2- La pelirroja en apuros

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Marcos Carvalho
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Había un buen tiempo para surfear. Las olas no eran muy grandes como yo prefería, pero sí lo suficientes para un poco de práctica. La playa estaba bastante llena, por lo que me dirigí con mis compañeros al lado más desolado.

Nos fuimos al agua con nuestras tablas de surf. Comenzamos a nadar hasta alejarnos bastante de la orilla. Éramos pocos, pues muchos de mis amigos habían decidido ir de vacaciones a otros lugares.

—Ahí hay una buena —dijo Adriana y todos nos preparamos para tomar la ola.

Estuvimos un rato más en el agua y luego volvimos a la arena. Encajé la tabla y me senté frente a ella. Quedé solo, pues el resto tenía cosas mejores que hacer, como si existiera algo mejor que estar conmigo. Sentí movimiento a mi derecha y giré mi rostro para encontrar una pamela blanca. Levanté la vista y vi a una chica pelirroja que se levantaba del suelo, posiblemente era de ella, ya que no había más muchachas cerca. De mala gana, me puse de pie y empecé a caminar hacia ella. Escuché que le pedía perdón a un niño, el cual intentaba reconstruir un destrozado castillo de arena. Tosí para llamar la atención de la chica que nunca había visto.

—Oh, muchas gracias, soy muy torpe —comentó a la vez que cogía su pamela—. Acabo de llegar, tienen una playa espléndida.

Isso eu sei —le respondí y me pareció muy graciosa su cara de desconcierto.

—Claro, no hablas mi idioma. Soy Barbie, ¿eso lo entiendes? —prosiguió y extendió su mano.

Volteé los ojos y me giré, listo para marcharme. Claro que la entendía, pero no estaba de humor para hacer nuevas amistades. Estaba buena y, a pesar de no ser mi prototipo, podría haber servido para una noche.

—Aprende modales, ¿no? —vociferó. Dibujé una sonrisa en mi rostro y seguí con mi marcha.

Llegué a mi residencia y dejé la tabla de surf en el soporte.

Mi casa era bastante moderna, con muebles de diseño único en colores blanco, azul oscuro y gris. Varios cuadros con pinturas abstractas aparecían por todas partes. Las ventanas de cristal cubrían toda la pared, dando claridad.

Como es de costumbre, solamente estaba la empleada. Janon era una chica con rasgos asiáticos que mi padre había contratado hacía un año.

Deseja tomar algo? —preguntó en portugués. Ella se había empeñado en aprender ese idioma, pero no le iba muy bien.

—Podemos mejorar un poco la pronunciación —añadí y sonrió—. Voy a querer un jugo de manzana.

—Claro.

La mujer se alejó y yo subí a mi habitación para darme una ducha. Mientras me bañaba, mi celular no paraba de sonar. Salí desnudo y mojado para contestar la insistente llamada de Adriana.

—Dime.

—Esta noche se hará una fiesta en la playa, ya sabes, por el inicio del verano.

—Y quieres que vaya.

—Claro, de lo contrario, no te llamaría. Entonces, ¿qué harás?

—Ir. Pasaré por ti a las...

—A las nueve —informó, ya podía notar la emoción en su voz.

—Entonces a las nueve será —comenté y colgué.

Me volteé para volver al baño, pero la puerta se abrió y giré sobre mi eje. Janon tiró el vaso de cristal que contenía mi jugo y abrió los ojos con sorpresa. Su vista recorrió mi cuerpo por un segundo y luego me dio la espalda.

—Yo... esto... perdón, debí tocar la puerta —añadió con la voz temblorosa.

—Oye, tranquila. Pocas veces se tiene la oportunidad de ver algo tan maravilloso como esto —comenté y me fui acercando a ella. Corrí su cabello negro azabache y besé su cuello. Se notaba muy nerviosa—. ¿Me tienes miedo, chinita?

—No, no te tengo miedo —se volvió hacía mí—. Y no soy china, soy japonesa.

