Capítulo 23: Irrompible hasta que...
Mantenía su atención a Jynddie. No iba a dejar que hiciera daño a las demás aun si la ayudaban. Con la espada en mano, bloqueaba sus ataques agresivos, unos que la hacían difícil mantenerse en línea contra su adversaria. Parecía tener una fuerza fuera de lo común, más con aquellas miradas que parecía disfrutarlo ante la dificultad que tenía de mantenerse firme. En ocasiones Mikuro la ayudaba, congelando el suelo a su paso para inmovilizar a la contraria, lo que le permitía a Andrea usar la electricidad para darle en toda su cabeza.
Pero eso no parecía ser útil.
De las veces que lo intentó, parecía que a Jynddie le daba igual que daño que recibiera. Mantenía la sonrisa, expulsando aire por su boca a la vez que la sangre de los triángulos dibujados en su rostro caían con cuidado. De ella parecía formar poco a poco una apariencia que no tenía lógica alguna. Una mezcla, una aberración que a Andrea la obligaba a dar varios pasos hacia atrás.
«Eso ya no es ni humano. Es como si... —Intentó fijarse en su enemiga y tragó en seco—. Claro... Solo se mueve por órdenes de Caos».
En su rostro se dibujaba una sonrisa sangrienta que crecía según veía el pánico en el rostro de las demás. Agarraba su machete con fuerza y movía su mano libre con vacile, jugando con las cuchillas que tenía el guante para soltar una leve risa.
No hizo falta las palabras cuando pronto su alrededor se volvió más oscuro. Cuando los gestos que hacía aquella asesina parecían ser una forma de invocar un desastre peor del que ya estaban. Andrea, a pesar de las pulsaciones frenéticas de su corazón, no le quitó ojo, encontrándose con sus ojos rojizos en medio de su hogar, viendo como Jynddie se reía en silencio.
Movió su machete a un lado, el gesto preciso para que de pronto del suelo fueran apareciendo las anomalías, pero eso no sería lo único cuando la niebla se iba juntando, creando poco a poco los mismos seres que Pyschen invocó en Suqueia. Unos que estaban hechos mediante la locura, los Loineos.
De inmediato miró hacia su hermana, disparaba sin temor a lo que veía, pero sabía que pronto estaría en apuros si había cada vez más a su alrededor. Giró su cabeza hacia Mikuro para captar su atención.
—Protege a mi hermana —pidió con total seriedad—. No te preocupes por mi, ¿entendido?
—¡Andr-!
No le dio tiempo a terminar sus palabras cuando se movió en dirección a Jynddie. Confiaba en que ellas pudieran acabar con las demás amenazas. Ella sola haría frente a la amenaza principal como había hecho en Extra-Sistema, aun sabiendo que en este caso era alguien que poseía más fuerza, pero no tuvo miedo. No lo iba a tenerlo nunca más.
«Alias, Solace. Cuento con vosotros —dijo Andrea, agarrando la espada para verse envuelta en fuego y viento—. Aunque me duela...»
Sabía a lo que se refería cuando decía esas palabras. Ya no solo era el dolor de sobreesforzarse hasta el punto en el que pudiera perder la consciencia, era también perder todo lo que tanto adoraba a su alrededor. Años de recuerdos destrozados por un evento que no le quedaba otra que hacer frente. Con la espada en mano, atacó con todo lo que tenía a Jynddie. Cortes bruscos y rápidos donde su espada impactaba en ocasiones contra el suelo, creando pequeñas grietas en el suelo.
Veía a la asesina moverse con velocidad, mirándola con intriga y con una sonrisa permanente en su rostro. Su actitud agotaba a Andrea, usando la electricidad que tenía en su cuerpo para soltarlo todo en su dirección, pero no era lo único, ya que al impactar sus manos contra el suelo, creó lo que para ella fue clavarse puñales en su propio corazón.
El viento apareció en su cuerpo y con ello empezó a elevar las rocas más pequeñas a su alrededor. Con los dientes apretados y las lágrimas en su rostro, aumentó más la fuerza, viéndose ahora como piedras de más grosor iban moviéndose junto a los árboles que eran arrancados y llevados por el tornado que estaba creando, pero no frenaba.
Chilló desde lo más profundo de su cuerpo, mezclándose las voces de Alias y Solace de por medio. El viento, si bien iba creciendo cada vez más, también iba apareciendo el fuego, que se movía como si fuera una danza en la que varios dragones rodeaban el tornado, amenazando con atacar a Jynddie.
