Capítulo 1: ¡Nueva misión! De vuelta a los estudios.

Prestar atención no era algo que Andrea se le diera bien del todo, en especial cuando repetían mil veces. Le era cansino de que sus tíos, Lania y Zarik, le dijeran que tenían que ir con cuidado y fueran hacia el centro de estudios de Tron-Axt.

Era consciente de que la ciudad era reinada por la angustia tras lo ocurrido en el mercado. Todo pasó como un suspiro, acabando con anomalías que destruyeron todo a su paso y reinando la mitad del continente.

Una parte de Andrea pensaba que era exagerado, pero las veces que fueron por el este de Tron-Axt, vieron varios de los Noilens —la raza originaria de Extra-Sistema—, vigilaban tras los muros que se habían alzado, delimitando la ciudad y el mercado. Era incluso sorprendente que algunos de los jóvenes se vieran obligados a entrenar para defender Tron-Axt.

—Te pido que vayas con cuidado y no vayas generando problemas, Andrea —le pedía su tía Lania, cruzando sus brazos cubiertos por una tela sedosa de colores blancos.

—Por dios, Lania. Ya son como seis veces que me lo has dicho, te pareces a mi madre —le recriminó Andrea, frunciendo el ceño—. Lo entiendo, tranquila. No haré nada, solo iremos a clases y ya.

—Eso espero —murmuró Lania, soltando un suspiro largo para luego mirar a Anais—. A ti te pido que por favor, no te separes de ella, ¿entendido?

La menor afirmó con su cabeza.

Mientras preparaban todo para poder ir al centro de estudios, vieron como Zarik pasaba a su lado con su vestimenta de siempre que cubría su cuerpo entero, a excepción de su rostro, dejando a relucir esos ojos rojizos que a cualquiera le daría escalofríos.

—Debo irme con los demás Noilens, pidieron mi asistencia porque detectaron una presencia inusual en el mercado —informó Zarik hacia Lania.

—¿Seguro que podrás solo? —preguntó Lania.

—Tranquila, tu ve con los demás, necesitaban tu asistencia para curar y entrenar a algunos de los Noilens con sus poderes, ¿no es así?

Lania suspiró con pesadez. Andrea la miró de reojo con cierta discreción.

—No sé nada sobre sus poderes y el líder Agnis... —susurró Lania.

Andrea agradecía tener un oído muy desarrollado que le permitía escuchar los susurros más suaves posibles. Durante todo este tiempo, se mantuvo las conversaciones que tenían, enterándose de que la situación en Tron-Axt no era tan fácil como creía. No solo eso, sabía que algo inusual había ocurrido con sus padres.

Según le dijeron, habían muerto por proteger a los demás, pero no se creía esa historia. Tenía una corazonada, creía que en verdad sus padres estaban vivos, pero en otro planeta, pero de ser así, ¿por qué no las llevaron?

—Andrea, Anais —llamó Zarik con seriedad—. No perdáis tiempo, vuestras primeras clases empiezan en poco.

—De acuerdo —respondió Andrea con cierto cansancio.

Le era angustiante la situación y sabía que las cosas no iban tan bien como querían pintarlo. Aparte, Andrea se conocía —más o menos— y sabía que si veía que su hermana en peligro, se pondría en medio para protegerla a pesar de no saber atacar bien como los demás.

Era muy intensa, sobre todo cuando intentaban hacer daño a su hermana, ¿el motivo de ello? No lo recordaba bien. En general, las dos no se acordaban ni la mitad de las cosas. Una coincidencia estúpida de la que se avergonzaban, pero que Lania y Zarik lo asociaban con el trauma ocurrido en el mercado.

«Aun así no me pienso quedar de brazos cruzados», decidió Andrea, apretando sus puños que estaban escondidos en los bolsillos de su chaqueta roja.

Así pues, se pusieron en marcha hacia el centro de estudios de Tron-Axt, encontrándose con la ciudad consumida por el temor. Andrea pudo escuchar los murmullos de los Noilens —entre otros— que fueron testigos de todo.

—Saben que en un planeta desecho no se pueden usar los poderes, es culpa de esos incompetentes que no hicieron caso, ¡por su culpa generaron esas anomalías y ahora estamos condenados! —se quejaba uno de los Noilens, los cuales eran seres que se les caracterizaba por sus cuernos largos que tenían en su cabeza junto a un delineado negro en sus ojos.

