Capítulo veinticuatro: Llama desde las sombras.
Sin titubeos.
Despertó con un dolor ligero de cabeza, pero pudo despejarse y levantarse para ver su alrededor. Era borroso. Manchas de colores que parecían moverse sin lógica alguna. Tanteó con sus manos hasta que se dio un golpe contra lo que parecía ser una mesa. Puso sus manos en los ojos, suspiró agobiada y trató relajarse, sintiendo como algo salía de su cuerpo.
—¿Adelfra? —preguntó Andrina.
No hubo respuesta, abrió los ojos y esta vez sí vió. Estaba en el interior de un bar rústico con una música muy floja proveniente de una radio antigua llena de polvo. Botellas rotas, vasos llenos de bebida, aunque no parecían ser consumibles por las moscas en su interior; sillas rotas, suelo lleno de polvo y colillas de cigarros. Tenía un segundo piso al que se podía acceder fácilmente por las escaleras de la derecha.
—¿Andrina? —llamó una voz calmada en el segundo piso. La mencionada alzó la cabeza encontrándose con Sigilo—. Menos mal, sigues viva y no pareces estar sola.
Sigilo se apoyó en unas barandillas viejas de madera, en el segundo piso había unas pocas mesas y sillas mal colocadas. Andrina supuso que eran de repuesto o un tipo de almacén.
—¿Qué acaba de ocurrir? —preguntó Andrina, levantándose del suelo y sacudiéndose los pantalones de polvo. Vio como Sigilo bajaba del segundo piso de un salto.
—Nos atacaron y estamos divididos o al menos eso parece porque no escucho nada afuera. Solo estamos nosotros tres —explicó Sigilo para luego mirar a Adelfra—. ¿Quién es ella?
—Eh... —Andrina no sabía cómo responder por el tono poco amigable—. T-Tranquilo, es Adelfra, estaba en mi interior y me protege.
Sigilo cruzó sus brazos.
—No nos comentaste eso antes. —Con calma, se acercó a Adelfra mirando con un rostro desconfiado. Andrina se puso algo nerviosa sin saber bien qué decir—. ¿No que eras humana?
—Sí, pero ella puede entrar en mi cuerpo. No sé cómo, pero puede.
Recibió una mirada escéptica de Sigilo.
—Entiendo.
Dejó de observarla para mirar el interior del bar. Sacó uno de los cigarros que tenía guardados en su chaqueta para empezar a fumar. Andrina soltó un leve suspiro de alivio para mirar su alrededor.
—D-Deberíamos irnos de aquí —habló Andrina con cierta angustia—. No sabemos dónde están los demás y siento que estamos en un grave peligro. —Se acercó un poco a Sigilo para mirarle—. ¿Sabes algún modo de salir?
—No podemos salir de aquí, Andrina —murmuró Sigilo, mirándola de reojo—. Hain nos encerró en su caja. Es su poder. Es una serie de pruebas infinitas y uno de nosotros se encontrará con él. Debemos derrotarle para salir de aquí todos.
Andrina tragó en seco, dando unos pocos pasos hacia atrás.
—B-Bueno, pero podremos hacerle frente, ¿no? Capaz podamos...
—No, Andrina. No nos podemos encontrar con nadie. Solo estamos nosotros —interrumpió Sigilo, fumando el cigarro con gran rapidez. Se giró y apretó un poco sus puños—. Y lo peor es que creo que te he metido en un lío.
—¿E-Eh?
Miró hacia la misma dirección que Sigilo, viendo como en una de las puertas del bar aparecían grietas de colores negros y grises. Cada vez serían más grandes en los que aparecieron Rieits Impuros y robots, quienes fueron a una gran velocidad hacia ellos. Sigilo reaccionó rápido, llevando a Andrina detrás de la barra del bar, mientras que Adelfra le siguió para esconderse en el mismo sitio.
—Quiero que te quedes aquí, tú también espíritu. —Sigilo miró hacia Adelfra para luego observar a Andrina una vez más—. Me haré cargo de ello.
—¡Pero-
Los disparos comenzaron, Andrina agachó su cuerpo poniendo sus manos en la cabeza. Adelfra se quedó a su lado cubriéndola y en ocasiones mirando su alrededor para ver a Sigilo, con su navaja mariposa en mano, empezó a matarlos sin piedad.
