1- Llegada a Río de Janeiro
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Barbie Watson
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No era un día como cualquier otro, y no me refiero solo al hermoso sol que iluminaba el patio y le daba un brillo especial a la piscina, sino a que dentro de poco estaría en Río de Janeiro. Me encontraba ansiosa y realmente entusiasmada. Desde que mi madre me dio la noticia del viaje, no había dejado de buscar fotos, videos y curiosidades sobre la ciudad costera de Brasil. Había tantos lugares para visitar que lo único que ocupaba mi mente era eso.
Cerré los ojos y me recosté al respaldar de la tumbona, permitiendo que el gran árbol a mi derecha me brindara sombra. La brisa corría, pero no tanto debido a que era verano y siempre hacía calor. Algunas aves cantaban y, junto al sonido del agua cayendo de la fuente, el ambiente era totalmente perfecto.
Escuché unos pasos en el césped que se detuvieron en breve. Sonreí al reconocer el suave perfume que emanaba la persona recién llegada.
—Buenos días —le dije, mis ojos aún cerrados.
—Buenos días —respondió una voz pausada y tranquilizadora.
Me incorporé en el asiento, quedando sentada con las piernas cruzadas. Miré los ojos color aceituna de mi acompañante, el cual se había sentado en la tumbona contigua. El chico llevaba su cabello castaño oscuro despeinado, un pullover azul marino y un pantalón corto de color blanco. Tenía esa aura de paz que había hecho que se convirtiera en mi mejor amigo.
Nos conocíamos desde que teníamos doce años, a él lo transfirieron a mi escuela luego de mudarse. Desde entonces nos volvimos inseparables. Íbamos juntos a prácticamente todas partes, incluso estudiábamos la misma carrera en la universidad.
—Te noto muy relajada —prosiguió—. Se ve que el señor García no está perturbando nuestra existencia —se refirió al profesor de matemáticas, conocido por dejar tareas como si no existiera un mañana.
Comencé a reír a carcajadas por la anterior observación de Jeremy. No sabía el porqué, pero cualquier comentario mínimamente gracioso por parte de mi mejor amigo me parecía digno de un Grammy.
—¿Qué harás estas vacaciones? ¿A dónde planeas ir? —interrogué. Él, al igual que yo, solía viajar a lugares magníficos en verano.
—Aún no sé —contestó a la vez que se rascaba la parte de atrás de su cabeza. Ese gesto solo significaba una cosa: estaba nervioso.
—¿Por qué te pones nervioso?
—No lo estoy.
—Sí, lo estás —recalqué.
—Vuelves a decir una cosa así y terminarás en la piscina —amenazó con una sonrisa de lado.
Me encantaba cuando sonreía de esa forma, le daba un toque de chico malo que me parecía súper sexy.
—Sé que mientes. Es obvio que estás ocultando algo —volví a hablar, aun sabiendo que no era lo más inteligente. Tal vez una parte de mí quería que fuera lanzada a la piscina.
—Tú te lo has buscado, Manzanita.
Jeremy se puso de pie y me cargó cuan saco de papas. Comencé a gritar y a reír, al mismo tiempo que golpeaba su espalda. Nos fuimos acercando a la gran piscina y, cuando estuvimos en el borde, se lanzó conmigo en brazos. El agua fría se apoderó de mi cuerpo, el cual seguía sostenido por mi amigo. Nos separamos y nadé hasta la superficie, buscando oxígeno para mis pulmones. Pasé mis manos por mi rostro mojado y por mi cabello. Jeremy aún estaba en el fondo, no sabía cómo le hacía para aguantar tanto la respiración; él decía que había sido un caballito de mar en su otra vida. De pronto, emergió a la superficie y sacudió su cabello como si fuera un perro, causando que las gotas de agua salpicaran en todas las direcciones.
—Ey, deja de hacer eso —me quejé.
—Lo siento. Bueno, realmente no lo siento —añadió y volvió a agitar su cabeza.