Los ojos oscuros de la chica expresaban lujuria y pasión. La muy inocente siempre me había deseado, se le notaba con solo mirarme. Coloqué mi mano en su cintura y la pegué a mi cuerpo, luego me acerqué a su boca y la rocé con la mía. Alejé un poco mi rostro y vi sus ojos completamente cerrados y sus labios entreabiertos. Sonreí y terminé de dar distancia entre nosotros. Ella me miró y bajó la cabeza, apenada.

—Es muy poco profesional lo que quieres hacer, Janon —le dije—. Limpia ese desastre y ten otro jugo listo para cuando baje —concluí y volví a la ducha.

...

Me puse una camisa blanca ancha y dejé abiertos los tres primeros botones, me coloqué un pantalón corto de color amarillo claro y concluí mi atuendo con unos tenis Converse.

Bajé las escaleras y pasé por la cocina para beber el dichoso jugo. Janon no estaba por todo eso y lo entendí perfectamente: la pobrecita tenía mucho que asimilar.

—Qué guapo, hijo —escuché a mi madre.

—Gracias —comenté a la vez que me giraba para verla—, lo heredé de ti.

Me senté en una banqueta de la isla y ella hizo lo mismo. Su cabello rubio estaba suelto y sus ojos café expresaban cansancio. El vestido negro tenía varias manchas de pintura.

—¿Cómo te fue? —cuestioné.

—Bien, pero es agotador. Los niños son muy indisciplinados a veces —mi mamá era una pintora bastante reconocida en Brasil. Había decidido abrir una pequeña escuela de verano para enseñar a niños aficionados a las artes plásticas—. ¿Irás a algún lugar hoy?

—Sí, hay una fiesta en la playa.

—Suena bien. Ojalá tuviera tu edad, a los veintitrés me divertía mucho —dijo y se puso de pie—. Voy a mi habitación, me ducharé y veré una película de mi época. Tu padre llegará tarde hoy, tiene muchos asuntos para resolver en el trabajo —asentí y Karina, mi madre, se alejó con paso cansado.

—Janon —mencioné y la muchacha apareció a los pocos segundos. No me podía mirar a los ojos, su actitud era muy infantil.

—Quiero que ordenes el taller de pintura, dejé un verdadero desastre ahí —asigné y se fue lo más rápido posible.

Salí y me subí en mi auto, un Mustang blanco. Manejé hasta la casa de Adriana, aún era temprano, pero estaba aburrido y con ella me podía divertir más. La familia Sousa era conocida por manejar una empresa de modelaje y contar con una de las mejores posiciones en la sociedad.

El guardia de seguridad, que estaba afuera y ya me conocía, oprimió un botón y la gran reja negra se abrió automáticamente. Conduje el coche alrededor de una fuente inmensa que se encontraba en medio del jardín y me detuve frente a la puerta de madera. Me bajé y toqué el timbre. Un señor canoso abrió, era el mayordomo.

Á frente —dijo e hizo un ademán para que pasara—. Dona Sousa vem.

Me senté en un sofá de cuero negro y esperé. Poco después, Adriana entró a la habitación y me miró con duda.

—¿Qué haces aquí tan temprano? Apenas son las... seis —me dijo después de echarle una mirada a su caro reloj.

—¿Es que no puedo venir un poquito más temprano? —cuestioné y caminé hacia ella. La abracé y besé su mejilla.

—Puedes venir a la hora que quieras —respondió con una media sonrisa—. Deja que me cambie y podemos ir a la playa, no importa que sea antes.

Aguardé un rato más hasta que volvió. Llevaba un short azul, una camisa corta beige y unas sandalias blancas; lucía muy bien.

—Vamos —añadió. Me puse de pie y salimos.

Llegamos a la playa, en la cual estaban varias personas poniendo luces y montando un escenario. Caminamos hasta la orilla y nos sentamos en la arena.