—Ah, sí. El uso de poderes en un planeta desecho está prohibido —recordó Andrea, rascando un poco su cabeza—. Menuda forma de tocar las narices, ¿cómo es posible esa condición?

—Capaz en clases nos puedan decir sobre ello —respondió Anais.

—Ay no... que aburrimiento —admitió Andrea. De tan solo pensar que debía asistir a clases, ya tenía sueño.

Ambas sabían que el planeta era un código que se había creado en medio de la guerra, logrando que una parte de las anomalías desapareciera y con ello pudieran escapar a Tron-Axt para resistir. Fue ahí cuando no dudaron en reforzar la muralla de metal e iluminada para ahuyentar a las anomalías. La muralla era bastante larga donde las torres se erguían para que los Noilens vigilaran durante el día.

Día... porque la noche en Extra-Sistema aparecía muy de vez en cuando. El tiempo ahí no funcionaba como en otros sitios, y eso era algo que para Andrea le incómodo porque le encantaba dormir.

Intentó distraerse, pero era complicado porque la preocupación era algo que se palpaba. No era alguien que se fijara en los detalles al tener mala vista, aunque eso no quitaba que pudiera ver el puente largo hecho de madera por el que caminaban, la cual estaba un poco desgastada. Oía el crujir de esta, dándole cierta intranquilidad y que prestara atención que su hermana.

Intentó distraerse, pero era complicado porque la preocupación era algo que se palpaba. No era alguien que se fijara en los detalles al tener mala vista, aunque eso no quitaba que pudiera ver el puente largo hecho de piedra por el que caminaban. Tras cruzar, verían los edificios de gran altura que una vez fueron admirados y lujosos, todo porque muchos de los dueños murieron o no tenían el dinero para mantenerlo. Lo bueno era que muchos de estos pasaron a ser un refugio para los más afectados, mientras que otros se negaban a dar sus pertenecías.

A pesar de lo malo, la naturaleza que había en su camino se mantenía firmes mostrando la belleza de sus colores rosados o rojizos en los pétalos que en ocasiones caían o en los arbustos que colgaban por los edificios, siendo parte de la ciudad. Avanzaban por el suelo hecho de ladrillos, donde en ocasiones podrían ver pasar algunos transportes modernos por la carretera. Era bueno que por las mañanas apenas hubiera ruido a diferencia de otras horas.

Para Andrea le era cansino escuchar durante varios días el temor en la ciudad. Creía que era mejor actuar antes que lamentar, ¿el problema? Los antiguos héroes que protegían Extra-Sistema, habían muerto, al menos una gran parte.

Los héroes era un grupo que se destacaba por sus propias hazañas. Nombres que resonaban de manera que fueron grabados en las mentes de los Noilens. Ahora, sin su líder al lado, tenían que resistir hasta que la esperanza renaciera.

«En vez de estar esperando y resistiendo, deberían buscar un grupo nuevo de héroes como hace Lania», pensó Andrea.

Su tía había sido parte de ese grupo de héroes antiguos al igual que su hermano. Ambos eran conocidos por ser los cazadores de la Galaxia Equilibrada. Nombres que no pasaron desapercibidos, aunque tampoco sus acciones.

Andrea siempre se acordaría las palabras de su tía cuando le preguntaba.

—¿Por qué no usasteis vuestros poderes?

Lania la miraba con cierto arrepentimiento.

—En un planeta desecho no se pueden usar los poderes porque se generan las anomalías. Es una norma que siempre ha existido, una condición —explicó Lania con pesar—. Por ello no pudimos hacer nada ante lo sucedido, solo pudimos usar nuestras armas y llevarlos a la ciudad para que pudieran estar a salvo.

Siempre tenía una emoción interna cuando se acordaba, un deseo de ser parte de esos héroes, pero sabía que no iba a ser aceptada si sus poderes apenas empezaban a relucir. No solo eso, tenía la preocupación de que Anais se involucrara.

—Hemos llegado, Andrea —avisó Anais.

Despertó de sus pensamientos para verse en el cristal de las puertas que había en el centro de estudios. Ya le era costumbre verse con cicatrices en su rostro, cabello castaño desenredado, ojos rojos que combinaban bien con su tez blanca junto a una vestimenta de calle. Una chaqueta tejana roja con algunos parches mal puestos de los agujeros que recibió, camisa blanca de manga corta y unos tejanos azules que combinaban con sus deportivas negras.

