19- Cita doble

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Barbie Watson
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Un mensaje de Clara me dio la indicación de bajar a su encuentro. Tomé mi carterita rosada y salí con Jeremy. Él estaba usando un pullover morado oscuro que decía en la parte delantera "Bad Boy", lo cual era un poco contradictorio teniendo en cuenta que Jer era uno de los chicos más buenos y dulces que había conocido. También tenía un pantalón blanco con cremalleras por todas partes a modo de decoración y unos tenis Adidas. Cuando llegamos abajo, vi al momento un taxi amarillo y supuse que Clara estaría dentro. Ella había mencionado que era muy difícil estacionar en la zona a la que íbamos y, por lo tanto, tomaríamos taxi.

—Así que una cita doble, eso es raro. ¿Quién será el acompañante de Clara? Espero que hable español —comentó Jeremy.

—Ojalá —añadí entre risas.

Cuando estuvimos junto al auto, Jeremy me abrió la puerta para que yo entrara. Me senté en el asiento trasero y dirigí mi vista al frente. No pude hablar cuando vi que Marcos estaba sentado en el asiento copiloto. Se volteó un poco hacia atrás para verme mejor. En su mirada había una mezcla de inseguridad y nervios, cosa rara en él. Jeremy entró, sonriente como siempre, mas su sonrisa fue borrada al ver al señor engreído.

—Hola, muchachos —saludó Clara con gran emoción, como si fuera el mejor día del mundo—. Les va a encantar el museo.

—¿A cuál iremos? —pregunté, tratando de hacer algo casual del extraño suceso que estábamos viviendo.

—Cuéntales, Marc —incitó Clara. En ese momento el auto comenzó a moverse.

Marcos suspiró antes de ponerse a hablar. Notaba que se sentía incómodo y fuera de lugar.

—Iremos al Museo de Arte Contemporáneo de Niterói —informó sin voltear a vernos.

—Diles más —insistió la morena sin borrar una sonrisa de su rostro.

—Es un lugar imprescindible para los amantes del arte. Fue diseñado por Oscar Niemeyer y está situado en un pequeño risco en la bahía de Guanabara —prosiguió.

—Exacto —apoyó la muchacha—. ¿Te gustan los museos, Jeremy?

—Sí —afirmó mi acompañante.

—A mí también. Otra cosa que tenemos en común —lo miró fijamente, ignorando que yo me encontraba en medio de ambos. Mi amigo se tensó un poco y desvío la mirada.

Necesitaba saber cómo había llegado Marcos a formar parte de la cita doble. No creía que Clara estuviera interesada en él, pues nunca los había visto coquetear el uno con el otro. Recordé las palabras de Adriana, lo que me dijo de que tuviera cuidado con Clara. Me estaba arrepintiendo de estar ahí, de haber aceptado la invitación y terminar formando parte de ese lío. Aunque ya era tarde para eso. Debía afrontar las consecuencias y tratar de entender lo que estaba pasando detrás de todo.

Cuando por fin llegamos, nos bajamos del vehículo y me sorprendió ver que el museo tenía una forma muy similar a la de una nave espacial. Si mis cálculos no fallaban, era posible que el museo tuviera dieciséis metros de alto y su cúpula un diámetro de cincuenta metros.

Marcos se posicionó a mi lado y me sacó de mi momento de futura arquitecta. Tenía una sonrisa apenada y su vista puesta en el paisaje. Sabía que quería decir algo, pero nada salía de su boca.

—Sé que esto está mal —susurró en un tono extremadamente bajo.

—¿De qué va esto? —pregunté.

Él me miró e inmediatamente me sentí intimidada por su mirada. Recordé la conversación que habíamos tenido en Instagram y noté que me estaba sonrojando, por lo que desvié la vista. Escuché una pequeña risa por su parte y supe que era por mi reacción.

—No quiero hablar de cómo terminamos aquí los cuatro —añadió—, pero creo que no irá tan mal como pensé.

