24- No quiero que nada nos separe

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Marcos Carvalho
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Camino a mi casa, hice algo que nunca antes pensé hacer: me puse en el lugar de Jeremy y lo entendí. Al dejar a Barbie en el hotel y verlo afuera, con esa expresión que se entremezclaba entre la tristeza y el enojo, tuve pena por él. Al final, su situación era como la mía, los dos estábamos enamorados de la pelirroja y ambos la queríamos a nuestro lado. Por fortuna para mí y desgracia para él, la Sirenita Ariel me había escogido. Posiblemente Barbie y él hablaron cuando yo me fui, y no debió ser una charla agradable. Volviendo al tema principal, yo había simpatizado con Jeremy de alguna manera y, si quería que lo mío con Barbie llegara más lejos, debía llevarme bien con su mejor amigo. Fue por eso que creí conveniente invitarlo a la siguiente clase de surf, pero no sólo a él, también a los padres de ella. Me gustaría que mis futuros suegros pudieran ver que yo era capaz de llevar una clase con alumnos de diferentes edades, que también había madurado y que me esforzaba por un futuro mejor con su hija. La clase sería diferente, pues, al ser la última, nos trasladaríamos a Ipanema.

Llegué a mi casa y fui rápidamente a la habitación de mis padres. Quería hablar con mi papá y agradecerle por lo que fuera que le hubiera dicho a Fabiola para que ella considerara hacer una colaboración conmigo.

Di unos toques y escuché la voz de mi padre que me invitaba a pasar. Entré y lo vi acostado en la cama, con el celular en las manos. Me miró y se sentó. Tenía una sonrisa y ahí estaba su mirada de "sé por qué estás aquí."

—Hablé con Fabiola —comuniqué, aunque eso él ya lo parecía saber.

—¿Qué te dijo? —cuestionó.

—Bueno —me acerqué a la cama y tomé asiento a su lado—. Dijo que quieren trabajar en un nuevo diseño de tablas de surf y que necesitan jóvenes aficionados con ideas frescas para darle ese toque de modernismo. Pero sé que tú tuviste mucho que ver en que me tomaran en cuenta, así que cuéntame.

—Hacía mucho tiempo que no la veía. Es una vieja amiga de la secundaria. Nos reencontramos en el Hilton, ella pasaba por ahí porque había quedado con alguien y cuando me vio me bombardeó a preguntas. Entre otras cosas, le conté que tú surfeabas y, además de eso, te apasionaban las artes plásticas. Al comentarle que dabas clases, pero realmente no era un trabajo completamente real, Fabiola no tardó en comentarme sobre la oportunidad que te podía ofrecer —me palmeó el hombro a modo de felicitación—. Esto es sólo el principio de lo que se puede convertir en tu futuro, hijo. No lo desperdicies.

—No lo haré —sonreí—. Estoy muy entusiasmado con este nuevo proyecto.

—Lo sé, se te nota. ¿Qué más te dijo?

—Quedamos en hablar próximamente para que me pueda dar todas las instrucciones necesarias.

—Me alegra.

—Gracias —comenté.

—No hay de qué.

—Por cierto, Freitas quiere hacerle una fiesta sorpresa a Jorge —recordé la conversación que había tenido con mi amigo y su insistencia para que dicha fiesta se celebrara en mi casa.

—Estupendo —mi padre no le dio mucha importancia.

—Quiere que sea aquí —aclaré.

—Oh.

—¿Te importa?

—No, puede ser aquí.

—Perfecto.

...

Lo de invitar a Jeremy y a los padres de Barbie a las clases se veía muy fácil en mi cabeza, pero estar a tres pasos de la puerta de la pelirroja había despertado en mí unos vergonzosos nervios. Di tres toques en la puerta y aguardé.

—Hola. No te esperaba —añadió Barbie al abrir.

—Sí, lo siento.

—Pasa —se apartó para darme espacio.

—De hecho... no vine a hablar contigo —ella frunció el ceño y volvió a tomar su antigua posición.

—¿Ah, no?

—No, quisiera que tus padres y tu amigo nos acompañaran a la clase de surf. ¿Qué te parece? —mi voz sonaba nerviosa y odié eso.

—Vaya —sus ojos estaban más abiertos y parecía muy sorprendida por lo que le acababa de decir—. Suena muy bien, pero ¿estás seguro? Es decir, yo lo veo perfecto, aunque Jer y tú no son las personas más allegadas del mundo, y, por alguna razón, mis padres no te tienen mucho aprecio, en especial mi mamá.

