Capítulo trece: Que haya paz
Valiente es al decirlo, pero no lo suficiente para repetirlo.
Si la primera vez ya le parecía impresionante el sitio, una segunda vez hacía que se quedara atenta a todos los detalles que veía mientras avanzaba. Intentaba no retrasarlos, pero era complicado ante el camino de pétalos rosas que indicaban un lugar del que desconocía por completo. Por suerte, Adelfra les decía todo lo que sabía, ya que estaba dentro del cuerpo.
—La idea era que este planeta fuera todo naturaleza, pero no funcionó del todo cuando aparecieron los Iruins —explicó, sin importarle el hecho de que Andrina mirara cada árbol de distinto color que había a su alrededor. Lo único que le pedía era que no lo los tocara—. Como tal, el bosque se divide en secciones para cada uno de los Scursins que poseen un poder o varios. En mi caso, al tener todos, puedo estar viviendo en las diversas secciones.
—¿Secciones? ¿Cómo es eso? —preguntó Renic.
—Sí. Digamos que por ejemplo hay zonas que son más frías que otras o más cálidas. Por ejemplo, en donde aparecisteis vosotros, era el Bosque de la Claridad. Ahí suelen predominar los lagos, ríos y los árboles tienen unas hojas que parecen ser agua. El Sol se adentra en la zona, pero no aporta apenas calor. En ese sitio suele ser muy común ver a los Scursins que dominan ese elemento y que cuidan a los animales marinos.
—Es extraño, nosotros no vimos ningún lago cerca —murmuró Renic.
—Porque estabais cerca de la entrada, no dentro como tal. Vosotros estabais más por los caminos de los Bosques Mezclados. La variedad es presente y puedes ver árboles de un tipo u otro.
Renic se quedó en silencio. En su pantalla aparecía un lápiz que apuntaba en una libreta.
—¿Qué más zonas hay? —preguntó Andrina esta vez.
—Están los Bosques Áridos. Estos como su nombre indica, son los más cálidos. La naturaleza en si se adapta a ese calor y aparecen generalmente frutas que tienen un sabor de-li-cio-so —remarcó Adelfra con una sonrisa—. Es uno de mis sitios favoritos cuando no tengo ninguna tarea pendiente. Suelo incluso ofrecerles esas frutas a los animales que la gran parte del tiempo suelen estar tumbados en el suelo o agarrados en los árboles. Oh, también hay demasiado insectos.
—A Kamico no le gustaría ese sitio —murmuró Andrina con una leve risa—. ¿Qué más hay?
—Faltan los Bosques en Movimiento y los Bosques Naturales. El primero es conocido por sus colores blancos y grises. El viento ahí siempre es presente y para cualquiera que no esté acostumbrado puede... incluso salir volando. Al menos en los Scursins que no saben aun volar. Ahí, obviamente hay varias aves de un tamaño considerable y es muy normal ver en los árboles muchos nidos o agujeros en los troncos. Los Bosques Naturales no tiene misterio. Es el más tranquilo y normal de todos donde suelen estar todos los animales y donde nos reunimos todos los Scursins cuando es necesario.
—Intuyo que ahí es donde iremos —comentó Renic.
Adelfra afirmó.
—Ahí tengo intención de reunirme con Pyschotria, pero no sé como irá. Es una mujer un tanto impulsiva y no suele hacer caso a lo que le dicen a no ser que sea para apoyar sus ideas o admirarla —explicó Adelfra con cierta incomodidad.
—Qué fastidio. Gente así es de lo peor —murmuró Andrina, poniendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Lo es, pero también entiendo que lo sea en este momento por el reconocimiento que ha conseguido al derrocar dos de las ciudades de los Iruins. La ven como una heroína, y a mi... como un fastidio —murmuró, soltando un leve suspiro.
—¿Por qué?
—Mis ideas pacifistas no funcionaron del todo. En su momento mi idea era hablarlo todo y mantener un acuerdo. No podemos dejar que todo esto que hemos creado por años se eche a perder. Vivimos de ello, ¿entiendes?
