Capítulo tres: Sobre mi cadáver
Ya he visto estas situaciones. Eran distintos. Siguieron adelante y levantaron la mano. Una u otra, decidiría su destino. Yo solo puedo levantar una. La otra es falsa.
Andrina no sabía cómo explicar lo vivido, tampoco la dejaron porque Andrea estaba pendiente de todo. Lo mismo ocurría con Anais quien se comunicaba con sus padres informándoles de la situación.
—¿Estás bien, Andrina? —preguntó Andrea por décima vez.
—Sí, Andrea, tranquila, por favor —respondió Andrina un poco cansada—. ¿Me puedes decir qué haces aquí?
—¿Non e obvio? (¿No es obvio?) Porque estabas sola aquí sin poder volver ni nada. Incluso nuestros padres nos acompañaron —respondió, mientras se cruzaba de brazos.
Andrea miraba el rostro lleno de cicatrices de su amiga. Soltó un largo suspiro, sabiendo que era muy protectora con los suyos, sobre todo con su hermana menor, Anais.
—¿Cómo...?
—¡Boh claro! Que no te acordarás de nada —interrumpió Andrea—. De hecho, no te acordarás siquiera de qué me llamaste.
—¿Cuándo?
—Pues a ver...
Explicó que Andrina, sin saber bien como, pudo llamarla, y por si esto no era suficiente, más tarde recibió otra llamada donde fue avisada por los médicos para explicar todo sobre los hermanos. Andrina se quedó en blanco, recordando que a lo mejor habría sido Negatividad tomando su móvil para llamar a Andrea como primera opción que le salía en últimas llamadas.
—¿Estás bien? —preguntó Andrea acercándose un poco más a Andrina—. Pareces que has visto un fantasma.
—E-Es que no se sí...
—Andrea. —Anais llamó a su hermana con seriedad. Volviendo de llamar a sus padres—. Uy, perdón Andrina, pero es importante.
Andrina no le tomó importancia y dejó que hablara.
—Nuestros padres han preguntado por la casa que tenías aquí porque ayer tuvimos que dormir en un hotel —recordó Anais.
—Oh, las llaves las tengo en mi bolso, o deberían estar ahí —respondió Andrina, como había dejado el bolso a un lado, logró recogerlo para darle las llaves de su casa.
—Genial, perfecto. —Andrea tomó las llaves y las guardó en el bolsillo de su característica chaqueta roja—. Anais, ¿díxoche algo miña nai? (¿dijo algo mi madre?)
—No, nada en especial, únicamente que cuando terminemos de hablar vayamos con ellos para ir a la casa de Andrina. Nada más.
Anais, a diferencia de su hermana mayor, solía hablar en castellano, siempre con una calma y paciencia propia de la pequeña. No como Andrea que se le escapaba las palabras o incluso el acento gallego, dejando en claro esa actitud agresiva, pero que demostraba esa preocupación por los que quería.
—¿Sabéis algo de mis padres? —preguntó Andrina con tristeza.
Anais y Andrea se miraron sin saber bien qué decir, ambas habían vivido demasiadas situaciones en cuestión de horas.
—Tu padre ha sufrido un accidente en el trabajo, tu madre se fue con él en el hospital y por lo que sabemos no es algo muy grave, pero si nos preocupó sus lágrimas y desesperación al saber que tu hermano y tú no dabais señales de vida —explicó Anais apenada. Miró a otro lado—. N-Nosotros fuimos a veros para saber cómo estábais, nos pagaron incluso el viaje cosa que nos negamos durante un buen rato, pero tu madre... En fin.
—Eu casi le doy un golpe en la mejilla por su insistencia —dijo como si nada Andrea. Andrina frunció el ceño—. ¿Qué? Es verdad, tu madre nos insistió mucho en pagarnos todo, mucho era que nos diera su hogar para no tener que pagar un hotel, pero se le olvidó que Kamico y tú teníais las llaves.
—Comprendo. Intenté llamarla hace poco, pero no tengo ninguna respuesta —expresó Andrina con preocupación.
—Puede que no tenga batería en su móvil, recuerdo que te estuvo llamando muchas veces al igual que tu hermano. La tenéis muy angustiada —explicó Anais.
—Maldita sea. —Andrina se puso las manos en la cara para intentar no llorar—. Soy un desastre, tendría que haber hecho algo.
—¿Me puedes explicar qué pasó? —pidió Anais con suavidad. Andrina no sacó aún las manos de su rostro—. S-Si es que puedes, claro.
Andrina no sabía que decir. Si les relataba todo lo que vio, creerían que estaría afectada de la cabeza.
La frustración la inundó por completo y Andrea se dio cuenta de ello, abrazándola con cuidado para intentar animarla. Por otro lado, Anais no sabía qué hacer, le costaba ser cariñosa, pero trataba de entender el dolor de su amiga, por ello logró acercarse un poco al borde de la cama para sentarse y tratar de animar como mejor pudo.