Todas sus palabras me dejaron atónito. Lo que ella quiso decir era que nadie me soportaba y sinceramente no me resultaba agradable. Pero eso sólo significaba una cosa: más motivos para que fueran. No quería que tuvieran una mala impresión de mí.

—No importa. Los voy a sorprender —me encogí de hombros y ella sonrió.

Nos dirigimos juntos a la habitación de sus padres y, luego de unos segundos, el señor Watson estaba con una sonrisa frente a nosotros.

—Marcos —mencionó y sentí una corriente que me recorría—. Qué gusto verte.

—El gusto es mío —puse todos mis esfuerzos en sonar tranquilo.

—¿Quién es, cariño? —la voz de la mamá de Barbie sonó en el fondo y poco después estaba al lado de su marido.

—Emma, mira quién nos vino a visitar —prosiguió el hombre.

Emma no estaba feliz y eso lo podía notar cualquier persona con sentido común. No se alegraba de verme, pero no me sorprendió. Normalmente el padre era el que no aceptaba que sus hijas estuvieran saliendo con algún chico, pero en mi caso parecía que era al revés.

—Pasen —dijo él.

Entramos y me sentí intimidado. Se suponía que debía hablar y de pronto era como si mi mente se hubiera quedado en blanco y no supiera qué decir.

—Marcos quiere comentarles algo —dijo Barbie al notar mi silencio.

—Eh... sí. Yo quiero que asistan a mi próxima clase de surf. Será en la playa de Ipanema —logré hablar.

—¡Ipanema! No hemos ido ahí —exclamó el padre notablemente entusiasmado.

—Es un lugar que deben visitar, señor Watson —comenté con una sonrisa.

—Oh, no me llames así, dime Ian.

—De acuerdo —asentí. Me daba la impresión de que yo no le desagradaba a él.

—Iremos —anunció Emma—. Me gustaría conocerte más -su voz no poseía expresión alguna.

—Bueno, ahora tenemos que decírselo a Jeremy —intervino Barbie.

Jeremy. Mierda.

No estaba seguro de cuál sería la reacción de él, pero yo había decidido que también iba a formar parte de esto y estaba en mi deber hablarle del tema.

—Quédate un rato con nosotros, hija. Marcos puede ir solo —por primera vez en el día, odié al padre de Barbie.

—No creo... —comenzó a hablar la Sirenita Ariel.

—No importa, dime cuál es la habitación y yo iré —proseguí.

Después de que me informara cual era su habitación, me dirigí a ella. Iba a ser incómodo presentarme con un aire amistoso después de que yo nunca lo había tenido con él. Pero Jeremy había tratado de llevarse bien conmigo en una ocasión y yo lo arruiné, así que era el momento de que lo arreglara.

La puerta se abrió al minuto y supe que no había sido una buena idea: el rostro del muchacho se contorsionó con sorpresa y desagrado. Definitivamente no debí haber ido solo.

Su cabello estaba despeinado y tenía ese aspecto de "la noche se hizo para estar despierto." Por lo que sus ojos me transmitían, era probable que hubiera estado llorando.

—¿Qué demonios haces aquí? —me preguntó de mala gana.

—Vengo en son de paz —aclaré antes de decir cualquier otra cosa.

—Sí, ajá.

—Mira, te voy a invitar a mi siguiente clase. Ya es la última y pensé que sería una buena idea si ibas con nosotros. Los padres de Barbie también irán.

—Claro —soltó una carcajada falsa—. ¿Y cuál es la trampa?

—No hay trampa.

—Pendóname, pero no me trago el cuento de "quiero hacer nuevos amigos" —hizo un intento de cerrar la puerta, pero la frené con mi mano.

—Sé que no nos llevamos bien, ¿de acuerdo? Pero quiero hacer las cosas bien —Jeremy me miraba con ojos cansados—. Me gustaría que se llevaran una mejor imagen de mí antes de que vuelvan a Las Vegas. Dejemos las diferencias de lado —yo mismo me sorprendí por la cantidad de idioteces que acababa de decir, todo para que el castaño fuera.

—Okey —suspiró—. Ahora vete antes de que me arrepienta.

Asentí y emprendí mi marcha victorioso. Lo había logrado. Ahora sólo faltaba ver qué sucedía cuando llegara el momento de la verdad.