A este punto, no supo bien donde se encontraba su enemiga, pero no le importaba cuando cerraba sus ojos y escuchaba todo lo que la rodeaba. Se concentraba y era capaz de oír a su hermana desde la lejanía junto con Mikuro, acabando con las amenazas que había a su paso, aunque gran parte de estas eran eliminadas gracias a ella misma.
Por un instante pudo escuchar unos pasos en medio de la tormenta, lo que la obligó a abrir sus ojos para encontrarse con una figura que atravesaba su tornado. Se quedó atónita ante tal hecho, viendo que la figura de Jynddie no era como había visto antes, de hecho, parecía ser más alta de lo que había jurado ver, o que incluso...
«¡Apartate!»
El grito de Solace hizo que Andrea se moviera hacia un lado ante un disparo que iba justo a su pecho. Respiró con dificultad, sintiendo el sudor en todo su cuerpo a la vez que la incapacidad de mantenerse en pie al ver esa figura oculta entre la niebla y la tormenta, sonriendole ante las acciones que acababa de hacer.
—¿Dónde están los números ahora, Andrea? —preguntó, pudiendo así identificar su voz y que de inmediato apretara sus puños—. ¿Ahora entiendes cuando dije esas palabras? ¿Entiendes a quién me refería?
—¡Deja a Andrina en paz! ¡Cobarde!
Vio como ladeaba la cabeza a la izquierda, soltando una leve risa.
—¿No te parece irónico que tú me digas eso?
Nada más pronunciarlas, desapareció de su vista para ver como Jynddie aparecía a gran velocidad con el machete en mano. Había sido un error desconcentrarse ya que el tornado no tenía la misma fuerza que antes. Aun con ello, Alias pudo reaccionar y proteger a Andrea. Ver como las armas chocaban generó un ruido que la incomodó, pero pudo actuar a tiempo para soltar el fuego de sus manos y expulsarlo en dirección a la asesina.
Por fin dio varios pasos hacia atrás, quejándose en silencio y moviendo sus manos para retirar el fuego. En ese proceso, Andrea se levantó para ir a por Jynddie, levantando su puño para darle un derechazo en su rostro. El inicio de un golpe que no frenó, ya que aprovechó el impulso y la velocidad para darle una cadena de golpes con tal de impedirle su movimiento.
Por un momento pudo escuchó a Mikuro a su alrededor, viendo como usaba su espada-látigo para cortar y congelar los tobillos de Jynddie. Al inmovilizarla, Andrea no dudó en seguir golpeándola, pero con muchísima más fuerza y rabia. Daba la sensación de que golpeaba un saco de boxeo, uno del que debía romper sus cadenas y tirarla contra el suelo, por ello se volvía cada vez más rápida y agresiva, por ello mismo sus ojos parecían arder en un odio que la propia asesina pudo ver, sonriendo a duras penas.
Esto solo hacía enfurecerla. Esto solo hacía que Andrea golpeara cada vez más su estómago, pecho y rostro. Deseaba borrar su sonrisa. Deseaba eliminar todo su rostro. Sus puños sangraban, pero daba igual cuando sentía que en estos eran protegidos por Solace, quien le gritaba que no parara, que siguiera hasta matarla.
Y lo hacía, se cegaba de tal forma como lo hacía en el gimnasio. Se dejaba consumir por lo que le hacía mal, pero a la vez por todo lo que acababa de ocurrir. Ahora sus golpes eran acompañados por un grito en el que sus puños expulsaban fuego. Puños que parecían ser cañonazos para Jynddie, siendo así uno de estos el golpe final en su estómago que la hizo escupir sangre e impactar contra el suelo.
Sintió una gran liberación. Sus brazos soltaban humo como si de pronto le hubieran tirado agua hacia un arma recién forjada. Respiró con dificultad, mirando con total atención a Jynddie al ver como no podía hacer ni un solo gesto, pero respiraba, aun lo hacía. Trató de moverse, pero le era difícil ante el dolor que sentía y porque Mikuro se acercó para agarrarla con cuidado.
Tocó sus brazos y de inmediato los retiró, quejándose en silencio como si por un momento hubiera tocado lava.
—Tu hermana dice que ha encontrado un tipo de portal —avisó Mikuro, logrando que Andrea la mirara de reojo—. Dice que posiblemente nos lleve hacia Andrina.
—Genial. —Dirigió su atención a Jynddie—. Entonces matemos a esta mierda de una vez.
