21- La cena
༺═──────────────═༻
Barbie Watson
༺═──────────────═༻
—Pero, ¡mamá! —chillé.
—No, Bárbara Watson —repitió por octava vez.
—Soy mayor de edad —crucé los brazos y mostré una expresión de desaprobación.
Mi madre había entrado en una crisis luego de que le dije que iría a cenar a casa de Marcos. Yo no entendía por qué ella odiaba tanto al pobre chico, él se había portado muy bien conmigo, y una cena con sus padres era algo que yo consideraba bastante formal y serio. De cualquier forma, mi mamá estaba en desacuerdo y decía que me estaba aferrado a algo que iba a perder, lo cual era cierto: yo debía volver a Las Vegas y lo que comenzaba a sentir por el señor engreído no era más que un barco de emociones que terminaría en naufragio. Pero no me quería rendir tan pronto, no quería pensar, en un futuro, que ni siquiera lo intenté. La distancia era una frontera de realidad a la cual evitaba aproximarme. No quería darle vueltas al asunto del adiós, pero sabía que lo haría tarde o temprano.
—Lo hago por tu bien, aunque no lo veas —habló, un poco más calmada.
—Ya debería estar vestida —añadí.
—De acuerdo, haz lo que quieras —volteó los ojos y comenzó a caminar hacia la puerta.
Solté un par de maldiciones por lo bajo en cuanto ella salió. Me quité el albornoz y comencé a ponerme el vestido ajustado: color rosa pastel, largo hasta mitad de muslos y unas mangas que caían por mis brazos. Lo acompañé con unos tacones rojos y una cartera Dior del mismo color. En lo que me peinaba y me colocaba mi gargantilla dorada a juego con los pendientes, llegó la hora que había acordado con Marcos.
Bajé hasta la entrada para esperarlo. El viento movió mi ondulada coleta baja. El Mustang no estaba por ningún lugar y me comencé a poner nerviosa, no porque el auto no llegara, sino porque iba a conocer a la familia de Marcos y eso me causaba cierta presión. Tenía muchas preguntas en la cabeza: ¿Y si no les agrado? ¿Hice bien en aceptar ir? ¿Esto va a terminar bien?
De repente, la imagen de un sonriente Jeremy se plasmó en mi mente y sentí una punzada en el pecho. He de admitir que sentía como si le estuviera clavando un puñal a Jer cada vez que daba un paso adelante con Marcos. Me daba tristeza pensar que podía perder a mi mejor amigo, por lo que era necesario que hablara con él en cuanto se me presentara una oportunidad.
Por fin visualicé el Mustang, el cual se detuvo junto al hotel. Comencé a acercarme a él y con cada paso sentía que mi corazón caía al piso y volvía a su lugar. No quería dar la impresión de que era una persona que se ponía nerviosa con facilidad, pero eso iba a estar complicado.
Sentí la puerta abrirse y Marcos salió. Se veía tan perfecto como siempre y eso sólo sirvió para agudizar mis latidos. Sonreí como pude y él me devolvió el gesto. Caminó hasta quedar parado frente a mí y el aroma a perfume y loción de afeitar me golpeó. Ya ni siquiera sabía lo que debía hacer o decir. Miré sus labios carnosos y recordé ese beso que nos dimos en la playa, ese beso que había sido el factor que faltaba para aclarar mis sentimientos. Tuve ganas de lanzarme sobre él y cerrar la maldita distancia que nos separaba, pero me contuve.
—Te ves... —me miró de una punta a la otra—, hermosa.
—Gracias —dije por lo bajo.
—Yo... tengo algo para ti —se rascó el brazo y me pareció un gesto nervioso.
Sacó del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña caja roja y me la entregó. Sus ojos se posaron en mí a la vez que yo abría el regalo y encontraba un hermoso anillo.
—Es muy lindo, gracias —sonreí y él hizo lo mismo.
