15- La fiesta

༺═──────────────═༻
Barbie Watson
༺═──────────────═༻

Me senté junto a Adriana luego de decirle a Jeremy al oído que debía relacionarse con Marcos. La rubia y yo comenzamos a hablar rápidamente de moda, lo que se llevaba en Brasil y en Estados Unidos. Como ya había supuesto, ella era muy agradable y las conversaciones fluían con facilidad. Entre una charla y otra, me contó que ella y Marcos llevaban una especie de relación libre, la cual había terminado hacía poco tiempo; esa información me dejó muy sorprendida. Todo parecía indicar que las cosas no habían fluido como a ella le hubiera gustado. Me comentó que él era un picaflor y aprovechaba la mínima oportunidad para metérsele por los ojos a cualquier cosa con vagina. Se expresaba de él con un poco de desprecio, pero, en el fondo, noté que significaba mucho para ella. Hubo un silencio entre nosotras, el cual aprovechamos para dedicarle una mirada al infinito manto azul que se extendía hasta mezclarse, casi imperceptible, con el cielo. Podía escuchar a los chicos hablando y me alegré de que pudieran llevar una conversación. No sabía el tema de su charla, me pareció escuchar algo sobre un trío; cosas de hombres, supongo. De repente todo sonó más claro, y fue cuando escuché algo que me dejó sin habla.

—Sí, un día dije que quería besarla —decía Marcos—. Bueno, no fue un día, sino una madrugada. Ella estaba en su...

—¿Marcos? -dije a la vez que me volteaba bruscamente a él. Era obvio que esa "ella" era yo. No quería ni imaginar lo que podía haber dicho después.

Al parecer, Adriana también lo había escuchado, pues lo miraba con sorpresa.

—¿Qué sucede? —preguntó en tono casual.

—Necesitamos hablar.

Nos apartamos y le dije todo lo que se me vino en gana. Expresé el odio y la rabia que se me había acumulado en el momento que escuché lo que le decía a Jeremy. No sabía por qué le había dicho eso, pero fue realmente bajo de su parte. Sentí que habíamos hecho un drama del suceso del beso. ¡Ni siquiera nos lo habíamos dado! Fue simplemente un comentario que, en realidad, no era cosa relevante. En su momento me afectó un poco, bueno, bastante. Pero, llegado un punto, iba siendo hora de dejarlo pasar, tal y como habíamos acordado. Me sentía traicionada de alguna forma porque él le quisiera contar eso a Jer. ¿Cuál era su objetivo con eso? ¿Causar un conflicto innecesario por algo irrelevante? Marcos sabía perfectamente que a mí me gustaba mi mejor amigo, y me sentí traicionada por sus palabras.

De un momento a otro, él empezó a decir muchas cosas sobre Jer y sobre mí. Se veía triste, hasta podría decir que... indefenso. El señor engreído ya no era el mismo.

—... yo nunca voy a congeniar así con alguien —finalizó y yo me estaba esforzando por comprender.

—No entiendo... —intenté hablar, mas él me interrumpió.

—Me gustas —soltó de repente, cortando de raíz todo el enojo que estaba sintiendo antes—. Mierda, Barbie, me gustas mucho.

Su expresión era suave, sincera, como nunca antes lo había visto. Yo quería decir algo, de verdad quería; sin embargo, no podía. Me había quedado totalmente desconcertada. Ese no parecía el chico que yo conocía, el que siempre tenía un comentario engreído y una actitud de superioridad. Lo sentía pequeño, a pesar de que me rebasaba por mucho en tamaño.

—Diablos, di algo —pidió con desesperación.

—Yo... eh...

—Olvida que dije eso —prosiguió—. ¿Qué rayos acabo de hacer? —dio un paso atrás y frotó su cara.

Lancé mi mirada a Jeremy y Adriana, los cuales hablaban sin saber lo que estaba pasando a unos metros de ellos.

—¿Qué esperaba que dijeras? —se cuestionó a él mismo, sin mirarme.

—Marcos, yo...

—"Yo estoy enamorada de mi estúpido amigo" —completó por mí—. Sí, eso ya lo sé. Por eso mismo quisiera saber qué santo se me subió para yo decirte lo que te dije. No te preocupes, prometo dejarte en paz, dejarte continuar con tu vida, dejar toda esta mierda.

Dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección contraria. Pensé en detenerlo, en decirle que no era necesario que se alejara, que yo no quería que se alejara, pero mis palabras aún estaban atoradas en lo más profundo de mi garganta.

"Me gustas."

