20- ¿Qué demonios me hiciste, Sirenita Ariel?
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Marcos Carvalho
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Me encontraba sentado a la mesa, masticando una tostada con mantequilla. Mis padres, que se ubicaban frente a mí, me miraban fijamente y sonreían como si tuvieran delante a un mismísimo cantante de los cincuenta. Mi ceño fruncido hacia ellos dejó ver que necesitaba alguna explicación del porqué de sus expresiones.
—Estuvimos hablando de ti —comenzó a hablar mi papá—. Del gran cambio que has dado. Es decir, ¡ya ni siquiera peleamos!
—Es cierto, cariño —me habló mi mamá—. No sabes lo felices que nos pones.
—Soy capaz de desaparecer cinco días por tal de borrar esa expresión de sus rostros —dije a la vez que le daba un sorbo a mi jugo de naranja. Ellos no hicieron más que ensanchar su sonrisas.
—Recuerda invitarla a cenar esta noche —prosiguió mi padre y supe que se refería a Barbie.
—Sí, tenemos muchas preguntas por hacerle. Por ejemplo, cómo consiguió que nuestro hijo cambiara en unas semanas lo que nosotros no logramos en años —añadió la que me trajo al mundo.
—Bien, bien, debo irme —avisé y me puse de pie.
Dejé a la pareja hablando de mí y decidí irme a la playa. Con mi traje puesto y mi tabla en manos, salí de la casa. Noté que ya casi era hora de comenzar con las clases y no quería llegar tarde. Además, no podía esperar el momento de quedarme a solas con la Sirenita Ariel.
Me tomó unos minutos avistar la playa. Ésta estaba bastante llena, tanto de turistas como de brasileños. Sonreí al ver a una pequeña niña pelirroja, no pude evitar imaginar que así se podría ver la hija de Barbie y mía. Negué con la cabeza, apartando los pensamientos de hombre maduro y con planes de futuro.
A la distancia hallé a mis alumnos y la comisura derecha de mi labio se curveó hacía arriba. Dos chicas hablaban, y me pareció escuchar que el tema de conversación se centraba en los muchachos que estaban sentados en la arena. Barbie, a diferencia del resto, no hablaba con nadie, simplemente observaba como tratando de adivinar lo que decían sus compañeros. Me acerqué a ella y su mirada me encontró. Traté de convencerme a mí mismo de que el pinchazo en mi estómago era producto de la tostada que desayuné y no porque la pelirroja estaba frente a mí con una hermosa sonrisa. Llevaba una trusa malva con un signo de exclamación blanco en el centro y su tabla estaba a su lado.
—Por fin llegas —comentó.
—¿Me empezabas a echar en falta? —pregunté, entornando los ojos para apaciguar los rayo del sol.
—Tal vez —se encogió de hombros y miró la arena en sus pies.
—Bueno, comencemos.
La clase fue demasiado corta, tanto que los aprendices se quedaron con ganas de seguir, pero yo tenía mejores planes: quedarme solo con Barbie. Así que, cuando ya no había más nadie en la zona que nosotros dos, me acerqué a ella. Estaba parada en la orilla, mirando el horizonte. Caminé junto a mi tabla hasta su encuentro. Me miró y noté en su sonrisa un atisbo de timidez y nerviosismo.
—¿Sabes cómo serás la mejor de la clase? —le cuestioné y ella negó—. Tomando una sesión de adelanto —le guiñé un ojo y comencé a adentrarme en el agua.
—¿A dónde vas?
—Adentro, ¿no me ves?
—Sí, pero...
—Nada de peros, tú y yo vamos a practicar dentro del agua.
—¿No es muy pronto? —interrogó y cogió un mechón de su cabello para jugar con él.
—No, no es muy pronto. Dentro de dos encuentros, más o menos, pasaremos a este nivel y no quiero que esos idiotas se burlen de ti porque no te mantienes en pie —expliqué y ella asintió, caminando a mi lado.
Nos adentramos hasta que el agua nos tocaba las caderas, o al menos a mí, pues a Barbie le tocaba parte de la cintura debido a que era más pequeña. El agua no estaba tan fría, sino algo tibia debido al sol que parecía propiciar más calor que de costumbre.
—Bien, ¿qué se necesita para surfear? —le pregunté.