—Tiene sentido si habéis vivido aquí durante miles de años —supuso Andrina, poniendo la mano en su barbilla.
—Por ello mismo quería hablar con calma, pero de poco sirvió. Los Iruins se escudaban en que era necesario y prometieron en hacer las cosas bien. No fue así y los llevó a ese resultado.
Andrina tragó un poco en seco. ¿Cómo habría sido si en su mundo hubieran estado los Scursins? Según comprendió en los libros de Historia, las civilizaciones solían ser muy agresivas y poco comprensivas.
Aunque ahora que lo pensaba, los Scursins eran espíritus. Algo que no se le podía pegar.
—¿Cuál es tu estrategia para convencerla, señorita Adelfra? —preguntó Renic con interés.
—Llevaros a estos bosques será una forma de llamar su atención. Pyschotria vendrá de inmediato y entonces le hablaré sobre todo lo ocurrido. Mi propuesta será simple. Ahora que están débiles, podemos hacer una alianza donde nosotros tengamos una ventaja más asegurada. Esto tendrá que considerarlo, porque a ella le encanta regodearse de sus victorias —explicó Adelfra con una sonrisa confiada.
—¿Y si no fuera así? —preguntó esta vez Andrina.
—Le diré el peligro en el que estamos metidos con esas dos diosas. Ahí tendrá que pensar bien sus opciones.
El camino por el que caminaban pronto cambió a una tierra entre húmeda y seca. Andrina iba con cuidado de no pisar los charcos para no mancharse, sintiendo el frío en su piel una vez más, pero no era tanto como la anterior vez que llegó. Cuando el camino ya era cada vez más seco, miró hacia las grandiosas flores que superaban su altura. No le extrañaba que estos seres quisieran proteger unos bosques tan grandes y hermosos.
Siguieron adelante con la caminata, aunque hubo un momento en el que Adelfra movió la mano de Andrina. Este gesto la tomó por sorpresa.
—Los fangos de esta zona son bastante mal olientes —aclaró Adelfra—. Te recomiendo cubrirte la nariz y boca.
—Pero no podré respirar —respondió Andrina.
—No te preocupes, no será por mucho tiempo.
Andrina hizo caso, cubriendo su boca y nariz. Avanzó a paso más ligero para ver desde de la lejanía como una parte de los árboles no cubría el sol con sus hojas. Era un perímetro que estaba al descubierto, siendo una zona circular que parecía ser un punto de reunión.
Una vez ahí, Andrina pudor espirar de vuelta y ver como Adelfra salía de su cuerpo. Vieron como le pedía silencio con sus gestos, comprendiendo sus indicaciones. Andrina en todo momento se quedó al lado de Renic, vigilando su alrededor hasta que empezaron a ver sombras a su alrededor.
—Parece que han llegado —susurró Andrina, agarrando el brazo de Renic.
—Quédese a mi lado y no se acerque a ninguno de esos Scursins solo por si acaso —contestó Renic en el mismo tono.
Andrina aceptó, para luego ver como poco a poco iban acercándose a Adelfra, quien estaba en el centro del lugar. Se podría considerar como un tipo de plaza natural donde los diversos árboles que mencionó eran presentes al igual que los diversos Scursins de vestimentas similares a los kimonos, pero de colores muy distintos.
Muchos de ellos poseían unos rostros muy distintos. Podían no tener ojos o tener solo uno o más. Carecer de nariz, boca, orejas o tener unos brazos más largos o gruesos. Cada uno de ellos parecía tener un cuerpo distinto que era común dependiendo de que tipo era.
Entre todos los presentes, una Scursin logró captar la atención, incluso dejaron paso para que se acercara a Adelfra.
Andrina intuyó que era Pyschotria por el cabello rojizo que poseía. Tenía solo un ojo, y era escalofriante como este parecía ser las llamas propias de un desastre que no le importaba crear. Su vestimenta era como la de Adelfra, pero de colores rojos y naranjas.
