Capítulo 7: La verdad ante todo.
No le fue nada agradable para Anais despertarse con un agudo dolor de cabeza. Había tenido un sueño del cual no paraba de darle vueltas. Figuras que le acompañaban en su viaje, ofreciendo su mano para ayudarla sin importarle que tal difícil pudiera ser. Diversos colores brillaban, aunque una de ellas carecía de color y parecía ser inexistente.
Levantándose, vistiéndose y yendo a la cocina, pudo encontrarse con su hermana preparando el desayuno con desgana, estirando de vez en cuando su espalda mientras se quejaba de dolor. Sabía que le había ocurrido, ese pequeño escándalo que hubo en la habitación de Zarik no pasó nada desapercibido.
—¿Hermana? —preguntó Anais.
Andrea dio un pequeño salto en el sitio para girarse y verla. Esto hizo que derramara parte de la leche de su vaso, pero no le pareció importar mucho.
—Ey, buenos días, ¿dormiste bien?
—Sí, ¿y tú? ¿Te duele mucho? —preguntó Anais.
—No. Tranqui, nada de qué preocuparse.
Anais suspiró. Sabía que su hermana no estaba tan bien como presumía. Sus gestos nerviosos en sus brazos y piernas, ojeras presentes ante una noche complicada. Era obvio que no había descansado como debía.
Mientras desayunaban, trató de organizarse. Tenía que saber todos los términos inusuales que decían sus tíos, después saber qué le había ocurrido a Zarik, y por último conocer el porqué de ese brillo azulado que salió por primera vez al disparar la flecha.
No le gustó mucho escuchar esa voz a pesar de jurarle protección.
—Anais, ¿estás bien?
Sus palabras lograron despertar a Anais y mirar a Andrea con desconcierto.
—No. O sea, sí —respondió y pensó por un momento sus palabras, mostrando su inseguridad en sus manos temblorosas—. Sí, estoy bien, dándole muchas vueltas a todo, ya lo sabes.
—Mejor no lo hagas hasta que salgamos, ¿va?
Anais miraba con atención a su hermana. Sentía que la forma en como le hablaba era demasiado relajada para ser ella misma. Antes, con sus padres, solía hablar... en expresiones que le salían solas, sobre todo cuando estaba con su padre.
Admitía que su hermana era orgullosa de su procedencia, también lo era Anais, pero no hablaba ese mismo idioma porque no le salía. Su madre hablaba castellano fluido, y eso que era de otra nacionalidad totalmente distinta. Mientras más vueltas le daba, más se cuestionaba el hecho de que porqué tenía poderes si ella era... humana.
Al final decidió terminar su desayuno y así irse hacia el centro de estudios. En medio del pasillo, se encontró con Lania en el comedor, agarrando lo que parecía ser un colgante que brillaba en colores amarillos y blancos. No quiso mirar más porque tampoco le dejaban, por lo que terminó lo que tenía pendiente y salieron de casa.
Nada más estar fuera, Andrea agarró a su hermana de su mano para ir caminando con ligereza.
—No te recomiendo que toques la puerta de Zarik —le pidió Andrea con total seriedad.
—Sí, vi lo que pasó, pero no entiendo por qué entraste tan bruscamente —comentó Anais.
—Ayer escuché a Lania hablando con alguien, la hicieron daño y cuando quise entrar, me empujaron.
—¿Hablando con alguien?
—Lo que escuché no me gustó y estaba preocupada por ella. De igual forma hoy creo que Mikuro podrá saber las respuestas porque Lania se negó a hablar y creo que esa actitud no le gustó —respondió Andrea mientras aceleraba un poco el paso.
—¿Y si no lo consigue?
—Creo que sí lo hará. Mikuro parece estar molesta por no saber nada y no parece ser alguien paciente. Querrá las respuestas ahora —aseguró Andrea.
—¿Y crees que nos lo dirá?