Lo golpeé en el hombro y él me miró directamente a los ojos, nuevamente puso la sonrisa de medio lado. Sentí una corriente que me recorría y sabía que no era por el contacto del aire en mi cuerpo mojado. Me mordí el labio inferior sin saber qué decir o hacer. Mi vista bajó hasta su pecho y abdomen que se marcaban más por el pullover pegado a él.
La piscina era grande, aunque no muy alta. El agua me llegaba por la cintura y a Jeremy por las caderas. A pesar de hacer sol, estaba muy fría, posiblemente porque apenas eran las nueve de la mañana.
—Hija —habló mi mamá y salí del efecto hipnótico al que estaba siendo sometida.
—Dime.
—Solo quiero saber si ya hiciste tus maletas.
—Sí, sabes que soy muy rápida en eso —respondí.
Comencé a nadar hasta las escaleras para salir. Cuando estuve afuera, cogí una toalla y me empecé a secar.
—Hola, Jer —saludó mi madre.
—¿Qué tal, señora? —añadió él.
Mi mamá le hizo un guiño y Jeremy le dio una sonrisa de complicidad. ¿Ahora se comunicaban por gestos extraños? Fruncí el ceño y mi madre se alejó.
—¿Qué fue eso? —pregunté.
No obtuve respuesta. Mi amigo optó por hundirse en el agua e ignorar mi existencia. Volteé los ojos y me volví a sentar en la tumbona. Cogí la laptop y busqué fotos de Río de Janeiro. Tal vez me estaba obsesionando con todo el asunto de las vacaciones, pero no podía evitarlo. Vi una imagen del Cristo Redentor y quedé maravillada por el tamaño de la estructura. Era hermoso y, como estudiante de arquitectura, me parecía aún más interesante.
—¿Alguien se ha vuelto loca? —escuché.
¿En qué momento Jeremy se había parado detrás de mí?
—Me encanta ese lugar, no sé por qué nunca he ido.
—Dentro de poco irás. Tengo que marcharme, pero fue un gusto compartir contigo —se despidió y besó mi mejilla con sus suaves y cálidos labios, causando que me estremeciera.
Vi que se alejaba y decidí subir a mi habitación para ducharme.
...
—¿Todo listo? —cuestionó mi papá.
—Listo, aunque no creo poder con todo esto yo sola —comenté y señalé mi equipaje.
Estábamos saliendo de la casa, afuera nos esperaba un taxi que nos llevaría hacia el aeropuerto. No podía creer que hubiera llegado el gran día.
Mi padre se acercó a mí y cargó con tres de mis maletas, yo llevé las otras dos. Colocamos todo en el maletero y nos subimos al vehículo. Mi sonrisa era tan grande que posiblemente lucía como un payaso. Mis padres se veían igual de contentos que yo. El viaje comenzó y me despedí mentalmente de Las Vegas.
Llegamos al aeropuerto y nos bajamos del taxi. Arreglé mi blusa corta gris y me subí un poco el pantalón de mezclilla. Divisé mi alrededor: había muchas personas con maletas listas para viajar, las voces se entremezclan produciendo un ruido un poco incómodo. Estaba bastante lleno a las nueve de la noche.
—Vamos —dijo mi papá a la vez que me ofrecía una parte del equipaje.
Caminamos entre la muchedumbre y nos detuvimos un momento, no entendía el porqué. Mi mamá me pidió que sujetara unos papeles para buscar algo. Vi que nuestros asientos estaban separados. A mí no me gustaba sentarme sola en los aviones, no les tenía miedo, pero prefería la compañía de un conocido a mi lado.
—¿Por qué no voy sentada con uno de ustedes? —interrogué.
—Porque irás conmigo.
Miré atrás y lo que vi me causó más emoción de la que ya tenía: Jeremy estaba detrás de mí, acompañado de su madre Alice. Me lancé sobre él y nos fundimos en un gran abrazo. De todas las cosas que podían suceder, nunca imaginé que mi mejor amigo iba a aparecer.
—¿Qué haces aquí? No lo puedo creer —comenté, separándome de él.
—Pues ya ves. Sorpresa, Manzanita.