Por el camino me topé con Barbie, la cual llevaba un rostro preocupado. Nos acercamos más y nos detuvimos frente a frente.

—¿Cómo te fue? No debí dejarte solo, pero...

—Discutimos, lo golpeé y cayó al suelo. Creo que lo maté —expuse con una determinación merecedora de un premio.

—Marcos... —ella definitivamente se lo había creído.

Me observaba con tanta seriedad que tuve que decirle la verdad rápidamente, antes de que llamara a la policía y me denunciara por asesinato.

—¡Es broma! —sonreí como si le hubiera hecho el mejor chiste del mundo, pero la pelirroja no opinaba igual.

—Te odio —soltó con repulsión.

—Claro que no —me acerqué más a ella y sujeté susmanos—-. Tú me amas.

—No, yo... —bajó la voz y se perdió en mi mirada—. Te odio —susurró.

Cerré la distancia con un breve beso y volví a separarme de ella.

—Me tengo que ir —informé—. Debo preparar algunas cosas para el cumpleaños de Jorge.

—¿En serio? ¿Por qué no te quedas un rato conmigo? —hizo todo su esfuerzo por poner ojos de cachorrito, pero no podía quedarme, por muy tentador que sonara.

—Lo siento. Paso mañana por aquí para ir a Ipanema. A las ocho.

—De acuerdo.

Le di un beso en la mejilla y comencé a alejarme, dejándola cada vez mas atrás.

—¡Oye! —me llamó y yo volteé desde la distancia—. Te amo -sonrió y yo hice lo mismo.

Isso eu sei respondí, recordando que esas cuatro palabras fueron las primeras que le dije cuando nos encontramos en la playa por primera vez. Por su semblante, ella también se acordaba.

Mientras me dirigía a mi casa, tomé mi celular y marqué el número de Freitas. Cinco timbres después, contestó.

—¿Hablaste con tu padre? —fue lo primero que me dijo.

—Sí, ya lo hice y dijo que sí.

—¡Bien! Ya he comprado varias cosas, pero, ahora que me confirmas, iré a comprar más en este instante. Vamos a hacerle la mejor fiesta del mundo —la voz de mi amigo denotaba alegría.

—Seguro que sí —afirmé—. Espérame en tu casa, pasaré por ahí para ir contigo.

—¿Tú y yo? ¿Comprando objetos festivos? Van a pensar que somos una pareja de gays preparando el cumpleaños de nuestro diminuto perro —su comentario me hizo gracia.

—Tienes una gran imaginación. No te muevas de donde estás.

Desvíe el rumbo que había trazado hasta mi hogar y comencé a moverme en dirección a la casa de Freitas. No estaban tan lejos la una de la otra, así que minutos después ya me encontraba frente a su bonito portal. Supuse que me vieron por alguna cámara de seguridad, pues, segundos antes de anunciar mi llegada, un primo de mi amigo salió a mi encuentro. Me invitó a pasar y entré a la sala, donde tomé asiento en un sofá verde chillón. Poco después, Freitas me recibió con uno de sus atuendos juveniles y divertidos.

Las tiendas que visitamos tenían bastantes cosas que quedarían perfectas para el cumpleaños de Jorge. Diez bolsas más tarde, decidimos ir a una cafetería cercana para tomar algo.

—Jorgito nos va a amar después de esto —comentó—. ¿Deberíamos contratar bailarinas buenorras? Ya sabes...

—Sí, ya sé —me precipité a decir—. Y la respuesta es no: mis padres estarán ahí.

—Tienes razón —resopló con fastidio. Justo en ese momento, una camarera nos trajo nuestras bebidas—. ¿Cómo te va con Barbie? ¿Irá a la fiesta?

—Me va muy bien, y claro que irá.

—Ya te cambió la cara —sonrió y yo también.

—¿Sabes? Tal vez le pida que sea mi novia —solté de repente y el de piel oscura torció el gesto.

—Marquitos, ¿ella no se tenía que ir? —sonaba preocupado y apenado.

—Sí, pero no seríamos la primera pareja que mantiene una relación a distancia. Podemos ser novios, quiero que lo seamos. Es posible que ahora ella se marche, pero yo puedo irme a vivir a Las Vegas más adelante. No quiero que nada nos separe.

—Ya... —le dio un sorbo a su bebida—, pero ¿estás dispuesto a dejar Brasil? Tú perteneces a este lugar.