Su hermana, Anais, era un extremo totalmente distinto. Una piel bien cuidada que parecía ser de porcelana con una suavidad tan agradable que daban ganas de abrazarla todo el día. Su cabello también era castaño, pero estaba muy bien cuidado, de hecho, se ponía algún adorno como diademas o coletas pequeñas. Su vestimenta era adorable. Una camisa amarilla con un pequeño reborde blanco en su cuello, una falda larga de color verde junto a unas botas azul cielo y altas sin tacón.

—¿Estás lista? —preguntó Andrea con una sonrisa.

—Sí, claro que lo estoy.

Silencio, eso era lo único que podía escuchar A la vez que sentía el húmedo suelo que sus manos tocaban. Estaba cansada y mareada, sentía que por se encontraba flotando en medio del espacio y tiempo abstracto donde podía respirar. Se hacía miles de preguntas, pero no podía ante su dolor de cabeza, eso y que, al intentar levantarse, se dio cuenta de algo grave.

«¿¡Qué?! —se preguntó asustada—. ¡Este no es mi cuerpo!»

Se había transformado en un tipo de espíritu con vestimentas delicadas y sedosas, sentía en su cintura una cinta roja atada junto a un vestido blanco con rebordes verdes al final. Su piel era completamente grisácea, y no solo eso, también tenía el mismo color su cabello largo.

Consumida por el pánico y la duda, miró a su alrededor. Estaba en medio del mercado Extra-Sistema, rodeada bajo la destrucción que las anomalías habían creado. Desolado, silencioso, consumido por la oscuridad tenebrosa donde nada tenía salvación. Los objetos como las armas, libros, ropas o tecnología avanzada de diversos planetas se habían vuelto en escombros por culpa de aquellos seres que mataron a los inocentes del lugar.

Cubrió su boca y contuvo sus lágrimas al darse cuenta que todo su alrededor se había vuelto el peor escenario que pudo imaginarse. No recordaba que todo fuera tan horrible, solo sabía que había luchado contra las anomalías más fuertes, acabando con todo, incluso con los edificios grandes y altos cuyos materiales resistentes se rompieron nada más impactar contra el suelo. Sangre fresca era lo que podía oler a la vez que escuchaba el lamento de las almas que murieron injustamente.

Revivir no era tan bonito cuando le ponían los peores obstáculos para seguir adelante.

Consumida por el terror, salió de allí volando con la nueva apariencia que le costaba aun adaptarse. Atravesaba en medio de la miseria, mirando nada más que en frente. Cada vez que pensaba en lo ocurrido, sentía una gran culpa, pero a su vez sentía que estaba olvidando varios detalles muy importantes... ¿Realmente esa mujer que la mató era una anomalía? ¿Y si no lo era? ¿Y si era una mujer de distinta raza? ¿Y si no estaba sola? ¿Qué le había ocurrido? ¿Qué... era este sitio?

—¡¿Qué me está pasando?! —se preguntó, frenando sus pasos—. ¡Es como si mi memoria estuviera fallando!

Puso sus manos en sus mejillas, mirando a todos los lados hasta que se obligó a mirar el cielo oscuro del mercado. Ahí casi siempre era de noche, algo que a las anomalías le venían bien.

—Esto no es normal, esto es culpa del...

Abriendo sus ojos por completo, cayó en cuenta de un detalle importante.

—Los documentos. —Respiró angustiada, bajando su cabeza y girándola a otro lado—. ¡No! No puede ser, ¿las anomalías pueden modificar las normas de los documentos? ¿Cómo? En principio no podrían ser capaces. ¿Acaso han creado ya una norma? ¿La pérdida de memoria?

En medio de ese terror, no se dio cuenta de que alguien la estaba vigilando. Estaba tan sumida en sus peores presentimientos que las lágrimas caían mientras agarraba su cabeza con tal de calmarse. Aquel ser que la observaba no dudó en intervenir para amenazarla con su espada.

—¿Quién eres? —preguntó la voz masculina en un tono grave.

¿Cómo se llamaba? Era algo que no recordaba, le daba vueltas en medio de su mente alterada, sintiendo la espada acercarse peligrosamente.