«Ya entiendo por qué se le podía hacer más complicado hablar con ella».
Así pues, empezó una conversación en la que Andrina no pudo comprender nada de lo que hablaban, aunque al menos veía la forma de expresarse que tenían corporalmente. En todo momento Pyschotria no paraba de hablarle en alto y se movía con gestos bruscos, incluso señalándola como si le recriminara algo. Adelfra en cambio se mantenía muy serena.
—Tendría que haber aprendido algo de su idioma —susurró Andrina en arrepentimiento.
—No se culpe, Andrina. Aprender un idioma nuevo no es fácil, menos si es de otro planeta —respondió Renic.
—C-Cierto...
Por un momento, vio como Pyschotria parecía estar mirándolos. Se fijó en Renic por unos segundos, pero luego miró con más detenimiento a Andrina, mostrando un rostro lleno de desconfianza. Tras eso, miró hacia Adelfra para soltar un suspiro.
—Tú, niñata.
Andrina dio un pequeño salto en el sitio y luego se señaló.
—No te hagas la estúpida, claro que te estoy hablando a ti —contestó Pyschotria. A su lado Adelfra la miró con un rostro algo cansado—. ¿Es cierto lo que dice Adelfra?
—¿S-S-Sobre qué?
Pyschotria soltó una risa, cruzando sus brazos.
—Oh, sí. Veo que son muy valientes, ¿eh, Adelfra? No se te da bien mentir —contestó Pyschotria.
—Estoy confundida, no asustada, y te hice una pregunta, estaría bien que me aclaras un poco las cosas —contestó Andrina, frunciendo el ceño.
Pyschotria se acercó a ella para mirarla con una clara molestia. Andrina le parecía incómodo mirar hacia un solo ojo como si fuera un ciclope que veía solo en los libros.
—A mi me tienes un respeto, basura contaminante —aclaró Pyschotria—. Yo no tengo porqué tener una alianza con gente que no comprende como funcionan los bosques. Manchan y hieren a la Naturaleza sin tener ni una pizca de consciencia. Gente como tú me da asco.
Andrina bajó un poco la mirada para afirmar a desgana.
—bien. Ahora dime, basura. ¿Es cierto lo que dijo Adelfra?
—No entiendo vuestro idioma. ¿Podrías explicarme que te dijo en concreto? —preguntó Andrina, conteniendo sus ganas de contestar de mala manera.
Pyschotria se rio de nuevo, pero sin separarse.
—Dijo que los Iruins quieren una alianza, ¿eso es cierto?
Andrina miró un poco hacia Adelfra. Veía como la observaba con unas pequeñas gotas cristalinas que caían al suelo. Afirmó con su cabeza cuando dirigió la mirada a Pyschotria.
—Bien. ¿Y es cierto que también hay una anomalía aliada con vosotras?
—Sí.
—¿Y que posiblemente dos diosas quieran destruir nuestro hogar?
—Y el de todos —añadió Andrina.
Pyschotria chasqueó la lengua para luego alejarse. Miró hacia Adelfra, hablándole en un idioma que Andrina no comprendió, para luego recibir una mirada llena de asco.
—No me gustan los seres como vosotros. Os creéis superiores por el mero hecho de crear esas ciudades sin pedirle permiso a la Naturaleza. No tendría ni porqué daros mi ayuda, ni si quiera una alianza —contestó, mirando hacia Andrina para analizarla de arriba abajo con una clara desconfianza—, pero tampoco quiero que unas diosas controlen todo y destrocen esta naturaleza y la de todos los planetas.
Andrina soltó un leve suspiro. Al menos era capaz de comprender la situación.
—Eso no significa que haya aceptado. —Señaló a Andrina—. Los Iruins no habn hablado con nosotros para ver que tienen en mente. Siendo así de estúpidos, pedirán un intercambio que sea "justo".
—Debes comprender que de la naturaleza muchos de estos materiales son necesarios —aclaró Andrina.