—Eso no lo sé, pero confío en que sí —respondió Andrea con una mirada llena de determinación. Anais suspiró un poco cansada—. De igual forma, ve a la biblioteca y busca información que sea útil.
—Confía en mí, sabes que soy una apasionada en saber todo —aseguró Anais.
Su conversación no fue a más. Pronto llegaron al centro donde se encontraron con algunos alumnos Las hermanas no le darían mucha importancia y simplemente fueron a su correspondiente clase para encontrarse con los demás.
Andrea tenía muy claro que hablaría con Yaina. Anais coincidía con eso, pero también lo haría con Jame porque ambos podían ser útiles. Luego ya verían las cosas con Ann y Lucas.
O a lo mejor no, porque Ann se encontraba justamente hablando con jame en ese momento.
—No quiero ir a tu grupo de héroes, Ann, no me vengas con tonterías —pidió Jame con cierto cansancio.
Interesada por tales palabras, Anais se acercó con la excusa perfecta de que ahí estaba su asiento. Ann la miró de reojo con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Cuando Anais iba hablar, sintió un pequeño pinchazo en su brazo derecho. Confundida, tocó su brazo y miró hacia Ann quien la miraba de reojo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ann en un tono borde.
—Nada. Me sorprende verte aquí, ¿ocurre algo? —preguntó Anais con calma.
—Nada, Anais. Ann ya iba a terminar —intervino Jame en un tono un poco cansado.
—No me voy a ir hasta que aceptes —aseguró Ann.
—Buena suerte, ya te dije que no me uniré a tu grupo de héroes, me parece estúpido. Mucho tenemos Yaina y yo como para tener que hacernos los héroes —contestó Jame, irritado.
—Maldita sea, Jame, esto lo hago porque sabes lo que ha ocurrido en el mercado, si tu raza está casi extinta es por las anomalías, ¿no lo entiendes? —recordó Ann.
—No quiero meterme en problemas, suficiente tengo con mi vida como para tener que meterme en más líos, ¿vale?
—¡Pero es por tu bien! —gritó Ann—. Nosotros entendemos lo doloroso que es perder a alguien de los tuyos y que nadie haga nada para cambiarlo ¡Es frustrante! Por ello fui a por vosotros para que nos ayudéis porque sé que no sois unos conformistas.
—Yaina no...
—Yaina ha aceptado —interrumpió Ann, viéndose la sorpresa en los ojos de Jame— y ha superado la prueba, pensé que te lo había dicho.
—Serás...
Irritado ante esa contestación, preparó su puño para golpearla, pero Anais se puso en medio, apartando a Ann y poniendo sus manos de forma que podría detener el puño. Tal gesto sorprendió a ambos.
—Razona un poco, Jame —pidió Anais.
—¿Razonar? ¿De qué? ¡Es peligroso! —gritó Jame.
—Lo sé, sé que ahora mismo el miedo es algo que a todos nos puede superar por lo ocurrido en el mercado, pero si nos sigue inundando, será peor para todos —explicó Anais como mejor pudo.
—Tranquilízate, Jame —pidió Ann con los labios temblorosos—. No lo hacemos a malas, queremos una solución y cuanto antes sea, mejor.
—Piensa bien esta oportunidad, capaz puedas salvar a Yaina de un nuevo ataque en el planeta y con ello poder sobrevivir como raza junto con otras —añadió Anais.
La vergüenza se vería reflejada en las mejillas de Jame. Se quedó en silencio unos segundos para luego pensar sus acciones. Anais creía que Jame se preocupaba mucho por su amiga, y más por como parecía ser un poco impulsiva al igual que Andrea. Eso sí, tenía claro que Jame se sentía incapaz por como se miraba sus manos.
Soltó un suspiro de frustración y miró hacia Anais con los ojos cristalinos, pero rápidamente negó y afirmó con su cabeza.
—Está bien, acepto —murmuró Jame. Esto hizo que Ann se alegrara—, pero quiero que Andrea y Anais también sean parte del grupo.