—Mis padres quieren que protagonice un desfile de trajes de baño. Se hará aquí —informó.

—Muy bien. ¿No necesitan chicos?

—No lo sé, pero si necesitan te buscarán a ti —sonrió y me miró coquetamente.

—Por supuesto que me buscarán a mí —dije con una sonrisa autosuficiente.

—Eres un engreído —declaró y volteó sus ojos.

—Uno del cual estás completamente enamorada.

—Qué bueno que lo sabes —habló y se inclinó para besarme.

Pasaron unas horas y la playa se empezó a llenar de personas. Un DJ de piel oscura y cabello trenzado ponía una música movida. Vi a mi grupo de amigos y caminamos hasta ellos. Estaban recostados a un puesto de bebidas.

—Hola, estúpidos —saludé.

—Pero si es el surfista más caliente de toda Copacabana —me dijo Clara, la morena de ojos claros que todos querían tener.

—¿Nos sentamos a una mesa? —preguntó Adriana.

—Claro —respondió Jorge y todos nos dirigimos a una mesa vacía.

El ambiente era bastante interesante, pero aún faltaban unas horas para que se pusiera realmente bueno. Todavía estaban montando algunos puestos de comida y juegos.

Unas mujeres se acercaron a la pista de baile improvisada y comenzaron a mostrar sus movimientos. Reconocí al momento a dos con las que había estado una noche.

Pasado el tiempo, estaba un poco ebrio y con unas jodidas ganas de orinar. Me puse de pie y, excepto Adriana, nadie notó que me iba. Algo raro, pues siempre era el centro de atención.

—¿Te vas? —me cuestionó.

—Sí, digo, no. Vuelvo ahora —arrastré cada una de las palabras.

Caminé entre las personas, algunas más borrachas que yo, y llegué al apartado cubículo que habían puesto. Abrí la puerta y encontré a dos jóvenes semidesnudos y con respiraciones irregular. La chica pegó un grito y me tuve que ir.

Terminé orinando detrás de un árbol, todo porque los muy imbéciles querían tener una aventura en el asqueroso baño.

Me alejé y tomé asiento en la arena. Donde me encontraba no había nadie, excepto dos personas discutiendo a unos metros. No escuchaba bien lo que decían, tampoco me importaba. Me acosté y cerré los ojos.

—¡He dicho que me sueltes! —vociferó una chica. Me llamó la atención que estaba hablando en español.

Venha comigo e aperoveite baby —le dijo el hombre.

—Por favor —suplicó entre sollozos. Eso no parecía una simple discusión.

Me puse de pie y comencé a caminar hasta ellos. Cuando estuve más cerca, noté una larga cabellera roja que me daba la espalda. El hombre notó mi presencia y dejó de hablar y forcejear con la muchacha.

—¿Algún problema? —me dirigí a ella. Era la misma que había perdido la pamela en la mañana.

—Ayúdame —fue lo único que dijo y me bastó para estampar mi puño contra la sudorosa cara del cretino.

No era un secreto que yo sabía pelear, y eso se confirmaba, entre otras cosas, con el hombre desmayado en la arena. Me volteé a la chica, la cual me miraba con duda.

—¿Hablas español? —al parecer ella también me había reconocido.

—¿Así es como das las gracias, Barbie? —me acordé de su nombre, por alguna extraña razón.

—Perdón, me acabas de salvar la vida —dijo.

Antes de que pudiera decir algo, apareció un chico castaño y nos miró con desconcierto, incluyendo al que yacía en el suelo.

—¿Qué...? —pronunció.

—Jeremy, es hora de irnos, te explico luego. Gracias... —esperó a qué le dijera mi nombre, pero había que ponerle un poco de suspenso, ¿no?

—De nada —fue lo único que dije y me marché.

Llegué nuevamente a la mesa de mis amigos y confirmé que era el más sobrio. Adriana me miró y sonrió, luego palmeó la silla de su lado y yo me senté.