—¡Ah! ¡Ya recuerdo! ¡M-Mikuro!

El contrario se quedó atónito ante esas palabras y retiró la espada del cuello para mirarla, presenciando poco a poco la nueva apariencia que le dejó sin palabras por unos segundos.

—¿Tú quién er-

Las palabras de Mikuro fueron interrumpidas cuando el hombre la agarró de la mano para esconderse entre los escombros. Le pidió silencio y tras eso Mikuro levantó su rostro para ver que a lo lejos había un grupo de anomalías que vigilaban su alrededor de un lado a otro, abriendo su boca con desespero al no haber podido comer nada desde hace un rato. Mikuro se agachó de nuevo, recibiendo una mirada seria del contrario.

—¿No me reconoces, Mikuro?

La mencionada se quedó en blanco ante tal pregunta.

—No, yo... siento que te he visto, pero...

El hombre solo suspiró, retirándose parte de las prendas que cubría su cuello y boca.

—Soy Zarik, el hermano de Lania. Es posible que no te acuerdes porque por desgracia las anomalías han creado una norma que es la pérdida de memoria —explicó, mirando de reojo hacia el grupo de anomalías—. Esas malditas lo dicen con todo el orgullo, no quieren que nadie del exterior que no sea su líder entre aquí. Intentan complicarnos la ayuda para salvar este planeta.

Mikuro puso sus manos en sus mejillas, tratando de pensar con claridad, pero no le era posible porque tampoco se acordaba de cómo había venido aquí.

—Mikuro —llamó Zarik, captando su atención—, nos iremos de aquí y hablaremos con mi hermana sobre la situación. Esto llega a un punto de gravedad donde debemos pensar en una solución inmediata, ¿entendido?

Mikuro, aun confundida, solo pudo confiar en sus palabras, agarrando su mano pasa salir de ahí a una gran velocidad, tratando de pasar lo más desapercibido posible.

Andrea bostezaba con fuerza, entrecerrando sus ojos y cruzando sus brazos. Estaba en la reunión que había en el salón de actos donde todos los integrantes principales del centro se encontraban en la plataforma gigante decorado por dos cortinas grandes de color rojo.

El director les daba la bienvenida, algo que a Andrea no le interesó, de hecho, deseaba dormir o moverse para hablar con los nuevos compañeros, caso contrario a Anais que estaba sentada en el sitio con la mayor educación posible escuchando con atención.

La charla llevaba al menos una hora, algo que para Andrea era como si le estuvieran friendo la cabeza con información que ya sabía. Sí, entendía que en las clases habría más seguridad y que tendrían que practicar defensa personal.

«Hermano que coñazo», pensó mientras miraba perdidamente el techo del salón de actos hasta que por fin le dijeron con qué profesor irían.

Animada, se levantó para seguir a los demás junto a la compañía de su hermana. Para ese entonces, se dejó distraer por los colores azules y verdes que había en el centro, le daban una paz que no estaba acostumbrada porque era como si por un momento volviera a ser pequeña.

Sí. Lo recordaba. Esos días que iba al colegio decorado con pegatinas y dibujos infantiles al igual que los colores. Sonreía al acordarse de cuando correteaba por el suelo de mármol mientras veía las aulas de las clases con sus inconfundibles mesas verdes que duraban más años que matusalén.

De pensarlo reía en silencio para luego regresar a la realidad y prestar atención a lo que había esta vez en su alrededor.

La entrada era grande y daba paso a tres pasillos. La derecha daba hacia la biblioteca, las aulas, la sala del director y también las escaleras hacia la segunda planta. Enfrente era el pasillo hacia donde se encontraban los campos de fútbol, baloncesto y diversas actividades que se hacían en los treinta gloriosos minutos de descanso. En la izquierda se encontraba la cafetería, el salón de actos y el gimnasio.

Se quedó pensativa por unos segundos, sentía que ese tipo de escuela no fuera lo más normal en donde vivía, pero intentaba no darle vueltas porque sus compañeros hacían cierto escándalo por subir las escaleras usando sus poderes.

Algunos presumían de sus capacidades. Volar, flotar, teletransportarse... Otros simplemente subían por las escaleras, como hizo Anais con la compañía de algunos compañeros que recién iba conociendo.