—Oh, no me vengas con tus excusas baratas. Eres un maldito humano. Un ser de la tierra. ¿Acaso creéis que no he visto vuestra asquerosa contaminación? —preguntó, acercándose un poco a ella—. Al menos, lo curioso de ti es que no veo que esa parte contaminante te haya afectado, a diferencia del robot que tienes al lado.
Andrina alzó la ceja.
—¿A qué te refieres?
—Químicos, claramente, y dentro de tu cuerpo.
—Ah... Eso es porque nunca he tenido la necesidad de tomar medicamentos. Nunca me he enfermado.
—Eso me he dado cuenta —murmuró Pyschotria, acercando su mano derecha—. Acercarme ya para muchos es angustiante, no por nada tu amigo robot no ha dicho nada durante minutos.
Andrina giró de inmediato su cabeza para ver como Renic tenía una rueda de carga en su pantalla. Abrió los ojos en demasía y tragó en seco.
—Deja de crear ese calor, le estás sobrecalentando.
—Es un robot. Por mi como si se muere aquí.
Aquellas palabras hicieron que Andrina quisiera apartar a Pyschotria, pero frenó sus acciones al saber que era un espíritu. Por ello mismo agarró la mano de Renic para moverle y apartarla de ella. Pyschotria solo pudo soltar una leve risa.
—Escúchame bien, Pyschotria. Habrás hecho algo bueno por los tuyos, pero no siempre te va a servir esa baza cuando buscamos una alianza —aseguró Andrina, acercándose a ella sin temor.
—Ya. ¿Hablas por los Iruins? ¿Acaso los conoces? ¿O empatizas porque después de todo sois la misma basura? —preguntó, cruzando sus brazos.
—No puedes culpar a todos de algo que ha sido inevitable.
—Pero si conscientes.
—Es evolución.
—Y da asco.
Andrina soltó un gruñido de frustración. Miró hacia Adelfra, buscando algún tipo de apoyo, pero las cosas no eran tan fáciles si estaba con la mirada apuntando al suelo con arrepentimiento, y no solo eso, los demás Scursins miraban a Andrina con molestia.
—¿Y no puede haber una solución a esa contaminación? —preguntó Andrina, mirando hacia Pyschotria.
—Ah, sorpréndeme. ¿Cuál?
Adelfra abrió los ojos por un momento, y a punto de hablar, Pyschotria se giró.
—No, Adelfra. Quiero ver si esta estúpida puede saber que solución puede dar sin mencionarme nada sobre la terminología —se burló Pyschotria.
Andrina frunció el ceño para luego cruzar sus brazos.
—mi planeta puede que sea un desastre ante todo lo que está ocurriendo. Somos miles de millones de personas y no es que sea precisamente fácil controlar sus acciones, menos en aquellos que tienen un gran poder en sus manos. Yo, no soy nada más que un civil, como los miles que aun conscientes de esto, tratan de hacer algo.
Pyschotria la miró con interés para luego cruzar sus brazos.
—Soluciones mínimas para algo tan grave. ¿Y porqué no destrozáis esas máquinas?
—No todo se soluciona con guerras. Hay pérdidas.
—No siempre es perder gente.
—Puede que tú supieras actuar con estrategia, pero no todos lo hacen. Sin ir más lejos las anomalías lo hicieron.
—Irónico que os aliarais con una.
—Esta se cansó de estar con los errores.
Pyschotria abrió su ojo con asombro para luego mirar a Adelfra. Conversó con ella, como si le recriminara algo que no le había mencionado. De mientras, Andrina sintió un horrible escalofrío en su espalda, girando hacia su izquierda, como si por un momento sintiera culpa, pero dejó de tenerla cuando miró hacia Renic. Se había recuperado.
—¿Qué ha pasado? Mis sistemas se calentaron sin previo aviso —preguntó Renic con varias interrogantes en su rostro.
—Pyschotria lo hizo a posta. Te alejé de ella y tuve una discusión —explicó Andrina.