—No me seas hilo enredado. —Ann respiró profundamente antes de soltar insultos por doquier—. Vale, pero quiero que Andrea me pida perdón.
—Creo que eso no será ningún problema —intervino Anais con una sonrisa—. Lo hablé con ella, dice que quería disculparse contigo. Si quieres, puedes ir ahora con ella y así lo habláis.
Ann soltó un largo bufido, cruzando sus brazos mientras miraba hacia Andrea. Estaba reunida con Yaina y otros más, riéndose mientras hablaban de diversos temas que ninguno de los tres podía saber con exactitud.
—Si la meto dentro del grupo, ¿entrarás? —preguntó Ann a Jame.
—Sí, lo haré.
—Bien. —Una vez más, Ann respiró con la mayor paciencia—. Vale, hablaré con Andrea, de paso podemos tener más aliados y podremos evitar que esto sea peor.
—¿Cuántos seríamos si entran Andrea y Anais? —preguntó Jame, interesado.
—Ocho. Tengo dos amigas, Luziette y Soleti, que están también interesadas en ayudarnos.
—¿Quiénes son? No me suena sus nombres —preguntó Anais.
—Mis amigas, son de un curso superior, iba con ellas, pero repetí y bueno... ¡Da igual! Somos ocho, si hablo con Andrea y, eso.
Se notaba la incomodidad de Ann al hablar de Andrea, ese golpe no le gustó nada y cada vez que la mencionaba un escalofrío la recorría.
—Si la convenzo, necesito quedar con vosotros para hacer una pequeña prueba, ¿entendido? —pidió Ann.
Oír prueba en esas palabras puso tensa a Anais, ¿de qué tipo? No era algo que le expresara mucha confianza, más si ella era alguien que no comprendía sus capacidades ante lo ocurrido. Por desgracia no pudo preguntar porque Ann fue a por Andrea para hablar de lo sucedido en un lugar privado.
«No la líes ahora, Andrea».
Andrea no le esperaba tal intervención por parte de Ann. No tuvo problema en reunirse con ella a un sitio más privado y alejado de los demás. Una vez hecho esto, Andrea no dudó en disculparse de inmediato, un gesto que tomó por sorpresa a Ann.
—Cuando me ordenaste, escuché una voz en mi cabeza y perdí el control de mis acciones —admitió Andrea, intranquila—. No sé bien que ocurrió, no veía, ni escuchaba... Nada.
—Yo... —Ann tragó saliva con cierta dificultad—. Pensaba que los ojos negros que tenías era una forma de activar tu poder.
—¿Ojos negros? —repitió Andrea.
Ann apretó un poco sus labios.
—Sí, como si de repente algo de tu interior tomara control. Ahora con lo que me has dicho, parece ser que tienes algo en tu interior...
Y aquello hizo que Andrea sintiera escalofríos, recordando las palabras que le dijo Florian.
—Lo siento, Ann —susurró Andrea, rascando su cuello—. Aun no se controlar mis poderes, siento que haya sido tan agresiva y...
—No importa, Andrea —interrumpió Ann con calma—. Al menos has tenido esa decencia de disculparte y me creo que no haya sido a posta, después de todo estamos aprendiendo nuestros poderes y es normal que haya esos fallos.
Andrea sintió un gran alivio ante sus palabras, sonriendo para luego darle su mano derecha a Ann, dejando en claro que, con ese apretón, sería como una forma de empezar de cero. Ann, sorprendida por esta acción, no dudó en tomar la mano para disculparse.
Tras eso, regresaron a clase, viéndose a ambas con una sonrisa que a Anais y Jame les tomó por sorpresa. Andrea miró por un momento a su hermana, guiándole el ojo a modo de decir que "todo estaba en orden".
Anais pudo suspirar aliviada al verlas juntas, poniendo la mano en su mejilla con una sonrisa.