Jeremy solía decirme Manzanita por mi cabello rojo. Era una costumbre que tenía desde que éramos chicos. Yo intenté buscarle también un apodo, pero veinte frutas y cincuenta animales después, decidí que no era buena para ello.
Cuando llegó la hora de nuestro vuelo, nos dirigimos al avión. Sería un viaje de diez horas con treinta y cinco minutos. Bastante largo, aunque eso nunca había supuesto un problema para mí. Adoraba pasar horas viendo a través de la ventanilla y escuchando música con mis audífonos, pero eso no sería necesario, pues tendría una compañía más que buena.
Nos sentamos en nuestros puestos, listos para volar. A pesar de haber ido a tantos lugar en mis vacaciones, nunca había asistido junto a Jeremy. Me abroché el cinturón y miré a mi lado. Mi amigo tenía un pullover verde y un pantalón negro rasgado, lucía muy bien. Dirigí mi vista hasta su rostro y noté que me estaba mirando. Sentí un calor en mis mejillas y era un hecho que estaba roja, no esperaba que me estuviera observando mientras yo lo escaneaba con auténtico descaro.
—Siempre has pensado que te digo Manzanita por tu cabello, pero también es porque te sonrojas muy a menudo. A veces pienso que te gusto —bromeó, aunque había más verdad de la que él creía en esas palabras.
—No seas tonto —añadí y desvíe mi mirada para dar un recorrido a todos los pasajeros—. Así que no sabías a dónde ir de vacaciones, ¿no?
El chico a mi lado dejó escapar una sonrisa.
—¿Querías que arruinara esto? Debí fotografiar tu rostro cuando me viste.
Esta vez fui yo la que reí, seguramente puse una cara de loca en el momento que lo vi. Pero ¿qué iba a hacer? No podía ser más perfecto lo que me estaba sucediendo. Río de Janeiro, mi familia y Jeremy.
Pasaron algunas horas y casi todos comenzaron a dormir, incluso mi acompañante. Yo no solía dormir cuando iba en los aviones, por lo que tomé un libro de mi pequeña mochila y comencé a leer. El libro era El Gato Negro, por Edgar Allan Poe. No era una gran fan de los libros de terror, pero debía admitir que ese era realmente bueno. Normalmente leía historia clichés donde el chico malo se enamora y cambia, o en la que los amigos comienzan a tener sentimientos románticos.
Sentí unos ruidos a mi derecha y se me escapó una pequeña sonrisa. Jeremy roncaba siempre, aunque nunca lo admitía.
—Estás roncando —informé a la vez que agitaba su brazo.
—No seas mentirosa —susurró con la voz un poco ronca. Lo que digo, nunca lo admitía.
Volví a centrarme en la lectura, a pesar de que mi mente estaba en cualquier lugar menos en las líneas que trataba de interpretar. Jeremy se removió en su asiento y terminó poniendo la cabeza cómodamente sobre mi hombro. Me estremecí cuando su brazo se posicionó en mi cintura. Su respiración chocaba con la parte desnuda de mi hombro, había dejado de roncar, por suerte. Finalmente guardé el libro y me permití dormir un poco.
Desperté después de dos horas. Cada vez faltaba menos para llegar. Jeremy estaba con los audífonos puestos y tarareaba una canción de rock que no había escuchado antes. Él tenía una voz muy bonita, siempre me gustaba escucharlo cantar.
—Oye —pronuncié.
Al no recibir una respuesta, le quité los audífonos. Me miró con los ojos entrecerrados como si quisiera lanzarme de la cola del avión.
—Acabas de arruinar mi concierto imaginario.
—Perdón, rockstar.
Mi amigo sonrió y guardó los auriculares y el celular.
—Pensé que nunca despertariás —comentó.
—Bienvenido al mundo de los milagros —bromeé.
Transcurrieron las horas que faltaban y, en un abrir y cerrar de ojos, ya estábamos en Río de Janeiro.
Nos bajamos del avión y no podía creer que ya estuviera ahí. Se notaba la diferencia, principalmente por el idioma.
