Capítulo 24: Aquel que todos temen.

Andrea recordaba todo el rato las advertencias que le dijeron los demás mientras iba al lugar donde Roxy le dio las indicaciones exactas. En sus pensamientos, Solace cubría parte del rostro de Andrea para que pudiera ver mejor en la oscuridad, y de paso pasar algo desapercibida entre las anomalías que pudiera haber.

Según Roxy, la espada no debió moverse, incluso aseguró que estaba en una zona medianamente segura cuyo acceso para las anomalías era complicado. De igual forma, Solace quiso prevenir.

—Mantén en cuenta que las anomalías siempre atacamos de esa forma tan rastrera, es algo que muchos saben —explicó Solace, sacando parte de su cabeza en el hombro derecho de Andrea.

—Ya veo, por eso sois tan odiadas, ¿no?

—Entre otras...

Varios edificios y pequeños puestos de distintos tipos de ventas estaban destruidos tanto el exterior como el interior. Las calles estaban consumidas por el odio, se podían ver las grietas en la carretera lleno de polvo y suciedad con varios árboles caídos. Los transportes estaban destruidos o quemados, los edificios que una vez fueron altos estaban destrozados por la mitad, o menos que eso.

Se percató de que había todo tipo de objetos. Armas, comida, ropas, muebles y electrodomésticos avanzados en tecnología. Los olores que se mezclaban hacían que Andrea se cubriera la nariz, aunque Solace se adelantó para evitar que sintiera esa incomodidad.

—Gracias —murmuró Andrea mientras seguía avanzando.

—Mantente atenta, no merece la pena mirar todo eso cuando no tiene el mismo valor que antes.

Tenía razón, después de todo esos materiales no tenían el mismo valor que antes, y era una pena teniendo en cuenta que ese mercado le recordaba a los pueblos que iba de pequeña. En las extensas plazas era común que hubiera pequeñas tiendas improvisadas hechas por barras de metal y una tela que cubría del sol o la lluvia, encontrándose allí a gente que vendía sus productos.

Si bien la tierra no era lo mismo que en Extra-Sistema, sentía empatía con los mercaderes. Dolía ver que todo lo que ellos habían conseguido con un gran esfuerzo fuera desecho como si nada.

Le recordaba a Lugo. No solo por el color deprimente del cual Andrea le acostumbraba ver, sino por como un lugar con tanta vida pasó a ser restos abandonados donde dejaba en claro la desgracia que habían vivido. De pensarlo, los escalofríos la inundaban.

—Andrea, no pienses en eso —pidió Solace—. Centrémonos, tenemos mucho que hacer.

—No puedo evitarlo. De pensar que mi ciudad podría acabar así es algo que me angustia, Solace.

—Pero si no te gusta la ciudad.

—Eso no da motivos para verla destrozada —respondió Andrea, frunciendo el ceño—. Lugo siempre estará nublado, pero la belleza que tiene la ciudad junto las murallas son únicas.

—¿Murallas?

—Ya lo verás algún día.

Sin más, fue a paso ligero en busca de la espada que estaba dentro de los edificios que, a pesar de estar destrozados, algunos lograban mantenerse en pie. Según le explicó Roxy, su antigua tienda se encontraba en los primeros pisos, por lo que Andrea no le quedaba otra que buscar en el interior.

Se acordaba bien de la conversación que tuvo con Roxy antes de irse, como le explicó cómo era su negocio allí, viéndose en sus ojos el recuerdo doloroso.

Su local no fue muy conocido al principio. Ellos ofrecían ciertas herramientas y armas, pero no vendían mucho porque no tenían un diseño único que a los clientes les interesara. Fue por ello que durante años toda su familia intentó mejorar hasta que llegó Roxy.

Cuando logró crear sus primeras armas, se dieron cuenta que a muchos de los clientes les interesaba. Su diseño era único y encima podía darles un pequeño poder dentro de la espada, aunque eso gastara mucho su energía.

La llamaban por diversos motes. La diosa de las Espadas. La Herrera Divina. La Mil y una Espadas. Tantos nombres que los hicieron estallar a la fama en el mercado y que pronto tuvieran un local en los edificios importantes, logrando así más capacidad, más dinero...