Él había dicho que yo le gustaba. ¿De qué forma le gustaba? ¿Para una noche, una semana o para siempre? Adriana me había dejado bastante claro que él no era un hombre de compromiso, sino uno de los que disfrutan el momento. Posiblemente estaba interesado en mí como lo podría estar en cualquiera.

Caminé hasta llegar con los dos chicos que estaban sentados en la arena. Intenté poner mi mejor sonrisa de "todo está perfecto" y les hice compañía.

—Bueno, hace un día soleado, ¿no? —comenté, mirando al cielo.

—¿Me piensas explicar algo? —dijo Jeremy, tajante.

Volteé y me tropecé con su expresión llena de curiosidad, celos y confusión.

—Yo me debo ir —añadió Adriana, quien pareció notar el incómodo momento que estaba presenciando.

Cuando quedamos solos, me dispuse a hablar. Jeremy se merecía las respuestas a la pregunta que me había hecho.

—Mira, quiero aclarar que nunca ha pasado nada entre él y yo —comencé a decir—. Una vez estaba borracho y fue a mi habitación. Dijo que quería besarme, pero no pasó de ahí. No hubo beso, ni nada parecido.

—Él le parecía dar mucha importancia. No creo que no haya pasado nada.

—¿No confías en mí? —cuestioné.

—En ti sí, pero no en él. Yo sabía que quería algo contigo.

—Puedes estar seguro de que no sucederá absolutamente nada entre nosotros, así como no sucedió aquella vez. Yo quiero a otra persona, y eso tú lo sabes.

Él asintió y me dedicó una sonrisa de lado.

...

Estaba sentada en el suelo de mi habitación, mi espalda apoyada a la parte delantera de la cama. No hacía nada interesante, simplemente pasaba las fotos que se hallaban en mi celular, las fotos que tomé en Río de Janeiro. Estaba yo con mi familia, algunas imágenes del hotel... y ahí estaba él: Marcos se encontraba en una de las fotos. Era del día que fuimos a Santa Teresa. Vi su expresión de autosuficiencia y alegría, una extraña mezcla que le lucía bien. En ese momento comencé a preguntarme en qué tiempo comenzó a pasar todo. ¿Cuándo comencé a tener a dos chicos detrás de mí? No era la primera vez que me pasaba, pero si la primera vez que me encontré a mi misma completamente perdida. Deseé tener una amiga con la cual hablar, a la que decirle lo que pasaba en mi vida, la manera en la que me convertí en la protagonista de una comedia romántica. Pero, para mi desgracia, no tenía amigas. En Las Vegas apenas tenía dos o tres amigas distantes que sólo se interesaban en ellas mismas, quitándole importancia a todo a su alrededor. Jeremy había sido mi amigo en todos los aspectos: con él me divertía, hablábamos de los muchachos que a mí me gustaban o de las muchachas que quería él. Ya todo era diferente, se me haría imposible comunicarle mi situación sin formar un drama por ello.

Unos toques en la puerta me sacaron de mi ensimismamiento. Recordé cuando Marcos tocó mi puerta de madrugada y casi me mata del susto. Fui a abrir y encontré a Adriana. No me molesté en ocultar mi sorpresa. De todas las personas que podían estar del otro lado de la puerta, ella ni siquiera se encontraba entre las opciones. Se veía hermosa con su cabello rubio recogido en una coleta que caía sobre su hombro derecho, un vestido sencillo y veraniego con estampado colorido y unas sandalias blancas. Tenía una sonrisa que completaba su atuendo.

—Espero que no te moleste mi visita —comenzó a hablar.

—Oh, no, para nada —negué con la cabeza y me hice a un lado para que pudiera entrar.

Cerré la puerta y nos sentamos en el borde de la cama.

—¿Qué te trae por aquí? —cuestioné.

—Bueno, realmente te vi en una situación un poco... intensa, por así decirlo. Ya sabes, en la playa, con los chicos.

—Sí, fue un poco incómodo —declaré.

—Pensé que tal vez querrías ir a una fiesta conmigo, eso te despejaría —ofreció.

—¿En serio? ¿Por qué me invitas? —pregunté, pues me pareció un poco raro.

—Creí que estarías un poco agobiada en este lugar. A veces se necesita despejar, sin hombres ni complicaciones.

—Creo que tienes razón, ¿dónde será esa fiesta?

—Es en casa de una conocida, ella siempre celebra el verano. Será muy divertido, todo se va a descontrolar —expresó con una sonrisa pícara.

—Okey... creo que iré. ¿A qué hora?

Ella miró su reloj y luego volvió a dirigirse a mí.

