Capítulo uno: Fuera de la tierra


Duerme. Te lo mereces. Descansa hasta que el momento llegue. Será entonces cuando podrás saber todo.

Se repiten los mismos errores, se repiten los mismos números.

Miles de números aparecen a su alrededor como si estuviera encerrada dentro de un ordenador y pudiera sentir lo que compone tal aparto, pero no tiene sentido, ¿verdad? Solo la rodean como si quisieran dejarle un mensaje encriptado, uno que jamás entiende.

En medio de esa realidad tan inusual, se da cuenta que está encerrada en una caja donde solo están los números, pero ve que hay algo más que intenta entrar y agarrarla de la mano para sacarla de ahí. Quiere llamarle por su nombre, pero aún no puede.

Cuando aparece, escucha ese ruido tan irritante que la deja sin sentidos y sin aire. Tiembla sin parar, gritando con la esperanza de que alguien la salve, pero nada ocurre y, por alguna razón, cuando estos dos elementos entran en conflicto, le hacen entrar en un estado de trance donde siente un vacío tan grande que la hace flotar en medio de ese ordenador. Se corrompe, y se transforma en una lucha eterna e infinita.

Aun con todo lo que vive en sus sueños, no es capaz de creérselo. Cuando se despierta en medio de la noche y siente esas lágrimas en sus ojos, se culpa en silencio,. Eso era una de las pocas cosas que podía acordarse. Luego cierra sus ojos y trata de calmarse. No debería tener esos sueños, le mentía a su familia para que no se preocuparan.

Siempre luchaba por un día en donde pudiera descansar, pero jamás lo había conseguido, al menos no que tuviera consciencia de ello. Se sentía inútil al tener que luchar contra algo que era imposible de afrontar. Cuando despertaba y lloraba, sentía un abrazo. Recordaba que no estaba sola, su hermano estaba ahí para disipar sus nieblas mentales.

En este largo día, despertó con la misma cara agotada de siempre, miró hacia su hermano para escuchar como mañana debían visitar su ciudad natal. La chica se rascaba la cabeza sin creerse que se había olvidado tal detalle.

Mientras su hermano terminaba de preparar las maletas, se concentraba en el único recuerdo que tenía de sus padres cuando era pequeña. Un pequeño collar en el que atado a él había una estrella de cuatro puntas que no brillaba en ningún color. Cierto era que no tenía buena memoria, pero era gracioso como, al mirar esa estrella tan pequeña, podía acordarse de pequeños detalles.

Sentía de nuevo esa felicidad propia de una niña que jugaba en su habitación, como trasteaba con sus juguetes y se imaginaba una gran ciudad que había sido reconstruida por el esfuerzo de aquellos muñecos que ella misma les daba vida. Imaginaba historias absurdas y largas donde las horas pasaban, aunque en ese día concreto, su madre, Elena, interrumpió su diversión.

—Andrina, cariño, te tengo un pequeño regalo —anunció con una sonrisa, acercándose poco a poco para poder arrodillarse en el suelo con cuidado.

—¿En serio? ¿El qué? —preguntó Andrina, viendo la caja azulada que sujetaba su madre.

Con cuidado abrió tal caja, viéndose en su interior un collar con una estrella de cuatro puntas. No brillaba en ningún color como hacían los colgantes de sus amigas de la infancia. Solo estaba hecho de hierro.

Andrina frunció el ceño.

—Es un collar que se ha ido pasando de generación en generación —explicó Elena—, lo llevamos durante muchos años, y ahora es tu turno.

Andrina tomó tal collar con sus manos, mirándolo con cierta confusión.

—¿Por qué no brilla? El de mis compañeras tiene unos colores más destacables —preguntó con cierta timidez.

—Mi pequeña estrella, este collar tiene un brillo propio, uno que solo los de la familia pueden ver —contestó Elena, acariciando el cabello castaño de Andrina—. No necesita destacar como otros, tienen su propio encanto, como tú.