—¿Una tabla? —elevó su ceja y me miró con curiosidad.
—Sí, pelirroja, pero no sólo eso. También se necesita un traje de neopreno, lycra o mixto. Se usan para protegerte de las bajas temperaturas en el mar, golpes, raspaduras...
—¿Cómo el que tú tienes?
—Exacto —asentí y ella recorrió mi cuerpo con sus ojos verdes, analizando mi traje de neopreno. Aunque yo lo vi más como una maniobra para admirar mis músculos—. También necesitas parafina.
—¿Cómo las velas?
—Sí —solté una pequeña risa—. Es importante echarla por encima de la tabla para que no te resbales. Hay varios tipos de parafina, y los debes usar dependiendo de la temperatura del agua. Lo puedes sustituir o complementar con el Grip, que es una especie de goma que pegas a la tabla.
—De acuerdo, todo procesado —me dio otra sonrisa y la punzada que había sentido antes se trasladó a mi pecho.
—Entones empecemos —le dije—. El primer paso es ponerte de pie sobre la tabla y mantenerte así hasta llegar a la orilla, pero tú no lo harás, yo lo haré y tú procurarás grabarte mis movimientos.
—Perfecto, puedo hacerlo —se mostró muy segura. Ojalá tuviera esa misma seguridad en el momento que le tocara a ella.
Me subí en mi tabla y me levanté con lentitud para que ella viera e interiorizara mis movimientos. Luego me quedé de pie y la corriente me arrastró lentamente hasta la orilla. Cuando llegué, miré hacia atrás y vi a Barbie con una expresión un poco preocupada. Volví hasta donde ella estaba.
—Yo no podré hacer eso —expresó.
—Si eso crees, tampoco podrás hacer jamás el Take Off, el Bottom Turn, el Cut Back...
—¿Y eso qué es? —preguntó con un poco de susto.
—Maniobras, pelirroja.
—De acuerdo...
—Puedes hacerlo —señalé mi tabla con mi cabeza.
—No puedo, voy a caerme nomás pisarla. Y no tengo el traje que se necesita para amenizar los golpes.
—Si te caes, yo te agarraré. Aunque de cualquier forma caerás al agua. No hay daño.
—¿Ah, no? ¿Y si mi cabeza golpea la tabla? —sus ojos se abrieron y sus cejas se elevaron, como queriendo reafirmar su punto.
—Sube, Barbie, es una orden como tu profesor —exigí y ella vaciló antes de tumbarse sobre el objeto—. Recuerda lo que practicamos en la arena.
Su rostro asustadizo dio lugar a uno lleno de confianza y seguridad. Comenzó a recrear los pasos para ponerse de pie y, por un momento, pensé que lo haría bien y llegaría hasta la orilla tal como yo lo había hecho. Pero no fue así. Su pierna derecha resbaló y me apresuré a tomarla ente mis brazos por reflejo. Tal vez no había sido tan buena idea lo de adelantar contenido.
Noté que mi mano izquierda había quedado justo en el trasero de la caótica chica. Se suponía que debía quitarla de ahí, pero no lo hice y continúe así. Mi mano derecha yacía en el cuello de Barbie y mis ojos viajaron a él. Estaba un poco bronceado y era alargado y delgado. Me imaginé lo bien que se verían mis labios hurgando en él como si de un vampiro se tratara. Ella reaccionó y se bajó, haciendo que sus pies volvieran a tocar la arena. Mis manos, que parecían añorar su cuerpo, se dirigieron a sus caderas y la atrajeron hasta que la sentí contra mí. Sus labios se entreabrieron sutilmente y vi sus pupilas dilatarse al clavar su vista en la mía. Mi respiración se había acelerado y pude notar que no era el único. Pensé que no pasaríamos de ahí, que simplemente ella me apartaría y se marcharía con la excusa de que tenía cosas que hacer. Pero sus manos respondieron sin dificultad alguna y se adhirieron a mis brazos. Su mirada no abandonó en ningún momento la mía y eso me encantó. Acerqué mi rostro lentamente hacia el suyo y humedecí mis labios en el momento que nuestras narices chocaron. Cerré los ojos y absorbí su olor a agua salada, vainilla y protector solar. Mi maldito corazón parecía no caber dentro de mi pecho e intentaba escapar con cada golpe consecutivo y repetitivo.