—Vamos dentro —intervino Clara, la cual llegaba con Jeremy.

Entramos por una amplia rampa de acceso, con un piso rojo que me recordó a una alfombra de premiación. A medida que avanzábamos, la altura se hacía cada vez mayor. Era un lugar absolutamente precioso, parecía que me acercaba a otro planeta. Yo estaba muy entusiasmada por llegar de una vez al interior.

Finalmente llegamos a un Pasillo de Exposición con capacidad de sesenta personas. Estaba lleno de grandes ventanas de cristal que dejaban ver el exterior. Me encontraba en un edificio futurista cuyas formas sinuosas abrían paso a las exposiciones innovadoras y creativas. Comenzamos a recorrerlo y yo saqué mi celular para ir fotografiando lo que llamara mi atención.

—¿Qué hace Marcos aquí? —me cuestionó Jeremy, posicionándose a mi lado.

—Fue inesperado —me limité a decir, inspeccionando mi alrededor y haciendo más fotos.

—Fue más que inesperado —su tono se volvió frío—, él no debería estar aquí, y menos teniendo en cuenta que ustedes...

—Basta —lo corté y me detuve para observarlo—. ¿Olvidas lo que pasó entre Clara y tú? Porque un beso no es algo que se borre así como así —le espeté, pues me dio la impresión de que él omitía algo que a mí me afectó mucho más de lo que le pudo afectar a él mi acercamiento con Marcos.

—Manzanita... —eliminó cualquier atisbo de frialdad o enojo—, eso no fue nada, yo no... —bajó la mirada, dándose cuenta de que la situación no estaba a su favor.

—Sólo olvídalo —negué con la cabeza y lo dejé atrás.

En el momento que me alejé de Jer, Clara salió como disparada a su encuentro. Marcos tampoco perdió el tiempo y se acercó un poco a mí. Lo observé de arriba a abajo, notando lo bien que le quedaba su atuendo. Sin mediar palabra, nos aproximamos a un grupo de pinturas con colores vibrantes que parecían dar un efecto de hipnosis.

—Esta es una de mis favoritas —señaló con su dedo índice un lienzo de fondo verde con un gran círculo que degradaba sus colores entre el rojo y el amarillo.

—¿Por qué? —cuestioné, pues me parecía algo muy simple en comparación con el resto.

Marcos soltó una risa y me miró. Metió sus manos en los bolsillos del pantalón y dio unos pasos atrás para ver mejor la obra de arte. Con su lengua lamió su labio inferior y sus ojos se entornaron. Un pinchazo se clavó en mi pecho e inconscientemente comencé a caminar hasta él para situarme a su lado y mirar en la misma dirección.

—El arte es algo que muchos compartimos, pero expresamos e interpretamos de diferentes maneras. Tal vez para ti eso no es más que un círculo mientras que yo veo un sol.

—¿Un sol? —dije y fruncí el ceño.

—Sí, un sol —afirmó—. Es posible que el artista lo haya pintado con otro significado, pero así lo veo yo: como un sol, un atardecer, un verano.

Sonreí al escuchar sus palabras. Su tono de voz cambiaba cuando tocaba ese tema. Sabía que la pintura era una de sus pasiones, y lo pude confirmar al ver el destello en sus ojos.

—Te brillan los ojos —mencioné. Él volteó a mí.

—Tal vez sea porque tú estás a mi lado —comentó e inmediatamente hizo una mueca de asco—. No puedo creer que me acabé de poner cursi.

—Creo que sí —reí y él hizo lo mismo.

—Hablemos afuera —pidió, acercándose a mí.

—Pero Jeremy...

—Él y Clara deben estar viendo algo por ahí. Vamos, seguramente la están pasando de maravilla —insistió. Obviamente no quería dejar a mi amigo solo, pues se suponía que él sería mi cita, pero todo resultó tan raro que supuse que daría igual si salía un momento.

