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