—De nada —volteó y abrió la puerta del asiento copiloto—. Adelante, señorita.
Me introduje en el auto y Marcos hizo lo mismo. Prendió la radio y se escuchó la misma canción que él me había traducido en el concierto: Quando a chuva passar. Sonreí inconscientemente y sabía que mi compañero había hecho lo mismo. Recordé cada detalle de aquella inolvidable noche. En aquel entonces Marcos no era más que un extraño para mí, en cambio, con el paso del tiempo, lo logré conocer mejor y excavar un poco en su misteriosa vida. Había muchas cosas que aún quería saber: anécdotas de su niñez, historias de su juventud, la primera vez que se enamoró.
La primera vez que se enamoró.
Me era difícil figurar a Marcos enamorado, especialmente porque él mismo había dejado claro que eso no iba con él. De repente, me entraron ganas de hacerle esa pregunta. Era imposible que nunca hubiera sentido eso por alguien, al menos una sola vez.
—Esto... —rompí el silencio. No quería empezar por esa pregunta tan directamente—. ¿Por qué no me cuentas más de tu infancia?
—Mi infancia —sonrió—. Bien, supongo. Siempre estuve con mis padres y tenía amigos con los que jugar —se encogió de hombros.
—¿Alguna vez...? —me aclaré la garganta—. ¿Alguna vez te has enamorado? —solté por fin. Él desvió la mirada de la carretera y la posó en mí por breves segundos.
—Pensé que ya habíamos tenido esta conversación. Antes te había dicho que yo no me enamoro.
—Ya, pero ¿no lo hiciste antes? Mínimo de una persona.
—No. Supongo que no había encontrado a la indicada para decir que me enamoré —explicó.
—¿Crees encontrarla? —pregunté.
Marcos se removió en el asiento y guardó silencio. Definitivamente estaba nervioso y su reacción me dio curiosidad. ¿Era eso un sí o un no?
—Tal vez ya... —suspiró. Había algo que quería decir y no podía.
—¿Si? —lo incité a continuar.
—Mira, vamos a llegar —su voz se había vuelto un poco esquiva y realmente quería saber el porqué.
Le resté un poco de importancia al asunto y me permití ver la increíble casa de Marcos. El guardia abrió el portón y nos adentramos. Cuando nos bajamos del auto, me mentalicé y me dije a mí misma que todo saldría bien.
—Vamos —comentó Marcos y comenzamos a caminar.
Entramos y nos encontramos a los señores Carvalho sentados cómodamente en uno de los modernos sofás. Ambos eran hermosos y tenían cierto parecido con su hijo. Se notaba a leguas la elegancia y la finura con la que contaban. Se pusieron de pie, ambos sonrientes, y se dirigieron a mí.
—Soy Karina, la madre de Marcos —se presentó la mujer con un acento mexicano a la vez que extendía su mano.
—Barbie —informé y estreché la mano que ofrecía.
—Cristiano —el hombre se sumó a las presentaciones—. Estamos muy felices de que hayas aceptado nuestra invitación. Ni te imaginas las ganas que teníamos de conocerte.
—Gracias, yo también estaba muy emocionada por conocerlos —les devolví la sonrisa que no había abandonado sus rostros ni por un segundo.
—Vengan —prosiguió Karina.
Nos comenzamos a adentrar en la casa y cada vez iba descubriendo rincones que en mi primera visita no había percibido. Había muchos cuadros, todos manteniendo el concepto abstracto. El modernismo predominaba en cada parte y daba gusto hacer el recorrido. Finalmente salimos a un patio trasero con piscina, tumbonas, plantas y asador. En una parte había una mesa con un mantel azul claro y unas sillas blancas. Nos sentamos y me impresionó ver la cantidad de comida que había, definitivamente iba a sobrar. Un gran foco de luz iluminaba todo el lugar.