En medio del combate lograba hacerse invisible para apuñalar las espaldas de los enemigos, esto provocaba que obtuviera más velocidad y agilidad para deshacerse de ellos fácilmente. En cuestión de minutos, el silencio se hizo y se acercó a la barra del bar para ver a Andrina con sus ojos verdosos llenos de lágrimas.
— ¿Estás bien?.
—S-Sí.
Sigilo suspiró aliviado y miró a otro lado para ver que las grietas aun seguían apareciendo.
—Sigue escondiéndote, no creo que sea la única horda de enemigos.
Andrina hizo caso, se escondió en una esquina de la barra del bar, tomando un cuchillo que había para ponerlo en su pecho. Sigilo estaba al tanto para atacar a las espaldas de sus enemigos. Cada vez que mataba a uno de esa forma, obtenía un minuto de invisibilidad.
Listo para la pelea, miró de reojo hacia la barra del bar y escuchó los sollozos que Andrina hacía sin querer.
—Iresh. Esta chica no tendría que estar aquí —susurró, tragando saliva con dificultad.
Vio como poco a poco se reconstruían los robots. Sigilo se posicionó con el cuchillo en mano para ver como los enemigos aparecieron con una velocidad y reflejos mejorados, haciéndole más difícil la tarea de matarlos. De igual forma, se mantuvo a su nivel y pudo acabar con ellos.
Suspiró aliviado, y bruscamente se giró a un lado, recibiendo sin remedio alguno un puñetazo en su máscara, rompiéndola por la mitad y enviándolo contra la pared que estaba al lado de la radio. Esta dejó de sonar.
Andrina escuchó el impacto, se agachó aún más y tembló. Escuchó la risa de Hain mientras los robots se reconstruían una vez más.
—Intenta deshacerte de la horda todas las veces que quieras, ellos se reconstruyen siempre que yo siga en pie —explicó Hain con sonrisa confiada.
Sigilo se levantó con dificultad, poniendo su mano en su rostro que estaba lleno de sangre y trozos de la máscara, algunos estaban en su nariz y en sus ojos. Le dolía, le costaba respirar y su visión empezó a empeorar, pero no se rindió. Quiso mirar a Hain, viendo que parte de su vestimenta cubría su rostro hasta su nariz, dejando solo visible sus ojos rojos y su cabello negro.
—Qué bonito, por fin podemos verte, la cara de un asesino, la de un traidor, la de un payaso... Dime, Sigilo, ¿cómo se siente? —preguntó Hain mientras se acercaba.
—Al menos no me quejaste y cortaste el rostro como yo te hice —contestó Sigilo con asco.
Hain se acercó y le golpeó el estómago. Sigilo vomitó sangre.
—No te mataré aun porque tengo algo pendiente contigo.
—Es personal, ¿verdad? —preguntó Sigilo con una pequeña risa.
Hain le siguió esa risa, pero de forma más escandalosa para luego golpear una vez más su estómago.
—No lo sabes tú bien, ¿por qué no empezamos a hablar de tu querida traición? O mejor aún, ¿cuándo me pagarás el destrozo de mi cara?
—Cuando tu autoestima no sea tan penosa.
Su contestación le salió cara, Hain no dudó en golpear el pecho de Sigilo violentamente. Andrina lloraba nerviosa sin saber qué hacer. No podía hacer nada porque intentarlo significaba morir. Adelfra se preocupó, miró al enemigo y salió de la barra de bar.
—Yo soy perfecto, eso debes de tenerlo claro —se burló Hain—, jamás vas a llegar a mi altura.
—Tampoco quiero llegar con esa penosa inteligencia —contestó Sigilo una vez más.
Hain, cansado de sus palabras, golpeó la boca de Sigilo, provocando que más sangre saliera de esta.
—Así aprenderás a respetar a los superiores.
Adelfra vio esto con horror, pero no quiso pensar más por lo que gritó violentamente, paralizando a los robots y parcialmente a Hain quien miró directamente hacia la causante. La contempló con curiosidad mientras se acercaba a ella.