—¿Dónde estuviste tanto rato? —interrogó a la vez que se acercaba a mí provocativamente.

—Siempre lo quieres saber todo, cariño, y yo no soy de dar explicaciones —susurré cerca de su oreja, la cual mordí posteriormente.

Ella rió y se sentó sobre mí, atacando mi boca con deseo, yo le correspondí el beso con el mismo fervor. Posicioné una mano sobre su voluptuoso trasero, todo iba perfecto de no ser por el metiche de Jorge.

—¿En serio se pondrán así aquí? Por Dios, estamos en un lugar público.

—Cómprate una vida y disfrútala —le espeté y mostré mi dedo del medio—. Debería irme ya —anuncié y miré mi reloj—, son las dos de la mañana.

—Es temprano —intervino Clara con los ojos rojos, seguramente se había vuelto a drogar.

—Perdón, fanáticos, pero hoy no me puedo dar el lujo de llegar más tarde —comenté y me despedí de todos.

Fui con Adriana a mi auto y nos subimos. Ella comenzó a desabotonarse el short y yo la miré con cansancio.

—¿Qué haces? —pregunté.

—¿Que te parece que hago? —respondió con otra pregunta y me lanzó la clásica mirada de deseo.

—No tendremos sexo ahora —aclaré. Eso no la detuvo.

—Claro que no —pronunció, aunque ya se había subido a mi regazo.

...

Entré sigilosamente a mi casa. Las luces estaban apagadas, lo que quería decir que estaban durmiendo. Me dirigí a la cocina para tomar un vaso de agua. También había oscuridad. De pronto, la luz se encendió y vi a mi padre recostado a la pared, al lado del interruptor. Su rostro expresaba enojo y desaprobación. Dio unos pasos hacia mí y me preparé mentalmente para lo que venía.

—¿Estas son horas de llegar, Marcos? —interrogó—. ¿Se te hace muy difícil permanecer en la casa mientras yo estoy trabajando? —cada vez se acercaba más—. ¿Te parece justo que aquí estén solamente tu mamá, la empleada y el guardia que es más viejo que tu abuelo? —concluyó.

—¿Cuál te respondo primero? —hablé sin expresión en mi tono de voz.

—No estoy jugando.

—Sí, estas son horas de llegar. Sí, me cuesta estar aquí. Y yo no soy quien para hablar de justicia —respondí cada una de sus preguntas—. Dato extra: contrata un guardia más joven.

—No me faltes el respeto —levantó el dedo y me señaló.

—No te he faltado el respeto en ningún momento, simplemente tengo respuestas más ingeniosas que tú —hice una pausa y me crucé de brazos.

—Actúas como si tuvieras diecisiete.

Ignoré su comentario y abrí el refrigerador para buscar el agua. Mi padre seguía ahí y al parecer no tenía muchas ganas de irse.

—Mírate —me señaló de pies a cabeza—. ¿Esa es la imagen que debería tener un Carvalho? —ahí iba el gran discurso—. He trabajado duro toda mi vida para darle lo mejor a mi familia. Cuando conocí a tu madre, yo tenía dieciocho años y ella apenas se había mudado de México. Luché por...

—Déjalo —lo corté.

Subí a mi habitación y cerré la puerta con fuerza. Me paré frente al espejo y lucía como una auténtica mierda: mi pelo apuntaba en todas las direcciones, la ropa era un desastre y mi cara de "estoy borracho y lo sé" hacía juego con el resto. Me duché y lancé mi peso sobre el colchón.

...

Como todas las mañanas, fui a correr por las calles para ejercitarme. Llegué al Hilton Río de Janeiro Copacabana y entré saludando a todos. Fui hasta el gimnasio y ahí estaba ella, la pelirroja en apuros.

Traducción:

Deseja tomar algo?: ¿Desea algo de tomar?
Á frente. Dona Sousa vem: Adelante. La señorita Sousa ya viene.
Venha comigo e aperoveite baby: Ven conmigo y disfruta, nena.

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