Capítulo 33: Vivo como el fuego, firme como el hielo.

El asombro era visible en los presentes, en especial en Mikuro. Temblaba sin parar mientras miraba con admiración lo que ocurría enfrente suya, siendo incapaz de levantarse, ni siquiera de poder moverse.

Le costaba comprender ese cúmulo de emociones que le hacían sentir mal e indigna, que no se merecía tener esa emoción a la vez que esperanza, pero ¿cómo no iba hacerlo? Lo que sus ojos se encontraban era un espectáculo de luces donde cada una brillaba con una intensidad distinta, siendo las llamas de Andrea las que más resaltaban.

Parecía estar creando un espectáculo de fuegos artificiales combinado con una tormenta eléctrica. Se movía con gracia y velocidad como si se tratara de una dragona, matando sin piedad alguna todas las anomalías que los rodeaban. Los gritos llenos de odio y rencor eran lo que llenaban el mercado mientras los demás héroes la acompañaban.

Y Mikuro, de mientras, se encontraba sentada en el suelo con un gran asombro, incapaz de comprender lo que veía.

Todos y cada uno de ellos daban su máximo potencial. Sentía que podían ganar, dejar a un lado esos errores que cometieron para luchar con esas mejoras que tenían a la vez que daban todo su potencial.

Por un momento miró hacia Creni, se encontraba tumbado en el suelo con una gran debilidad encima por haber empleado la magia. Se encontraba protegido por Lania y Zarik, quienes habían desatado todo el poder que tenían.

Mikuro, sintió un escalofrío, moviendo con temor su mano derecha hacia su espada.

¿Por qué dudaba? Todos se sacrificaban para salvar lo que más querían mientras que ella se quedaba ahí. El miedo parecía haberla paralizado, pero ¿por qué? Era lo que se preguntaba mientras miraba a Andrea, recordando que la había podido salvar. La vergüenza impactó, agachando su cabeza, para luego negar.

—¿Qué me está pasando?

Las emociones que vivía en su interior era nuevo, pero siempre lo asociaba como algo malo, provocando que una voz del pasado volviera y con ello la figura de la niña que había visto. El pánico la inundó, agarrando su espada mientras se giraba para poder bloquear un ataque a sus espaldas.

Apartó la anomalía a tiempo. No sabía bien como lo había hecho, pero sentía que era un instinto que tenía como tal, uno que obtuvo al ser de una raza en específico, la que pertenecía su anterior cuerpo. Respiraba angustiada, expulsando aire gélido por su boca, mirando a su alrededor para ver que el escenario que irradiaba esperanza, se transformaba en un paisaje gélido.

Pudo identificar los árboles cubiertos de nieve y congelados, los caminos de hielo donde uno podía patinar hasta llegar a Hïla, la ciudad grandiosa que se encontraba a la lejanía. Aquello no le traía felicidad, sino angustia que subía por su pecho, como si la culpa la estuviera azotando.

Para cuando quiso moverse, sintió un golpe a sus espaldas que la hizo impactar contra el suelo. Mikuro, girándose para defenderse, se encontró con una anomalía que intentaba atacar con todo lo que tenía, pero cuando vio el hielo que expulsaba de su boca al igual que de sus manos, la anomalía frenó sus acciones y la miró con interés.

—¡Es cierto! ¡Un alma como la de ellos! ¡Un ser sin compasión! ¿Viniste aquí para conquistarlo todo? ¡Qué divertido!

Palabras que dejaron atónita a Mikuro, haciendo que una parte de sus recuerdos fueran despertando ante un grito que vino de su oído derecho, haciéndola cerrar sus ojos. Aun con ello no bajó la guardia y se preparó para cualquier ataque.

—¿De qué hablas? —preguntó Mikuro con cierta molestia en sus palabras—. ¿Alma de qué? ¿La de ellos?

Escuchó su risa, provocando que la frustración la inundara y que, al impactar sus manos al suelo, una gran columna de hielo apareciera debajo de la anomalía, congelándola por completo.

—¿Q-Qué...? ¿¡Y-Yo...?!

Para cuando quiso darse cuenta, varias anomalías fueron en su dirección y lograron dañarla, provocando que Mikuro tuviera que apartarse. Cansada, miró hacia ellos mientras sujetaba su espada, viendo como Lania y Anais, desde la lejanía, apuntaban con sus arcos.

Aquello hizo que Mikuro se sintiera acompañada, preparándose para luchar, pero el mínimo gesto con sus manos hizo que su cabeza doliera a rabiar, chillando sin parar mientras se agachaba. Llamó la atención de todos, sobre todo de Andrea que, en cuanto pudo, no dudó en acercarse a Mikuro para protegerla.

—¡Mikuro! —gritó Andrea.