Afuera tomamos dos taxis que nos dieron un recorrido hasta llegar al hotel: Hilton Río de Janeiro Copacabana. Era un hotel de lujo que contaba con cinco estrellas. De un taxi nos bajamos mis padres y yo y del otro Jeremy y Alice.
El hotel, localizado en Leme, era inmenso y precioso. Estaba cubierto de cristales que reflejaban el cielo, los edificios y la playa. Contaba con treinta y siete pisos, siendo así una de las torres más altas de Río de Janeiro y un clásico en la ciudad. Tiene acceso fácil a la playa y a los puntos turísticos relevantes.
Entramos al lobby, en el cual se podía ver un diseño clásico. Era bastante espacioso. Con lámparas hermosas, mesas, sillas, cuadros y adornos florales. Los colores que predominaban eran beige y blanco, transmitiendo así mucha paz. El piso, a pesar de ser de color entero, tenía algunas partes donde se formaban figuras que daban dimensión y lujo.
Fuimos al buró, en el cual nos atendió una mujer de unos treinta años. Hicimos todos los procedimientos y nos dirigimos a las habitaciones. En una estarían mis padres, en otra Alice con Jeremy y una para mi sola. Me gustaba tener privacidad de vez en cuando.
—Te llevo el equipaje —ofreció mi amigo.
—Sí, por favor. Creo que traje muchas cosas.
Fui con Jeremy hasta mi habitación. Los colores eran los mismos del lobby. La cama era bastante grande y me encantaba la manera en la que estaba decorada.
Me acerqué a las ventanas de cristal y, por su altura y ubicación, tenía una vista sorprendente.
—Bonito, ¿no? —dijo.
—Es espectacular. Ven, mira la playa.
Él dio unos pasos hacia mí hasta quedar a mi derecha.
—Deberíamos venir en nuestra luna de miel —comentó.
Lo miré totalmente sorprendida, no esperaba para nada esas palabras. Mi boca estaba entreabierta, buscando algo para responder.
—Oye, era broma —aclaró—. A veces creo que me tomas más en serio de lo que deberías.
Me alejé de la ventana y comencé a deshacer las maletas. Me aclaré la garganta y proseguí a hablar.
—Voy a... cambiarme, para ir a la playa —le dije.
—De acuerdo, vengo a por ti en quince minutos.
Busqué mi biquini violeta y fui al baño para ponérmelo. Debía aprovechar que era buena hora para ir a la famosa playa de Copacabana.
Me miré en el espejo y me di una sonrisa de aprobación. El biquini era sencillo y no muy provocativo, me gustaba bastante.
Pasados los quince minutos, mi amigo tocó la puerta. Abrí con una sonrisa luego de ponerme el pareo blanco y una pamela del mismo color. Él llevaba un short de playa verde y un pullover gris.
—Te ves muy bien —halagó.
—Tú igual. Seguro atraerás las miradas de todas las brasileñas —añadí y ambos reímos.
—Ya nuestros padres saben que iremos, no quería que se preocuparan y se los dije.
—Está bien.
Salimos del hotel y fuimos hasta la playa. Era increíble que solo tuviéramos que cruzar la calle para llegar a ese hermoso lugar. Estaba lleno de personas: algunas sentadas en la arena, otras en el agua, varios chicos jugando al fútbol y unos pocos surfeando. Podría quedarme a vivir ahí sin ningún problema, la felicidad en los rostros de todos era contagiosa.
—¡Una carrera hasta la orilla! —escandalizó mi amigo y empezó a correr.
—¡Espera! —grité y me puse en marcha.
Llegamos a la orilla, obviamente yo de última, y nos sentamos. Había bastante aire y se respiraba tranquilidad.
—¿Entras? —preguntó.
—No, voy después.
Jeremy se encogió de hombros, se quitó la camisa y se metió en el agua. Se veía muy bien, he de admitir. Nadó y comenzó a alejarse hasta que lo perdí de vista. Cerré los ojos y respiré profundamente, era un ejercicio que solía hacer de vez en cuando. Me ayudaba a relajarme y conectar más con el espacio que me rodea. Una ráfaga de aire me pegó y mi pamela salió volando en busca de libertad.