—¿Qué demonios me hiciste, Sirenita Ariel? —susurré, pegando mi frente contra la suya.
—¿Qué me hiciste tú, señor engreído? —su aliento mentolado y cálido golpeó mi boca.
En ese momento sentía un cúmulo de sensaciones nuevas e inexplicables. Era como si mi mundo se hubiera reducido a una persona, y esa persona estuviera frente a mí. No me había dado cuenta de lo incompleto que estaba hasta que ella llegó a mi vida y, sin darse cuenta, fue llenando cada espacio vacío. Sin pensarlo más, terminé con los milímetros que separaban nuestros labios y los atrapé en el beso que había deseado darle desde hacía un buen tiempo. Sus labios correspondían con los movimientos de los míos. Era un beso lento y a la vez lleno de pasión y deseo. Nos sincronizábamos a la perfección, como si nuestras mentes se hubieran conectado. Mis manos hicieron más presión en sus caderas y luego ascendí despacio hasta su cintura, provocando que su abdomen se contrajera. Ella subió hasta tocar mi cabello mojado y enredar sus dedos en él, llevando el beso a un punto más profundo y hambriento. Mordí suavemente su labio inferior antes de que tomáramos distancia para respirar. Nos separamos unos centímetros y noté el rubor en las mejillas de Barbie. Ésta me miró con los ojos entornados y confirmé que no había muestra de arrepentimiento en ellos. Ella estaba tan convencida como yo de que habíamos hecho lo correcto, lo que nuestras mentes pedían a gritos desde el pasado y que por fin habíamos cumplido.
Nos alejamos por completo y solté un "mierda" cuando vi que mi tabla había sido arrastrada por las olas y se hallaba a unos metros de nosotros. Me eché a nadar rápidamente a la vez que escuchaba las carcajadas de la pelirroja resonar. A mí no me daba ni una pizca de gracia. Yo estaba en buena forma, por lo tanto, no me agitaba mucho al nadar a tal velocidad, pero eso no quería decir que fuera divertido ver como mi tabla se alejaba con cada ola. Por fin logré atraparla y volví sobre ella hasta donde Barbie me esperaba.
—Tengo algo que contarte —le dije, posicionándome en el centro de la tabla con una pierna a cada lado.
—¿Qué? —indagó, cruzando sus brazos sobre el objeto y apoyando su cabeza sobre ellos.
—Mi padre me pidió que te llevara esta noche a cenar —informé y ella mostró una sonrisa guasona.
—¿Le has hablado a tu familia sobre mí? —dijo divertida.
—Bueno... —apreté mis labios para contener una sonrisa—, tal vez ha salido el tema por ahí —me encogí de hombros.
—Ya... —descargó su peso de la tabla y echó la cabeza hacia atrás para mojarse el pelo—. ¿A qué hora? —preguntó a la vez que volvía a su posición inicial.
—Pasaré por ti a las siete, ¿te parece?
—Me parece.
—Entonces volvamos —me bajé de la tabla—. Siéntate tú, te llevaré hasta la orilla en mi carruaje, Sirenita Ariel.
Barbie rió y se sentó en donde yo había estado hacía apenas unos segundos. Empujé la tabla a la orilla y luego de recoger la suya caminamos hasta el Hilton. Por el camino todo era risas y comentarios divertidos. En ese momento sentía que no existía ningún problema, que todo era absolutamente perfecto y que nada ni nadie podría arruinar lo que se estaba formando entre nosotros. La conexión que teníamos y el vínculo que habíamos creado era estupendo y único. Ella había reajustado mi rutina diaria: ejercicios, surf, sexo, fiesta, alcohol y discusiones. Eliminó lo que me hacía mal, dejó lo que era sano y agregó puntos más importantes. Ahora había tiempo para cosas que nunca me vi capaz de experimentar, tal vez, entre algunas de las innovaciones, cabía un hueco para el... amor.
...
Salí de mi habitación luego de ponerme la ropa que usaría en la cena: una camisa anaranjada, un pantalón blanco y unos tenis del mismo color que la camisa. Llegué hasta el cuarto de mis padres y di tres toques en la puerta.
—Adelante —dijo la cantarina voz de mi mamá.