Pero las palabras de Andrea no eran escuchadas por Mikuro, nada de lo que ocurría a su alrededor era percibido, simplemente apretaba sus manos en la tierra mientras temblaba sin parar, cayendo lágrimas mientras escuchaba repetidas veces su nombre. Desesperada y frustrada por la situación, levantó su rostro y cuerpo, lista para luchar.

—¡Ya estoy harta! —chilló, abriendo sus ojos y quedándose en silencio al ver lo que la rodeaba—. ¡¿Q-Qué... !?

El hielo rodeaba de nuevo a Mikuro, pero esta vez no se encontraba en las afueras, sino que dentro del propio reino. Se encontraba en la plaza principal donde el hielo tenía varios símbolos que parecían querer formar una historia, más con las figuras que podía identificar. Una era lo que parecía ser una princesa, siendo acompañada por un hombre que parecía bailar a su lado.

Fue analizando su alrededor, encontrándose con hogares que se encontraban tanto fuera como dentro de las montañas gélidas donde ellos vivían. Su decoración no es que fuera muy llamativa porque la nieve y el hielo del lugar hacían su trabajo en dejar fascinados a todos los que vinieran de otro planeta, si se atrevían.

En lo más alto de las montañas, un camino de hielo con sus correspondientes escaleras llevaba hacia el castillo. Miraba con asombro ese lugar que a cualquiera le podía intimidar, más con aquel clima oscuro y nublado donde el sol nunca salía, generando así un lugar donde el frío predominaba, aunque a Mikuro no le parecía importar.

—No pierda el tiempo observando, hoy es el día, princesa.

La voz estricta proveniente de sus espaldas hizo que la mencionada se girara, encontrándose con un hombre cubierto por armaduras de colores azules que cubría todo su cuerpo y cabeza. A sus espaldas parecían tener alas, pero sabía que no eran funcionales.

Se miró, viendo los guantes de sus manos junto a la vestimenta cargada de detalles propios de una princesa que hoy parecía que iba a casarse.

—Por todos los hielos, princesa Mikuro, ¿qué está haciendo? —preguntó uno de los guardias—. No pierda el tiempo, como el rey se entere de nuestro retraso, seremos castigados.

Mikuro se puso firme y siguió avanzando, pero sin muchas ganas. Sabía lo que ocurría en ese día. Sentía las lágrimas en sus mejillas junto al temor del cual su corazón siempre le recordaba.

Cuando por fin llegaron y entraron al castillo, se quedó fascinada por la decoración propia de un castillo lujoso y bien cuidado. Todo hecho de hielo, no había excepción. El lugar era un orgullo para los presentes, pero para Mikuro eran emociones mixtas. Una parte de ella sentía asombro mientras que otra sentía vergüenza y rabia.

Cuando llegaron a la sala del rey todos los soldados rindieron honor hacia él a excepción de la princesa que veía como su padre estaba al lado del experimentado guerrero que todos los de su raza admiraban y respetaban. Entre los presentes, aparte de su familia, habían unos pocos invitados de la nobleza que miraban expectantes de la ceremonia.

Jamás se sintió tan incómoda. Le fue difícil caminar hacia delante por el único pasillo que había enfrente, decorado por la capa de nieve que había en el suelo de hielo. Sujetaba su vestido con sus manos con cuidado y con la cabeza agachada. No se atrevía a mirar a nadie, menos aquel guerrero que cuando lo miraba, sentía ese frío superior al suyo.

Su padre sonreía como nunca al igual que los presentes. Veían idóneo la unión entre ellos. Una promesa de amor eterna.

¿Pero de verdad era amor cuando ambos sentían indiferencia? ¿Era realmente el amor que le habían dicho? Cierto era que desde pequeña no había experimentado nada de esos sentimientos. En sí, desconocía lo que era vivir las emociones en un extremo porque aquello era considerado como fuego.

Al lado del guerrero y frente a su padre, los miró con un rostro impasible y mantuvo firme en el sitio con las manos en sus piernas en una posición educada. Su padre se acercó a ella, poniendo su mano cerca de su cabeza.

—Hoy en este día tan memorable, bendigo a mi hija para que el frío sea testigo de esta unión inquebrantable. Mikuro, princesa del hijo y Erkio, líder de los guardianes de hielo.

No dijo nada ante sus palabras, aunque algo muy profundo en su corazón quería chillar. Desde muy joven sentía que algo había que era incorrecto. Leyendas decían siempre lo mismo. Las llamas que se adentraran en el corazón más frío, matarían sin compasión el alma y cuerpo.

¿Pero era cierto lo que decían? ¿Acaso habían visto el fuego como tanto decían? Miraba a su alrededor y solo veía un castillo solitario. Daba igual que estuviera ahora mismo en esa ceremonia, llena de su raza. Llena de Hielex.