—Yo pertenezco a donde mi corazón lata con más fuerza, y nunca lo había sentido desbocarse como cuando estoy al lado de ella. Me gusta esa sensación, y me gusta que sea mi sirenita la que la provoca.

—Joder, Marcos —él me miró con asombro—, el amor vuelve poeta hasta al más escueto.

—Es probable —sonreí.

...

Eran las siete de la mañana. Ya me había puesto mi traje de neopreno y estaba listo para irme, bueno, casi listo. Todavía necesitaba hacer una cosa más, y para eso debía buscar a mi padre.

Lo encontré en las escaleras, parecía que iba a desayunar. Me observó y curveó sus labios hacia arriba. Él realmente estaba muy orgulloso de mí y de todo lo que había logrado conseguir en tan poco tiempo. Yo también me alegraba de que las cosas en mi vida cobraran sentido.

—¿Todavía funciona tu van? —le pregunté.

—Sí —frunció el ceño—, está en el garaje. ¿Por qué lo quieres?

—Iré a Ipanema para dar la clase de hoy e irán conmigo Barbie, sus padres, su amigo y Adriana. Todos no cabemos en mi auto y pensé que sería una buena idea ir en tu van, así nadie deberá separarse.

—Pueden ir caminando, estarían ahí en unos treinta minutos.

—Sí, pero sería mejor llegar en trece minutos, ¿no crees?

—Claro, te traeré las llaves.

Él fue a por las llaves y volvió en poco tiempo. Fuimos hasta el garaje y, debajo de una inmensa lona gris, estaba el Volkswagen hippie de cuando mi papá era jóven. Yo nunca lo usé, pero había llegado mi momento. Era amarillo, con flores, aves y otros dibujos de colores vivos. Mi mamá lo había personalizado cuando se hicieron novios. En esa combi habían recorrido todo Brasil.

—Se ve bien —añadí.

—Y deja que la manejes, sentirás como si fueras al pasado.

Y así fue, en cuanto me subí al vehículo y me dispuse a conducirlo, sentí la sensación de estar en una de esas películas antiguas. Estaba como nuevo, a pesar de que había tenido bastante uso. Si omitíamos el poco polvo que había en algunos rincones, se podía decir que nunca estuvo guardado durante años. Con mi tabla amarrada en el techo, emprendí el camino hasta el Hilton; no podía esperar para ver la reacción de los demás al verme llegar.

Todos estaban afuera, incluso Adriana, pues ella había ido antes al hotel para prestarle alguno de sus trajes de neopreno a Barbie.

Cuando aparqué, me dediqué a analizar la expresión de todos. Barbie sonreía, Adriana miraba con asombro, Jeremy había volteado los ojos y echado su cabeza hacia atrás, Emma e Ian observaban con nostalgia: tal vez ellos también habían tenido una de jóvenes. Me bajé para colocar la tabla de la Sirenita Ariel junto a la mía. El traje rojo le quedaba a Barbie muy bien y pegaba mucho con su cabello.

—Hermosa —le susurré cuando me entregó la tabla. Nadie más lo escuchó.

El vehículo contaba con tres compartimientos. Delante iba yo con Barbie, detrás Emma con Ian, y en el último Adriana con Jeremy. Ya dentro y con música puesta, todos parecían disfrutar del momento y tenían un semblante feliz. Empecé a conducir en dirección a la playa de Ipanema. Mi compañera de asiento miraba a través de la ventanilla el paisaje soleado. Los señores Watson charlaban de los viejos tiempos. La rubia y el castaño también comentaban algo, pero no los escuchaba bien.

—En la primera cita que tuve con Ian, él me invitó a dar un recorrido en una Volkswagen muy parecida a esta —Emma compartió con nosotros—. ¿En qué año fue, cariño? —le cuestionó a su esposo.

—En el mil... —él cerró los ojos, tratando de recordar.

—¿No te acuerdas del año de nuestra primera cita? —espetó Emma.

—Al parecer, tú tampoco, así que no me presiones.

—Claro que me acuerdo, pero quiero ver si tú lo haces.

—Sí, sí.

Sonreí ante la charla de los padres de Barbie. Se veía que se llevaban bien. Finalmente, la discusión terminó, cabe recalcar que ninguno sabía el año, y luego Emma se dirigió a mí.

—¿Tienes otro trabajo aparte de este?

—Sí, estoy colaborando con una marca de tablas de surf —sonreí para mis adentros. Me alegraba poder dar esa respuesta.