—Fue un trabajo que siempre me gustó —admitió Roxy con una sonrisa nostálgica—, no me importaba aprender este poder de esta manera porque salíamos beneficiados. —Suspiró—. ¿Recuerdas la máscara que a veces llevo conmigo?

—Sí, claro que lo recuerdo —respondió Andrea.

—Halia, mi madre, me la dio en honor al éxito y suerte que di a mi familia, aparte de ser una forma de pasar desapercibida, aunque nunca la usara —explicó Roxy—. Me dijo que la máscara me daría suerte y fortuna... Y ahí, fue cuando llegaron las anomalías.

—Ostia...

Cuando ocurrió todo, Roxy logró salir viva y escapar hacia la casa de sus abuelos. Les explicó todo, pero se enfadaron porque no les salvó con su habilidad para matar las anomalías. El problema era que nadie le enseñó a atacar, Roxy solo las creaba, nada más.

—Fue ahí cuando corté relaciones. Tras eso Zarik y Lania me encontraron —terminó de explicar, para luego mirar a Andrea con los ojos un poco llorosos, pero se mantenía firme—. Tengo una duda para ti.

Andrea frunció un poco el ceño.

—¿Cuál?

—¿Tu madre te acepta como eres?

Andrea se quedó en silencio, mirando a otro lado con sus ojos, tragando con cierta dificultad.

—Más o menos. No le gusta que me meta en problemas.

—¿Y tus tíos y abuelos? —preguntó de nuevo.

—Mi abuela es la única que sigue viva y mis tíos viven en otras partes de Europa o Sudamérica, aunque creo que les damos un poco igual —respondió Andrea mientras cruzaba sus brazos.

—¿Y tus padres ven bien que tengas poderes?

Andrea ese quedó sin palabras, cerrando sus ojos por unos segundos mientras suspiraba sin darle la respuesta.

Roxy abrió sus ojos con asombro.

—¿N-No les has dicho nada?

—¿Crees que es buena idea decirles a tus padres que tienes poderes? Teniendo en cuenta que son humanos —recordó Andrea—. Si ellos ya creen que soy una temeraria por meterme en problemas, no me imagino que harán conmigo cuando les diga que tengo poderes y se lo demuestre. Es muy posible que me lleven a un psiquiatra o llamen a la policía y ahí no sé qué tipo de vida tendría. Prefiero ir a contrarreloj y no decirles nada, que simplemente no lo sepan.

—Pero habrá un momento en tu vida que no podrás ocultarlo y no podrás mentirles porque lo habrán visto.

—Para ese entonces yo no estaré viviendo en la tierra.

Andrea frenó sus pasos, apretando sus puños mientras contenía sus lágrimas. ¿Estaba realmente lista para no vivir en la tierra y olvidar a su familia?

—Creo que es algo que has dicho sin pensar —opinó Solace.

—En parte no, Solace. Siento que no es buena idea explicarlo. ¿Sabes? No soy la única. No sé cómo lo harán Andrina y Kamico para decírselo a sus padres. Sobre todo Kamico que es un cyborg.

—Es cierto que no tenéis poderes o algo que os haga únicos, pero creo que es mejor decir la verdad —admitió Solace.

Andrea soltó un leve suspiro.

—Solace, por el momento prefiero no pensar en eso —pidió Andrea mientras miraba hacia el edificio que tenía enfrente, encontrándose con la entrada que a duras penas podía mantenerse en pie—. Es un tema que prefiero solucionar cuando sea el momento adecuado, por ahora busquemos la espada.

—Me parece bien. I-Igual, si necesitas hablarlo...

—Lo sé. Tranquilo.

Se adentraron al edificio para empezar la búsqueda de la espada. No podían asegurar que estuvieran en la primera planta, por lo que fueron buscando desde lo más bajo, tienda por tienda —que fuera accesible—. Andrea sabía que tardarían un buen rato porque era rebuscar entre los escombros y no hacer ruido.

