10- ¿Te pongo nerviosa, pelirroja?
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Marcos Carvalho
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Llegamos a mi casa y estacioné el auto. Cogí mi tabla, luego nos bajamos y comenzamos a caminar hacia el interior. Barbie miraba a su alrededor y sonreía de vez en cuando. Abrí la puerta principal y entramos. Nos detuvimos por un momento, el cual ella aprovechó para continuar analizando cada detalle.
—Tienes una casa preciosa —halagó.
—Gracias, que una futura arquitecta me lo diga, significa mucho —respondí y ella me dio una sonrisa.
—Bueno, ¿dónde están las tablas?
—Justo aquí —le señalé el soporte que estaba a unos metros.
Nos dirigimos a él y coloqué mi tabla. Miramos con detenimiento todas las demás que ahí habían: una roja de tamaño pequeño, otra verde un poco más grande y una blanca: mi primera tabla, con la que aprendí todo lo que sabía. La saqué del lugar y se la acerqué a la muchacha, la cual la miró con una mueca de desprecio y desaprobación. Al parecer no le gustaba tanto como a mí.
—¿No es muy... blanca? —cuestionó y yo solté una carcajada.
—Esta fue mi primera, creo que te puede dar suerte. Además, le podemos dar un toque personal.
—¿Ah, sí? —me miró y arqueó una ceja.
—Por supuesto, tengo pinturas muy buenas para eso; yo mismo hice el diseño de la que tengo actualmente —informé y ella se mostró sorprendida.
—Vaya, la verdad es que te quedó muy bonita —prosiguió—. Entonces elijo esa, pero quiero decorarla.
Asentí y comencé a caminar, ella me siguió. Llegamos a mi taller de pintura, ahí era donde tenía todo lo necesario para darle el toque personal a la tabla. Mi vista dio con el lienzo en el que la había pintado aquella vez y todo en mi se puso alerta. Me detuve bruscamente y le cerré la puerta en la cara a Barbie, quien iba cuatro pasos detrás de mí. Sentí que me hablaba, pero yo no le di importancia, no cuando tenía una pintura suya justo en frente de mí. Dejé la tabla sobre una gran mesa de madera, me dirigí al caballete y tomé el lienzo. Miré a mi alrededor en busca de un buen lugar para ocultarlo. La pelirroja decía mi nombre y preguntaba qué estaba pasando, yo seguía ignorándola. Terminé guardando la obra detrás de unas cajas que contenían pinceles y hojas. Fui hasta la puerta y la abrí. Barbie estaba desubicada y yo le di una mirada de "aquí no ha pasado nada."
—¿Qué fue eso? —indagó, mirando al interior de la habitación.
—Tenía mucho desorden, no quería que te llevaras una mala impresión —mentí.
—De acuerdo —dijo, aunque no sonaba muy convencida.
—Adelante —hice un gesto con la mano y ella entró—. Bien, aquí está lo que necesito —caminé hacia unos cajones donde estaba la pintura que me hacía falta.
Nos paramos frente a la tabla. Barbie miraba el objeto y yo la miraba a ella. Estaba buscando algo que la caracterizara, entonces se me ocurrieron varias opciones.
—Como vives en las Vegas, podemos hacer algo relacionado con esa ciudad. Aunque también puedo dibujar unas hermosas olas y a la Sirenita Ariel —añadí y ella empezó a reír a carcajadas.
—¿No te cansas de ese apodo? —seguía riendo.
—No entiendo qué te hace tanta gracia, yo soy un artista profesional y tú te burlas de mis sugerencias —fingí indignación.
—Yo... creo que la sirena estará bien —informó—. Y perdón por tomar a juego tu profesionalidad.
—Disculpas aceptadas —le sonreí con diversión.
Empecé a pintar olas a lo largo de la tabla, dejando una parte de su color original. Me aseguraba de que lucieran lo más reales posible.
Barbie comenzó a caminar de un lugar a otro, detallando mis pinturas y la decoración. Tomó un lienzo en blanco y lo puso en el caballete.
—¿Puedo intentar pintar algo? —preguntó.
—¿Desde cuándo eres aficionada a las artes plásticas? —respondí con otra pregunta.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —dijo y sonrió.
—Me gustaría averiguarlas —comenté en un tono más bajo.
—Tal vez algún día —se encogió de hombros y se volvió al lienzo.