En la pantalla de Renic aparecieron varias exclamaciones.
—¿Se encuentra bien, Andrina?
—Sí, aunque aun no ha terminado la conversación.
Se giró para ver como Pyschotria estaba con una mano en su mentón. Escuchaba las palabras que Adelfra le decía en su idioma. Al final, Pyschotria soltó un largo suspiro de resginación para mirar a Andrina. De arriba abajo. Sin escapar ni un solo detalle.
—De acuerdo, niñata. Daré un tronco a torcer y hablaré con ellos.
Tal noticia hizo que Andrina abriera los ojos en demasía, viendo como Pyschotria se acercaba.
—Y la solución que tenía, era mediante los documentos, aunque claro. Vosotros sois solo un planeta desecho. Rezar para que seáis un código y vuestro planeta no se vaya a la basura —contestó con desprecio, pasando a un lado.
Andrina la miró con el ceño fruncido, pero no por mucho tiempo cuando Adelfra entró en su cuerpo.
—Eso ha sido muy intenso. No sé como has podido aguantar el calor que emitía, muchos de los Scursins lo estaban pasando mal —admitió Adelfra.
—¿Calor? —preguntó Andrina—. Yo... no sentí nada.
—Pues los humanos os adaptáis muy bien al calor. Eso es genial apra gente como ella —comentó Adelfra con alivio—. Ahora tenemos que ir con ella. Algunos de los Scursins la seguirán, pero es necesario que vayamos con ella porque sino hará algo indebido.
—Entiendo —susurró Andrina, aun con la confusión presente en su rostro—. ¿Q-Qué es eso de los documentos?
—Oh. Ya te lo explicaré, es algo muy útil, pero a la vez demasiado peligroso. No es que sea fácil de conseguir tampoco. Tanto nosotros como los Iruins les es imposible alcanzarlos —explicó Adelfra con ilusión para luego mirar a Renic—. Capaz esto también te importe, robotito.
Renic afirmó con su cabeza para seguirlas. Durante su caminata, no pararían de conversar, aunque en el tono más bajo posible por como Pyschotria los miraba de reojo con una clara molestia.
En Irinua no iban del todo bien las cosas, mejor dicho, no iban nada bien. Desde el momento que 35 intentó hablar con ellos, fueron acorralados por los soldados. Ataron sus muñecas con lo que parecían unos grilletes magnéticos de los cuales un gesto en falso generaba una descarga eléctrica.
Esto ya sacó de las casillas a Andrea, deseaba hacer algo al respecto, pero tenía claro que un movimiento en falso, iba a acabar en problemas, más teniendo ella la anomalía en su interior.
«Espero que este plan funcione», fue lo único que pidió Anais mientras avanzaban.
Acercarse a la plaza central de Irinua fue incómodo para Anais. Veía los rostros de los diversos Iruns junto a varios soldados que impedían acercarse a ellos. En todo momento trató de tranquilizarse, pero no era fácil ante sus aspectos y la ciudad que la rodeaba.
Lo comparaba, en cierta medida, como Lugo. Sabía bien que su hogar actual no tenía mucho que ver por donde estaba, pero el diseño antiguo era presente en los edificios junto a las calles estrechas, aunque en este caso, la extensa plaza en donde estaba era como si por un momento estuviera en la plaza donde estaba el ayuntamiento.
Los colores, eso sí, les era un poco tristes, y más ante los daños que habían sufrido. Aunque el sol iluminara la ciudad durante horas, no lograría darle la esperanza que necesitaban hasta que consiguieran su objetivo.
Y Anais temía que su objetivo fuera una guerra innecesaria.
Pronto terminó la caminata cuando vieron un edificio de base circular y estructura circular. Este era el que más destacaba ya no solo por el diseño sino por el tamaño. Dentro, se podía ver como había tres sujetos esperando en la planta principal.
—Parece que han querido venir por las buenas —supuso el que se encontraba en el medio y enfrente a diferencia de los demás.