Andrina supo desde ese entonces que ese destello no era un simple collar que cualquier niña de su edad podría llevar por moda, sino que era algo más. Un recuerdo de la familia. Una estrella tan simple pero preciosa, una que siempre le haría recordar que ellos siempre estarían a su lado sin importar el qué.

—Andrina —le llamó su hermano—, ¿segura que tienes todo en tu mochila?

—Sí, creo —respondió sin pensar mucho sobre ello.

Su hermano la miró, suspiró y volvió a organizar las maletas con cierto estrés en sus movimientos.

Tenían un viaje pendiente a Cataluña, España, donde debían recoger sus últimas pertenencias, despedirse de sus antiguos compañeros de clase y acabar los últimos trámites pendientes. Realizarían este viaje solos, ya que sus padres estaban ocupados con el trabajo y no podían permitirse acompañarlos. Aunque esto no evitaba que sus padres los llamaran o les enviaran mensajes para mantenerse en contacto.

Andrina tomó por un momento su móvil y notó que tenía un mensaje de Germán, su padre, que preguntaba: "¿Lo tienes todo listo?". Suspiró y le respondió con un emoticón de pulgar hacia arriba y un "ok". Y justo cuando estaba a punto de levantarse, el móvil vibró una vez más en sus manos debido a la llamada de su madre.

—Cariño, ¿cómo amaneciste? ¿Dolores de cabeza de nuevo? —El tono preocupado de Elena se notaba de sobras.

—No, mamá, tranquila —mintió—. Todo está bien.

—¡Me alegro! —contestó, suspirando aliviada a través del móvil—. No olvidarás el cepillo de diente, el papel higiénico, el jabón...

«Ay por favor, que solo serán tres días», pensó Andrina con cansancio, mirando a otro lado con sus ojos. Cuando su madre terminó de enumerar, habló:

—No te preocupes, todo está listo y perfecto, ve a trabajar.

—Vale, dile lo mismo a tu hermano.

—Está bien, no te preocupes que él parece estar mejor que yo —contestó, viendo de reojo como su hermano estaba poniendo lo restante en su maleta, soltando un suspiro de satisfacción.

—Está bien, cariño. Solo quería asegurarme. ¿Comprarás agua? Sabes que en Cataluña puede hacer calor en esta época.

Andrina rodó sus ojos hacia otro lado.

—Sí, mamá...

—Está bien, ahora cuidaros mucho, no tardaré en volver a casa.

—Lo haremos, mamá. No te preocupes tanto. Nos ocuparemos de todo.

—Lo sé, pero es mi trabajo preocuparme —contestó con una risa delicada—. En poco vuelvo del trabajo, cuídate mucho, cariño, y no la lieis.

—Tú también, mamá. Nos vemos pronto.

Apagó el móvil. Agradecía que se preocupara tanto, pero ese día, como otros muchos, no tenía el humor para ser paciente.

—Mañana sale el avión a las diez y media de la mañana, prepárate una hora y media antes, así llegamos sin problema —avisó su hermano. Andrina solo respondió con un sonido afirmativo—. ¿Te ocurre algo?

—Lo mismo de siempre, Kamico. No recuerdo nada cuando era pequeña y me frustra un poco —respondió y se levantó de la silla con cierto cansancio—. Siquiera tengo fotos a solas, solo contigo. No sé si me doy a entender.

—Estás dándole vueltas a algo innecesario.

Andrina sintió una repentina tensión en sus hombros. Al final negó con su cabeza.

—Está bien... —murmuró sin importancia.

Lo menos que quería era discutir con Kamico. Sabía que no comprendía bien su situación aun intentando ayudarla, pero hoy no tenía la paciencia para escuchar esas palabras tan repetitivas. A punto de irse de su habitación, su hermano la agarró del hombro.