Mientras comenzaba a darle forma a una cola de sirena, Bárbara se dedicaba a esbozar lo que parecía ser un rostro. Me era inevitable reír en voz baja: ella en verdad se estaba tomando en serio eso. Ladeaba su cabeza de vez en cuando y se alejaba un poco para tener una mejor perspectiva; sus acciones le auguraban futuro. Me concentré nuevamente en lo que yo estaba haciendo, no quería que saliera mal.
—¿Qué te parece? —interrogó luego de unos minutos y yo levanté la vista.
Le había pintado un cabello rubio al rostro que iba tomando algo de forma. No se veía del todo mal, pero le faltaba mucho que aprender si quería que se viera profesional.
Dejé mi trabajo y caminé hasta ella. Miré la pintura y luego a la creadora . La pelirroja me observaba espectante, esperando a que le diera mi veredicto.
—Bueno... no está mal —añadí y ella sonrió con emoción—, pero puedes poner diferentes tonalidades en el pelo, así le darás más realismo.
—Oh, okey —asintió con tono algo triste.
—No te desanimes, de verdad no está mal —volví a hablar.
—Ya, pero me gustaría que se viera mejor —dijo y mordió su labio inferior.
Cogí el pincel y se lo ofrecí, la chica lo agarró. Me posicioné detrás de ella y tomé su mano ocupada. Sentía el olor que emanaba su cabello, era una mezcla de coco y miel. Hice que se dirigiera hasta la pintura café y mojé el pincel en ella. Después me moví e hice unos mechones de cabello, de esa forma quedaría un mejor contraste. Barbie sonrió complacida. Solté su mano y ella se volteó a mí, quedando demasiado cerca. Su expresión de alegría fue sustituida por una de nerviosismo. Dio un paso hacia atrás y tropezó con sus propias piernas. La sujeté de la cintura y la atraje a mí, de lo contrario, ya se encontraría tirada en el suelo junto al caballete y la pintura. Nuestras miradas se juntaron y tuve el impulso de besarla, pero me contuve: sabía que ella no era igual a las chicas con las que solía acostarme por ahí. Nuestras respiraciones se entremezclaban y sabía que era peligroso seguir así de juntos.
—¿Te pongo nerviosa, pelirroja? —pregunté a la vez que ponía una distancia adecuada.
—Yo... no me nerviosa pongo —habló de repente y yo comencé a soltar las carcajadas de mi vida.
"No me nerviosa pongo." Eso fue demasiado fuerte.
—Se te nota —me comenzaba a faltar el aire de tanto reír.
—¡No te burles! —exclamó con una sonrisa avergonzada.
—Perdón, yo no... —intenté calmarme—, no me burlaré más —levanté la mano como si hiciera una promesa.
—Como sea —dijo y negó con la cabeza.
Sentí un extraño ruido y no tardé en darme cuenta de que se trataba del estómago de Bárbara. Era la segunda vez que le pasaba eso en mi presencia. Ella también lo notó y se avergonzó más que antes, ¿cómo lo sabía? Toda la sangre se había situado en su cara. Lucía muy graciosa. Ella realmente era única.
—¿Nunca desayunas? —le pregunté.
—Sí, pero... hoy se me olvidó: estaba muy emocionada para aprender surf —se defendió, su vista fija en el suelo.
—Claro —reí y volteé los ojos—. Conozco un lugar, vamos. Y quiero aclarar que no te daré de comer siempre, niña hambrienta.
—Eh... gracias —añadió mirándome.
—Me voy a cambiar —informé y ella asintió.
Salí de la habitación y fui hasta mi cuarto. Por el camino tenía una gran sonrisa, y todo era gracias a la Sirenita Ariel y las graciosas situaciones que se le presentaban todo el tiempo.
Me puse un pullover marrón y un jean de mezclilla. Apliqué mi colonia y volví hasta donde me esperaba la chica. Abrí la puerta del taller y encontré a la muchacha hablando por teléfono. Se escuchaba sonreír y decir cosas como "eres el mejor", "yo también te quiero", "me alegra estar aquí contigo" y "nunca me arrepentiré de haberte conocido." La curiosidad me mataba: ¿Con quién conversaba? ¿Quién la estaba haciendo tan feliz? Tal vez sería Jeremy, quien tal vez tomó mi consejo y le prestó más atención a la pelirroja.
Ignoré la burbuja de perfección que tenía la chica y me dispuse a romperla.
—Permiso —hablé y ella se volteó hacia mí.
—Oye, debo colgar —le dijo al que estaba del otro lado del teléfono, luego colgó—. Bueno, ¿nos vamos?
—Nos vamos —afirmé y nos dispusimos a salir.
...
