14- Clases de surf con la Sirenita Ariel
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Marcos Carvalho
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Luego de mostrarle la tabla a Barbie, su expresión se convirtió en una de completa emoción. Sus ojos le brillaban al mirarla. Ella no era la única impresionada, el resto de estudiantes también se veían sorprendidos. La pelirroja corrió, agitando su cabello largo de un lado a otro, hasta quedar a mi lado. Observó más de cerca el diseño, mostrándose complacida. Aproveché para echarle un vistazo a Jeremy, éste no se veía tan contento como su queridísima amada. Su mirada era sombría, llena de algo similar a la envida. Era obvio que yo lo superaba en muchas cosas. Yo tenía, a parte de un físico más atractivo, un magnetismo innegable. Yo era más carismático, inteligente y talentoso. Cualquier chica que estuviera en compañía de los dos, se decantaría por mí. Sí, era así excepto con la Sirenita Ariel. Por alguna razón, a ella le gustaba él. Siempre creí que las chicas nunca preferían al niño bueno, pero Barbie era especial: ella sabía lo que le convenía, y ese era su amiguito. ¡Por favor! Ni sus apodos son creativos, ¿Manzanita?
Mis pensamientos fueron cortados por un efusivo abrazo. La pelirroja se había lanzado sobre mí en lo que supuse era un gesto de agradecimiento. Me tomó por sorpresa, la verdad. Ella se mostraba tan distante en ocasiones, que se me hacía extraño el hecho de su acercamiento repentino. Le seguí la corriente y también la abracé. Deslicé mis manos más abajo de su cintura, sin pasarme, y hundí mi cabeza en su cuello. De un momento a otro, su corazón empezó a latir con más fuerza y, al estar tan pegados, lo sentí contra mi torso. Se separó, dejándome sin su olor a frutas.
—Gracias —dijo en tono bajo.
—De nada —respondí.
Volvimos a nuestro sitio y supe que era hora de continuar la clase. Todos me miraban, a mí y a Barbie. Sonreí al notar que, como de costumbre, yo era el centro de atención.
Empecé a explicar la actividad que haríamos. Era algo sencillo, simplemente había que seguir algunos pasos de cómo posicionarse. Todo iba bien, hasta que Barbie cayó sobre su trasero y soltó un chillido. Me acerqué a ella y ayudé a qué se pusiera de pie.
—¿Cómo demonios te caíste? —pregunté sorprendido.
—Yo... simplemente caí.
—No lo puedo creer. Si te caes en la arena, ¿cómo te llevarás con el mar?
—Tal vez me vaya mejor. Soy una sirena, ¿recuerdas? —comentó con una sonrisa.
—De acuerdo. Te volveré a explicar —añadí y ella asintió—. Te tumbas boca abajo, brazos al pecho —empecé a explicarle nuevamente—. Subes un poco la cabeza, arqueas la espalda en forma de "U", pones el pie de atrás donde está la rodilla de la otra pierna y el pie de delante lo pones entre los brazos —ella hizo todo lo que le dije—. Luego sueltas los brazos de la tabla y te paras.
Dicho eso, la chica se intentó poner de pie, pero volvió a caer como si fuera la pelota de un niño de tres años. Algunas risitas se escucharon entre los aprendices y eso la avergonzó bastante. Bajó la cabeza y negó.
—Soy un desastre —pronunció.
—Ya le agarrarás el truco. Nadie es perfecto, si me excluyes, claro —proseguí. Ella rió un poco, pero luego miró a sus compañeros y volvió a su estado anterior.
—¿Viste al resto? ¿Qué edad tienen? ¿Dieciséis? Es bochornoso que ellos se sepan poner en pie y yo no.
—Sí, un poco —declaré y ella me miró con disgusto.
—Se supone que me digas que lo lograré.
—Claro que lo lograrás. Lograrás todo lo que te propongas, sólo tienes que esforzarte y olvidar que hay personas a tu alrededor. Céntrate en ti y en tus metas. Es la única forma que tienes de seguir adelante.
Su expresión se suavizó y me dio una sonrisa genuina. Después de todo, resultaría que me volvería el mejor profesor del mundo.
—Bien, vamos de nuevo —comentó.
—Te tumbas boca abajo...
—Manzanita, tal vez si colocas la pierna más atrás, lo logres —interrumpió Jeremy.
—Tú a lo tuyo, Superman —le espeté.
—Nada más quería ayudar —se encogió de hombros.
—El día que cojas una tabla y domines una ola, podrás ayudar. Mientras tanto, deja que los profesionales hagan lo suyo —solté de manera tajante.