—Parece que se han disculpado —supuso Jame—. Ahora sí que podremos tener un grupo de héroes que esté bien organizado.
—Sí, menos mal que han dejado un lado ese orgullo.
—Eso es cierto, hay muchos que son muy rencorosos y orgullosos, me sorprende que Ann no lo sea —admitió Jame, mientras se balanceaba en la silla.
—Si dejamos eso a un lado, sin excedernos, podremos ver cómo funciona el grupo de héroes —respondió Anais, viendo como Jame ponía sus manos en su cabeza.
—¿Crees que tu hermana supere la prueba? Sus poderes parecen ser muy inestables.
—Le falta practicar mucho, pero sé que es capaz. Andrea es muy determinada, insistente, tozuda... No se rinde —explicó Anais.
—¿Y por qué es así?
—Pues...
Giró su cabeza para ver a su hermana una vez más, ahora ya no solo hablaba con Ann, sino que también con Yaina y Lucas, quien a regañadientes se había unido a la conversación.
La mirada seria y concentrada de Andrea era algo que a Anais le traía recuerdos difusos de un pasado en el que ambas se asemejaban tanto actitud como apariencia. ¿Quién se creería que Andrea fue alguien super amable y cariñosa con vestimentas simples hechas por su madre?
Era verdad, aquella niña de cabello castaño y ojos marrones era tan dulce y amable que siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, de hecho, era alguien que ayudaba sin importar la dificultad, aunque tenía una apariencia que a muchos les podía intimidar.
Con una chaqueta roja de cuero que apenas está cuidada por los destrozos de meterse en las calles más peligrosas, una camisa blanca sin apenas detalle y unos tejanos azules con varios parches cosidos; Andrea demostraba ser una mujer que conocía la una parte de la crueldad.
O eso podían pensar muchos, pues Anais seguía viéndola como su hermana amable y cariñosa, solo que ahora era un poco más rebelde con las cicatrices de su piel blanca, su cabello castaño con algunas mechas rojas al igual que sus ojos que mezclaban el marrón y rojo. Una mirada intimidante que a muchos les podía dejar inmóviles.
—Supongo que la vida no te trata tan bien y por ello se ha vuelto así —respondió Anais.
Jame la miró confundido.
—¿Acaso sentisteis mucho daño en el pasado? —preguntó Jame.
Trató de responderle, pero las palabras no le salían como quería. ¿Recibió mucho daño? No sabía si su hermana lo sufrió, pero ella... Aquella calle...
—N-No sabría que decirte...
Sus palabras se interrumpieron ante la presencia del profesor. Todos se callaron y volvieron a sus asientos donde recibieron las clases correspondientes. Anais prestó atención porque hablaban sobre términos que no dudó en apuntar.
Tenía claro que los corroboraría una vez que llegara a la biblioteca de Tron-Axt, porque en su centro no disponía una. Sabía que pasaría largas horas aun si perdía las clases del centro.
Mikuro estaba atenta a todo como si fuera un perro guardián. Cuando las hermanas se marcharon, no dudó ni un segundo en encontrarse con Lania en el comedor. Parecía estar guardando toda su energía en un collar que tenía en sus manos. Una gema que tomaba los colores dorados y blancos que Lania poseía como aura.
—Quieres explicaciones, ¿verdad? —preguntó Lania.
Arqueó la ceja con cierta sorpresa al saber que su presencia había sido detectada. Vio como Lania se giraba y la miraba de reojo con total seriedad.
—Si quieres respuestas, tendrás que dejar esta actitud fría conmigo. No iba hacer nada, no soy una amenaza, iba a decirte la verdad, aunque no me la pidieras.
Impactada con sus palabras, Mikuro relajó su cuerpo y solo cruzó sus brazos.
—Bien. Adelante. Te escucho.
—Tendremos que hablar en un tono bajo —pidió Lania mientras observaba la gema que tenía en sus manos—, es lo único que te pido.