Llegamos a LF Café & Bistrô, una de mis cafeterías favoritas de Río de Janeiro. Era un lugar muy acogedor, completamente de madera: el piso, las paredes, sillas, mesas, estantes. Barbie miraba el lugar maravillada, sabía que le había gustado tanto como a mí. Tomamos asiento y nos ofrecieron el menú.
—Qué hermoso sitio —comentó.
—Lo sé.
—Si hubiera tenido que nacer en otro país, hubiera deseado que fuera en Brasil.
—Es una buena opción. ¿Tienes pensado ir a otro sitio próximamente?
—Hay muchos lugares en mi lista, pero en ocasiones me gusta quedarme en el hotel: es muy cómodo y tiene bastantes cosas para distraer, me siento bien en él.
Un muchacho se acercó a nosotros y nos preguntó que íbamos a pedir. Ni siquiera habíamos visto el menú, pero no era necesario, pues yo sabía perfectamente cuáles eran las mejores opciones.
—Te puedo recomendar la Torta de Maçã, la Cookie, una hamburguesa o cervezas artesanales —le dije a la chica.
—Yo... quiero una Cookie y una cerveza.
—De acuerdo.
Me dirigí al camarero e hice nuestro pedido. En poco tiempo llegó con una Torta de Maçã, una Cookie y dos cervezas artesanales; todo se veía muy bien. Barbie le dio un primer bocado a su dulce y volteó los ojos, complacida. Reí al ver la escena y ella me miró.
—¿Qué te da tanta gracia? —indagó con la boca llena.
—Tú, toda tú me das gracia —me sinceré.
—Eres cruel —entrecerró los ojos y me fulminó con la mirada.
—Cambiemos de tema, no quiero salir herido de aquí —dije—. Dime, ¿con quién hablabas en mi taller? —intenté sonar casual.
—¿Por qué te importa? —arqueó una ceja.
—No me importa, es para hablar de algo.
—Era Jeremy —sonrió levemente—. Él... dijo que estaba enamorado de mí.
—Wow —la sorpresa era notoria en mi voz—, no creí que me hiciera caso.
—¿A qué te refieres? —preguntó, no parecía entender por qué había dicho eso.
—Bueno —le di un bocado a mi torta—, le dije que debía prestar más atención a lo que tú sentías por él.
—Oh, no puedo creer que hayas hecho eso —en su tono había agradecimiento—. De no ser por ti, jamás me hubiera dicho todo. Gracias —me brindó una sonrisa de boca cerrada y yo se la devolví.
Cogí mi cerveza y la levanté en el aire, la pelirroja frunció el ceño.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Brindo —informé—. Por ti y por tu amiguito.
—Por mí y por mi amiguito —alzó su botella y las chocamos.
Le di un buche a la cerveza a la vez que le guiñaba el ojo a la muchacha, ella apartó la mirada y también bebió un poco.
Estuvimos más o menos dos horas más en la cafetería, bebiendo, comiendo y charlando. Cada vez la conocía más y confirmaba que era una persona muy interesante. Quería pasar mas rato en su compañía, pero sabía que no tenía todo el tiempo del mundo para eso. Al menos me gustaría mostrarle mis lugares favoritos antes de que se tuviera que marchar.
Salimos del lugar y llevé a Barbie de vuelta al hotel. Por el camino no dejaba de hacerme anécdotas sobre su vida universitaria, sus lugares favoritos en Las Vegas, series preferidas; al parecer yo no era el único que iba cogiendo más confianza.
—Nos vemos por ahí —le dije después de aparcar.
—Sí —me sonrió—. Una vez más, gracias por hacerme ver nuevos sitios.
—De nada —proseguí y ella se dispuso a salir del auto—. Oye —la llamé y volteó hacia mí—, hay otro lugar que te quisiera mostrar. ¿Puedes ir mañana a las diez?
—¿A dónde?
—Considéralo una sorpresa, ¿qué dices?
—Pues... —lo pensó por un momento— creo que no tengo planes.
—Muy bien, ahora ya tienes planes. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Retomé la marcha con una estúpida sonrisa en el rostro. En la radio comenzó a sonar la canción Quando a chuva passar y no pude evitar ensanchar mi sonrisa. Llegué a mi casa y estacioné el carro. Entré y, como de costumbre, hallé a Janon.
—La señorita Sousa está esperándolo en su habitación —me informó y yo asentí.
Subí las escaleras y me dirigí hasta la puerta de mi cuarto, la abrí y encontré a Adriana sentada en mi cama leyendo uno de mis libros. Levantó la mirada y se puso de pie para luego acercarse a mí y besarme en los labios.