Fue un rato largo en el que Andrina estuvo desahogándose, sintiendo la calidez del abrazo de su amiga que, a pesar de ser tan frenética, sabía ser una persona calmada y comprensiva. Su calor en ese abrazo era como el fuego en una tarde fría de invierno, y eso la ayudaba.
Andrina no despreciaba a Anais, sabía muy bien que no se sentía cómoda con los abrazos y las muestras de afecto, mucho era que Andrea le permitiera en según qué momentos, pero aun así apreciaba mucho su compañía.
Como idea, Anais decidió saltar a otros temas sobre las clases y recuerdos del pasado sobre peleas o dramas. Si bien esto pudo ayudar y hacer reír un poco a Andrina, no logró quitar esa horrible ansiedad de su pecho, era una presión que poco a poco apretaba su corazón hasta el punto que no la dejaba respirar. Cuando esto ocurría, movía sus manos con nerviosismo y Andrea se alejaba para darle su espacio personal.
—Chicas, no me encuentro nada bien —murmuró Andrina muy cansada.
Las hermanas se miraron con preocupación.
—Está bien Andrina, iremos a tu casa y te dejaremos descansar, más tarde te visitamos o sino nos avisas por el móvil —respondió Andrea mientras que Anais dejaba el bolso de Andrina en el armario.
—Gracias.
Las hermanas se marcharon con sus padres mientras que Andrina se recostaba. Se puso cómoda para dormir y no pensar en nada por un largo rato, aunque era imposible porque su cabeza se hacía preguntas, causando ansiedad y privándole de aire. Agobiada, sofocada, ahogada, agotada...
Se despertó de golpe agarrando el teléfono para llamar a su madre. Necesitaba oír su voz y sentir que su mundo estaba bien. Esperó muy poco ya que recibió una contestación casi inmediata. Escuchar su voz provocó varias emociones que la harían llorar.
—Andrina —susurró Elena, adolorida—. Andrina, por dios, dime que estáis bien.
Quería gritar muchísimo, pero hacerlo haría enfadar a todos los demás pacientes. Respiró e inspiró rápido, para luego tratar de controlarla con la ayuda de su madre desde el teléfono.
—N-Nos han atacado —habló Andrina aún con las lágrimas en sus ojos—. A-Al parecer nos han atracado, p-pero...
—¿Estáis bien? —preguntó Elena.
—Yo sí, pero Kamico no lo sé —respondió con honestidad. Elena no dijo nada en ese momento hasta que reaccionó con un sollozo—. Mamá, ¿qué os ha ocurrido? —preguntó desesperada.
—Algo extraño está ocurriendo —respondió. Andrina frunció el ceño—. Creo que tú también lo has sufrido con tu hermano. Tu padre también está en el médico, no es tan grave, pero si está en revisión. E-Estoy...
—Por ello dejaste que vinieran Andrea y Anais, ¿no? —preguntó Andrina—. Papá, ¿está bien?
—Siento que cuando le miro no me reconoce, solo me mira con tristeza y luego cierra los ojos. Y-Yo...
—Mamá...
—Lo siento tanto por todo, Andrina.
Andrina expulsó el aire por unos segundos mientras soltaba las últimas lágrimas de su rostro. Esta situación no solo había ocurrido en Cataluña, sino que también en Galicia. Volvió a respirar y trató de tranquilizar a su madre como mejor pudo, pero era muy difícil ya que ambas lloraban. Le pidió que cuidara de su padre, que ella estaría bien con Andrea y Anais. Su madre solo repetía las mismas disculpas, sentía un gran dolor cuando no era culpable de nada.
Todo era extraño.
—Lo siento tanto Andrina —se disculpó una vez más Elena—. Soy culpable de todo, no os debí dejar solos en ese momento.
—Mamá no es tu culpa, nada de esto es tu culpa. Son cosas que pasan.
Trató de darle una explicación, aunque para ella no tenía mucho sentido lo que había dicho.
—N-No lo es. No lo es —susurró por lo bajo, aunque Andrina logró escucharlo.
Tras un largo rato, por fin lograron calmarse. Su madre le dijo que cuando estuviera todo bien irían a buscarlos, pero Andrina se negó ya que las hermanas estaban aquí y confiaba en ellas plenamente.
Al terminar la conversación, Andrina dejó el móvil a un lado y cerró sus ojos para ver por un momento una realidad que estaba acostumbrada ver en sus sueños. Aquella aparición tan espontánea la sorprendió. Era como si por un momento miles de parpadeos propios de la pantalla de un ordenador destrozado aparecían sin permiso, colores distintos, corrompiendo todo hasta llegar a ella y agarrar sus manos.
Por extraño que pareciera, esto consiguió el sueño que tanto necesitaba.