—De acuerdo.
—Bien. —Respiró y cerró sus ojos para hablar con la mayor calma posible—: Como sabes, somos de la Galaxia E donde nos dividimos en cazadores y animales.
—Sí, me lo dijiste.
—Y como sabrás, dentro de los cazadores hay dos bandos, los Itliebto y Ueimo. Bien y mal —continuó Lania. Mikuro afirmó de nuevo—. Actualmente sabes que mi hermano estaba en Itliebto, pero está intentando ser un cazador neutro, un Hunxert neutro, ¿entiendes?
—Ahí es cuando me empiezas a decir detalles que no me explicaste antes, Lania —le recriminó Mikuro.
—Lo sé —susurró Lania sin a mirar los ojos negros de Mikuro—. Como dije, mi hermano como está consumido por esta energía, tiene brotes de ira en los que intenta destruirme, a veces intentará matar personas cuya energía expresen el bien, por eso nos atacó a ambas porque nos detectó como seres puros, seres que buscan el bien, por ello confié en ti durante todo este tiempo.
Aquellas palabras fueron para Mikuro un pequeño puñal que iba clavando su corazón poco a poco. Recuerdos difusos de su pasado le gritaban como si alguien le dijera constantemente que era una inútil por no cumplir su objetivo.
—Te preguntarás si esto es normal en Zarik y, por desgracia, lo es —continuó Lania—. Llevo varios años intentando eliminar su energía con mi arco y mis poderes, pero cada vez que lo hago, me debilito más hasta el punto en el que siempre necesito la ayuda de alguien para distraerle y retenerle.
—¿No es capaz de controlar su poder? —preguntó Mikuro.
—A veces es consciente, otras no. Repite lo que una vez pensó cuando era joven, que "entrar en ese bando fue correcto para nuestro planeta", pero luego se da cuenta que los Cuatro Cardiales solo iban a corromper nuestra galaxia junto a los nueve controladores —explicó Lania.
—Frena —pidió Mikuro, frunciendo un poco el ceño—. ¿Quiénes son los nueve controladores?
Lania rascó un poco su cabeza con timidez.
—¿Alguna vez oíste los elegidos de Caos?
—Algo he oído... Rumores que decían en la galaxia M.
—Los nueve controladores y los Cuatro Cardinales son parte de esos elegidos, y Zarik se unió a ellos como un esclavo más de su reino —explicó Lania, moviendo los ojos a un lado para luego suspirar con pesadez.
—Comprendo —murmuró Mikuro mientras rascaba un poco su cabello—. Entonces, tu hermano está corrompido ¿por culpa de los Cardinales?
—Exacto.
—Entonces para poder ayudar a tu hermano, tenemos que intentar purificarlo durante a saber cuánto tiempo para que sea un cazador neutro y, si es posible, ser un cazador puro, ¿no es así? —preguntó Mikuro.
—Sí, pero realmente no sé cuánto puede tardar. Sé que estuvo varios años por ese bando y me imagino que recuperarle será dificultoso —respondió Lania, rascando su brazo con cierto nerviosismo—. Es bueno saber que al menos es consciente y que poco a poco intenta luchar contra ello.
Mikuro se quedó callada por unos segundos para comprender mejor la situación. Había oído historias, unas que tan solo recordarlas no le permitían respirar.
—Lania, intentaré ayudarte como mejor pueda, pero no cuentes con que entienda vuestra raza —respondió Mikuro con honestidad—. Comprendo el hecho de que deshacerse de una energía corrupta es complicado porque una vez se acostumbra dentro de tu cuerpo, es difícil expulsarla.
—Me temo que Zarik tendrá que asimilarlo y ser consciente de todo, más ahora que nos hemos ido.
Mikuro sabía que Lania iba a tenerlo difícil para recuperar a su hermano con el poder que tenía en sus manos. Si Zarik no ponía de su empeño, iba a ser un peligro del cual a la larga la única solución sería matarlo, y sabía que Lania no sería capaz de hacerlo con sus propias manos.