—No sabíamos qué te gustaba exactamente, así que hay de todo un poco. Eso sí, cada una de las comidas que ves aquí son típicas de Brasil: para que te integres a la cultura —dijo la mamá.
Entre las comidas había Feijoada, considerado el plato nacional de Brasil y consistía en un guiso de frijoles negros con carne de cerdo. También estaba el Vatapá: una especie de puré que se servía con arroz, harina de mandioca y pollo. Mi favorito había sido la Casquinha de Siri, que era una elaboración con carne de cangrejo marinada con limón.
—Bueno, mi esposo y yo hemos hablado bastante de ti últimamente —habló Karina, quien se ubicaba frente a mí—. Le has hecho muy bien a Marc —su voz estaba llena de agradecimiento y sinceridad.
—Hijo, has estado muy callado —comentó Cristiano.
Marcos levantó la mirada de su plato y noté que algo no andaba bien. Simuló una sonrisa y le dio un sorbo a su bebida.
—Es que ustedes hablan mucho —prosiguió.
La cena transcurrió mejor de lo que esperaba. Logré llevarme muy bien con los padres de Marcos y no dejamos de conversar y reír en todo momento. En cuanto al señor engreído, había estado serio y silencioso. Se limitaba a escuchar y asentir de vez en cuando. Nunca esperé que él fuera a actuar de esa manera.
Al terminar de comer, fuimos adentro y nos sentamos para continuar con la charla. Estuvimos hablando de mi carrera universitaria y de las ganas que tenía de graduarme y comenzar a ejercer mi profesión.
—Así que arquitecta —mencionó Karina—. ¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
—Bueno, creo que siempre me gustó y...
—Permiso —interrumpió Marcos y se puso de pie—. Voy a buscar algo y enseguida vuelvo.
El rubio echó a andar y se perdió por uno de los pasillos. Todos nos quedamos observando como desaparecía de una forma un poco extraña.
Pasó un tiempo y él todavía no llegaba, lo cual volvía inevitablemente la atmósfera un tanto más incómoda.
—¿Puedo ir al baño? —cuestioné.
—Claro, por aquel pasillo a la derecha —me indicó Cristiano.
—Gracias.
Me puse de pie y me dirigí al pasillo que me había dicho, pero desvíe el rumbo para ver si daba con Marcos. Me parecía que debía hablar con él y preguntarle qué era lo que le estaba pasando, pues no era normal desaparecer y no volver en un buen rato.
Luego de no hallarlo en ninguna parte, fui nuevamente a donde había sido la cena. Me introduje en el patio y mi mirada recorrió la zona con dificultad, pues la luz que antes había alumbrado se encontraba apagada.
—Estoy aquí —escuché la adictiva voz de Marcos.
Miré más al fondo y lo encontré sentado junto a un árbol. Mi vista se ajustó a la oscuridad y vi que tenía una pierna estirada y otra subida con la rodilla a la altura de su pecho. Estaba serio y con su mirada siguió cada uno de mis movimientos hasta que me senté a su lado.
—¿Estás bien? —interrogué.
—Nunca me había sentido tan bien y tan mal al mismo tiempo —comentó en un tono bajo que le propiciaba un matiz seductor a su voz.
—¿A qué te refieres? —fruncí el ceño.
Él bajó la pierna que tenía elevada para ponerla sobre la que estaba estirada. Sus ojos me abandonaron y se fueron al cielo estrellado que nos cubría.
—Me da miedo lo que está pasando —declaró.
—¿Y qué está pasando? —añadí.
—Está pasando, Barbie —volvió a mirarme con sus penetrantes ojos verdes—, que me estoy enamorando de ti.
Mi corazón se detuvo y luego echó a andar con un ritmo desbocado. Escuchar eso había sido más de lo que yo hubiera imaginado. Marcos, el mujeriego, acababa de confesar que se estaba enamorando de mí.
—No... no creo que eso sea malo —le dije.