—De acuerdo —asentí y Marcos disimuló una sonrisa de victoria.

Salimos y nos acercamos al borde del acantilado, al fondo del cual se apreciaba la playa. El aire era fresco y se respiraba paz. La vista era impresionante, sin dudas, una de las mejores que había apreciado en Río de Janeiro. El sitio en el que nos encontrábamos era más solitario, por lo que podríamos hablar con tranquilidad.

—¿Cuándo empezaste a decirme "señor engreído"? —interrogó y recordé que yo lo había llamado así inconscientemente en la conversación que tuvimos.

—Bueno... —reí, un poco nerviosa—, desde hace bastante tiempo, es algo que guardo para mí. Lo digo en mi conciencia.

—Tu Pepe Grillo habla mucho de mí, ¿eh? —añadió y comencé a carcajearme por su referencia a la conciencia de Pinocchio.

—No tanto —mentí, pues últimamente me la pasaba pensando en él.

—Sí, ajá —sonrió sin creerme—. Ven aquí —se acercó más al borde, tanto que temí que pudiera caer.

—¡Marcos, cuidado! —vociferé.

—Ey, tranquila, nadie va a caer —dijo y se volteó.

Comenzó a caminar de espaldas al abismo y sentí una corriente en mi espina dorsal. Tenía una sonrisa de superioridad y burla, él estaba disfrutando mi miedo y eso me pareció muy cruel de su parte. Cada vez se acercaba más al filo.

—Es peligroso. Puedes terminar muy mal —reproché con el corazón a mil.

—La Sirenita Ariel se preocupa por el señor engreído —habló en voz baja y algo ronca.

—No juego, Marcos —volví a hablar.

De un momento a otro, él tropezó y se tambaleó. Corrí rápidamente hasta donde él estaba y lo jalé del brazo para evitar que cayera de espaldas al vacío. Por suerte logré estabilizarlo y solté el aire que contuve. Cerré los ojos y posicioné mi mano libre en mi pecho. Aún sujetaba a Marcos y de pronto sentí que tenía ganas de llorar.

—¿Estás bien? Estás temblando —dijo él en un tono preocupado.

Abrí los ojos y lo miré. No había notado que mis manos temblaban como si me encontrara en el Polo Norte. Marcos acunó mi rostro entre sus manos y se acercó más a mi cuerpo.

—Lo siento, fue sólo una broma, no creí que te pondrías así —se disculpó con un semblante de arrepentimiento.

—¿Fue una maldita broma? —pregunté con la rabia creciendo en mí.

—Sí, pero no debes...

—¡Casi muero de un infarto! —rugí con ira—. ¿No te ibas a caer de verdad?

—No.

Le empujé las manos con brusquedad y di unos pasos atrás. Podría ser una broma, pero realmente me afectó mucho. ¿Y si caía en serio?

—Vamos, pelirroja, no te pongas así. Nos sentaremos aquí y listo. Olvida lo que pasó —propuso y se sentó rápidamente en el suelo. Noté que él estaba realmente arrepentido.

—No lo vuelvas a hacer —suspiré con fastidio y me senté junto a él.

—Lo prometo.

—Tú nunca cumples tus promesas —volteé los ojos.

—¿No?

—No. ¿Recuerdas cuando fuimos a Santa Teresa? Prometiste que no volverías a insinuarte, y no lo cumpliste —rememoré y él sonrió.

—Así que la sirenita no tiene memoria de pez. Irónico —dijo por lo bajo.

—Lo recuerdo todo muy bien. Por ejemplo, que también mencionaste que yo sería la que se insinuaría a ti antes de que lo hicieras tú. Y no fue así.

—Por lo que llegamos a la conclusión de que debes dejar de hacerme prometer en vano —se encogió de hombros.

—¿Sabes? Adriana me dijo que empezaste las clases de surf por mí. ¿Es eso cierto?