Entré y vi a mi madre frente al espejo. Llevaba su cabello recogido en un moño elaborado, un maquillaje sutil y un vestido gris, con escote de corazón, que llegaba hasta sus rodillas. Ella siempre había sido una mujer hermosa que se conservaba perfectamente y los años parecían favorecerle. Usaba unos tacones negros lo suficientemente altos como para agregarle unos considerables centímetros a su estatura.
—Te ves guapísimo —halagó, echándome una breve mirada para regresar su vista al espejo y ponerse sus aretes de diamantes.
—Más vale que esa chica traiga pañuelo, porque se le va a caer la baba cuando te vea —comentó mi padre en cuanto salió del vestidor con el que contaba la habitación.
Él tenía una camisa blanca con una corbata azul que combinaba con su americana y su pantalón. Unos mocasines blancos con cadenitas doradas completaban su atuendo.
—No estoy seguro, tal vez deba ponerme algo más elegante, o menos elegante. No lo sé —proseguí.
—Estás perfecto, no te preocupes. Además, si esa muchacha está enamorada de ti, no le importará tu apariencia —añadió mi mamá, dirigiéndose a mí con una sonrisa encantadora.
¿Barbie está enamorada de mí?
—Debo irme ya —avisé—. Es hora de pasar a por ella.
—No veo el momento de conocer a esa bruja-hechicera-maga —comentó mi papá con una emoción agotadora.
—Espera un momento —dijo mi madre y se fue para buscar algo en una gaveta—. Aquí está —caminó hacia mí con una pequeña cajita roja en la mano derecha.
—¿Qué es eso? —interrogué.
—Es un anillo que compré hace un tiempo. Nunca lo llegué a usar.
—¿Y qué sugieres?
—Regálaselo a esa chica. Nunca está de más un bonito detalle —me dedicó una sonrisa—. No llegues con las manos vacías —me guiñó el ojo y yo asentí a la vez que cogía lo que me ofrecía.
Abrí la caja y vi un anillo trenzado en dorado y plateado. Era sencillo, pero se veía muy bonito y seguramente a Barbie le gustaría. Mi madre tenía razón: no podía llegar con las manos vacías. La pelirroja no parecía una chica materialista, a pesar de que siempre vestía bien y se notaba que tenía dinero. No obstante, el anillo era un lindo obsequio que no estaba de más.
Salí del cuarto y bajé hasta la cocina, en donde encontré a Janon cocinando algo que olía muy bien. Ella notó mi presencia y me lanzó una mirada llena de... de algo que no me gustó. Al parecer no estaba muy contenta.
—¿Todo bien, china? —le pregunté.
—Perfectamente, mexicano —respondió con desgano.
—La mexicana es mi madre, yo nací en Brasil —expliqué.
—Y yo en Japón, pero eso no te importa en lo absoluto, ¿cierto?
—Perdón, es que son todos iguales —dije sin malas intenciones, mas ella lo malinterpretó y en sus ojos se reflejó que lo había notado como una burla.
—Dicen tus padres que hoy viene tu novia.
—No es mi novia, es una amiga.
—¿No son todas amigas? —soltó con repulsión.
Decidí guardar silencio, pues noté algo de celos en su comentario y no quería embarcarme en una conversación de ese tipo. Ya yo había decidido dejar tranquila a Janon y no estaba en mis planes volver a los temas pasados. Por supuesto que ella continuaba sintiendo algo por mí, pero yo no llegué a sentir más allá de una atracción sexual que se había desvanecido.
—Es increíble como juegas con todas las mujeres —volvió a hablar.
—Yo no estoy jugando con ella, ella es especial y diferente —aclaré y la japonesa dejó a un lado la comida para encararme.
—Eso es estúpido —espetó—. Seguramente no es...
—Déjalo, Janon. Necesito ir a buscarla.
Caminé en dirección a la salida, dejando atrás a la ardida de Janon. Realmente no estaba de humor para sus dramitas. Sólo esperaba que no envenenara la comida.
Me dirigí a mi auto y comencé a avanzar hasta el hotel. Una vez más, me encontré a mí mismo nervioso y ansioso. Miré la hora en mi reloj y noté que ya debía estar en el Hilton, pero la resentida japonesa me había retrasado con sus habladurías.
Por fin llegué a mi destino y me detuve junto al enorme edificio. Miré a la entrada y justo ahí estaba ella.
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