—Creo que estás... —comenzó a decir, luego miró a su amiga y pareció relajarse—. Estás en lo cierto, cada cual a lo suyo —finalizó.
Le sostuve la mirada un momento más y volví a lo que estaba haciendo: tratar de mantener en pie a la chica frente a mí.
—Repetiremos una vez más, ¿de acuerdo? Recuerda: tú estás sola aquí, nadie te está observando.
Y esa vez lo hizo bien.
...
La clase había terminado. Barbie y su amiguito jugaban a tirarse agua a unos metros de mí. Adriana estaba caminando, lista para irse. La seguí y me posicioné a su lado. Ella me miró con cansancio, como si no quisiera verme.
—¿Qué te pareció la práctica? Creo que mis alumnos tienen potencial —comencé a hablar con alegría.
—Marcos, por favor, déjame sola —bufó y se detuvo.
—¿Por qué? —indagué.
—Sabes que necesito un tiempo —comentó—. Si vine hoy, fue porque me gusta ver que las personas se interesan en aprender surf. Créeme que no estoy aquí con la intención de charlar contigo.
—Vamos a sentarnos un rato en la arena —propuse—. Hablemos del surf, del clima... de lo que sea. No quiero perder a mi mejor amiga —expuse con mi mejor cara de perrito faldero.
—Marcos... —suspiró—. De acuerdo, como quieras.
Sonreí y nos sentamos en la orilla. Podía oir las carcajadas de los amigos que aún jugaban como niños en su primer verano. Se veían tiernos, he de admitir. Eran como unos hermanitos que se quieren y harían lo que fuera por salvarle el pellejo al otro, pero no los veía como novios.
—Hacen buena pareja —mencionó Adriana.
—¿En serio? —me volteé a ella bruscamente.
—Sí.
—Justo estaba pensando todo lo contrario.
—Claro.
—¿Qué?
—Ellos quedan genial juntos. Es como si los hubieran diseñado para que se encontraran, se casaran y, acto seguido, tuvieran quince hijos bonitos y con nombres de personajes de Disney. Cualquiera puede notar que se gustan, y cualquiera puede notar que pegan. ¿Acaso te has puesto a pensar por qué a ti no te parecen lindos juntos? -inquirió con ese rostro de "te conozco más que tú."
—¿Porque tengo mejor ojo que cualquiera? —elevé una ceja.
—No, Marc, porque ella te gusta.
—¿Otra vez con eso de los celos? —puse los ojos en blanco y eché la cabeza hacia atrás.
—Esto te lo digo en calidad de amiga. Sé cuando te gusta alguien, y ella te atrae bastante. No ves que hacen bonita pareja porque cuando te interesa alguien, sueles ser algo posesivo. Poco a poco te darás cuenta, sólo es cuestión de tiempo.
—Yo nunca fui posesivo contigo.
—Yo nunca te gusté de verdad —expuso con tristeza—. Vamos a llamarlos, que vengan a charlar un rato.
—¿Tú crees? —ella asintió—. Bueno, como quieras.
—¡Hey, vengan! —exclamó y agitó su mano en el aire, captando su atención.
Los dos muchachos se acercaron con una sonrisa. Barbie le susurró a Jeremy algo al oído y éste asintió con aburrimiento. Finalmente, se sentaron con nosotros. La pelirroja al lado de Adriana y Jeremy junto a mí. Me entristeció que la Sirenita Ariel no ocupara un lugar cerca de mí: realmente disfrutaba hablar con ella. Pero bueno, me tocó tener cerca al amiguito. Ninguno de los dos articuló palabra, a diferencia de las chicas, las cuales empezaron a comentar y debatir sobre moda.
—¿Hace cuánto que das clases? —rompió el hielo el castaño.
—Bueno, hace... un tiempito —dije sin más.
—¿Y cuánto sería eso? —insistió.
—Unos años, ya sabes, con descansos de algunos meses —mentí.
—Oh, parece serio.
—Lo es. Me tomo muy en serio todo.
—Yo estudio arquitectura con Barbie. Siempre hacemos todos los trabajos juntos, como aquella vez que tuvimos que presentar un gran proyecto y se nos perdió; fue terrible. Luego descubrimos que mi perro se lo había comido, al menos gran parte de él. Kippy, mi doberman, estaba en esa etapa de comerse todo. Pero no le podíamos decir al profesor "hey, mi perro se comió la tarea", esa es la típica excusa de primaria —concluyó y soltó una carcajada.
—Interesante -añadí a la vez que asentía.