—Mira, no le des vueltas por un simple motivo, si yo recuerdo y te detallo el cómo vivimos todos juntos y como pasamos esas aventuras, créeme que es real.

—¡No, no! No es eso Kamico —contestó Andrina, deshaciéndose con suavidad del agarre—. Mi preocupación es que tenga alzhéimer o esquizofrenia.

—Eso es imposible, sabes quién eres, sabes quién soy y tu familia también, ¿no? Además, esas enfermedades son poco probables que ocurran a nuestra edad.

—Sí, claro...

—Entonces, no más preocupaciones. —Kamico se giró para ver la hora—: Venga, es tarde, debemos descansar.

Después de terminar de hacer las maletas, Kamico decidió acostarse para descansar las horas que le habían hecho falta. Andrina le miró de reojo sin creerse como podía dormir como si nada, deseaba poder hacerlo mismo algún día.

Finalmente se levantó y por un momento se miró en el largo y espacioso espejo de su habitación, observando su figura femenina. Destacaba por su altura poco común, sobre un metro ochenta; su piel era demasiado blanca y, por mucho que tomara el sol, nunca conseguiría un tono más oscuro.

Además, lo más curioso era que nunca había tenido problemas de salud, con excepción de los dolores de cabeza. Ni siquiera había sufrido un resfriado típico en invierno, o cualquier otra enfermedad como la varicela, dolor de garganta, bronquitis... Era una chica demasiado sana, aunque su familia no lo vio como un problema; solo había nacido con una gran fortaleza en su cuerpo.

Andrina escuchó a su hermano roncar con calma, lo cual la sorprendió por la rapidez que conciliaba el sueño. Con ese sonido cálido resonando, comenzó la tarea de hacer sus maletas.

El proceso le llevó un par de horas, y a pesar del ruido que hizo, Kamico no despertó. Al finalizar, frustrada al ver a su hermano dormir como si nada, decidió intentarlo también. Y sí bien consiguió dormirse con rapidez, los sueños la persiguieron sin descanso.

Cuando aquel día llegó a su fin, lo último que se escucharía en esa noche serían los desgarradores gritos de Andrina, atrapada en la misma pesadilla de siempre. Imágenes abstractas, números que se repetían, pero que parecían tener significados oscuros que iban más allá de la comprensión humana.

En su sueño, las cifras tomaban formas grotescas y se retorcían como sombras malévolas. Era como si se encontrara inmersa en una caja donde veía dos elementos. Unos eran números, los otros eran colores parpadeantes propios de un ordenador corrompido. Una viva imagen digital del interior de un ordenador que parecía devorar y destruir la realidad misma, o devorarla a ella.

Y cuando sus pesadillas parecían ir a peor, el chirriante sonido de la alarma la despertó bruscamente de sus sueños. El sudor cayó por su rostro consumido por el pánico y el cansancio, mientras que su hermano se estiraba con una pequeña sonrisa en su rostro.

—Kamico —gruñó Andrina—, ¿pudiste dormir?

—De maravilla. ¿Por qué? —preguntó, notándose la confusión al ver las ojeras de su hermana.

—Ya. Afortunado —gruñó de vuelta, levantándose para ir al baño.

Una vez allí, se miró al espejo, jugando con su cara. Cuando cerró sus ojos y apoyó las manos en el lavabo, escuchó una voz que la hizo sentir escalofríos.

—¿Cuándo... Andrina? ¿Cuándo despertarás ese fallo?

Se quedaba inmovilizada en el sitio con los brazos temblorosos. Lágrimas caían por sus ojos, para al final negar con su cabeza.

—¿Qué fallo? ¿Un ordenador? —Se quedó en silencio. Tragó saliva con dificultad—. No, debe referirse a mí. Capaz tengo un problema mental que nos hará daño.

Cerró de nuevo los ojos. Respiró hondo y soltó el aire en señal de derrota.

—Definitivamente será alzhéimer o esquizofrenia.