—Pensé que estarías aquí —dijo.
—Tuve que salir —añadí únicamente.
—Claro —asintió y se alejó unos pasos—. No quiero sonar mal, pero tú nunca me das explicaciones, y no es que te las esté pidiendo —su tono era frío, pero pausado—. Sé que acordamos tener algo informal, y lo acepté en su momento, pero ahora me está resultando difícil, Marcos —me dio la espalda y pasó una mano por su cabello—. Hay personas que están interesadas en mí, personas mejores que tú; sin embargo, yo te elijo —giró sobre su eje y clavó sus ojos en los míos—, una y otra, y otra vez.
—Adriana... yo no sé qué decir. Sabes que nunca he querido hacerte daño, simplemente no soy bueno en estas cosas —proseguí y me acerqué a ella.
—No estoy segura de poder continuar con esto —caminó dos pasos atrás—. ¿Con cuántas chicas te has acostado en la última semana?
—Con ninguna —me sinceré.
—De acuerdo —cogió su bolso de arriba de la cama—. Debería irme, adiós.
No me dio tiempo a decir nada, pues salió apresuradamente de la habitación. Sabía que este momento llegaría, el momento en el que ella explotara y me echara en cara todo lo mierda que soy. Y es que no podía hacer nada, yo era así y nadie, absolutamente nadie, me podría cambiar. Todos me decían que en algún momento aparecería una chica que me cambiaría, pero esas cosas sólo ocurren en los libros. Había estado con tantas mujeres, que perdí las esperanzas hace mucho. Lo intenté con muchas y mi media naranja nunca apareció. Adriana había sido lo más parecido a lo que algún día busqué, aún así, me sentía incompleto. Me faltaba algo que había dejado de buscar. Acepté mi modo de vida, y lo disfrutaría como si no hubiera un futuro.
Cogí mi teléfono celular y marqué el número de Jorge. Éste contestó en breve con voz de sueño.
—Soy yo: Marcos —le dije.
—Lo sé, imbécil, tengo tu número registrado —bostezó—. ¿Qué quieres?
—¿Recuerdas las fiestas esas a las que íbamos por las noches? —cuestioné.
—No puedo creer que quieras ir —su tono estaba lleno de incredulidad—. La última vez te peleaste con tres tipos, no creo que te quieran ver por ahí.
—Esos tres tipos terminaron en el suelo. Dejé de ir porque quise, ahora iré nuevamente porque también quiero.
—Olvidé que estaba hablando con el señor "yo hago lo que me da la gana" —suspiró—. ¿A qué hora iremos?
—A las diez —sonreí complacido—. Avísale a Freitas.
—Lo que usted diga —añadió y finalizó la llamada.
Me dirigí al baño y me di una ducha caliente. Me puse un pantalón negro rasgado y un pullover blanco con el logo de Versace en dorado. Até los cordones de mis tenis y bajé hasta llegar a la cocina. Janon limpiaba un poco de líquido que estaba en el suelo. La recorrí con la mirada y caminé hasta estar detrás de ella. No parecía notar mi presencia, hasta que se volteó y abrió los ojos con asombro.
—No lo escuché llegar —comenzó a hablar—. ¿Necesita algo?
—No, sólo pasaba a saludar. La casa está un poco vacía sin mis padres, eso nos da privacidad para hacer lo que queramos —le sonreí y sujeté su brazo.
—Le voy a pedir que se comporte de una manera más adecuada —soltó mi agarre—. Estoy ocupada, permiso —me dio la espalda y se dispuso a marcharse.
—¿Qué te pasa, chinita? —fruncí el ceño.
La muchacha se volteó bruscamente. Su mirada expresaba enojo, furia, y hasta tristeza. Apretó sus puños en sus costados y tensó la mandíbula. Se empezó a acercar otra vez.
—No permitiré que me utilices de la forma que quieras —espetó—. Si vuelves a intentar otra cosa conmigo, me iré de esta casa y nunca más volveré.
—Pero...
—¡Y soy japonesa! —exclamó y se fue corriendo.
Volteé los ojos y bufé. Definitivamente mi destino era arruinarle la vida al sexo opuesto. Pensé en perseguir a la empleada y tener otra conversación con ella, pero había sido bastante clara y no quería echar a perder más su día.
...