—¿Y tú? ¿Has tenido algún percance gracias a esos diablillos de cuatro patas? —preguntó.
—¿Ahora quieres ser mi amigo? —cambié de tema.
Jeremy mantuvo silencio y frunció el ceño. Pasó una mano por su cabello ondulado, despeinándolo ligeramente. Miró a la playa y después a mí.
—Siempre he querido ser tu... amigo —volteó los ojos y estiró las piernas que antes tenía cruzadas—. De acuerdo, ella quiere que te de una oportunidad.
—Oye, no te lo tomes mal, pero me van las mujeres —bromeé.
—Una oportunidad como amigo, idiota —me dio un golpe en el hombro.
—Sí, ya sé. Pero ¿por qué Barbie querría eso?
—Yo soy su amigo, tú eres su amigo. Es sencillo, quiere que los tres nos llevemos bien.
—Es una chica traviesa después de todo —reí con picardía—. Nunca la vi capaz de hacer un trío.
—¡Cállate! Te puede escuchar.
—No importa, le he dicho cosas peores.
—¿Ah, sí? —fijó sus ojos color aceituna en los míos.
—Sí, un día dije que quería besarla -él no se mostró muy sorprendido, al parecer, se esperaba algo así—. Bueno, no fue un día, sino una madrugada. Ella estaba en su...
—¿Marcos?
Giré mi rostro a la derecha y encontré a Barbie mirándome con exaltación. Estaba levemente ruborizada y no supe definir si era vergüenza o rabia. Adriana también estaba un poco alarmada, pero no tanto como su compañera. En ese momento pensé que tal vez había hablado de más. A lo mejor no era necesario dar esos detalles. Ambos procuramos olvidar ese suceso, y ahí estaba yo, haciendo el cuento como si fuera un adolescente competitivo que cuenta sus mayores hazañas a los "fieles amigos."
—¿Qué sucede? —me hice el desentendido.
—Necesitamos hablar —dictaminó.
Se puso de pie y comenzó a caminar hacia un lugar más apartado. Yo la seguí, dejando atrás a Jeremy y Adriana.
Barbie se veía enojada. Caminaba rápido y pisando bien fuerte, con sus manos hechas unos puños que expresaban exasperación. Y sí, estaba en todo su derecho. Mi intención no era exponer eso, pero los hombres tenemos esa competitividad innata que en ocasiones no podemos evitar. Simplemente es así.
Nos detuvimos lo suficientemente lejos como para que Barbie pudiera gritarme todo lo que tenía dentro, aunque no lo hizo. Me miró de arriba a abajo, analizándome con detalle. Nunca antes me había sentido tan raro al ser observado. Era extraño, por primera vez me sentí inseguro de mí mismo. Ella no parecía estar pensando nada bueno, y eso, por alguna razón, me debilitó. Dejé de ser el fuerte y superior, ahora era un estudiante en pleno examen. Estaba siendo evaluado por una chica que parecía haberse sacado los pelos de la lengua, que estaba dispuesta a dejarme como nuevo.
—Te crees muchas cosas, ¿no? —comenzó a decir—. Piensas que puedes andar de chulito por doquier. Pero adivina qué: tú no eres mejor que nadie. ¿En serio le estabas diciendo a Jeremy sobre aquella vez? ¿Eres tan superficial como para alardear de eso? Pues déjame decirte que yo no soy igual a las demás. Yo no te quería besar y eso...
—Eso es mentira —la interrumpí a la vez que daba un paso adelante.
—¡Cállate, Marcos! —suspiró—. Claro que es verdad, yo nunca te quise...
—Sí quisiste.
—¡Oh, qué bien! Ahora también eres experto en leer mentes. Dime, ¿qué estoy pensando ahora? Porque tal vez me puedo ahorrar este discurso.
—Mira, sé que no eres igual a las demás, lo noté desde que te vi por primera vez. No sé por qué le estaba diciendo eso a Jeremy, ¿de acuerdo? Él tiene suerte, tiene suerte de tener a alguien como tú a su lado, dispuesta a darlo todo. Creo que... siento celos. Yo nunca he tenido a una persona como tú en mi vida, y me molesta pensar que nunca tendré algo así. Ustedes se ven bien juntos —solté una risa cínica—. Joder, lo he dicho, lo he admitido. Ustedes dos de verdad están en el mismo plano. ¡Que me lleven mil demonios! Yo nunca voy a congeniar así con alguien —guardé silencio para tomar un respiro, sentía que me estaba quedando sin aire.
—No entiendo...
—Me gustas. Mierda, Barbie, me gustas mucho.
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