—Son las seis, iremos a las diez. Es la hora en la que se comienza a prender la cosa, si me entiendes, ¿no? —hizo una especie de baile a la vez que su sonrisa crecía.

No sabía a qué se refería con eso de "prender la cosa", pero no estaba de humor para ponerme a analizar con énfasis. Sería una noche divertida, conocería personas nuevas y me alejaría del pequeño drama en el que me encontraba metida.

Adriana se despidió y salió de la habitación, procurando estar abajo a las diez en punto y asegurando que no admitiría un retraso.

A las nueve comencé a arreglarme, luego de volver del comedor y decirle a mi mamá mis planes. Usé un maquillaje sencillo, pero digno de una fiesta en la noche. Solté mi cabello, alborotándolo un poco para dar ese toque alocado que me gustaba usar de vez en cuando. Dudé en cuanto a la ropa: no sabía si sería un encuentro casual, formal o si cada cual iba a su rollo. Decidí ponerme mi vestido de látex negro, era corto y ceñido al cuerpo, estaría bien para cualquier ocasión; daba un toque sensual y seguramente gustaría. Me eché perfume y, luego de ponerme unos tacones negros, tomé una pequeña cartera del mismo color y bajé. Eran exactamente las diez y un auto que recién llegaba se detuvo en la entrada. No se bajó nadie y, al tener los vidrios oscuros, no se veía hacia adentro. Era un Lamborghini moderno de color amarillo. La ventanilla trasera se bajó y pude ver a Adriana que me invitó a entrar. Si ella estaba detrás, ¿quién manejaba? Mi corazón se comenzó a acelerar, estaba un poco nerviosa por ir a esa fiesta con unas personas a las cuales no les tenía gran confianza. Además, ni siquiera sabía quiénes más iban a parte de nosotras dos.

Abrí la puerta del carro y me introduje en él. Lo primero que hice fue mirar hacia los asientos delanteros, en donde estaba Clara al volante y Jorge a su lado. La morena me miró a través del espejo retrovisor y vi sus delineados ojos claros. Jorge volteó y extendió su puño para que yo lo chocara.

—Luces estupenda —me dijo la rubia.

—Gracias —añadí—. No sabía que irían más personas.

—Olvidé mencionarlo, pero ya conoces a mis amigos. No hay problema, ¿no? —volvió a hablar Adriana.

—¡No, para nada! —me apresuré a decir, no quería que pensaran que yo era una pesada.

El trayecto comenzó y aproveché para mirar a los presentes. Mi compañera de asiento llevaba un pantalón ajustado a la cintura de color marrón, un top negro y unas botas de tacón de igual color. Clara usaba un vestido rojo como sus tacones y una chaqueta blanca de cuero, viéndose elegante y atractiva. Jorge tenía un pullover entre azul oscuro y azul claro, acompañado por un pantalón blanco con algunas roturas bastante grandes. Todos se veían muy bien, y me sentí feliz con el atuendo que elegí.

—Freitas no responde al teléfono, tal vez ya llegaron y no lo escucha por la música —informó el ojiazul, el cual no soltaba el celular desde hacía un buen rato.

Yo me quedé con la palabra "llegaron." Todo parecía indicar que el grupo sería más grande de lo que pensaba. Al principio sólo me imaginé a Adriana y a mí tomando algo y bailando un poco, pero, de un momento a otro, la noche prometía ser bastante interesante. Omití el hecho de que ellos solían drogarse y me permití disfrutar de un rato divertido.

—Ese hijo de... —añadió Clara, soltando un bufido—. Nunca escucha nada, es realmente estresante. ¿Intentaste con Marcos?

Una punzada en mi pecho se hizo presente cuando escuché el nombre. Por supuesto que él iría. Se suponía que sería una noche para olvidar a los hombres, para despejar la mente.

—Lo siento —mencionó la rubia en tono bajo—, traté de que fuéramos sólo las chicas, pero ellos son muy insistentes a veces. Aunque no te preocupes, nos alejaremos de ellos en cuanto entremos a la casa —explicó y yo asentí.

—¿Qué tanto cuchichean? —interrogó la que estaba al volante, colocando un mechón de su cabello crespo detrás de la oreja.

—Nada, nada —respondió Adriana.

—¡Marcos! Gracias a la virgen de la audición que escuchas tu teléfono. ¿Están en la entrada? —hubo un silencio en el que supuse que Marcos hablaba—. De acuerdo, no se muevan de ahí, ¿bien? Entraremos juntos como la manada de dioses que somos —declaró y luego colgó.