—Líder de Irinua, pido su comprensión. No deseamos ningún mal, sino hablar las cosas como Iruins civilizados.
El líder en cuestión era el más alto de los tres y su rostro era similar al de los otros dos que permanecían en silencio. Parecían ser hermanos gemelos. Vestían la misma ropa elegante similar a un militar, pero cada uno de un color distinto.
—Hablar era algo que estaba en mis planes, aunque cualquier gesto en falso será castigado de inmediato.
Anais sin querer miró a su hermana. Andrea se dio cuenta de que estaba siendo vigilada.
—Está bien —susurró Andrea a desgana.
Siguieron a los tres líderes. No se irían demasiado lejos, solo sería bajar por las escaleras. Hecho esto, entraron por una gran sala que parecía ser como un salón de actos, pero esta era tan grande que su voz podía resonar como si fuera el interior de una iglesia, con unos asientos elegantes recubiertos de una tela rojiza.
Al entrar todos, las puertas se cerraron detrás suya. Los líderes se separaron un poco de ellos para mirarlos.
—Bien. Creo que lo más conveniente ahora sería presentarnos —habló el líder de Irinua—. Aunque tenemos claro que no sois de aquí.
Anais respiró hondo y dio un paso enfrente.
—Nosotras dos somos de la tierra. Mi nombre es Anais, ella es mi hermana mayor, Andrea.
—No estabais solo vosotras. Erais más.
—En efecto. Habían dos hermanos. Kamico y Andrina. También de la tierra. Luego un robot, Renic, creado en la tierra. Por último, Negatividad, ella...
—No sabemos bien que es —intervino Andrea, viendo como los líderes se sorprendían por sus palabras—. ¿Podremos saber quienes son?
Se miraron desconcertados por unos segundos para al final responder.
—Líder 96. Soy el que mantiene bajo control la ciudad que sigue aun en pie, Irinua —habló el que tenía las vestimentas azules.
—Líder 95. Era el que mantenía bajo control la ciudad Eirinua —continuó el de las vestimentas más rojizas.
—Líder 94. Era el que mantenía bajo control la primera ciudad. Uirinua —terminó el de las ropas más verdosas.
Andrea miró a su hermana de reojo para alzar la ceja. Anais solo subió los hombros.
«No preguntes porque tiene que ser de menor a menor o porqué esos nombres. Es otro planeta», quería decirle, pero no era lo más conveniente en esta situación.
—Dichas las presentaciones, vayamos a lo que realmente importa —habló 96 con seriedad—. Vuestra intervención ha causado un revuelto importante, y más ahora que estáis aquí. Tenéis suerte que no hayamos acabado con vuestras vidas. —Miró a Andrea—. Con su vida.
Andrea chasqueó la lengua. Anais cerró los ojos rezando de que no entendiera y malinterpretara las actitudes de su hermana.
—Sé que ha causado revuelo y más al ser una anomalía, pero venimos aquí para hablar de un tema importante, uno que no os pondrá en peligro —explicó 35.
—¿Una anomalía? ¡Eran dos! —contestó 94.
—Calma, 94 —pidió 96 para luego mirarlos—. Cierto era que había dos anomalías.
—Negatividad no es una anomalía, aunque sus rasgos son similares a uno —aclaró 35 con firmeza—. He estado al lado suya. No es una anomalía.
Los líderes se miraron de reojo para afirmar con lentitud.
—Digamos que te creemos. ¿Qué dices de la chica llamada Andrea?
—Ah, yo si tengo una anomalía —respondió Andrea sin tapujos.
Anais quería golpear su cara. Los líderes observaron a Andrea con asombro.
—Veo que careces...
—Lo siento, es que no soy alguien paciente y más ante todo lo ocurrido —interrumpió Andrea, moviendo la cabeza de un lado a otro ya que no podía mover sus brazos—. Soy muy clara, bruta y honesta. Un gusto. El caso es que si estamos aquí es para hablar de temas que son importantes como lo ocurrido con los Scursins y con que posiblemente tengamos un problema mayor con dos diosas que van a querer controlarlo todo.