La mujer elevó ambas cejas y asintió a modo de aprobación. Adriana, que ya sabía lo de mi nuevo proyecto, me regaló una cálida sonrisa que vi a través del espejo retrovisor.

Llegamos a nuestro destino y nos bajamos de la combi. La playa de Ipanema era más limpia que la de Copacabana, quizá porque sus aguas son más abiertas. También ofrecía muy buenas olas y espacio para los amantes del surf. En la orilla pude ver a mis alumnos, con trajes y tablas. Todos se alegraron al verme. La madre de Barbie sacó de su bolso tejido una toalla de playa beige, del mismo color que su vestido veraniego. Ian y ella se sentaron sobre la toalla para divisar mi clase cómodamente. Él tenía un short de playa azul cielo y una camisa blanca con estampados azules. Jeremy usaba una pescadora de mezclilla clara, un pullover verde y una visera del mismo color. Él se paró al lado de Adriana, quien lucía la parte de arriba de un bikini rosado y un short negro.

Mis aprendices ya estaban preparados para practicar en el agua, así que, luego de explicar qué harían, pasamos a la acción. Yo fui el primero en entrar al agua con mi tabla y hacer el pequeño recorrido que debían imitar los demás. Poco a poco, fueron pasando de uno en uno, haciéndolo a la perfección y recibiendo aplausos y felicitaciones por parte del resto. De un momento a otro, muchos de los que estaban visitando la playa se unieron a nosotros para hacer de espectadores.

Parabéns! —felicité a una chica que acababa de hacer un extraordinario recorrido. Ella me sonrió y se fue a abrazar a una compañera.

—¿Has visto lo bien que lo hacen? —me preguntó Barbie, la cual estaba a mi lado.

—Sí, les he enseñado bien —admití, mi vista fija en el próximo muchacho.

—No lo dudo, pero creo que yo no podré.

—Como lo hagas la mitad de bien que aquella chica —señalé con la cabeza a la que había pasado antes—, tienes un inmenso aprobado.

—Tal vez deberías ir con ella y darle un beso y un abrazo —declaró con un poco de bravura.

La miré y reprimí una sonrisa. Estaba con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte. Estaba enojada, más que eso.

—¿Celosa, Sirenita Ariel? —le dije cerca de su oído.

—No —soltó.

—¿Ah, no? Porque a mí me parece eso.

—Tal vez —continuaba sin mirarme.

—Tú sabes que yo sólo tengo ojos para una linda pelirroja que apareció dispuesta a sacar lo mejor de mí —sonrió y bajó la vista a sus pies para que yo no viera su sonrojo.

El aprendiz que iba delante de Barbie terminó su prueba con una sonrisa de oreja a oreja.

—Te toca —le avisé y ella me miró con preocupación.

—No, no lo haré. Fue lindo mientras duró, pero hasta aquí he llegado —negó con la cabeza—. Me caeré y haré el ridículo.

—Tú recibiste una clase exclusiva, así que tienes ventaja —la animé—. Ve y demuéstrale a todos lo que puedes hacer.

—Sí —murmuró—. Sí. ¡Sí! —exclamó, sacándome una sonrisa por su repentina convicción.

Se dirigió a la orilla con su tabla y comenzó a adentrarse al agua. Todos estábamos expectantes. Había muchas personas y deseaba que lo hiciera bien, al menos que aguantara en pie unos segundos. Comencé a decir en mi mente los pasos, como si ella pudiera oírme.

Te tumbas boca abajo, brazos al pecho.

Lo hizo.

Subes un poco la cabeza, arqueas tu espalda.

Lo hizo.

El pie de atrás donde está la rodilla de la otra pierna, y el pie de delante entre los brazos.

Lo hizo.

Y te paras.

Barbie soltó los brazos de la tabla y se paró. Ella realmente se paró. Y no por unos segundos, sino que aguantó así durante el tiempo necesario. Todos aplaudían, silbaban y gritaban. Sus padres se habían puesto de pie y me pareció que Emma se secaba una lágrima. Barbie sonreía desde la cima de su tabla. Cuando llegó a la orilla, salí corriendo a su encuentro y la abracé. Ella me devolvió el abrazo.

—Lo logré, Marcos.

—Te lo dije.

—¡Hija! ¡Eres la mejor! —comentó Ian, que se acercaba con el resto.