Pasados unos dos minutos, nos adentramos por una calle algo solitaria y vi al fondo una casa grande, llena de luces y carteles que decían cosas en portugués, pero como tenían dibujos del sol y la playa, supuse que serían sobre el verano. Nos dirigimos a un espacio de estacionamiento que había en el mismo lugar y nos bajamos luego de aparcar. Estaba nerviosa, pues sabía que tendría que ver a Marcos y eso me haría sentir extraña luego de lo que me había dicho. Caminamos en dirección a la entrada, en donde estaban varias personas. Seguimos más adelante y ahí estaba él. Marcos se encontraba recostado a una columna blanca, una pierna delante de la otra y sus manos en los bolsillos. Su rostro inclinado hacia un lado, mirando al vacío. Llevaba una camisa ancha y gris con los primeros botones sin abotonar, un pantalón negro satinado y unas botas negras que le llegaban sobre el tobillo. Volteó y automáticamente nuestras miradas se encontraron. Se sacó las manos de los bolsillos y dio un paso adelante, mirándome como si no entendiera el motivo de mi presencia. Los latidos de mi corazón se incrementaban a medida que avanzábamos. Finalmente, giró su rostro a mis acompañantes y no supe distinguir si me quité un peso de encima o me pusieron otro más. Noté a Freitas, quien usaba un overol de mezclilla clara y unos espejuelos de cristal transparente.

—¡Hasta que llegan! —exclamó el de piel oscura, acercándose a nosotros y saludándonos uno por uno.

—Con ese atuendo parece que volviste a los diecisiete —le dijo Jorge entre risas.

Entramos a la casa. Era grande y portaba un estilo moderno. Las luces de colores giraban de un lado a otro y muchas personas bailaban frente a un DJ que se movía como poseído al ritmo de la música disco. En un sofá se encontraban unas chicas bebiendo y charlando, más lejos, en una barra, otros pedían tragos o aperitivos. Por un momento me sentí a gusto, como lo hacía cuando iba a las fiestas en Las Vegas, pero luego volví a mirar a Marcos y algo se removió otra vez. Él estaba distante, sin comentarios provocativos ni miradas sugerentes. Era como si yo no existiera, como si no estuviera ahí. No me había saludado ni me había dirigido la palabra.

Adriana me dio un tirón del brazo y se alejó conmigo y con Clara. Caminamos hasta la barra y nos sentamos en unos puestos vacíos. Un chico lleno de tatuajes y piercings se acercó a nosotras. Me miró y sonrió, luego dijo algo que no comprendí.

—¡Dice que qué quieres! —gritó Adriana por sobre la música.

—¡Lo que ustedes pidan! —proseguí.

Ella hizo el pedido y poco después el muchacho comenzó a preparar frente a nosotras unas bebidas coloridas con una habilidad impecable. Casi me quedo embobada viendo la manera en que el líquido caía, a una gran distancia, directo en la copa. Nos ofreció tres copas y di un trago a lo más delicioso que había tomado en años. No sabía que era, pero el sabor dulce que me producía era digno de un premio.

Estuvimos un rato charlando, aunque la música era lo suficientemente alta como para perder la audición y las cuerdas vocales. Divisé a los chicos, estaban sentados en una mesa más al fondo. Jorge y Freitas no paraban de reír y bailaban de vez en cuando desde el mismo asiento. El que no parecía disfrutar mucho era Marcos, quien estaba inclinado hacia adelante, con la cabeza entre sus manos y los codos apoyados en la mesa de cristal. Un vaso reposaba frente a él y estaba casi lleno, para no decir intacto. No miraba en mi dirección y eso me daba la libertad de verlo mejor. Él se veía muy bien, como un modelo de revista. Quería preguntarle qué le sucedía, porque definitivamente esa no era su personalidad cotidiana.

—¿Barbie? —me llamó Clara.

—¿Si? —dije cuando volteé a verla.

—¿Quieres otra bebida?

—Claro —acepté y esperé a la nueva copa.

Cuando llegó, el camarero tropezó hacía adelante y todo el líquido se derramó sobre mí. Me puse de pie con gran velocidad y sentí un frío recorrerme la pierna. Fui al baño luego de preguntarle a ellas en dónde lo podía encontrar.

Para ir al baño, tuve que pasar frente a la mesa de los muchachos, pero solamente estaban Jorge y Freitas. Ellos me saludaron con emoción, como si no me hubieran visto en décadas, y yo hice lo mismo. Seguí de largo por un pasillo lleno de cuadros con figuras raras y encontré el baño al fondo. Abrí la puerta y me quedé paralizada cuando encontré a Marcos sentado sobre la meseta. Estaba como perdido en su mundo cuando me notó llegar.