Los ojos de mi acompañante se abrieron como platos. Estaba anonadado por mi comentario, obviamente no se lo esperaba para nada. Trató de decir algo, pero se lo pensó mejor y decidió permanecer en silencio.

—¿Es eso cierto? —insistí, disfrutando realmente la situación. Había llegado mi momento de diversión.

—Más o menos —desvió la mirada.

—Eso no me convence.

—Sí —mencionó en un susurro.

—¿Qué?

—Que sí las inicié por ti. Quería causar una buena impresión —se sinceró, algo apenado.

Escuché unos pasos que se acercaba y supe que ya no estábamos solos. Giré mi cabeza y vi a Jeremy y a Clara acercarse a nosotros. Mi amigo parecía desubicado, mientras que la morena se veía feliz y complacida.

—Manzanita, ¿qué haces aquí? —indagó Jer.

—Yo tenía un poco de fatiga y decidimos salir para tomar aire fresco —mintió Marcos, ahorrándome las explicaciones.

—Pobre Marc —intervino Clara—. ¿Quieren ir a comer algo?

—Sí, vamos —dije a la vez que me ponía de pie.

Nos dirigimos al restaurante con el que contaba el museo, el cual estaba situado en el subsuelo. El Bistro MAC era absolutamente precioso, con un piso de madera brillante, muebles modernos de color blanco y negro, plantas verdes que le aportaban vida y unas lámparas redondas y grandes que rodeaban el circular sitio. Estar ahí daba ese aire novedoso, fresco, elegante y refinado.

Todos nos sentamos a una mesa blanca con sillas del mismo color. Un muchacho se acercó y nos ofreció el menú. Tuve la oportunidad de echarle un ojo a todo lo que ofrecía el lugar. A pesar de que estaba en portugués, pude entender algunas palabras que se asemejaban al español. Ninguno de los presentes tenía tanta hambre como para pedir un almuerzo completo, así que optamos por una especie de merienda.

—A mí me encanta el Capuccino de este sitio, así que pediré uno —habló Clara con la vista fija en el menú—. También pediré un Croissant.

—A mí me apetece lo mismo —dijo Jeremy un poco serio.

—Yo quiero una torta de limón y un agua mineral. ¿Y tú, Barbie? —intervino Marcos.

—Brownie y piña colada —respondí.

El camarero volvió y Marcos hizo la orden en un perfecto portugués. Mis ojos viajaron a Jeremy, quien tenía los dedos entrelazados y la mirada fija en un punto de la mesa. Podía entender que la presencia de Marcos lo tomara por sorpresa, pero su cara de póquer se me hizo innecesaria. Posiblemente también había influido que yo decidiera largarme del museo como si fuera una fugitiva. Clara le echaba miradas a Jer, y en sus azules ojos descubrí el deseo de que esas miradas fueran devueltas. Finalmente volví a centrarme en el señor engreído y una extraña sensación se hizo presente cuando lo descubrí analizándome con una seriedad que podría haber servido para intimidar a cualquiera. Estaba echado hacía delante, con los brazos cruzados sobre la mesa y sus ojos más oscuros debido a sus pupilas dilatadas, las cuales simplemente dejaban a la vista un fino arito verde. De mis ojos pasó a mis labios, de mis labios a mi cuello, y de mi cuello a mi pecho. Mi corazón se aceleró como si hubiera estado corriendo en un maratón, sentí un calor recorrerme por todo el cuerpo y podría jurar que el rubor no sólo se extendía por mis mejillas, sino también por la zona en la que los ojos provocadores del rubio reposaban. Abrió su boca levemente, casi inconsciente, y mordió su labio inferior. Por un momento las voces de alrededor se silenciaron, así como el sonido de los cubiertos. Nada más existíamos él y yo. No sé por cuánto tiempo estuvimos de esa manera, pero se me hizo eterno hasta el momento en el que una bulla nos hizo reaccionar. Noté que Jeremy se inclinaba a la derecha y cogía del suelo su teléfono, el cual parecía haber caído.