—Con esto, me has dejado algo claro —murmuró Mikuro con una sonrisa divertida, mirándola con los ojos entrecerrados—. Andrea y Anais no son familiares tuyos. Ellas no tienen una energía similar a la vuestra y no conocen nada de vosotros, cuando en verdad deberían saberlo, y lo sé porque cuando hablé con Andrea, me dijo que se sentía como una humana, no como un cazador.
—Vaya... —Lania soltó una leve risa mirando el suelo—. No iba a poder ocultarlo para siempre, supongo.
—¿Qué estás ocultando Lania? —exigió Mikuro.
Lania soltó un suspiro largo y la miró con decisión.
—Hay coincidencias graciosas en este mundo —respondió, y cruzó sus brazos—, como que Anais y Andrea comparten el mismo problema que el tuyo. No recuerdan nada sobre su pasado y que en verdad... pueden ser de la tierra.
La hora del descanso llegó. Andrea pudo disfrutarlo cuando salió y estiró sus piernas junto a un bostezo. Se reunió con Anais, quien le recordó que se iría a la biblioteca que había en la ciudad, por lo que tardaría un poco en volver a clases. Andrea solo le pidió que fuera con cuidado.
Fuera, junto al campo de fútbol, caminaba con sus manos en sus bolsillos de su chaqueta inseparable, dándole vueltas a todo lo ocurrido mientras escuchaba las risas y chillidos de euforia por aquellos que jugaban con sus poderes. No hacía caso, su cabeza estaba envuelta en dudas que no la dejaban descansar.
Con un trozo pequeño de hierba en su boca, lo masticaba como si fuera una forma de calmar sus nervios, una manía que su padre le había enseñado. En sus tiempos más jóvenes recordaba cómo se tumbaban en el campo de hierba fresco tras un día de lluvia. ¿Manchar su ropa? Le daba igual. Era agradable sentir el sol mañanero en su piel mientras esperaban el tractor que les ayudarían a recoger los alimentos.
Con sus ojos cerrados, sonreía al darse cuenta que no lo había valorado tanto como debía. Aquella niña traviesa que ayudaba había disfrutado de un sentimiento tan puro y completo, no como ahora.
—Eran bos tempos —Eran buenos tiempos, se decía con una sonrisa.
Distraída por sus recuerdos, sus oídos pudieron percibir las voces agudas de unas chicas que se encontraban en el otro lado del campo de fútbol, con cuidado las miró para encontrarse a Ann acompañada de dos chicas que hablaban sobre el grupo de héroes que antes le había explicado.
No se podía creer como todo podía coincidir como si fuera una obra del destino, ¿un grupo de héroes creado por Ann? No le hacía especial gracia, más si la líder era una chica que tenía una actitud un tanto presumida, pero había que aceptar porque así aceleraban el plan que tenían Lania y Zarik.
Se quedó en silencio observándolas de reojo. Las amigas que acompañaban a Ann parecían ser carneros de apariencia humana. Vestidas de manera similar —una falda y camisa con decorado y reborde en su cuello—, se las diferenciaba por el color de su cabello. Una era morado, la otra dorado.
Luziette y Soleti, las hermanas Arinas, al menos fue lo que pudo escuchar Andrea desde el otro lado del campo.
Arinas. Era la primera vez que oía un nombre así. Cuanto más empeño le metía en entender, más difícil le era porque parecía que hablaban en un idioma distinto.
«Vigila enfrente».
Distraída una vez más, vio que el balón de fútbol casi impactó en su cara de no ser que pudo frenarlo a tiempo con su mano derecha, pero no exactamente agarrándola, sino que expulsando un poco de viento para que cayera al suelo.
«¿Qué acabo de hacer?», se preguntó Andrea, mirando su mano derecha.