—¿Ahora me persigues? —preguntó con un tono neutro.

—Vine porque se derramó la bebida en mi vestido —le expliqué, señalándolo.

El asintió y no se movió. No dijo nada y lo volví a sentir como ido del mundo. Abrí el grifo y tomé unas servilletas. Sabía que el vestido saldría ileso por el material, pero mi pierna estaba pegajosa y no quería oler a alcohol y dulzor. Sería demaciado empalagoso considerando que mi perfume ya contaba con ese olor repugnante. Sentía un ambiente incómodo, así que decidí hablar.

—No sabía que vendrías —comenté.

—Créeme, mi sorpresa fue mayor cuando te vi —dijo sin mirarme.

—Adriana me invitó —proseguí y hubo un pequeño silencio—. ¿Qué haces aquí?

—Reparo la ducha —expuso con sarcasmo.

Cerré el grifo y tiré las servilletas en el cesto de la basura. Me acerqué un poco a él, pero se puso de pie y comenzó a caminar hacia la salida.

—¿A dónde vas? —interrogué con el ceño levemente fruncido.

—A cantar karaoke encima de una mesa de billar —dijo sin siquiera voltear.

—¿Puedes dejar el sarcasmo? Te sale muy mal.

—Sí, Barbie —giró sobre su eje y me observó—, todo me sale muy mal. ¿Qué quieres que haga? Así soy.

—¿Estás bien?

—Claro que lo estoy, ¿por qué no lo estaría? —elevó su voz un poco.

—Porque estás empezando a gritar —me crucé de brazos y alcé una ceja.

—Oh, sí, eso. A veces suelo gritar, o tener actitudes estúpidas, o hablar mierdas —apretó su mandíbula y una vena sobresalió de su frente.

—Tranquilízate, no entiendo por qué estás así.

—"No entiendo por qué estás así" —repitió mis palabras en un tono burlón.

Se volteó y estiró la mano para abrir la puerta, pero yo lo agarré y lo obligué a enfrentarme. De repente, él me empujó con tanta fuerza que caí al piso. Pegué un pequeño grito en cuanto sentí el impacto del golpe. Alcé la vista y miré a Marcos, éste se acercó a mí con preocupación y me ayudó a ponerme de pie.

—¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? —preguntó y me inspeccionó con velocidad.

No le respondí, me limité a estampar mi mano en su rostro, provocando el sonido de una cachetada seca que hizo eco en el baño. Él cerró los ojos y asintió. No se movió, como si simplemente le hubiera dado una cariñosa caricia. Todo lo contrario de mí, que sentía un cosquilleo en la palma de mi mano derecha. Cuando Marcos abrió los ojos, éstos se clavaron en los míos. Me di cuenta de que estábamos más cerca de lo que me gustaría, pero no me moví de ahí y él tampoco. En ese momento no éramos más que dos personas enfrentadas con la mirada. Sentía enojo, dudas, nervios, estrés y millones de cosas más. Quería volverlo a golpear, esta vez con el puño cerrado.

—No quería que cayeras —pronunció.

—Pero lo hice.

—No soy ciego, Barbie, sé que lo hiciste. Y lo siento —dijo en un tono más suave.

—¿Me dirás por qué actúas como si me odiaras?

—No te odio —suspiró y volteó los ojos.

—Entonces es... ya sabes, por lo que me dijiste en la playa. Si es eso, puedes...

—Claro que no es eso —se cruzó de brazos y dio un paso atrás—. Ese que habló contigo en la playa no era yo, yo no soy así —afirmó con seguridad.

—Somos humanos y tenemos sentimientos, no tienes por qué esconderlos.

—Por favor —soltó una risa burlona-. Creo que te estás confundiendo, hazte la idea de que ese encuentro nunca existió. Y sería mejor aún si te hicieras la idea de qué tú y yo nunca existimos —dicho eso, salió y me dejó sola.

Creía que lo conocía, que sabía su forma de ser, pero cada vez me sorprendía más. Cuando menos lo esperaba, una nueva faceta suya era descubierta. ¿Qué pasaba en su mente? ¿Qué había significado aquel "me gustas"? Tal vez estaba en la clásica etapa de negación y, tarde o temprano, volvería a ser como siempre conmigo.

Salí de ahí y volví a donde estaban las chicas. Apenas empezaba la noche y ya estaban pasando las cosas que quería evitar. ¿Qué más iba a suceder?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top