Cansancio, pero persistía. Negatividad se complicaba con ideas que tenía y las ejecutaba. Había sido capaz de recorrer una parte del planeta para obtener varios materiales que los usó para construir un robot inteligente, pero no solo eso, pudo aplicar propiedades de una raza robótica de otro planeta gracias a un dios que pudo conocer por poco tiempo.
Eso sí. No le hacía mucha ilusión conocer a alguien tan desquiciado e insensible como ese dios.
—Ah —bufó con cansancio. Se sentó en el suelo mientras miraba su creación con orgullo, sonrió y cerró sus ojos—. Aunque odie reconocerlo, esa diosa me ayudó a conocer varias cosas y personas muy inteligentes. Uhg.
Se mareó, dejó las herramientas a un lado y se tumbó en el suelo para relajar el dolor.
Miró al robot y luego la hora que tenía en su muñeca. En cuestión de horas había conseguido aprender varios conocimientos que la tierra poseía y esto le era muy curioso. Siempre lo despreció por ser el último en ser un código, aparte de los seres que lo poblaban.
Aunque no era la única, desde que renació, siempre había oído de la boca de esa diosa como odiaba la tierra. Incluso decía que algún día sería destruido bajo sus manos. Nunca comprendió su odio, tampoco entendía como de ese planeta, pudieron surgir supuestos dioses que vivían en otros lados.
—No es algo que deba importarte demasiado. —Recordó su voz, generándole escalofríos en toda su espalda—. Quédate con su apariencia y su nombre, porque si la veo, lo disfrutaré controlándola de nuevo.
Cubrió su cabeza y respiró con dificultad. Estuvo así durante unos largos minutos hasta que al final quitó las manos.
—Christel —murmuró Negatividad, apretando sus labios—. Quiere ir a por ella. Quiere hacer mil cosas, y luego destruirlo todo como loca.
Movió su cabeza hacia un lado y soltó un suspiro. Al menos se sentía, ¿segura? Era lo que creía cuando Úrsula le había dicho claramente que este planeta era el que más desapercibido podía pasar.
—Porque nadie se fija en los planetas desechos.
Se mantuvo tumbada en el suelo musgoso. No sabía cómo había encontrado un lugar subterráneo como este, aunque admitía que esas tuberías apestaban demasiado, pero se había costumbrado en el poco tiempo que había estado ahí creando a su compañero. Le quedaba aun bastante, pero algo era algo.
—Si no tengo ninguna ayuda, al menos le tengo a él —murmuró Negatividad, girando la cabeza a otro lado—, pero viendo la situación, me temo que ellos, siendo afectados por esto, tendrán que ayudarme... Egoista, pero es que les estoy en parte avisando de un problema mayor.
Fue ahí cuando recordó a Andrina. Le sorprendía cómo logró ponerse seria de golpe y aceptar la situación sin ni si quiera pensar dos veces. No contó con esa decisión porque no estaba bien físicamente ni mentalmente. Acababa de escuchar que sus padres estaban también en el hospital y por alguna razón lo asoció con las anomalías cuando a lo mejor pudo ser un simple accidente de trabajo.
Pero a estas alturas Negatividad no podía creerse que fue una simple casualidad. Aparte, había visto algo curioso en ella.
—Cuando las anomalías la atacaron, no la hicieron tanto daño. Creo... que vi un tipo de escudo protegerla —murmuró, soltando otro suspiro para luego mirar a otro lado.
De tanto pensar, recordó a Kamico, le preocupaba su salud porque había recibido muchísimo daño a diferencia de Andrina. Le daba tantas vueltas al asunto que, frustrada, se levantó del suelo y se fue al hospital.
Tardó un rato en llegar porque decidió darle una visita rápida a Andrina, viendo cómo descansaba con algunas lágrimas en sus ojos mientras temblaba de frío porque las sábanas no eran muy cálidas.
—Si por mi fuera, no habría venido aquí, pero no me quedaba otra opción, las diosas no se fijarían en este planeta tan odiado por su retraso en ser un código.
Dejó de mirarla y se marchó para buscar a Kamico. Allí lo vería con varios aparatos a su alrededor que le mantenían con vida, al menos no era tan grave como antes.
Vio un poco más de cerca. No se inmutaba ante los toques que hacía en su hombro derecho. Luego miró el corazón, pero no se atrevió a tocarlo, solo vio las posibilidades de mejorarlo. Hasta que una idea peligrosa se cruzó en su cabeza.
—Máquinas... puede ser una opción.
Miró de nuevo a Kamico y empezó a medir todo su cuerpo, más en específico su brazo y hombro derecho, se aseguró de sus medidas y al acabar lo miró con esperanza.
—Puede que sea una opción arriesgada, pero confío en que puede funcionar —susurró, mirando sus manos—. Estuvimos en Roboie un tiempo, lo suficiente para aprender lo que había ahí. Si lo aplico, capaz pueda hacer algo. Al menos temporal.
Volvió a su pequeña base subterránea, en las cañerías que había por la ciudad para empezar a trabajar sus proyectos. El Tiempo importaba.
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