Andrea se quedó mirando hacia el techo con la boca un poco abierta hasta que apretó sus puños.

—Yo puedo.

Estaba convencida de que no solo tenía el poder del fuego, sino que otros como el viento, del cual no dominaba del todo bien, pero era la oportunidad perfecta para ponerse a ello. Expandiendo sus manos y apuntándolas al suelo, se concentró como mejor pudo, pero nada habría ocurrido.

—Andrea, no creo que sea buena idea —avisó Anais.

Observó a su hermana menor y le sonrió confiada. Volvió a intentarlo y falló de nuevo. Suspiró irritada mientras cerraba sus ojos, recibiendo un pequeño golpe en su nuca que la despertó y se giró hacia el culpable.

—¿Se puede saber qué haces? —preguntó el conserje, al menos eso pudo intuir por su vestimenta y por las llaves que colgaban de su cintura.

—Nada. Quería intentar algo —susurró Andrea sin mirarle.

—Entonces deja de hacer el ridículo y sube las escaleras.

—¡Dije que quiero intentarlo una vez más! —gritó Andrea.

Vio como el conserje quiso darle un golpe más, pero Andrea logró esquivarlo y subir algunas escaleras para mirarle con cierto disgusto, reuniéndose con los demás en su clase correspondiente.

Allí Andrea se sentó en la última fila como de costumbre, a diferencia de su hermana que estaba en la primera, siendo acompañada por un compañero de clase.

Las clases empezaron con una introducción y presentación que a Andrea le hizo dormir de inmediato, apoyando su cabeza contra la mesa. No le tomó importancia a lo que pudiera ocurrir.

Era inevitable, Anais lo sabía muy bien. Su hermana era un caso que a veces tenía que soportar. Aun así, no la culpaba. Después de todo los primeros días no había nada interesante más que presentarse, pero eso no quitaba que prestara atención, de no ser que en ocasiones se dejaba distraer por las clases bien conservadas bajo esos colores azules.

Sentía que este centro de estudios estaba muy bien cuidado a diferencia de los que fue de pequeña. Era obvio que no era lo mismo vivir en un pueblo que en una ciudad. Sonreía mientras oía las palabras del profesor a la vez que el zapateo nervioso de algunos compañeros de clase.

Se quedó en silencio observando todo hasta que se fijó en su compañero de mesa. Poseía unos cuernos ligeramente curvos y brillantes, aunque contrastaba mucho su piel maltratada por el trabajo. No iba muy bien vestido. Una chaqueta de cuero marrón, camisa blanca —la cual le parecía incomodar—, unos pantalones tejanos y unas deportivas negras.

Era un chico de unos dieciocho años que no le parecía preocupar nada más que su trabajo, aunque se le hacía curioso que sus ojos fueran un poco achinados y delineados por el color negro.

—Deja de pensar en eso y céntrate en lo que importa —se dijo Anais en un susurro.

Dirigió su atención al profesor. Seguía repitiendo las mismas palabras sobre lo ocurrido hace meses atrás y repetía lo mismo que había dicho en el salón de actos. Esto creaba un efecto de cansancio en los presentes, sobre todo a su amigo que puso los brazos estirados en su mesa.

—Otra vez con lo de siempre. Maldita sea —susurró el chico.

—No eres el único que le cansa —murmuró Anais con una leve sonrisa.

—El problema de este profesor es que tiene cierto interés por estas. Quiere saber porqué actúan así, cómo se comunican y miles de tonterías —contestó el joven, retirando sus brazos de la mesa—. No tiene sentido. Son un peligro y se deben eliminar. No hay más.

—Entiendo lo que comentas, pero ¿no crees que es interesante saberlo? Podríamos conocer sus secretos como sus puntos débiles o donde realmente se esconden.

El joven la miró con atención.

—Uhm... Sí, no lo vi de esa manera —comentó, poniendo su mano derecha en su barbilla—. Por cierto, no me presenté. Soy Jame, un gusto.

—Anais Koduko, un gusto también —respondió con una sonrisa.

—Nunca te había visto por aquí, ni si quiera me suena tu apellido —comentó Jame con interés.

—Ah, ¿no? Bueno, capaz no seríamos muy conocidos en el mercado, aunque capaz te suenan los nombres de Lania y Zarik.