Ella nos envía ni una sola emoción ni felicidad como le había prometido su difunta madre. Ella no sentía esa pasión al mirar los ojos del contrario. Solo veía una soledad eterna en donde jamás podría conocer lo que la rodeaba.

¿Era lo que de verdad quería? ¿Era lo que deseaba? No. Obvio que no. Era lo que su padre deseaba. Un matrimonio forzado para un interés ocultado.

—Mikuro, princesa de...

—Me niego.

Era adelantarse a la pregunta, pero a estas alturas le daba igual. Con el ceño fruncido y una mirada llena de rabia, se alejó de los presentes dando pasos hacia atrás. Movió sus manos, formándose el símbolo del invierno en frente suya a la vez que la vestimenta iba transformándose en agua para modificarse en la armadura de hielo que necesitaba.

Porque aparte de ser princesa, era también guerrera, como su padre siempre le había obligado.

—¿Por qué me obligas, padre? —habló con voz firme sin mirarle. Respiró el aire gélido para que su armadura pudiera volverse fría como todos los presentes—. ¿Por qué no siento lo que una vez mi querida y difunta madre me dijo? ¿Por qué cuando veo a Erkio, siento un desprecio y dolor en mi pecho?

—Hija mía, te dijimos que...

—Madre dijo que el amor era un sentimiento poderoso, pero yo no siento esto, aun si soy de hielo. Ni si quiera he podido sentir algo en la vida que he tenido. Con veinte años que tengo y no he sentido más que una sola cosa. Curiosidad —interrumpió, mirándole desafiante mientras la espada-látigo de hielo aparecía en su mano derecha—. ¿POr qué tememos de los sentimientos si es algo primordial en nosotros? ¿Por qué tememos de algo que jamás nos ha hecho daño? ¿Por qué renegamos de ello si al final nos encegamos en un mismo propósito vacío? ¿Por qué tememos al fuego?

Pronunciar esta última pregunta puso en alerta a los presentes. Su padre estaba dispuesto a castigarla, pero Mikuro no titubeó en atacarle. Después de todo había sido enseñada a no tener emociones, a diferencia de su madre que era a la que más quería.

—¡Dime, padre! ¿¡Por qué teméis del fuego que aviva y da esperanza a todo lo que nos rodea?! ¡Lo he visto en los libros que tanto intentáis ocultar! ¡Lo he visto en las frívolas montañas de nuestro hogar! ¡Sabios poseedores de una gran paciencia y compasión expulsados por tu temor constante al fuego! ¡Dime, padre! ¿¡Qué es el fuego si no es nada más que tu clara debilidad!?

—¡Y la nuestra, hija mía! ¡Tus palabras necias no te llevarán a la muerte!

—¿Lo harán?

Graciosamente, la voz del presente con el pasado se unieron, y por un momento, Mikuro pudo alzar su cabeza al mirar a lo que tenía a su derecha. Fuego. Llamas ardiendo con fuerza y valor, sin temor alguno a demostrar sus emociones, dispuesta a luchar, incluso a protegerla.

Puede que en su momento existiera ese temor al desconocerla, puede que fuera incluso una irremediable en sus acciones, pero mientras más la conocía, más sentía admiración y curiosidad por ella.

Hasta que sus manos se agarraron y se dio cuenta que no se había quemado. Ni siquiera besándola para salvar su vida.

Gritó como nunca al despertar esos recuerdos borrados, no solo porque las normas del código le afectaran, sino porque ella misma se había obligado. Enfrentarse a ellos y huir de su hogar fue lo más osado que pudo hacer, pero no le importó y logró retomar su vida, o al menos intentarlo al estar estancada en unas costumbres que no la bajaban de la cumbre.

Pero cuando le dieron esa segunda oportunidad...

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La rabia se acumulaba en los hombros de Mikuro, cayendo lágrimas sin descanso hasta que sintió un abrazo cálido que la hizo despertar y volver a la realidad, viendo a Andrea protegiéndola mientras expulsaba fuego de sus manos sin temor alguno.

Sus ojos veían con asombro, generando escalofríos en su cuerpo que la hicieron sentir avergonzada, pero a la vez dispuesta a luchar con todo lo que tenía. Se levantó del suelo, poniéndose al lado de Andrea con su arma lista.

—¡Mikuro! ¡Volviste! —gritó Andrea con una sonrisa aliviada—. Te llamé mil veces y no hacías caso, parecías estar soñando despierta.

Mikuro no respondió, solo miraba las heridas que tenía en el rostro de Andrea, las cuales eran curadas poco a poco. Sintió culpa, pero rápidamente negó con su cabeza y la miró con una sonrisa tranquila.