Nuestro abrazo se rompió y ella pasó a recibir las felicitaciones de los demás. Emma se acercó a mí y me miró con una sonrisa.

—Yo tardé más tiempo en enseñarla a caminar. Eres muy bueno en lo que haces.

—Gracias.

Volvimos a la Volkswagen, pero esta vez todos hablábamos y parecía que las cosas empezaban a ir como había deseado.

Lástima que tuviera que acabar tan pronto.

Los dejé a todos en el hotel a excepción de Adriana, pues la llevaría a su casa. Todos se despidieron con un gesto amistoso, incluso Jeremy me estrechó la mano y se fue con una sonrisa. Me quedé con Barbie antes de que entrara como el resto.

—Esta noche haremos la fiesta para Jorge. Mañana es su cumpleaños, así que estaremos posiblemente hasta el amanecer —le informé—. Te paso a buscar a las nueve y media.

—¿Puedo ir con Jeremy? —me preguntó—. Nos quedan pocos días aquí y no quiero excluirlo de absolutamente todo lo que hago.

—No hay problema, puede ir.

—De acuerdo. Tomaremos un taxi, tú tienes que organizar muchas cosas.

—¿Segura?

—Sí.

—Bien, será en mi casa. Vistan de etiqueta.

—Ahí nos vemos.

Nos despedimos y subí nuevamente al vehículo.

Luego de dejar a Adriana en su casa, volví a la mía y me di una ducha. Poco después, Freitas me esperaba en la sala, listo para empezar con la decoración. Fuimos al patio y comenzamos a poner cadenetas, vestimos una mesa larga con un mantel, pusimos globos por todas partes y sacamos muebles para que todos se pudieran sentar. Por suerte, la última conquista de Freitas era DJ y se ofreció a contribuir de manera totalmente gratuita. Horas más tarde, el lugar estaba perfecto, ya con las luces y el resto de artefactos. Hasta había una máquina de karaoke que mi mamá sacó del ático. Los colores predominantes eran azul, dorado y plateado. La verdad era que nos había quedado mejor de lo que creí y fácilmente nos podríamos dedicar a organizadores de eventos.

Los invitados llegarían en cualquier momento y me debía ir a cambiar de ropa. Me puse una camisa negra con una corbata del mismo color. El saco y el pantalón eran verde brillante. Mis mocasines harían juego con la camisa. Peiné mi cabello con gel, pues sería una fiesta formal; de esas fiestas formales en las que todos terminar bailando sobre una mesa. Apliqué perfume y me puse uno de los relojes dorados que no había estrenado.

Cuando bajé eran las nueve en punto. Ya había bastantes personas que se repartían por todo el patio. Freitas, que había ido a su casa a cambiarse, había vuelto con un traje rosado neón que hacía un curioso contraste con su piel.

—Luces tan escandaloso como siempre —le dije en cuanto me acerqué a él.

—Tampoco es que tú te quedes atrás —contraatacó.

—Como sea, estamos increíbles como siempre. En especial yo —puse mis manos en jarra y di un giro rápido.

—Ojalá el amor también te quitara lo de engreído —bufó.

—Perdería mi esencia.

Mi amigo miró por encima de mi hombro y su vista se perdió detrás de mí. Yo decidí voltear para saber qué estaba mirando. Quedé boquiabierto cuando noté que Barbie caminaba en dirección a nosotros. Su cabello estaba recogido en una cola alta que dejaba caer ondulaciones pelirrojas, su maquillaje era con tonos café y rosa pastel, lucía un vestido beige satinado que le llegaba sobre las rodillas y contaba con un escote pronunciado, sus tacones color tierra la hacían lucir casi tan alta como el chico a su lado: Jeremy. Él tenía un traje sencillo blanco y negro.

—Bienvenidos a la mejor fiesta —los recibió Freitas.

—Gracias —dijeron ellos al mismo tiempo.

—Ven conmigo, muchacho, te buscaremos una buena bebida —el de piel oscura arrastró a Jeremy consigo para dejarme solo con Barbie.

Ella me sonreía de una forma un poco tímida, pero estaba feliz de verme.

—¿Cómo le haces para lucir siempre tan preciosa? —ella se sonrojó ante mi comentario.

—Por lo que veo, tú sabes cómo hay que hacer —sonreí por lo que me dijo.

De repente, la música se apagó y eso sólo significaba una cosa: Jorge había llegado. Las encargadas de traerlo eran Adriana y Clara. Pasaron unos minutos y se empezó a sentir la voz de mi amigo.

