~I know a girl~
"La vida te da limones cuando necesitas limonada, te da amores, para curar la soledad y te da soledad para apreciar el amor"
Oliver:
Desde que la vi llegar deseé se fuera.
Recuerdo claramente haber gastado mis últimas cartas navideñas en convencer al gordo rojo ese que la llevase lo más lejos posible del vecindario. Supongo que fui un mal niño, ya que un año intentó besarme.
Su rostro gritaba problemas, su intensidad me irritaba. Esa sonrisa metálica que eclipsaba sus ojos, esa maldita sonrisa que me persiguió desde aquella vez que me encontré en lugar equivocado, en el momento equivocado.
Literalmente al frente de mi casa había un parque, el cual parecía más bosque que nada. No había juegos, ni columpios, ni sube y bajas. Solo árboles apilados, sin orden en específico. Una hectárea de naturaleza por explotar.
Recuerdo haber tenido siete años y mi madre vivía en su etapa de sobre protección. Lo más lejos que había ido de la casa sin ella, era el cercado de la casa.
Así que una tarde, decidido, abrí la puerta de mi casa y corrí directo a mi perdición.
Algunos lo llamarían destino, los juegos de la vida, para mí fue una auto-sentencia de muerte sin opción a leer el contrato.
Supongo que era el medio día porque la luz alumbraba perfecto, las ardillas corrían entre las raíces y se podían ver bichos escalando por los troncos.
Pero entre tanta maravilla se escondía el mismo diablo, Alya. Mi cálculos me dicen que ella ha de haber tenido unos seis o cinco años.
Siempre hemos tenido un promedio de uno a dos años de diferencia. Ella estaba garrada de la rama más alta de un sicomoro — dato que sé, por la manera obsesiva con la que nombró aquel árbol, como nuestro árbol. Nuestro sicomoro— con sus pequeñas manitas tratando de sostenerse. Estaba guindando como un orangután sin elegancia o gracia alguna. Pura y neta desesperación.
Su voz chillona pidiendo ayuda, fue lo que activó los valores de los cuentos que mi abuela le contaba a mi hermanita. Sin pensarlo corrí bajo del árbol y extendí mis brazos.
Y como si el universo se prestará para estas cosas, la resistencia de Alya había llegado a su punto final y cayó.
Aplastándonos.
Cabe decir que después de ese día, nunca más quise volver a jugar al héroe, pasé el resto del verano con un yeso en el brazo. Encerrado en mi casa, soportando los llantos de mi aún bebé hermana o el acoso de Alya.
Desde ese instante, detesté a Alya. Había destruido mi verano. Y no fue la primera vez que lo hizo.
El ciclo se repitió por los años siguientes, siempre encontraba una manera inteligente y creativa de amarrarme a ella por tres meses completos. Pero este verano, diez años después, por fin tengo un plan que la mantendrá alejada lo suficiente hasta que me marche a Estados Unidos y no volver a escuchar su nombre, su voz o simplemente saber de ella por el resto de mi vida.
Casi podía sentirme en el paraíso.
—¿Príncipe?— recuerdo que había dicho cuando ambos estamos en el suelo. Ella encima de mí. Sonriendo, volvió a repetir la pregunta, solo que esta vez más como una afirmación— ¡Eres mi príncipe! ¡Sabía que vendrías!
La niña estaba loca, incluso más de lo que le gusta admitir. Siempre ha vivido en su mundo de fantasía y desgraciadamente yo era el príncipe de su cuento.
Ella tenía el cabello rojo. Pero no un rojo fuego, si no más un rojo naranja, rojo atardecer, que hace un extraño contraste con su tono de piel cálido.
Siempre lo llevaba recogido en dos largas trenzas que caían a ambos lados de su cabeza, tapando las orejas. Y su nariz y mejillas, se poblaban por pequeñas pecas que pasaba desapercibidas gracias a sus gafas de dimensiones gigantescas y detrás de ellas también se perdían sus ojos cafés.
En aquel tiempo aún no usaba frenillos, es más, recuerdo que estaba chimuela del diente de al frente. Me recordaba mucho a Darla, la de Nemo. Pero sin los aparatos.
Espantado y extrañado, intenté levantarme, tirándola a un lado. Ella aún sonriendo me preguntó mi nombre y al verme vacilar se presentó ella primero.
Siempre tomaba la iniciativa.
—Mi nombre es Alya. Ahora tú ¿Quién eres noble príncipe? — ella se paró de un salto y extendió su mano hacia mí.
—Eh.. Uhh.. ¿Oliver?— dudoso estreché su mano. Mi mente estaba por otro lado, ocupada cuestionando la cordura o normalidad de esta niña.