Sus ojos se encontraban a veces con la desgracia, conteniendo sus ganas de vomitar mientras iba hacia otro lado. A veces sus manos se manchaban de líquidos del cual cuestionaba que fuera sangre. Se agradecía ser alguien de estómago duro porque ver muchas películas sangrientas al igual que en los videojuegos la hicieron más o menos inmune, aunque no era lo mismo en una pantalla que en la vida real.

Mientras más buscaba, más sentía la angustia, creía incluso que el lugar empezaba a tomar vida propia por culpa de la oscuridad que estaba siendo rodeada, como podía susurrar palabras de almas que no pudieron descansar en paz y que ahora se quedaban encerradas junto a lo que fue suyo, llorando sin parar.

Andrea intentaba no darle esa importancia, muchas películas de terror había visto y se sentía lista para hacer frente a lo que hubiera. ¿Almas atormentadas? Era mejor no hacer caso y seguir avanzando, aunque no negaba el miedo sobre todo a sus espaldas, como si sintiera que algo o alguien la estaba observando, y lo peor era que cuando se giraba, juraba ver una sonrisa que se difuminaba en las sombras.

Esto hizo que un recuerdo horrible se adentrara en su cabeza.

—Ya pasó esto con Andrina —susurró, apretando sus labios—. Esta vez no tendré miedo.

Pronto se encontraron con un local del cual con varias armas desparramadas por el suelo. Destrozadas, desgastadas o algunas que se mantenían más o menos intactas. Ante esto, Andrea no dudó en tomar aire para empezar a buscar entre los escombros y las rocas grandes que estorbaban, pero había un problema.

Era una espada, sí, pero ¿cómo era su diseño?

Tras apartar todo, empezó a buscar las espadas que estuvieran decentes o que pudieran destacar en su diseño, tamaño o color, pero todas eran grises o algunas rotas. No podía adivinar cuál era.

—Algo me decía que no iba a ser tan fácil, no es como si fuera una espada convenientemente colocada en una roca y que el elegido la sacara de ahí demostrando que es el héroe —comentó Solace.

Andrea alzó la ceja y quiso soltar una risa en ese momento.

—Como la historia del Rey Arturo —susurró mientras miraba a su alrededor.

—¿Quién?

—Da igual. Hay que buscar. O bueno. —Andrea frenó sus acciones y pensó por unos segundos para mirar a su alrededor—. Realmente no es... Solace, ¿eres capaz de detectar alguna anomalía a tu alrededor?

Solace se quedó en silencio hasta que sacó la cabeza del hombro de Andrea.

—No mucho más que una presencia a lo lejos —respondió. Andrea giró su cabeza hacia donde miraba Solace—. ¿Lo ves?

Frunció un poco el ceño, viendo que desde el otro lado parecía ver haber algo brillando entre las rocas.

—Vamos.

Avanzó a paso ligero y a punto de acercarse, vio como el suelo iba tomando colores más rojizos, como si en cualquier momento este se volviera lava. Aun con ello, no titubeó y siguió corriendo hasta llegar al brillo en medio de las rocas.

Con la ayuda del viento logró mover unas rocas y luego con sus manos las fue apartando hasta ver el mango de una espada. A punto de agarrarla, un grito la logró tomar por sorpresa.

—¡No te voy a dejar que me toques!

—¡Tranquila!

El grito de Solace evitó un buen problema. La espada iba a lanzar fuego hacia Andrea, pero detuvo de inmediato las acciones al escuchar esa voz. De pronto, vieron como la espada iba a temblar.

—No. No. No. ¡No! ¿¡Eres tú?!

—¡No me he olvidado! ¡Soy el mismo que encontraste en el mercado! Sé que no tenía nombre, pero ¡soy Solace!

—¡Me dejaste sola! —chilló angustiada. Se movió un poco, viéndose el diseño de la espada. Colores rojos y naranjas con un bordeado negro. Afilada, pero difícil de sacar entre las rocas—. ¡Me dejaste sola! ¡Sola! ¡Cuando pedí tu ayuda tú...!

—Me mataron.

Estas palabras hicieron que la espada callara de golpe y se escuchara un leve quejido de temor.

—¿Y qué haces al lado de una... cosa asquerosa?

«¿Me lo está diciendo a mi?», se preguntó Andrea, alzando la ceja.