—R-Recordé parte de mi pasado.

Andrea parpadeó varias veces sus ojos.

—Bueno, no es la mejor situación posible, pero me alegra que lo hayas hecho —respondió con una sonrisa—. Dime, ¿algo bueno?

Mikuro solo pudo agachar su cabeza.

—No del todo cuando siendo princesa de mi hogar, huí en medio de mi boda —admitió avergonzada.

Andrea abrió un poco su boca.

—¡Vaya! ¡Una princesa! ¡Supongo que yo tendré que ser el fontanero, ¿no?! —preguntó con una leve risa. Mikuro frunció el ceño ante esa inusual referencia—. Da igual, lo que importa es que estás aquí, pero ¿puedes seguir adelante?

—Si me veo capaz, pero aun así...

Andrea la agarró de la mano y por primera vez sintió ese fuego adentrarse en su cuerpo. las mejillas se volvieron más azules de lo normal, mirándola con asombro junto a esa sonrisa confiada que tenía.

—No te atormentes ahora del pasado —aseguró Andrea, soltando una leve risa—. Es irónico de mi parte, pero creeme que ahora no es el mejor momento. Por ahora.. —Movió sus ojos con cierta timidez a un lado—. ¿M-Me acompañas en este baile destructivo?

Mikuro no pudo evitar soltar una risa junto al ardor de sus mejillas. Sí, sabía que sus acciones jamás iban a ser olvidadas, pero cuando estaba con Andrea sentía que había hecho algo bien, que en verdad ese planeta desgraciado merecía un cambio y un mensaje claro.

Sus acciones del pasado fueron las que la alejaron, creyendo que era culpable, pero en verdad tenía un corazón, sentimientos que fluían en su interior y que no debía esconder. Sonreía con confianza mientras tomaba la mano de Andrea con fuerza, provocando que el hielo y el fuego se combinaran en una danza única.

—Espero que sepas moverte con ritmo, sobre todo con el hielo —contestó Mikuro con una sonrisa segura.

—No soy muy bailarina, pero en esta ocasión haré la excepción.

Mikuro rio con suavidad y expulsó el hielo de sus manos con decisión.

—Demos nuestro mayor esfuerzo. Hasta el final.

Se sentía inusual, por primera vez veía como de sus manos aparecían unos guantes blancos junto a una armadura que hacía tiempo que no tenía. La emoción inundaba su cuerpo mientras veía como Andrea la miraba con sorpresa.

—¡Veo que no soy la única con sorpresas! ¡Genial! ¡Entonces démosle el mayor espectáculo posible!

Andrea fue la primera en moverse, seguido de Mikuro, apareciendo a sus espaldas un espectáculo de fuego y hielo. El contraste más conocido en los elementos unidos.

Mikuro se sentía viva por primera vez, más al tener su cuerpo, sintiendo el hielo por todas partes, desde su armadura hasta las alas falsas que protegían las espaldas junto el casco que mostraba sus ojos fríos llenos de decisión. Se movía con agilidad, moviendo el látigo en medio de la pista de hielo que creaba su paso, creando un espectáculo propio de una patinadora experta que mostraba elegancia con sus ataques que ejecutaba con su magia.

Mientras que Andrea actuaba como si fuera un pirómano, soltaba el fuego sin miedo alguno, explotando la pólvora que en sus manos contenía, esparciéndose por los aires para que fuera un espectáculo de luz como si fuera una gran ceremonia que no se debía olvidar. Una maniática que, junto con el fuego, se movía a una gran velocidad, dejando a sus espaldas chispas de electricidad que se transformaban en rayos llenos de fuerza, dispuestos a destrozarlo todo a su paso.

En medio de todo ese espectáculo se veía el asombro en los ojos de los demás. Veían como luchaban sin temor, dejando ese contraste de hielo y fuego en donde a veces se encontraban, intercambiando posiciones, viéndose la emoción y la felicidad en sus acciones.

Y en uno de esos giros, sus manos fueron agarradas, dando vueltas a su alrededor, dejando a sus espaldas sus poderes que representaban formas de animales místicos que a cualquiera le dejaría fascinado, viendo algo tan inusual, en especial en Andrea, del cual muchos la consideraban como una inexperta, pero ahí estaba, luchando con todo.

Aunque no sabían que tras ese agarre de manos había algo más... Como el fuego y el hielo se unieron, dejando un gran brillo que dejó cegados a las anomalías y a los presentes, provocando que dos elementos se unieran en uno a la vez que un gran humo de colores vivos y fríos aparecían a su alrededor.

Para al final, dejar algo que ninguno de los presentes creyó que sería posible...

Una combinación de elementos en un solo cuerpo en el que Mikuro y Andrea se habrían compenetrado. 

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