—¿Debería preocuparme?

—Tranquilo, senhor le dijo Clara, la cual lo sujetaba de un brazo.

Él tenía una venda roja en sus ojos e iba de traje azul claro, con el largo cabello peinado hacia atrás. Adriana, que estaba al otro lado suyo, le quitó la venda y en ese momento todos empezamos a aplaudir y algunos lo felicitaron por adelantado. El ojiazul sonreía y, por su expresión, no se esperaba una fiesta sorpresa. Nos dio las gracias y confirmó que todo había quedado perfecto.

El tiempo pasó y todos bailábamos, bebíamos y charlábamos. En una gran pantalla se proyectaban fotos de Jorge de pequeño, con sus amigos, con su tabla de surf, con su familia. La Sirenita Ariel se había ido con las chicas a buscar algunas bebidas y al parecer se habían quedado por ahí. Jeremy se unió a mi grupo de amigos y trataba de encajar, cosa que poco a poco se le iba dando bien. Le di un sorbo a mi tequila cuando observé a lo lejos a Barbie. Estaba bebiendo lo que parecía ser vino, a su lado se encontraba Adriana. Reían y hablaban sin parar. Sin darme cuenta, los ojos verdes de la pelirroja se toparon con los míos, causando un cosquilleo en mi interior. Me sonrió, pero no lo hacía de manera amistosa, sino de una forma coqueta y provocadora. Tomó un buche de su vino y luego relamió sus labios. Volvió a centrarse en la rubia, quien parecía no notar lo que estaba pasando. Sin poder evitarlo, mis piernas se empezaron a mover en su dirección. Dejé atrás a los chicos y sólo seguí adelante. Con cada paso que daba, más me gustaba lo increíble que se veía Barbie. Cuando llegué a su lado, sujeté su cadera con una mano y me acerqué a su oído.

—Te espero en el taller de pintura en cinco minutos —susurré con la voz aterciopelada.

Después de decirle eso, me fui al interior de la casa. Ahí había más silencio. Me adentré por el pasillo que llevaba al taller y abrí la puerta para entrar. Una vez dentro, el olor a pintura impregnó mis fosas nasales. El bullicio de afuera parecía ser sólo un lejano murmullo. La puerta crujió y después se cerró. Vi como Barbie caminaba lentamente hacia mí. Se veía aún mejor bajo la semi oscuridad del lugar. Se detuvo frente a mí y, sin previo aviso, se lanzó a besarme. Me tomó desprevenido, pero no me costó adaptarme al ritmo de su beso. No pude evitar situar mis manos en su trasero y atraerla más. La cargué con absoluta facilidad y ella envolvió sus piernas alrededor de mis caderas, así como sus manos en mi cuello. Caminé hasta estar frente a una mesa en la cual reposaban algunos pinceles, lápices y hojas. Liberé una mano y lo tiré todo al suelo. Posicioné el cuerpo de la pelirroja sobre la superficie ahora vacía. Nos separamos por un momento en el cual conecté nuestra mirada. El sonido de nuestra agitada respiración era lo único que se escuchaba entre las cuatro paredes. Con mis dedos acaricié sus muslos hasta detenerme en el borde del vestido. Lo sujeté y ella se elevó levemente para que yo pudiera quitárselo. Se lo arrebaté del cuerpo y me sorprendió ver que no llevaba sujetador, solamente usaba unas finas bragas negras. La observé detenidamente y mordí mi labio inferior. Ella se veía todavía más perfecta desnuda. Me quité el saco rápidamente y Barbie comenzó a desatarme la corbata. Después permití que desabotonara mi camisa y acariciara mi contraído abdomen. Nos volvimos a besar, pero más apasionadamente que la otra vez. Toqué cada parte de su cuerpo y ella tampoco se puso límites a la hora de explorar el mío.

—Aguarda —dije contra su boca.

Me separé un momento y abrí una gaveta que había a unos metros. De ella saqué un envoltorio.

—¿Por qué tienes condones en el taller de pintura? —indagó, observando lo que acababa de coger.

—A veces los uso para algunas obras. No preguntes.

—¿Has traído a muchas mujeres aquí? —cuestionó.

—No, sólo a ti. Y quiero que seas la única —ella sonrió.

Y esa noche se entregó a mí, sabiendo que era la primera vez... y tal vez la última.

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