—Es... muy complejo de explicar y no tenemos el tiempo para ello. Confía en mi, por favor. Deja que Andrea te agarre para salir de aquí y...

—¡No voy a confiar en ella! ¡Solo en tí!

—Yo confío en ella...

El silencio se hizo en ese instante, escuchando por un momento las lágrimas de la anomalía de la espada. No comprendía porqué estaba así, pro Andrea no paraba de mirar su alrededor con atención, cerrando incluso sus ojos para escuchar cualquier cosa.

—¿Cómo puedes confiar en esa idiota? ¡Me dijiste que eran a los que debíamos matar! ¡Éramos anomalías y todas estábamos unidas! ¡Él mismo lo decía!

—Se que los Errores decían que las anomalías y virus eran nuestros aliados, pero me cansé cuando no vi ni un solo avance. Intentos nulos de una idea imposible. Revivir a alguien es imposible con la Muerte presente —contestó Solace.

—¡¿Y porqué me dijiste esto cuando estábamos en el mercado?! ¡Íbamos a luchar juntos! ¡Iba a luchar a tu lado y seguirte para siempre! ¡No puedes cambiar de opinión de un momento a otro! ¡No tiene sentido!

—Si lo tiene cuando me di cuenta de las veces que he revivido y lo inútil que ha sido —contestó Solace.

—¡Dijiste que varios revivieron como más de veinte veces! —chilló angustiada.

—¿Y ves que sirviera de algo?

«Joder... —pensó Andrea, moviendo la cabeza hacia un lado aun con los ojos cerrados—. Esto es peor de lo que pensaba».

—Dijiste que a pesar de lo malo había que intentarlo.

—¿Para qué si está muerto? preguntó Solace, bajando un poco su cabeza—. No sirve de nada. Los elegidos han perdido la cabeza y mi única fe es...

—¿¡Los números?! —chilló desesperada.

Solace afirmó con dificultad.

—Es lo único que tengo como esperanza cuando vi mi alrededor en ese día, más cuando creí haber... visto a los Números —admitió Solace, escondiéndose cada vez más en el hombro de Andrea.

Pronto vieron como la espada temblaba cada vez más. No hacía ningún gesto que demostrara agresividad, más bien estaba demasiado angustiada como para poder decir alguna palabra. Mientras, Andrea permanecía en silencio, escuchando unos pasos muy sigilosos a su espalda que la pusieron en alerta.

Cuando quiso girarse, la espada gritó como nunca:

—¡Es una trampa!

El fuego apareció con violencia a su alrededor junto al suelo que se destrozó bajo sus pies. Andrea intentó mantenerse en el aire, pero su idea se descartó cuando alguien parecía agarrarla del cuello para impactarla contra el suelo. El dolor en su espalda y su cabeza hizo que por unos pocos segundos perdiera la consciencia. No lo sabía, pero tal gesto del contrario hizo que las rocas que habían ya en el suelo, se destruyeran.

A pesar del horrible dolor, Andrea pudo recuperarse y alzarse del suelo con piernas y brazos temblorosos. Su visión empezó a ser borrosa y doble, pero no le hizo caso. Solo cerró sus ojos y confió en sus oídos como siempre había hecho.

—¡No lo hagas! —Escuchó el grito de esa espada una vez—. ¡Es una trampa! ¡Es una clara muerte! ¡Es el fin! ¡Huíd de una vez!

—Ya estoy hasta los huevos de huir —contestó Andrea, apretando sus dientes ensangrentados—. ¡Una maldita anomalía más! ¡Rastrero, como no!

—Supongo que les enseñé bien, de forma indirecta.

A pesar de sus palabras llenas de soberbia y excesiva confianza, Andrea no retiró su posición. Con los brazos hasta su pecho, se preparó para cualquier golpe que pudiera recibir.

El problema era que Solace reconocía bien esa voz.

—¡Andrea, no puedes!

—¿¡Eh?!

Sin previo aviso, recibió un horrible golpe en su costado izquierdo que le hizo escupir sangre a la vez que impactar contra las paredes del edificio. Cada vez le resultaba más difícil respirar a la vez que mantenerse en pie. Quiso abrir uno de sus ojos, pero al hacerlo, vio como esa figura masculina le sonreía con una clara malicia y diversión mezcladas, ladeando la cabeza hacia la izquierda.