Al fin decidió ducharse, pensó que así sería una forma de despejar su cabeza y relajarse. Era un día importante y el tiempo estaba limitado.

El piso donde vivían era pequeño, pero muy agradable. El comedor estaba inundado de luz natural que se filtraba a través de cortinas, pintando el espacio con tonos cálidos. La mesa de madera maciza, pulida y reluciente, estaba adornada con un mantel blanco de textura suave, en donde Germán desayunaba, mientras estaba metido en su móvil revisando correos. Kamico parecía no importarle ese hecho porque hablaba y hablaba sin parar a su padre, sin darse cuenta que perdía el tiempo.

Por otro lado, Elena estaba en el sofá cercano, envuelta en una manta, mirando la televisión con expresión relajada. Hoy trabajaba a distinta hora como solía hacer, por lo que podía descansar un poco y estar con los suyos por la mañana.

Miró de reojo hacia la cocina, viendo a su hija junto al refrigerador, preparándose un vaso de leche para dejarlo en el microondas y que este hiciera todo el trabajo. Se apoyó cerca del fregadero, escuchando el murmullo de la televisión mezclado con las habladurías de Kamico.

—Buenos días —saludó Andrina—. ¿Qué tal dormisteis?

—De maravilla, ya lo sabes —repitió Kamico con una sonrisa calmada.

—Pediría dormir un poco más, pero toca trabajar —comentó Germán con calma y una sonrisa suave.

—Todo bien, aquí viendo las noticias —contestó por último Elena.

Al observar con atención a Kamico, Andrina soltó una pequeña risa al ver que su cabello rubio estaba totalmente desenredado y no había limpiado bien su rostro mañanero; de normal tenía mucho cuidado de su apariencia, pero ese día su preocupación por el viaje lo superó.

—Kamico, aquí. —Andrina señaló su ojo derecho y simuló rascarse las legañas.

Kamico la miró confundido hasta que saltó de la silla.

—¡Ahora vengo! —gritó avergonzado para ir corriendo al baño.

—Como siempre tan sutil, Andrina —dijo su padre mientras bebía el café.

—Ya sabes que Kamico odia no verse bien, le he hecho un favor —dijo Andrina con una sonrisa mientras buscaba un plato para servir su desayuno.

—¿Tenéis todo preparado para el viaje? —preguntó su madre—. Id bien hidratados, hará mucho calor al parecer.

—Estoy segura de que allá venderán agua. Además, tenemos toda la ropa necesaria —respondió Andrina con calma—. Aparte, nunca me he enfermado, mamá.

—Nunca lo sabrás, por eso os pido que vayáis con lo necesario y recordando lo importante —pidió con calma mientras la miraba.

Elena era una mujer mayor que trabajaba como administradora en una empresa que había en la ciudad donde vivían actualmente: Lugo, Galicia. Se habían mudado por temas familiares y comodidad. Decidieron quedarse porque la vida allí era buena, sobre todo por estar en una zona alejada de la ciudad donde se podía inspirar aire puro y natural, propia de la naturaleza del norte.

Aunque dependían del coche, esto no suponía un gran inconveniente debido a que su padre trabajaba como mecánico. De hecho, la reparación con el vehículo no les resultaba tan costosa como a otras personas. Por ello, disfrutaban de una vida más o menos cómoda, aunque esta no siempre fue así.

En su momento fue costosa al estar viviendo en Barcelona; el alquiler, la alimentación y los servicios básicos alcanzaban cifras exageradas. Además, la pérdida de su abuelo materno sumió a la familia en momentos difíciles. A pesar de que Elena siempre fue agradecida, tomó la decisión de renunciar a su trabajo de ese momento para cuidar de Kamico y Andrina.