—¿Eso crees? —soltó una risa irónica y se puso de pie, dándome la espalda—. Cuando comienzo a sentir algo diferente a lo que llevaba sintiendo, resulta que la chica que provoca todos esos cambios debe irse en algún momento —se volteó a mí—. ¿Te parece que está bien poner patas arriba la vida de alguien sin importarte lo que el futuro tiene deparado?
Me puse de pie y caminé hacia él. Cuando intenté acercarme, él se alejó y negó con la cabeza.
—¿Qué te sucede de pronto? —le pregunté.
—Todo iba bien hasta que mencionaste en el auto esa estupidez de enamorarse.
—Lo siento, pero creo que estás siendo injusto. Yo también tengo sentimientos y no por eso voy por ahí desapareciendo de cualquier lugar —me estaba comenzando a enfurecer por su ataque repentino.
—No es lo mismo —dio un paso hacia mí—. Hacía dos días estabas enamorada de tu mejor amigo y parece que ya se te pasó. Tú te volverás a enamorar de alguien más, mientras que yo... —me miró a los ojos y tomó una respiración—. Yo nunca más volveré a sentir lo que siento por ti. Y no quiero hacerlo.
Traté de relajarme, pues dos personas enojadas no iban a solucionar nada. Di unos pasos más y tomé sus manos. Abrí la boca para decir algo como "te enamorarás de alguien más", pero decidí guardar silencio.
—Sé que no es tu culpa —dijo más calmado—. Es mi culpa por quitar la coraza cuando llegabas tú, por permitir que trazaras un camino que te llevaba directo a mis más sensibles puntos, por hacer que tu sonrisa y tu forma de ser tan única derritieran mi corazón. Nunca creí que llegaría hasta este punto contigo, y cuando por fin me di cuenta, ya era demaciado tarde para evitar el golpe —su expresión se volvió aún más suave y me apretó las manos con mayor fuerza—. No quiero que te vayas, pero sé que lo debes hacer por infinitas razones. Sólo necesito saber una cosa: ¿Tú sientes lo mismo por mí?
Me era difícil hablar luego de haber escuchado todas esas palabras. Estaba segura de que era la primera vez que él le decía esas cosas a una chica y eso me hizo sentir especial y única. Mis ojos se llenaron de lágrimas al pensar en la inevitable despedida, pero respiré hondo y logré disipar las ganas de echarme a llorar en un rincón.
—Claro —sonreí—. Claro que siento lo mismo por ti.
Marcos desvió la mirada para disimular la sonrisa que amenazaba por salir. Pese a todos sus esfuerzos, sus labios acabaron por curvarse y se hicieron visibles los alineados dientes blancos que perfilaron en una hermosa sonrisa.
—¿Qué hiciste con mis padres? —preguntó.
—Nada que no hayas hecho tú: me excusé y me fui para nunca volver.
—Me espera un buen sermón. "Marcos, cariño, ¿cómo dejaste a la invitada sola" —imitó la voz de su madre y ambos rompimos en carcajadas—. Sentémonos allí.
Caminamos hasta las tumbonas y cada uno se sentó en una.
—¿Puedo preguntar por qué vives con tus padres? —cuestioné.
—¿No vives tú con los tuyos? —indagó con una ceja elevada.
—Sí, pero...
—Mañana te llevaré a un lugar —me cortó—. Pasaré por ti a las diez.
—¿A qué lugar?
—Ya verás. Te va a gustar.
📝Nota de autora:
¡Hola a todos!
Ojalá les esté gustando la historia. Ya casi llega a su fin. ¿Qué creen que pasará al final? Comenten aquí.
Sí aún no me están siguiendo, los invito a que lo hagan para estar al tanto de las noticias sobre este libro y los otros. También pueden buscarme en Instagram (@rosainedm) para que me conozcan y vean las publicaciones relacionadas con mis obras.
Saludos, Rosaine. ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top