—No, no, no —dije mientras corría detrás de la rebelde prenda que se alejaba cada vez más.
No me había dado cuenta del castillo de arena que un pobre niño había construido y tropecé con el, cayendo fuertemente. Me puse de pie y le pedí perdón al infante que se había quedado sin obra de arte. Un arañazo, producido por una concha, estaba en mi brazo y tenía un poco de sangre, aunque no era necesaria una cirugía.
Una tos forzada me hizo levantar la vista. Un chico alto y rubio estaba frente a mí con un traje de surf. Tenía mi pamela.
—Oh, muchas gracias, soy muy torpe —le dije y tomé lo que me ofrecía—. Acabo de llegar, tienen una playa espléndida.
—Isso eu já sei —habló, aunque no entendí nada.
—Claro, no hablas mi idioma. Soy Barbie, ¿eso lo entiendes? —proseguí y extendí mi mano.
El desconocido volteó los ojos y me dio la espalda para marcharse. No sabía portugués, pero en cualquier idioma era de mala educación lo que acababa de hacer él. ¿Quién se creía para dejarme con la mano extendida?
—Aprende modales, ¿no? —espeté, aun sabiendo que no me iba a comprender.
—¿Qué haces tan lejos? Llevo horas buscándote —dijo Jeremy.
—¿Horas? No seas exagerado —agregué—. Mi pamela se voló.
—De acuerdo. ¿No te bañarás? El agua está divina.
—Anda, vamos.
Fuimos a la playa y, como dijo mi amigo, estaba divina. Estuvimos ahí unas cuantas horas hasta que decidimos volver al hotel.
—Hasta pronto, me bañaré y pasaré a verte —le comenté a Jeremy cuando me dejó en mi habitación.
—Claro, Manzanita —respondió y apretó mi nariz, luego se fue.
Cerré la puerta y me dirigí al baño, el cual lucía muy bien con la amplia meseta de mármol, el gran espejo y la bañadera. Me desnudé y llené la tina con agua caliente, después me metí dentro y recosté la cabeza con los ojos cerrados.
Cuando terminé de darme un baño, volví a la habitación con una toalla enroscada en mi cuerpo. Busqué el vestido rojo con escote y lo combiné con los tacones negros. Apliqué brillo en mis labios y delineé mis ojos. Recogí mi cabello en una cola baja y me puse un cintillo negro.
Salí y fui a la habitación de Jeremy y Alice. Cuando estuve afuera, toqué la puerta hasta que la madre de él me abrió; eran exactos.
—Hola, señora. ¿Ya están listos para ir al restaurante?
—Hola, bonita. Jer se está duchando, pero enseguida sale. Ven, siéntate —hizo un gesto para que entrara.
Me senté en una butaca que había al lado de la cama. Alice estaba cepillando su cabello castaño.
—Te ves estupenda —me dijo—. Cuando mi hijo te vea se volverá loco.
—Supongo que ese soy yo —comentó Jeremy, el cual tenía únicamente un bóxer.
Me puse nerviosa y bajé la mirada hasta mis pies.
—Oye, ponte algo. Mira como se ha puesto nuestra invitada —reprochó Alice.
—No importa lo que lleve, Barbie se sonroja con solo verme llegar —escuchar eso no ayudó con mis nervios.
—Voy a ver cómo les va a mis padres —añadí y me alejé a paso apurado. Estaba segura de que mi vestido no era lo más rojo que llevaba.
...
Había dos restaurantes: uno elegante y otro informal. Nosotros decidimos ir al elegante. Las mesas, sillas y toda la decoración era estupenda, así como el servicio. Cenamos y, finalmente, volvimos a las habitaciones.
Me desmaquillé y me puse un pijama que decía "Río de Janeiro". En las tiendas online se encuentra de todo, y, con la obsesión que me dio lo del viaje, no pude evitar comprarlo. Me tiré en la cama, rendida ante el sueño. Cerré los ojos y concluí así con un agotador, pero maravilloso día.
Traducción:
Isso eu já sei: eso ya lo sé.
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