—Príncipe Oliver— saltó eufórica—¡Me gusta!¡Me encanta!¿Deberíamos casarnos bajo este árbol?¿Te gusta la idea? Simbolizaría este encuentro.
—¿Casarnos? ¡Pero si recién me conoces!— intenté levantar mis brazos para hacer más énfasis en la locura que planeaba la pequeña pulga en frente mío, pero no pude. Un dolor punzante en el codo izquierdo me impidió hacerlo.
Recuerdo haber utilizado una expresión de adultos, porque me sentí culpable luego de eso y ya que Alya no pareció entender que era un insulto.
El resto, solo son vagos recuerdos de la casa de Alya. Quedaba a varias casas de la mía, y recuerdo haber pensado que era un castillo, claro que simplemente era una casa un poco mucho más grande que la mía.
Al final su madre terminó llamando a la mía y bueno el resto es historia.
Lo que de verdad importa es lo que pasó después. Mi madre y la suya se hicieron grandes amigas, más que amigas, comadres. Lo que causó citas juegos. Después tanto tiempo que me había quejado por pasar mucho tiempo en casa, empecé a desear nunca volver a salir.
A donde fuese, ella iba. Era como mi sombra, siempre llamándome "príncipe". Era irritante. Pero la cosa empeoró, cuando ingresamos a la escuela.
Dentro mío, esperaba que en la época escolar asistiera a un colegio privado del otro lado de la ciudad. Otro deseo que el gordo ese no me cumplió. Mi madre logró convencer a la señora Campbell de que la escuela pública de nuestro sector era igual de buena que cualquiera particular.
Sentía como que estaba siendo castigado por algo que había hecho en alguna vida pasada, o por la vez que no le di de comer a Pedro, mi perico, el cual ahora que lo recuerdo murió una semana después.
Mi madre solo me llamaba dramático... pero ella no era la que tenía pasar casi todo el santo días, todos los santísimos días con ese demonio rojo.
Incluso una vez se refirió a ella como una "linda" niña. ¡Alya!¡Linda!¡Ja! Siguiente chiste.
Verla entrar al salón, y correr hacia mí gritando "Príncipe" fue la peor humillación de mi vida.
Ella literalmente saltó encima mío, lo cual me dio una sensación de déjà vu. Los dos terminamos en el suelo. Ella sobre mí; riendo y yo tratando de sacarla de encima.
Quería llorar, gritar, lo que fuese. Pero me tragué todo. Suficiente ya habían visto mis compañeros para condenarme a una vida de burlas. No había necesitad de echarle más leña al fuego.
Pero si escapé al baño y no salí de ahí,
ni cuando la profesora me vino a buscar. Pasé ocho horas jugando el game boy, hasta que sonó el timbre de salida.
Al final resultaba que ni siquiera estábamos en el mismo grado. Al saber esto me llenó un sentimiento parecido al saber que la prueba de embarazo de tu novia salió negativa. Alivio.
Dios me había dado una segunda oportunidad de ser feliz.
Alya era un año y medio menor que yo. Por ende estaba en un curso menor al mío. Y aunque eso no evitó que me buscara en los recreo o la salida para ir juntos. Si me dio siete horas y veinte minutos de respiro.
Muchos estudiantes detestan las hora de clases. Yo no. Yo no podía evitar contar los minutos en el recreo para poder correr al salón. Era mi santuario, mi zona anti-Alya.
Supongo que no recuerdo en qué segundo de mi vida empecé a salir con la mayor cantidad de chicas posibles para hacerle entender a Alya, que no era mi tipo. Yo no era un príncipe y mucho menos ella una princesa.
Amber, Hanna, Scarlet, ya para la décimo sexta ni me molestaba en recordar su nombre. En lo único que pensaba era librarme de ella, y al mismo tiempo no terminar atrapado con otra como ella.
Y así la canción que mis compañeros cantaban en segundo de básica burlándose de mi supuesta "relación" con Alya, se transformó en el bello cuchicheo de "Oliver Villarreal, Playboy del año"
Ella se enojó. Pero nunca lo demostró... supongo que sabía, muy en el fondo de ella que no tenía el derecho. ¡No éramos nada!
Dejó de llamarme príncipe, y comenzó a decirme "Ollie" y aunque aún pareciese un apodo a los oídos de cualquiera, en sus ojos parecía pronunciarlas como un castigo. Como si haberme dejado de llamar príncipe fuese una especie de denigración. Pero lo que ella no sabía es que yo ganaba más de lo que perdía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top