—Sigo esperando algo de tu parte, querida. ¿O acaso vas a huir? —preguntó con una leve risa—. ¿Cómo era lo que decían en la tierra? Perro mordedor...

—Hijo de la gran...

A duras penas puso las manos contra el suelo. Solace le chillaba desesperado a Andrea que no le hiciera frente. Era mejor huir. Dar un aviso. Pedir ayuda. Pero ninguno de estos consejos era escuchado por Andrea. Se ponía de pie poco a poco, apoyando sus manos contra la pared para poder mantenerse de pie más o menos.

Sentía las heridas de su cuerpo y si bien eran horribles por cómo poco a poco le costaba respirar, no se dejaba rendir por la situación. Le daba igual quien pudiera ser. No iba a acobardarse más.

Movió su mano derecha para intentar hacer algo, pero el mínimo gesto hizo que se quedara inmóvil al darse cuenta que a su derecha, un horrible corte se había efectuado en la pared. No la hirió, pero si dejaba un mensaje claro.

—Supongo que he fallado, pero tranquila. A la próxima acertaré.

Con piernas temblorosas, tuvo ese deseo de huir por primera vez, pero si no lo hizo fue por que por un momento vio como la espada que había detrás de ese hombre, empezaba a brillar en colores más destacables que antes. No solo eso, parecía haber algo... algo que incluso al propio hombre le llamó la atención.

—¡Oh claro! ¡¿Ahora te preocupas por ellas?!

Antes de que pudiera hacer algo, Andrea no dudó en moverse con la ayuda de Solace. Fue una jugada muy osada y atrevida pasar al lado derecho de aquel hombre, viendo como este intentaba atacarla, pero no pudo cuando una barrera impidió su ataque.

La risa escandalosa del sujeto se hizo presente, más al ver como Andrea agarraba la espada con su mano derecha. Vio algo que los presentes no comprendían. Vio algo que le hizo reír como nunca.

—¡Desesperada como nunca! ¡Claramente!

Andrea se mantuvo firme con la espada en sus manos, mirándole desafiante. Las heridas que tenía ya no le dolían tanto porque Solace y Alias, el nombre que le había puesto justo ahora a la espada, se encargaban de curarla como mejor podían.

Eso sí, Andrea tenía que admitir algo, se sentía muchísimo más viva que antes. Menos asustada, más fuerte y decidida. Como si por un momento tuviera a alguien a su lado dispuesta a ayudarle.

Vio como por un momento el hombre sonría con ganas, para luego poner su mano izquierda en su izquierda.

—¿De verdad la prefieres a ella y no a alguien que tú y yo conocemos?

Esta pregunta hizo que Andrea frunciera un poco el ceño, pero no se dejó engañar, lista para moverse una vez más para atacarle.

—No seas tan imprudente —contestó con cansancio.

Antes de que pudiera hacer algo, Andrea vio como varias de las rocas del primer piso caían encima suyo. Como mejor pudo, intentó apartarse usando el viento y moviéndose. Una vez hecho esto, buscó al enemigo, pero no vio nada más que el fuego y la destrucción a su alrededor.

—Supongo que es un intercambio más o menos justo. —Escuchó su voz a su alrededor, obligándola a moverse a su alrededor—. Pero sí la quieres tanto, entonces déjame darte bien el regalo, ¿no crees?

Sin aviso alguno, una grandiosa roca impactó contra Andrea, dejándola estampada contra el suelo. Chilló adolorida e intentó moverse, pero no pudo porque sus piernas estaban atrapadas en estas y para colmo, el edificio en el que estaba iba derrumbándose lo poco que quedaba.

En medio del desastre, vio como ese hombre la miraba con aires de superioridad, sonriéndole con una clara malicia que jamás desvanecía. A pesar de ser tan intimidante para Andrea, seguía luchando por levantarse.

El problema vino cuando de pronto, enfrente suya vió algo que la dejó sin palabras. Aquel hombre ya no se encontraba, pero si parecía ver dos figuras que reconocía. Dos seres familiares que la hicieron entrar en angustia. No quiso verlos. No quiso escucharlos, pero no pudo cuando su padre, Elías, se acercó a ella para intentar sacarla de ahí.