—Sí, claro que lo hago. Son parte de los antiguos héroes. ¿Sois familiares suyos? —preguntó Jame, sorprendido.

—Sí, claro, son nuestros tíos.

La confusión de Jame se notaba en su mirada. Anais tembló sin saber si hablar sobre ellos fue buena idea o no.

—No sabía que tenían sobrinos. Agnis decía que eran cazadores solitarios que vinieron de la Galaxia E, pero supongo que no habrían dicho nada porque no había mucha confianza —murmuró Jame para luego alzar sus hombros—. Qué remedio. Es un gusto conocer a alguien que tiene contacto con los antiguos héroes. Me imagino que si estáis aquí es para mejorar vuestros poderes y capacidades.

—Mi hermana sí, yo no tengo capacidades o, como dicen ellos, no las descubrí —susurró Anais tímidamente.

—¿No? —Frunció el ceño y cruzó sus brazos—. ¿Sabes? En parte te entiendo. Yo tampoco estoy entendiendo mucho mis capacidades. Por no decir que nunca le puse el empeño a ello.

—Supongo que no estamos solo en ese sentido. Nadie se esperaba ese ataque.

—No, realmente no...

Hubo un silencio incómodo. Anais sabía que no era buena idea hablar sobre ello porque era un tema un tanto sensible por lo que simplemente se entretuvo con lo suyo sin darle más vueltas, también hizo así Jame.

Las primeras horas no eran nada interesantes más que algunos datos que a Anais la dejaron pensativa. Mucho de lo que enseñaban lo desconocía y eso sí que era raro siendo alguien que le gustaba saber todo. Apoyaba su mano derecha en su mejilla mientras miraba su cuaderno recién comprado hasta que escuchó el timbre, anunciando el fin de clases y con ello el descanso.

Mirando a su alrededor, se dio cuenta que su hermana ya estaba a su lado, bostezando un poco mientras se estiraba los brazos.

—¿Vamos a la cafetería? Tengo tanta hambre que me comería un burro.

Anais soltó una risa suave, aceptando y levantándose de la silla para acompañarla.

El barullo se escuchó en los pasillos, pero lo más preocupante fue que en medio de los pasillos vio el primer conflicto del día. Dos jóvenes siendo rodeados por la multitud. Uno gritaba con orgullo mientras que el otro solo le miraba con cierto desprecio.

Andrea se dejó llevar por la curiosidad. Anais pedía no meterse en problemas como le había pedido Lania, pero era imposible. Metiéndose en medio de la gente, Anais pudo ver que el chico silencioso tenía una apariencia muy tenebrosa junto a una ropa un tanto descuidada. Daba la sensación de que lo que tenía enfrente era un muñeco.

—Lucas, ¿cómo te atreves a pegarme cuando tu hermana fue la que empezó todo esto? —preguntó el contrario.

—Tú la insultaste diciéndole que es una mimada y débil, ¿tienes algún problema con nosotros? —preguntó Lucas, irritado.

—Claramente, ¿no lo ves? Esa forma de hablar y actuar que tiene tu hermana no le va a ir nada bien, más si dijo que las anomalías no eran un problema, ¿no es consciente de la situación acaso?

Lucas solo pudo mirar hacia su hermana con cierta decepción.

—Lo siento, ya te lo he dicho —respondió la chica, que se encontraba detrás de Lucas.

—No, no me conformo con una simple disculpa, ¡más cuando me has intentado pegar!

—¡Eh! ¡Para!

Andrea se puso en medio de la batalla, algo que a los demás les sorprendió. Anais solo pudo ver esto con cierta preocupación.

—¡Mira quienes tenemos! ¡Las sobrinas de los antiguos héroes! ¡Las débiles provenientes de una familia cobarde!

Aunque hubiera voces y risas en medio de esa multitud, para las dos hermanas había un silencio sepulcral que dejó tiritando de miedo a Anais.

—¿Qué has dicho? —preguntó Andrea, apretando sus dientes mientras sonreía.

—¡Tú y tu estúpida hermana soi-

No le daría tiempo a terminar sus palabras ante el puñetazo directo en su rostro, tirándole contra el suelo mientras se lamentaba y se quejaba de dolor.

—Puedes insultarme y decirme que soy una cobarde y débil... pero a mi maldita hermana no le dices ni esta es boca es mía.

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