—¿Estás bien? —preguntó uno de los chicos que participaba en el partido.
—Sí, no es nada, no te preocupes.
—Menudos reflejos, no muchos se habrían dado cuenta de ello —admitió asombrado mientras recogía el balón.
—Sí... Claro, tengo esa suerte.
«No... No fue suerte, algo me avisó», se dijo Andrea, sintiendo la ansiedad en su cuerpo.
Alterada, se alejó del campo de fútbol, ignorando todo su alrededor. Ya le daba igual los colores relajantes del centro, los gritos de euforia de aquellos que seguían jugando o que el viento moviera su cabello. ¿Quién estaba hablando en su interior? ¿Qué estaba ocurriéndo?
Todo su cuerpo temblaba sin parar mientras soltaba aquel pequeño trozo de hierba de su boca y ponía sus manos cerca de sus ojos bien abiertos. Era como si algo la estuviera consumiendo, apoderándose de sus ojos para enseñarle una realidad oscura donde no podía hacer nada.
Para su suerte, el irritante y constante ruido del timbre sonó, recuperando su visión para dar una bocanada enorme de aire, cayendo de rodillas al suelo pequeñas lágrimas caían.
—¡Andrea! —gritó Ann desde lo lejos.
Al girarse, pudo ver a Ann acercándose con sus amigas, preocupadas al verlas en el suelo con aquellas lágrimas que Andrea no deseaba enseñar. Se cubrió con su brazo, para secar las lágrimas, mientras se levantaba.
—Vi como caíste de golpe, ¿estás bien? —preguntó Ann, intranquila.
—Sí, es solo que antes usé el poder del viento y me mareé al parecer.
—¿Viento? Pero, ¿tú no usabas el fuego? —preguntó Ann, sorprendida.
—Y la electricidad. Tengo varios poderes, Ann, y no comprendo qué me está pasando.
La sorpresa impactó por completo a su compañera. Intentó levantar a Andrea del suelo. Ya de pie, Soleti y Luziette se sorprendieron ante el rostro de Andrea, sus cicatrices no pasaban desapercibidas.
—Por cierto, ellas son mis amigas, Soleti y Luziette. Son Arinas, vienen de la galaxia M —presentó Ann.
—Oh, un gusto, soy Andrea, aunque capaz ya os lo dijo.
—Sí, eres de Tron-Axt, ¿no?
La pregunta de Soleti, la chica de cabellos dorados, fue algo que dejó en confundida a Andrea. ¿Lo era?
—Ah, sí —respondió Andrea sin mucha importancia—. Es un gusto conocerlas.
—Igualmente —contestó Soleti con una sonrisa dulce—. Por cierto, habíamos pensado en reunirnos ahora cerca del río para hacer las pruebas ahora mismo.
—¿Ya? —preguntó Andrea, alzando la ceja.
—Cuanto menos tiempo tardemos, será mejor —contestó Ann, cruzando sus brazos—, aunque, viendo como caíste antes, no sé si es mejor que...
—No, da igual —interrumpió Andrea—. De eso no te preocupes, podemos hacerlo ahora, aunque mi hermana no está, se fue a la biblioteca y tardará un poco.
—Los profesores tampoco le dirán nada por faltar una vez, cuando superas las tres faltas te dicen algo, pero ya ves tú la importancia que le dan —admitió Luziette con una leve risa.
—Sí, no es como Florian que a él no le ponen faltas —añadió Soleti.
Andrea arqueó la ceja.
—¿Le conoces? —preguntó Andrea.
—Claro, está en mi clase.
Ann abrió los ojos y miró de reojo a Soleti como si quisiera decir algo, mientras que Andrea solo estaba en silencio, confundida porque, según dijo el profesor Eion, Florian era de su clase.
—Ya... —murmuró Andrea, frunciendo un poco el ceño. Luego negó con su cabeza y decidió no darle importancia—. Bien, no le demos vueltas, ¿nos ponemos a ello?
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