Anais soltó un largo suspiro agachando la cabeza. 35 no supo bien que decir.
—Veo que nunca has hablado con alguien de alto cargo —supuso 96 con paciencia.
—No, no pude conocer a un presidente, rey o un militar. Puedes decirme lo que quieras, pero no tengo paciencia, menos si me tomáis como una amenaza cuando vosotros fuisteis los que me atacasteis. Ajá, tengo una anomalía, pero he hablado con esta.
—¿Hablar con ella? Las anomalías de normal no atienden a razones —intervino 95 con cierta molestia.
—De hecho, suelen destrozar y matar todo lo que ven —añadió 94.
—Pues esta se ha cansado y ha pedido una alianza conmigo. Yo he aceptado.
El silencio en la sala fue abrumador ante esas palabras que rebotaron en la sala. Anais veía las reacciones de los líderes. 94 estaba con los labios apretados y los ojos bien abiertos. 95 tenía el ceño fruncido y parecía apretar sus dientes junto sus puños. 96 era el que más calmado se mantenía, mirando a Andrea con interés.
—Se lo diré claro, señorita Andrea. —Ante esa cordialidad, Andrea movió la cabeza con cansancio. Anais sabía que odiaba esas actitudes formales—. Una anomalía no se alía con nadie más que con las suyas.
—Sí, y sé que soy la única que ha conseguido eso y que son destructivas, pero esta, repito, se ha cansado.
96 observó de arriba abajo a Andrea para al final soltar un breve suspiro.
—Quiero verla.
Los demás presentes en la sala se alteraron y desearon decirle algo al respecto. Andrea tenía el ceño fruncido, a diferencia de los demás que la observaban con angustia. Anais no dudó en aprovechar ese pequeño pánico para hablarla en un susurro.
—Vigila tus palabras. Es como si hablaras con el rey de España. Ten eso en cuenta —le aclaró.
Andrea rodeó sus ojos para al afirmar con su cabeza.
—Quiero ver a la anomalía, sé que es arriesgado por cómo podría atacarme ahora, pero confío en que las palabras de Andrea sean ciertas —aclaró 96 cuando las palabras de sus hermanos disminuyeron—. Si miente, ejecutarla de inmediato junto a los demás.
«¡Por dios! Esto va a salir fatal, esto va a ser...»
Anais sentía que todo era un desastre en su interior. Se lo imaginaba como una gran biblioteca organizado alfabéticamente, pero en situaciones como esta, era como si se lo tiraran todo al suelo. Por ello mismo no sabía donde mirar ni que hacer.
Hasta que vio en el hombro de Andrea la anomalía.
Era... hasta adorable, ¿en cierta medida?
Los presentes no dejaron de quitarle ojo, y era normal ante ese aspecto tan inusual. Entre una masa líquida y solida de colores negros del cual solo sus ojos eran de color blanco. Desprendía un hedor incómodo que obligó a Anais echarse un poco atrás, al igual que 35 y los líderes.
—Bien, anomalía.
—Se llama Solace —aclaró Andrea. 96 alzó la ceja ante esas palabras—. No voy a llamarla anomalía, me parece incómodo.
—Es el nombre que se merece ser llamado —aclaró 96, mirando a Solace—. Una asquerosa y despreciable anomalía.
—Y ahí vamos —susurró Solace, escondiéndose un poco en el hombro de Andrea—. ¿Vas a insultarme sin parar o vas a escuchar?
—Seres como vosotros no merecen respeto alguno ante los desastres hechos en los códigos 006, 008 y varios más que posiblemente hayáis hechos en las diversas galaxias lejanas.
«¿¡Hay más galaxias?!», se preguntó Anais con asombro.
—Sí, en parte no te culpo de ello. Hemos hecho actos que son imperdonables —admitió Solace.
—Deberías estar muerto, aun si supuestamente renacéis infinitamente.