No dudó en mover su mano para agarrar su espada. Se movió, y a punto de cortarla, vio como Jynddie se apartaba rápido, cortándola con sus garras en el costado izquierdo de su estómago. Si bien se quejó de dolor, se pudo mantener en el sitio para ver como una parte del rostro de la asesina era cubierto por la sangre que desprendía, riéndose como nunca.
Volvió a moverse, pero esta vez no la atacó, sino que fue a por Mikuro. A duras penas vio como ella se protegía con un escudo de hielo que fue destrozado como si nada. Trató de inmovilizarla con el hielo, pero no sirvió de nada más que un corte en su mejilla proveniente de sus garras. Tras eso, se movió rápido a por Anais.
Andrea se daba cuenta que la forma de atacar de Jynddie no era normal, por ello mismo intentó detenerla usando el viento para impedir sus acciones. No solo eso, Anais con el arco la disparó varias veces, logrando perforar sus hombros y piernas, dejándola inmóvil en el suelo.
A pesar del dolor visible en su cuerpo, rio como desquiciada, chillando desde lo más profundo de su garganta, desgarrándola con incluso a la vez que levantaba su garra, viéndose como las gotas de sangre de su garra caían como hilos hacia el suelo. Al tocarlo, pronto la herida que había recibido Andrea empezó a arder como nunca, aunque no fue la única cuando Mikuro se quejó de dolor, cubriendo su mejilla.
Sin perder más tiempo, corrió rápido hacia Jynddie con tal de impedir su técnica, pero el mero hecho de intentarlo hizo que todo su cuerpo se quejara de dolor, como si por instante su sistema nervioso gritara con desespero ante un dolor incansable y creciente. Impactó contra el suelo, escuchando a su izquierda los gritos de Mikuro, y cuando la vio, se encontró con algo que la dejó sin habla.
Era como si los golpes que había dado hacia Jynddie en su rostro, fueran hacia Mikuro. Era como si todo lo que había recibido, se dirigiera hacia ella, destrozando su rostro poco a poco. Por eso le dolía todo su cuerpo, porque los golpes que había dado en el estómago de la contraria, eran devueltos a ella.
E iban a más cuando Anais disparaba en su cuerpo con tal de detenerla.
—¡Anais! ¡Para! —chilló con dificultad Andrea, viendo como su hermana obedecía de inmediato—. ¡Su guante!
Era lo poco que se le podía ocurrir mientras veía como Jynddie, a duras penas, se levantaba para mirarla de reojo con una sonrisa sádica. Antes de que Anais pudiera dispararla, movió su garra a un lado, siendo así el dolor agonizante para Andrea como si le hubieran arrancado una parte de su piel y sus músculos. Solace y Alias intentaban curarla, pero no era tan fácil si la misma asesina empleaba esa técnica de forma constante.
A pesar de lo malo, Anais no dudó en moverse para disparar, pero sus flechas eran esquivadas con rapidez, siendo una burla para la asesina, que miraba a la joven de reojo. Con el machete en mano, trató de ir a por ella para atacarla sin temor.
—¡Anais!
Su grito sirvió para que su hermana pudiera reaccionar, poniendo su arco en medio, pero no sirvió de mucho cuando este fue destrozado por la mitad. Anais dio varios pasos hacia atrás, sin saber bien que hacer y con la nariz derramando sangre sin parar.
Trató de levantarse del suelo, pero no pudo a diferencia de Mikuro, que aun con el dolor encima, pudo cubrir su rostro con todo el hielo que desprendía de sus manos. Parecía ser un caballero, o mejor dicho, la guardiana de hielo que todos conocían. Recibió una mirada, una que dejó inmóvil a Andrea al ver la decisión en sus ojos para así moverse creando el hielo en sus pies a la vez que movía sus manos para crear una gran ventisca helada a su paso.
A duras penas vio como Mikuro iba a Jynddie, deteniendo parte de sus acciones. Esto permitió a que Anais se alejara lo suficiente, mirando sus manos para así aparecer un brillo azulado que la hizo tomar una acción rápida. Sin arco, movió sus brazos como si sujetara uno, creando una flecha de gran tamaño que no dudó en disparar cando la sangre de su nariz desapareciera.
Esta, en principio, iba hacia Andrea, pero Jynddie tenía claro que debía interceptarla para evitar esa ventaja. Vio como Anais intentaba controlar la flecha, como si deseara moverla con sus propias manos, pero no hizo falta cuando Mikuro llegó lo suficientemente rápido para recibirla en su pecho.