El claxon del auto de Jorge se escuchó desde fuera. Me levanté del sofá y abrí la puerta. A lo lejos podía ver el descapotable rojo, donde me esperaban mis amigos. Salí hasta encontrarme cara a cara con los dos muchachos. Jorge vestía completamente de negro y Freitas usaba un pantalón morado oscuro con un suéter Luis Vuitton. La música que resonaba desde el interior era movida y a un tono elevado. Sonreí y me subí con ellos.
—¿Listos para gozar? —interrogó el de piel oscura con notable emoción.
—¡Listo! —soltó Jorge.
—Como siempre —añadí.
Comenzamos el viaje hasta llegar a nuestro destino. El lugar se encontraba en una parte apartada a la que casi nadie iba. Era un sitio abandonado, grande, en el que ponían música y las personas tenían bien claro lo que querían: emborracharse y tener sexo. La primera vez que fuimos, teníamos veinte años y éramos un poco idiotas en comparación con el resto. Pero poco a poco cambiamos mucho, todos nos conocían y respetaban. Un grupo de chicas se acercó a nosotros. Llevaban ropa provocativa y sus rostros se me hicieron algo familiares.
—Faz muito tempo que não te vemos por aqui —habló una alta con el cabello trenzado—. Eu tenho várias coisas para você.
Ella sacó algo de su mochila y me percaté de que era droga. De ahí las recordaba: esas chicas eran conocidas por vender la mejor droga en el lugar, y a un precio muy barato. Mis amigos compraron unos tabacos, yo preferí no adquirir nada. Era el único de mi grupo que no se drogaba, una de las pocas cosas de las que me sentía orgulloso.
—Oye, Marc —me llamó Freitas—, traje algo para ti —me ofreció una bolsa, yo fruncí el ceño y la tomé. En su interior había una botella de tequila.
—Me conoces muy bien —le propicié un golpe en el brazo a la vez que sonreía.
Las horas pasaron y ninguno de los tres se encontraba en un buen estado: mis compañeros estaban hasta arriba con la droga y yo apenas caminaba por tomarme más de la mitad del tequila por mi propia cuenta. Cuando me emborrachaba, no solía cambiar mucho mi estado de ánimo, pero esta vez era diferente.
—Soy lo peor que existe en el jodido mundo —repetí por octava vez—. No soy capaz de nada bueno —tragué un buche de mi bebida—. Algún día ustedes tendrán una esposa, trece hijos y un santuario. ¿Yo? Yo seguiré siendo un inmaduro. Soy lo peor que existe en el jodido mundo.
—Amigo, tú eres el mejor —expuso Jorge—, sólo necesitas una mujer que te lo demuestre. Te hace falta alguien que no te haga pensar sólo en llevarla a la cama, sino en lo divertida que es y en lo mucho que disfrutas a su lado.
Tanto Freitas como yo asentimos con la cabeza. Estábamos sentados en el piso, recostados al auto. Llevábamos más tiempo del deseado hablando de las cosas más estúpidas que alguien se podría imaginar.
Frente a nosotros pasó una mujer rubia con grandes proporciones. Ésta me miró y me guiñó el ojo con picardía. Sonreí y me puse de pie, tambaleándome un poco. Caminé hasta ella y quedamos uno frente al otro. De pronto, un hombre alto y fuerte me hizo girar al alarme del brazo.
—Afaste-se da minha garota —rugió.
—Não —respondí sin vacilar.
Me arrepentí de mi respuesta en el momento en que él estampó su puño en mi rostro, y al parecer eso no le bastó, pues repitió la acción. Caí al suelo y mis amigos se acercaron en el momento que el hombre volvía a pegarme un poco más fuerte. Jorge se lanzó sobre el tipo, pero también recibió un golpe. Freitas se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Con la furia apoderándose de mí, volví a lanzarme contra el que se encontraba a horcajadas sobre uno de mis mejores amigos. Éramos tres contra uno, aún así, no podíamos vencerlo; le eché la culpa al alcohol y a los tabacos. La mujer, con un gesto neutro, se limitaba a ver cómo nos matábamos. Todo paró cuando un señor grande y fuerte se interpuso y nos pidió que nos fuéramos.
—Llévame al Hilton —le pedí a Jorge, el cual me miró con duda.
—¿Para que? —preguntó.
—Tú sólo llévame —insistí a la vez que limpiaba la sangre que salía de mi nariz.
Mi amigo asintió y condujo hasta el hotel.
Traducción:
Faz muito tempo que não te vemos por aqui. Eu tenho várias coisas para você: hace mucho tiempo que no los vemos por aquí. Tengo varias cosas para ustedes.
Afaste-se da minha garota: aléjate de mi chica.
Não: no.
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