En ese momento de angustia, Andrea gritó con desespero, negándose a esa ayuda a intentando levantarse por si sola, pero no pudo y menos al ver a sus padres. Dentro de su cabeza parecía que algo se había desconectado, haciendo que la rabia la inundara y la cegara.

—Eh, inútil —contestó Andrea con dificultad, logrando identificarle en medio de las llamas y la destrucción—. Deja a mis padres en paz, ¿o eres tan cobarde para emplear algo así?

Tras sus palabras, la sombra desapareció al igual que las proyecciones de sus padres. Sin saber bien cómo, Andrea empezó a toser sangre, agachando su cabeza contra el suelo, temblando.

Solace chillaba como nunca su nombre, pidiéndole entre lágrimas que por favor parara, pero Andrea no hacía caso, solo intentaba moverse entre las piedras sin importarle nada.

—La cobarde eres tú al abandonar a tu hermana menor..

Sin aviso alguno recibió otro golpe horrible en su estómago, impactando contra una de las columnas de la planta. No comprendía lo que estaba pasando, porque ese momento en el parecía estar protegida, había desvanecido de nuevo. Escupió sangre, siéndole difícil moverse, aunque sí escuchar.

Y por un momento, juró escuchar a Andrina gritar su nombre.

A duras penas vio como ese hombre la observaba con detenimiento sin hacer nada. Andrea, ante esto, puso la mano en su boca para limpiar la sangre a duras penas y con ello levantarse del suelo a pesar del sufrimiento.

Las lágrimas salían de sus ojos y sin opción a nada recibió otro golpe en su costado derecho que le hizo reventar sus oídos, sintiendo la sangre salir de esa zona mientras impactaba contra el suelo.

Fue ahí cuando le empezó a ser más difícil respirar y moverse. Pudo a duras penas escuchar los gritos de Solace y Alias, pero a estas alturas no hacía el esfuerzo en escuchar. Perdía poco a poco la consciencia.

Hasta que una idea se le cruzó en su cabeza. Una que le estrujó el corazón.

«Renuncio...»

«¿¡Qué?!»

A duras penas pudo abrir sus ojos para verle de nuevo. Parecía querer ejecutar otro ataque, pero frenó de inmediato cuando abrió la boca con dificultad para hablar.

—R-Renuncio... —pronunció. Solace vio como le chillaba con angustia. Alias por otro lado no sabía bien que hacer y solo lloraba. Andrea, con una sonrisa divertida, se levantó del suelo—. ¡Renuncio a lo que hace humana para unirme con Solace y Alias!

Una escandalosa risa resonó y se detuvo, dejando en claro que no la iba hacer más daño.

—¡Oh, si supieras lo que de verdad has hecho te arrepentirías tanto! —gritó emocionado—. ¿¡Pero sabes qué?! ¡Hace tanto tiempo que no veo algo tan divertido e interesante! ¡Y lo acepto! ¡Después de todo es lo que quería!

Andrea abrió los ojos como nunca, viendo como iba desvaneciendo poco a poco entre risas que la ponían ma's en tensión, pero no solo eso. Se quejaba de dolor al sentir como las dos anomalías parecían unirse a ella, como si quisieran cambiarla a una más de ellas.

Pero eso no ocurrió cuando Andrea vio por primera vez números a su alrededor, lo que le hizo sacar una leve risa al contrario.

—Diviértete en la solución, querida, pero que sea rápido, sino la mataré sin dudar.

Vio como esa sombra desaparecía en partículas extrañas que era incapaz de describir, como si fueran los errores propios de un ordenador. Aun así, no le dio tiempo a reaccionar, gritando enérgicamente por no poder haber hecho nada contra él.

—¡Para, estate quieta!

Moverse fue un grave error. Sintió todo el dolor, escupiendo sangre una vez más para caer inconsciente contra el suelo. Eso sí. No estaba muerta. No cuando ambas anomalías sabían que por primera vez iban a servir a un bando totalmente distinto al que se habían acostumbrado..

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