—Pensé que estabas solo —expresó Hain, intentando no escuchar el grito de Adelfra.
Adelfra se acababa de sentenciar, su grito no iba ayudarla porque no podía paralizar a Hain por mucho que quisiera. Sigilo trató levantarse del suelo, pero Hain se dio cuenta y le agarró del brazo derecho para rompérselo de un solo gesto.
—Tú, quieto ahí.
Sigilo gritaba en sus adentros por el dolor que sentía, asustando a Adelfra quien dejó de usar su poder. Hain aprovechó esto para aparecer enfrente de ella y golpearla de forma que la impulsó contra la pared donde enfrente suya estaba Andrina. Como impactó en una estantería llena de botellas, todas estas caerían junto con Adelfra, haciendo un gran escándalo que asustó a Andrina.
—Creía que estabas solo, ahora entiendo la otra presencia extraña y ciertamente...
Hain se calló cuando se giró y miró a Sigilo, vio su cuerpo inmóvil en el suelo, no se quejaba o temblaba de dolor. Giró su cuerpo parando con su mano el cuchillo que iba a recibir a sus espaldas. Sangraba, pero le daba igual, sonreía victorioso mientras sentía como Sigilo aplicaba fuerza para intentar clavar el cuchillo en su rostro.
—¿Tanto te gusta mi cara? Parece que solo quieres destrozarla. —Hain soltó una escandalosa risa—. ¿Tienes envidia? Ya me sé tus trucos baratos, tu estúpida copia de emergencia.
—Esto de ser reconocido por otras bases no es nada agradable —confesó Sigilo con una pequeña sonrisa.
—Oh, pero ¿qué esperabas? Eras reconocido, admirado, y ahora solo quieren matarte —recordó Hain. Pudo agarrar el cuchillo clavado en su mano para darle una patada en el pecho de Sigilo—. Y seré yo quien lo haga.
Ante esa patada, sacó el cuchillo y se dirigió hacia Sigilo para matarle, ignorando el hecho de que su chaqueta cayó una pistola en el suelo, llamando la atención de Andrina quien, acobardada, intentó salir de su escondite.
Ver la pistola enfrente suya hizo que sus manos temblaran como nunca, ¿iba hacerlo? ¿Iba agarrar aquella arma y disparar? Su cabeza daba miles de vueltas, todo se volvía borroso mientras las lágrimas caían la ansiedad la dominaba.
Hasta que sintió una mano en su muñeca que logró retirar sus miedos.
«¿Acaso quieres que muera?»
Hain estaba centrado en matar a Sigilo de una vez, agarró su brazo destrozado, la puso en su espalda y posicionó el cuchillo en su cuello. Le miró el lado izquierdo de su cara con una sonrisa que poco a poco iba ampliándose.
—Ahora que gastaste tu copia, ya no tienes más hasta dentro de una hora. Dime, ¿cómo se siente estar entre Hain y el cuchillo?
—Eso no tiene sentido —se burló Sigilo, pero su sonrisa desapareció cuando vio a Andrina de pie en el sitio con la pistola en sus manos—. Andri-
—¡Q-Quieto!
La voz de Andrina se hizo presente en la sala llamando la atención de Hain. No había detectado su presencia y esto le extraño hasta que la vio por fin.
—Eres... —Quiso hablar, pero se calló por unos segundos mientras la analizaba, fue entonces cuando empezó a reír sin control—. ¡¿Una humana?! ¡Ridículo!
A pesar de las risas y las burlas, Andrina respiró todo lo que pudo, apuntando hacia Hain sin temor, tragando saliva mientras le miraba con una mirada llena de rabia.
—¡P-Para! ¡Déjale en paz! —gritó Andrina con fuerza.
—¡Una humana como tú no me va a decir que hacer! Es de admirar que sepas esconder tu presencia, pero no creo que sepas hacer mucho más.
Agarró a Sigilo con fuerza con tal de hacerle más daño para que no se escapara.
—¿P-Presencia? —preguntó Andrina, notándose como su respiración cada vez delataba sus nervios.
—¡Ja! Lo sabía, siquiera sabes qué es eso —se burló Hain. El cuchillo que sostenía iba clavando el cuello de Sigilo poco a poco—. Aparte, ¿qué harás? ¿Matarme estando en medio Sigilo?