El silencio envolvió todo el lugar. Andrea miraba con angustia todo lo que la rodeaba. Trató de levantarse una vez más, pero dejó de hacerlo cuando de pronto pequeños copos de nieve empezaron a caer del cielo. Dirigió su cabeza a Mikuro, viendo como esta desprendía su armadura de hielo al igual que su poder de las manos, mirando con una sonrisa confiada a Jynddie.
—Así que esto es lo que sentiste, ¿eh, Andrea? —preguntó Mikuro para ella misma, moviendo de nuevo las manos en dirección al cielo—. ¡No me extraña que sintieras tan viva!
Su grito resonó en toda la manzana y con ello la nieve empezó a caer en más cantidad a la vez que el hielo consumía todo a su paso. Ya no solo era el suelo, también se llevaba por delante los edificios que aún se mantenían en pie. Todo fue consumido a excepción de Anais y Andrea, que más bien, estaban protegidas por un escudo de hielo que parecía ser más resistente que los otros que había creado, incluso se le hacía complicado para Andrea poder ver a través de él.
Igualmente, escuchaba y sentía escalofríos cuando escuchaba los gritos de ira de Mikuro, haciendo frente a Jynddie con todo lo que tenía en sus manos. Se podía imaginar según los sonidos que hacía, y podía hacerse a la idea de como ella era capaz de congelarla en todo momento a pesar de que Jynddie lo pudiera romper, pero a cambio de un golpe o corte en su cuerpo que la hacía chillar de dolor.
Como mejor pudo, usó el fuego de su cuerpo para deshacer un poco el hielo, viendo a Mikuro cerca de donde se encontraba ella. Atacando a diestra y a siniestra sin temor alguno, dejándole pocas opciones a Jynddie ante las heridas o el frío que se adentraba en su cuerpo.
Abrió sus ojos como nunca, generándole una esperanza y admiración en su pecho para levantarse por fin y ayudar a Mikuro en esa batalla. Debían acabar con ella de una vez y aprovechar ese portal que Anais le había dicho.
Se acercó como mejor pudo, corriendo a la mayor velocidad posible para usar sus puños una vez más. Pudo ver a duras penas como Mikuro no le daba tregua a Jynddie, dejándola encerrada contra los pocos edificios estables. Sin pensarlo, se acercó para darle el último golpe con el puño cargado de fuego, pero en el momento en el que se acercó, todo pareció haberse paralizado y juró que u alrededor cambiaba a unos colores chillones sin orden alguno.
Jynddie ya no estaba enfrente suya. Se giró, y de reojo vio cómo, aun con las heridas y su brazo derecho invalidado, levantaba su machete con tal de matarla en un solo corte.
Pero eso jamás ocurrió.
Solo vio con sus lágrimas el pero golpe que pudo recibir en su vida, chillando de rabia y dolor cuando se dio cuenta que Mikuro se había puesto en medio para recibir el corte ella.
No quiso fijarse. No quiso oír nada. No quiso sentir nada. Solo movió sus brazos en dirección a Jynddie para expulsar una gran cantidad de energía que ni ella misma sabía lo que era. Era como si por un instante el volcán más grande que hubiera en el mundo explotara de tal forma que no solo afectaba a un país, sino mucho más que eso. Era como si liberara todo el fuego y la lava en un puñetazo cargado que la dejó sin aire por unos segundos, pero no los suficientes para un momento querer morir.
Deseaba hacerlo cuando vio que había acabado con Jynddie, pero con el resultado horrible de haber perdido a alguien a quien quería.
—¡Mikuro!
Su grito captó la atención de Anais, que se encontraba en el otro lado de la calle, podría decirse que incluso se escuchó mucho más de las murallas donde se encontraban. Cayó de rodillas al suelo, agarrándola con sus brazos para mirarla, ver su rostro del cual no pudo olvidar jamás. Un corte y una muerte que eliminó todo el fuego que existía en su interior. Un disparo preciso que la mataba en menos de un segundo, sin tener opción a decir nada.
La abrazó con todas sus fuerzas a la vez que chillaba de dolor. Lágrimas cayeron de sus ojos, poniendo su cabeza en su hombro y balbuceaba palabras sin apenas sentido. Escuchó, a duras penas, los pasos de su hermana para luego oír su sorpresa al darse cuenta de lo que acababa de ocurrir.
El silencio que había en ese instante era de los peores que jamás pudo escuchar, y que por desgracia no podría olvidarse al lamentarse sin descanso de lo que acababa de ocurrir.
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