Cuando sus hijos aprendieron a valerse por sí mismos, Elena encontró un trabajo ideal con horarios perfectos y un salario que apenas podían creer. De hecho, su suerte fue muy buena. Extrañamente buena. Germán siempre pensó que esta racha de fortuna se debía al nacimiento de Kamico y Andrina, como si ellos fueran los portadores. Aunque Elena no tenía mucho que decir al respecto, solo lo aceptaba, sabiendo que era los hilos del destino que estaban escritos a sus espaldas.

En la actualidad, Elena disfrutaba de un horario decente que le permitía pasar tiempo con su familia y disfrutar de su compañía, además de darse algunos lujos con ciertos viajes. Por otro lado, Germán, siendo hábil en la mecánica, enfrentaba cierta complicación debido a la alta demanda de coches por reparar. A pesar de ello, valía la pena el esfuerzo, ya que generaba más ingresos, permitiéndoles realizar viajes a diversos destinos.

¿Y ahora? ¿Cuál era el futuro que deseaban los hermanos?

Kamico aspiraba a ser modelo, pero se conformaba con trabajos honestos como la peluquería; por eso, no era de extrañarse que su apariencia fuera un tema importante. Sin embargo, Andrina se interesaba más por el mundo tecnológico, y aunque estaba fascinada por ello, admitía que no tenía en claro sobre qué estudiar dentro de las opciones que existían.

—Ya me veo perfecto. —Apareció Kamico por la puerta de la cocina con una pose bastante extravagante—. Me veo tan genial con este cabello rubio, no me creo que me haya olvidado ese detalle. Gracias hermanita. —Se acercó a ella para abrazarla por las espaldas.

—¡Que se me cae la leche! —gritó Andrina. No estaba escuchando a su hermano y por poco había tirado la leche ardiendo en su cuerpo—. ¡Dios! Menos mal que logré agarrar bien la leche, llegó a mancharte y me lo recriminas todo el maldito día.

—Claramente. ¿Sabes lo que cuesta tener el cabello limpio y bonito? ¿Y la cara? ¿La ropa? —preguntó Kamico. Andrina puso los ojos en blanco por un segundo—. En fin, ¿a qué me preparas el desayuno?

Andrina aceptó con un suspiro largo. Kamico se fue victorioso con una sonrisa, mientras se sentaba al lado de su padre para seguir perdiendo el tiempo con una conversación en la que Germán solo asentía para hacerle creer que le oía.

—¿Todo bien mamá? —preguntó Andrina cuando terminó de acabar el desayuno de su hermano. El rostro de su madre reflejaba sorpresa, como si hubiera visto algo extraño.

—Tranquila, todo bien, desayunar que tenéis poco tiempo.

Andrina hizo caso, sin tomarle mucha importancia.

Tras una despedida llena de preocupaciones y nerviosismo, una lista interminable de preguntas de Elena sobre si llevaban consigo determinadas cosas, sumado a un viaje de casi dos horas desde Galicia hasta Cataluña, finalmente llegaron a su destino.

En el aeropuerto de Cataluña, Andrina vio como el otoño se manifestaba con una paleta de colores cálidos que transforma todo su alrededor. A medida que atravesaban las terminales, se dieron cuenta de que el suelo exterior estaba salpicado de hojas caídas, creando una alfombra crujiente que resonaba bajo sus pasos. El aire fresco llevaba consigo el aroma propio de la época mezclado con toques sutiles de cafeterías cercanas y el inconfundible olor a hojas secas.

Kamico y Andrina podrían haber disfrutado más del momento si no fuera por la interrupción constante de sus celulares, que comenzaron a vibrar y sonar con una avalancha de mensajes cuando tomó señal. Por supuesto, llevar el modo avión en los teléfonos durante el viaje era un requisito necesario.

—¿Respondes tú a nuestros padres y yo a Andrea? —preguntó Andrina.

Kamico afirmó para luego soltar un suspiro largo al ver el primer mensaje de su móvil.

—Que pesada... —Suspiró, refiriéndose a su amiga.