Sigilo estaba enfrente de Hain como si fuera un escudo humano. Andrina no para de temblar y las lágrimas caían sin control alguno. Sabía que en cualquier momento podía ocurrir dos cosas. Disparar o soltar la pistola. Y no la culpaba si no podía con esto, Sigilo tenía claro que la había metido en un problema tan grande como este.
Hain se burló cada vez con más fuerza. Sigilo pensaba en que hacer, y en medio de esa angustia, vio como por un momento, el rostro de Andrina pasaba a uno serio. Juró ver unas lágrimas, pero no hizo caso por un motivo simple.
La música de la radio empezó a sonar.
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—¿Por qué no te limpias las lágrimas? Así podrás verme y apuntarme bien a la cabeza —siguió hablando Hain con burla—. Oh, hagamos esto más entretenido. —Puso el cuerpo de Sigilo cubriendo su cabeza—. Me pregunto si así podrás lograr que el disparo me dé.
Adelfra se fue recuperando, viendo que Andrina había tenido el valor de hacer frente a Hain, pero no solo eso, había algo inusual a sus espaldas. Parpadeó sus ojos, viendo que no era un sueño ni una ilusión.
Alguien estaba ayudando a Andrina.
—¡Vamos! ¡Límpiate esos ojos llenos de lágrimas negras! ¡Y hazme frente, cobarde! —gritó Hain.
—¿Lágrimas negras? —preguntó Sigilo.
Vio las lágrimas caer por sus mejillas. Sus ojos estaban cerrados. Posición firme sin dejar de apuntarle y moviendo poco a poco los dedos para apretar el gatillo.
—Las lágrimas de los humanos son... Transparentes —murmuró Sigilo—. ¿Q-Qué te está...?
—¡Ja! ¡¿Y tú qué sabrás Sigilo?!
Ya había visto llorar a Andrina y sabía que sus lágrimas eran transparentes. No podía entender ni comprender porque ahora mismo sus lágrimas eran negras, pero no solo eso, el cuerpo de Andrina se expresaba de forma más distinta. Su cabeza se ladeaba hacia la izquierda y juró por un momento ver qué ¿parpadeaba? Se quedaba atónito, pero más cuando de golpe las lágrimas cesaron. Inmóvil, quieta, sin ningún gesto que pudiera dar pista de lo que sentía.
La música empezó a repetirse hasta un punto en el que parecía querer dejar un mensaje en un lenguaje antiguo.
—¿Qué está pasando? —susurró Hain al escuchar esa canción.
Movió el cuerpo de Sigilo para ver a Andrina. Poco a poco, se dio cuenta de había algo o alguien a su lado. Asustado y alterado, quiso protegerse, pero recibió un disparo en su pecho, uno que logró darle a su corazón.
La bala había traspasado el cuerpo de Sigilo. No le afectó. ¿Y lo peor? Hain no había escuchado el ruido del gatillo, ni si quiera de la pistola. ¿Cómo era posible que Andrina le diera?
Sin dudar, tiró el cuerpo de Sigilo a un lado para ir a por Andrina para golpearla, pero sus acciones se frenaron cuando algo le empujó contra el suelo, quitándole toda la opción para poder moverse. Daba igual cuánto lo intentara.
Confundido, intentó levantar su rostro para ver una figura que mostró una sonrisa llena de odio y maldad. Le miraba con aires de superioridad, burlándose de su posición tan denigrante.
—¡Tú eras el que escondía la presencia, no ella! —chilló Hain.
—Puede ser.
Ante sus palabras, vio como Andrina abría sus ojos, eran blancos con una pupila delgada de color negro. Su mirada era escalofriante, con un rostro que no era propia de una niña inocente y asustada, sino de alguien que en cualquier momento podía asesinar al que fuera sin compasión alguna.
Hain entró en pánico, siendo incapaz de comprender nada e intentando moverse, pero no podía por mucho que lo intentara. En esta angustiante situación, no fue el único testigo de esa tenebrosa presencia. Sigilo y Adelfra lo hacían.
Y Adelfra no era la primera vez lo vivía.
