| Primera parte: Dime quienes sois |
Si alguna vez pierdes la memoria, te pido que no te alejes de la única anomalía que no es mala.
No se creían lo que sus ojos le habían enseñado. Esa estrella brillante que iluminaba el cielo en colores azules y rojos dejó una marca que a los testigos de la ciudad les dejó anonadados, como si un tipo de esperanza quisiera dejar un mensaje de lucha y determinación.
Entre los presentes, dos cazadores que vivían en los bosques cercanos a la pequeña ciudad, decidieron saber qué era. Creyeron que era un tipo de ayuda porque esa estrella no era como una fugaz, sino que había impactado en el planeta, aterrizando, por desgracia, en la zona del mercado.
Apuraron su paso, intentado ser discretos a pesar de tocar la hierba fresca junto el crujir de las hojas recién caídas. Necesitaban ir con cuidado porque el mercado había sido destrozado por la guerra que a muchos los dejó con un gran trauma en sus memorias.
En cuestión de minutos, sus sentidos se alertaron, sabían que la ciudad no era igual que el mercado, que la calma que tenían en ese lado no iba a existir en ese sitio donde se encontraban. La oscuridad no era solo porque la Luna estuviera allí presente, sino por la hostilidad al pisar las calles y ver la destrucción en las tiendas y edificios donde una vez brillaba de felicidad.
Ambos cazadores, hermanos de distintos bandos, se miraron con preocupación, pero avanzaron porque temían que la estrella no era una cualquiera.
Sus suposiciones no fueron erróneas cuando vieron en medio de las calles la estrella de cuatro puntas brillando en un color dorado, pero no solo eso, a su lado, dos jóvenes estaban en el suelo inconscientes. Ambas con el cabello del mismo color castaño, pero de vestimentas más distintas. Una en rojo, la otra en azules verdosos.
—Lo has visto, no podemos dejarlas solas ahí —expresó intranquila la mujer cazadora de vestimentas blancas.
Su hermano la miró de reojo, mostrando su descontento.
—Es su destino —pronunció en un tono borde propio del asesino de cazadoras negras—. Nos serán un problema grave, siquiera parecen saber cómo funcionan los códigos, sólo mira cómo han aterrizado.
—Hermano, me niego a dejarlas aquí solas, debemos llevarlas a nuestro hogar.
El hombre mostró una mirada asesina hacia su hermana.
—He dicho que no.
Su discusión podría haber ido a más, pero una de las dos chicas se despertó con un gran dolor de cabeza, tosiendo con fuerza mientras cubría su boca por el hedor de la sangre que había aún en el ambiente. A duras penas se giró hacia las voces, encontrándose con los dos que frenaron sus palabras al verla.
—¿Q-Qué ha ocurrido? ¿Qué ha pasado? ¿Y n-nuestros padres? ¿Quiénes sois? —preguntó la pequeña.
—Y-Yo, eh...
—Tus padres han muerto, somos tus tíos, Zarik y Lania, hemos venido a sacaros del mercado extrasistema —continuó aquel que se llamaba Zarik, mostrando su molestia en sus palabras.
Su hermana, Lania, le observó atónita.
—¿C-Cómo? —preguntó la chica, viéndose como unas pequeñas lágrimas salían de sus ojos.
—Nada de preguntas, nada de quejas, vendréis con nosotras como sobrinas que sois —ordenó Zarik con su usual tono irritado—. ¿Entendido?
—S-Sí, tío...
Lania sintió alivio al saber que la pequeña mentira había funcionado, pero sabía que no duraría mucho. A pesar de eso, miró a su hermano y se cruzó de brazos con un rostro más amable.
—Sabía que no podías dejarlas solas a su destino —comentó Lania en un susurro.
—Tienes suerte que no he sido el mismo de antes —pronunció Zarik con un rostro un poco más relajado para luego mirar hacia las dos jóvenes que parecían ser hermanas—. Parece que no recuerdan nada y esto es un problema. Esos malditos cerdos han hecho algo con los documentos y pienso descubrir que es.
—Sabes que cuentas con mi ayuda —aseguró Lania.
Zarik afirmó de mala gana, para al final mirar a la joven chica que despertaba a su hermana.
—Venga, pongámonos en marcha. Hay mucho de lo que tenéis que saber.
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