—Pero si es super maja —expresó Andrina con una risa al ver de quien era el mensaje que recibió.

—Y loca... —respondió Kamico, sintiendo un horrible escalofrío en sus brazos—. No sé cómo me enamoré de ella.

—Cosas de la vida, Andrea es así y ya deberías haberlo visto desde el primer día.

—Un ladrillo, de verdad, ¡que loca! —susurró Kamico—. Luego la respondo o si quieres tú.

—En ello estoy.

Andrea y Anais, su hermana menor, compartían una amistad cercana con los dos hermanos. Asistían al mismo instituto y, aunque se conocieron hace poco, su conexión parecía como si fueran amigos de toda la vida. Faltaba poco para que cumplieran un año de amistad, y se llevaban como uña y carne.

Andrea destacaba por su carácter explosivo. Muchos la miraban con respeto y cierto temor debido a su intensidad. A pesar de las preocupaciones, intentaron llevarla a varios psicólogos, pero se negaba, asegurando que estaba bien. Su lema era claro: si nadie dañaba a su hermana, no habría ningún problema con ella.

Por otro lado, Anais era todo lo contrario. Tranquila y siempre con un libro en las manos, observaba la situación en silencio con expresiones que revelaban sus pensamientos, y a pesar de su serenidad, era muy expresiva. Su amor por la lectura y el aprendizaje la impulsaba a querer saberlo todo, si era posible.

Resultaba difícil para Kamico creer que el temperamento explosivo de Andrea hubiera captado su interés. Su caótica personalidad la hacía única, y al conocerla más a fondo, Kamico se enamoró. Decidieron tener una relación, pero no duró mucho. El principal motivo fue que Andrea no entendía cómo funcionaba y se dio cuenta tarde de que no disfrutaba de la sensación de estar "limitada".

Kamico comprendió la situación y en parte lo agradeció. Ambos terminaron la relación en buenos términos, pero él no podía negar que era demasiado...

—Acaba de decirme que cuando volvamos quiere hacer un viaje con nosotros —comentó Andrina, soltando una leve risa.

—Ni una mierda, la energía de esa chica me agota, no se está quieta ni cinco minutos.

A pesar de la opinión de su hermano, a Andrina le entusiasmaba la idea. Tenía la intención de unirse al viaje ya que le brindaría la oportunidad de conocer mejor a su amiga. Habían desarrollado una mayor confianza entre ellas, y disfrutaba de su compañía, Para Andrina, ella era agradable y divertida.

—Llegamos, deja el móvil. —Kamico tocó el hombro de su hermana—. Tenemos tiempo limitado, apurémonos.

—Sí, señor.

Al caer la tarde, Kamico y Andrina se encontraban en una calle próxima a la zona de "La Rambla". El pavimento estaba aún caliente bajo sus pies, mientras que la brisa llevando consigo los sutiles aromas de la ciudad y las luces de los comercios empezaban a iluminar la vía, creando una atmósfera nostálgica.

Frente a un bar, los hermanos aguardaban la llegada de sus compañeros. Kamico, con un estrés claro en su rostro y hombros, llevaba consigo un constante dolor de cabeza. Andrina, mientras tanto, sostenía una conversación telefónica con Andrea.

—¿Entonces dices de quedar este domingo? ¿No es muy pronto a lo mejor? —preguntó Andrina con una intranquilidad clara.

—¡Que va, oh! Todo está calculado, no te preocupes. Por cierto, Anais no vendrá —respondió Andrea.

—¿Y eso?

—Non quiere, hay clases y prefiere descansar.

Andrina soltó un suspiro y miró hacia el final de la calle.

—Eu, tía, ¿estás bien? —preguntó Andrea.

—Llevo unos días así... Pensativa —admitió, moviendo la pierna con cierto nerviosismo.

—¿Dándole vueltas a cosas que no debes?

—Sí, eso y...