—Jer, cariño, ten más cuidado o te quedarás sin móvil —le dijo Clara y me pareció raro no sentirme celosa o molesta al escuchar la palabra "cariño."

—Sí, no me di cuenta —prosiguió mi amigo.

—Pero si prácticamente lo lanzaste a propósito —volvió a hablar la morena.

—Voy a salir, ahora soy yo el que tiene fatiga —avisó Jeremy, lanzándole una mirada desafiante a Marcos y luego a mí—. ¿Quieres acompañarme, Barbie? Porque parece que te gusta tratar a las personas con fatiga —metió cizaña por el hecho de que yo acompañara a Marcos al exterior cuando él "tuvo fatiga."

—Eh... sí, supongo —dije lo más calmada posible, pues Jeremy podría parecer un ángel caído, pero era capaz de salir de sus carriles cuando se lo proponía.

—Ya voy yo —se apresuró a decir Clara—. Este lugar tiene un olor que me causa cierto mareo —argumentó, aunque me pareció una simple y poco elaborada excusa para escabullirse con mi mejor amigo.

Por un momento pensé en salir con ellos de todas formas y aclarar la situación o el aparente malentendido, pero preferí quedarme donde estaba: era posible que terminara discutiendo con Jer y eso no era lo que quería.

Vi a los dos chicos alejarse e hice una mueca de tristeza. No podía decir que estaba triste en todo el sentido de la palabra, pero sí me afectó un poco la molestia que pude ver en los ojos de mi amigo. Era entendible, yo también hubiera estado así.

—Te daré una correa para que amarres a tu amiguito cuando llegues al hotel. Definitivamente está teniendo principios de rabia —dijo Marcos, el cual llevaba rato callado.

—Es una situación extraña —suspiré pesadamente.

—¿Por qué?

Me mantuve callada ante la pregunta. El porqué era muy simple y a la vez complejo: hacía unos días yo moría por el amor de Jeremy y era capaz de cualquier cosa por tenerlo sólo para mí, pero últimamente era como si todo eso se hubiera marchado, o al menos la mayoría, quedando simplemente un veinte porciento del cien porciento que sentía en el principio. Yo sabía que eso no era algo que pudiera desaparecer así sin más, entonces las palabras de Adriana vinieron a mi cabeza: "Tal vez estás confundiendo tu amistad con Jeremy." ¿Y si era verdad? ¿Y si todo eso que sentí había sido sólo una confusión? ¿Y si...?

¿Y si Marcos me hizo abrir lo ojos de una forma u otra?

A pesar de que esa explicación me parecía lógica, sabía que en el fondo mi amor por Jeremy seguía ahí, y que el señor engreído no había hecho más que confundirme, él era una prueba. Pero... ¿Yo era capaz de pasar esa prueba?

—¿En qué piensas, Sirenita Ariel? ¿Tienes dudas de quién es tu Eric? —cuestionó y, aunque me hizo gracia, no me reí, pues había gran verdad en su broma y eso me asustaba.

Nuestros pedidos llegaron a la misma vez que lo hacían Clara y Jeremy. Disfrutamos de los deliciosos dulces y bebidas que pedimos, pero se notaba una incómoda tensión que parecía rodearnos como una burbuja.

Salimos del Bistro luego de pagar. Un taxi que nos llevaría a nuestro destino apareció a los pocos minutos de que Clara lo llamara. Antes de subir en él, Marcos me tomó del brazo y se acercó a mí oído para decirme algo.

—No olvides que mañana hay clases de surf. Y no lleves a tu amiguito, quiero pasar un rato contigo a solas.

Se alejó de mí sin siquiera mirarme, como si no hubiera pasado nada. Subimos al auto amarillo y éste se comenzó a mover.

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