Los presentes vieron como todo su alrededor se corrompía como si fuera un ordenador. Veían como Andrina observaba a Hain con un odio tan grande que el líder jamás olvidaría.
—Dime, Andrina... ¿Qué hacemos con él?
Hain no paraba de temblar. Ninguna parte de su cuerpo reaccionaba, solo veía como Andrina sonreía. Y con ganas, con muchísimas ganas.
—Darle un buen escarmiento por lo que te hizo sufrir, ¿no crees?
—¡Por favor! ¡Hare lo qu-
En menos de un segundo, el escenario cambió a uno totalmente cruel, uno en donde la sangre manchó el suelo y las paredes sin compasión alguna, como si Hain hubiera explotado y no quedara nada de él más que algunas partes de su cuerpo como sus huesos y órganos.
Todo fue tan brusco que las mentes de Adelfra y Sigilo entraron en pánico ante tal poder lleno de odio y agresividad. Hain había muerto ante la crueldad cayendo por las paredes.
—¿Q-Qué? —Sigilo intentaba contener sus ganas de vomitar con una mano en su boca—. ¿C-Cómo? P-Pero si estaba...
Sus palabras se interrumpieron cuando vio a Andrina caer de rodillas al suelo, llorando sin parar al ver lo que había ocurrido. Ponía sus manos en su cabeza mientras se repetía que acababa de matar a alguien. Gritaba angustiada, culpándose de todo, llamándose asesina, mientras que Sigilo era incapaz de comprender su actitud.
—Ella... ¿Ella lo hizo? —susurró Sigilo.
Era incapaz de asimilar lo que sus propios ojos le enseñaban. Toda la sangre estaba en el suelo y en las paredes, dejando un cuadro lleno de maldad. Se dio cuenta de que la radio había dejado de sonar.
Creyó que era un poder que tenía Andrina, pero eso... no era amigable, menos cuando Sigilo, por alguna razón, sintió como querían matarle, como si se rieran de él con tal de hacerle sufrir.
La única que sí pudo asimilar más o menos la situación fue Adelfra quien cayó al suelo aterrada. Vio todo, vio como Andrina estaba de rodillas en el suelo mientras alguien que desprendía destrucción y caos, acababa con la vida de Hain de la peor forma posible. Reía como desquiciado mientras acababa con él con un gesto brusco que desprendió toda la sangre en el bar.
No se creía lo que sus ojos le enseñaban, como un ser tan poderoso disfrutaba de la muerte de alguien que, si bien era malo, no había motivos para acabar de esa forma, incluso parecía disfrutarlo. Cuando terminó, Adelfra no pudo evitar las lágrimas e intentaba callar su miedo, pero no pudo pasar desapercibida y vio como esa presencia la observaba.
Inclinó la cabeza hacia la izquierda con una sonrisa perturbadora mientras limpiaba su arma llena de sangre con su mano izquierda.
—Confío en que tu hagas mi trabajo, Adelfra.
Adelfra dio unos pocos pasos hacia atrás, pero no lo suficiente para huir al quedar inmóvil por su culpa.
—Ah, no tengas miedo —comentó con una pequeña sonrisa—. No tengo motivos, la estas cuidando, ¿no es así?
Fue lo último que dijo antes de desaparecer. No iba a olvidar esas palabras, era incapaz, y lo peor era que Andrina gritaba unas disculpas ante lo ocurrido, pero en verdad no era consciente de lo que había hecho.
Con dificultad, Sigilo logró levantarse adolorido del suelo y acercarse a Andrina.
—Estoy vivo, lo hiciste bien, Andrina... —le susurró, pero aún seguía llorando arrepentida, sin ser capaz de abrir los ojos.
Sigilo intentó calmar sus llantos mientras veía como el bar se transformaba en el interior de aquellos túneles subterráneos. Al matar a Hain, estaban libres de su juego y con ello podían ir a por los documentos.
Respiró aliviado, pero aún estaba asustado.
«¿Ese es su poder? ¿Invocar a monstruos increíblemente fuertes?», fue lo que se preguntó Sigilo. Suspiró y miró a Andrina.
—Vamos, tenemos la salida libre. Aun tenemos mucho por delante.
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