—¿E qué? Escoitame bien...—¿Y qué? Escúchame bien, pidió Andrea.

Andrina miraba hacia la nada pensando en sus cosas mientras Andrea buscaba tranquilizarla, aunque era difícil por su agresividad al hablar junto al acento gallego que tenía. En medio de esa conversación, pudo ver una sombra moverse de una pared a otra en cuestión de segundos. Se extrañó, pero ignoró este hecho creyendo que sería la figura de una persona.

—Posiblemente... —repitió Andrina—. Unas vacaciones me vienen bien.

De repente, la voz de su hermano resonó desde el interior del bar:

—¡Andrina! —gritó Kamico, acercándose con rapidez.

—Luego te llamo.

Al colgar, se volvió hacia su hermano. Parecía preocupado, sosteniendo el teléfono junto a su oído. Andrina se cruzó de brazos, sintiendo la inquietud.

—Mañana por la mañana tenemos que ir al centro, otra vez han surgido problemas —le explicó Kamico.

Andrina suspiró y bajó la mirada.

—¿No nos pueden dejar...?

Al erguir la mirada, Andrina contempló con horror cómo la sombra, anteriormente ignorada, mutaba en una amalgama viscosa y oscura. Esta masa líquida cobraba forma y consistencia con sigilo. Un hedor químico y podrido se desprendía de la mutación, invadiendo el aire con una pestilencia indescriptible que hacía retorcer el estómago.

La sustancia, en lugar de tomar una forma definida, parecía palpitar y retorcerse, como si estuviera viva y resentida. La oscuridad que la componía no era solo ausencia de luz, sino una presencia malévola que se apoderaba del espacio a su alrededor.

El cambio, lejos de ser una simple transformación, emanaba un aura de terror. Cada gota de la sustancia parecía estar impregnada de malicia, creando una escena que desafiaba las leyes naturales.

El ambiente se llenó de una atmósfera opresiva y hostil, como si la misma esencia del miedo se materializara en esa grotesca criatura. Y mientras la masa adquiría forma, el olor químico y rancio persistía, intensificando la sensación de que algo siniestro.

Y lo peor fue cuando Andrina vio cómo se abalanzó hacia Kamico desde su espalda. Sin saber cómo, reaccionó a tiempo, empujando a su hermano para que el ataque lo recibiera ella. Chilló de dolor cuando recibió un zarpazo en su costado, cayendo en el suelo. Llevó su mano hacia la zona afectada, descubriendo que solo era ardor. Por alguna razón, la criatura no le había hecho el daño que supuso.

En un instante, la tranquila calle se transformó en un campo de batalla distorsionado. Kamico, parpadeó varias veces, intentando lidiar entre el estrés, el dolor de cabeza y la sorpresa de ser derribado por su hermana, con una criatura monstruosa y demoniaca enfrente de ella.

Lo que veía parecía surgir de una pesadilla olvidada. Trató de asimilarlo como mejor pudo, pero le era imposible, más al ver que a sus costados más criaturas de estas se levantaban entre las sombras de los callejones y corrían hacia ellos.

—¡Kamico! —Oyó la voz de Andrina ahogándose en aquella bandada de estas criaturas se encimó sobre ella con golpes feroces.

Cuando comprendió que su realidad no era la de un sueño, se dio cuenta de que su nula reacción se la hizo pagar rápido. Tres criaturas más se abalanzaron con rasguños y golpes que dejaban en su piel una sensación de quemazón y helor simultáneos.

En medio de jadeos de dolor y gritos lamentados, una voz femenina desgarradora resonó, como un eco de lamento:

—¡NO! —gritó—. ¡Todo menos eso! ¡Maldita sea!

La desesperación en sus palabras cortaba el aire, creando el terror en el caos que se desataba. Andrina, antes de caer inconsciente, vio una figura derribar aquellos demonios.

Y por primera vez, durmió sin pesadillas ni sueños extraños.

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