Tanto Andrea como Anais abrieron los ojos en demasía ante esa información. Soalce soltó un largo suspiro.
—No sé si he renacido, pero sí puedo decir que como tal sé que hemos hecho actos atroces —admitió Solace.
«¿Sabes que habéis hecho cosas mal, pero no que habéis renacido? ¿Cómo es posible eso?»
—¿Qué ganas con estar con esta chica humana? ¿Una forma de cubrirte de los peligros? ¿una forma de hacerla daño a futuro?
—Una forma de saber la verdad de una vez porque el bando en el que estoy no me ha demostrado nada —aclaró Solace con severidad.
96 le miró por encima del hombro, cruzando sus brazos.
—Explícate.
Solace se quedó en silencio unos pocos segundos para al final suspirar.
—Creo que muchos de aquí conocen un poco sobre las anomalías. Seres que supuestamente no tienen consciencia la mayoría de ellas, y si bien es así, otras tienen claro lo que ocurre y deben de hacer. Yo, en mi caso, nací con consciencia, me dijeron que hacer al igual que a todas, pero... no quise hacerlo —aclaró Solace.
Andrea la miraba con una clara confusión en su rostro. 35 le miraba con asombro, al igual que los líderes.
—¿Te revelas ante aquel que tanto veneráis y queréis ver renacer?
Solace miró hacia la derecha, cerrando sus ojos con fuerza.
—S-Sí.
—Bien. Dame un momento, por favor.
Se reunió con los hermanos para hablar con ellos en un susurro que Andrea intentó escuchar, pero no pudo al hablar en otro idioma que no comprendió. Soltó un largo suspiro de resignación. Anais en ese entonces se habría acercado para ver un poco más de cerca a Solace, quien la miró de reojo.
—Contigo debería disculparme —murmuró Solace, mirándola con angustia—, pero lo que vi a tu alrededor me asustó demasiado que te consideré una amenaza.
Anais abrió los ojos en demasía.
«¿Acaso vio ese brillo azul?», se preguntó, tragando con cierta dificultad.
—E-Está bien, Solace, aunque estaría bien que aclararas un poco lo que ha apsado. No comprendemos por qué reaccionan así.
Solace se quedó en silencio por unos segundos. Su mirada se bajó hasta que al final negó con su cabeza.
—Lo siento... tengo miedo.
Y se escondió en el hombro de Andrea, dejando a los presentes con la duda.
—Hombre, no me jodas. ¿En serio de escondes? —preguntó Andrea, frunciendo el ceño.
—Andrea...
—¡Es que justo se va cuando tenemos las dudas!
—Ya, pero intenta ser compresiva —pidió Anais.
Andrea soltó un largo gruñido de cansancio para después afirmar. Anais sonrió con cierta calma, pero sin olvidar las palabras de 96.
«" ¿Te revelas ante aquel que tanto veneráis y queréis ver renacer?" Suena como... alguien muy poderoso».
Pronto vieron como los líderes se acercaron. 96 fue el que se mantuvo enfrente, mirando a todos para aclarar un poco su voz.
—Admito que es un caso bastante inusual y que una anomalía diga tales palabras no pasa para anda desapercibido. Es un cambio, uno que no se pasa desapercibido —habló 96 para luego mirar a 35—. Y creo que este no es el único que tenéis que decirme, ¿no?
35 vio la oportunidad de oro para explicar todo lo sucedido y con ello la alianza con las Scursins. El rostro de disgusto se vio en los demás líderes, pero 96 se mostraba atento e interesado. Al final, con la mano en la barbilla, pensó todo lo que se había dicho para al final sonreír con calma.
—Podría considerar la opción. En Eirinua sería la reunión, ¿no?
—Así es, líder 96.
El mencionado miró a sus hermanos, viendo como sus rostros no eran del todo tranquilos, pero parecían estar dispuestos a al menos escuchar. 96 se giró, apra luego ver a las dos jóvenes humanas.
—Bien. Iremos, pero vosotros estaréis presentes.
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