Capítulo once: Código #001

Lo diré de nuevo. No les culpo. ¿Sabes? Hasta es interesante.

El encuentro con 35 parecía ir bien. Andrina descubrió varios detalles sobre él y su ciudad. Como tal, el nombre que poseía era Irinua, aunque no era la primera ciudad ni mucho menos, sino la tercera y la única superviviente a los ataques recibidos con el paso de los años.

—En su momento las ciudades brillaban como nunca y habíamos aparecido antes de que Suqueia fuera un código. Todo empezó a ir bien hasta que... nuestro líder 96 decidió hacer las cosas un poco mal, aunque todos digan que era lo correcto —explicó 35.

—¿A qué se refiere?

—A que no hablamos con las Scursins cuando nos dimos cuenta que tocar su territorio no era una buena idea. Iniciamos, sin querer, una guerra que nos afectó bastante —respondió con cierta angustia.

«E-Eso por desgracia es cierto —confirmó Adelfra, provocando que Andrina abriera los ojos en demasía—, aunque yo no estaba de acuerdo con actuar de esta forma».

—Fue una guerra en la que no hubo caídos. Los Scursins atacaron donde más dolía. Los recursos y las ciudades. Como tal nos sorprendió que no fueran violentos contra nosotros, pero sí muy inteligentes en cuanto que era la mayor debilidad. 97 trató de frenar el fuego, pero no funcionó del todo cuando... aparecieron las anomalías.

—¿Las anomalías atacaron? —preguntó Renic.

—A ambos lados. Hicieron un gran destrozo que afectó a la gente principalmente, mientras que muchos de los Scursins murieron junto a los animales que hay ocultos y que ellos mismos cuidan. Fue una situación horrible, aunque en parte se solucionó a una ayuda inusual —explicó 35, rascando la cabeza.

—¿Cuál ayuda? —preguntó Andrina con interés.

—Una diosa... creo —murmuró dudoso para luego soltar un largo suspiro—. Eh. Siendo honesto, quien os puede detallar mejor al respecto es en los libros que aun se conservan en la gran biblioteca. Yo como tal no pude saber bien que ocurría porque gran parte del tiempo me encargaba en mantener a todos a salvo y aparte era el técnico que se encargaba de mantener la luz en las zonas más necesarias. Eso y que luego me encargué de la reconstrucción de los edificios.

—Sí que te dedicas a muchas cosas —comentó Andrina con asombro.

—No es algo inusual siendo los Iruns. Nos dedicamos a miles de cosas, y más ahora en estos tiempos.

Siguieron caminando y acercándose a Irinua. Según aclaró 35, la zona sur era de las menos pobladas y más alejadas de la ciudad. Solo unos pocos se acercaban ahí y normalmente eran los más afectados por las guerras. 35 tenía una casa ahí, pero no era la que solía frecuentar, solo la usaba para cuando tenía que trabajar durante años por esa zona.

A punto de llegar, pudieron escuchar unos ruidos desde la lejanía. En concreto, unos disparos.

—¿E-Eso es normal? —preguntó Andrina, tragando en seco.

—No. No lo es —murmuró 35, para luego mirarlos—. ¿Estabais solos cuando vinisteis aquí?

—No. Éramos seis en total, pero nos separamos al final del teletransporte.

El cabello de 35 pasó a una mezcla de azul y naranja.

—¿Y uno de ellos tiene es algo similar a anomalía?

Andrina miró de reojo a Renic para al final mirar a 35.

—No hace falta que digáis nada. Tenemos que ir a por ellos si es así —pidió 35 con total seriedad—. Tendríais que habérmelo dicho antes.

Andrina quiso decir algo, pero nada se le ocurrió al respecto. Los nervios por toda la situación la consumieron que no había pensado en nada coherente. Renic también parecía estar igual, aunque había reaccionado junto 35 para ir en su búsqueda.

—¿Quién de ellos se parece a una? —preguntó 35, dirigiéndose a donde estaban los disparos.

—Negatividad tiene semejanza a una, pero no lo es. Andrea en cambio tiene una anomalía.

—¡¿Cómo?!

Andrina quería darse un golpe en la frente.

—¡No es mala! ¡Según nos dijo Negatividad, podía controlarla!

—¡Nadie puede controlar una anomalía! ¡Eso es mentira!

Ambos se quedaron impactados ante esas palabras. Andrina no dudó en mirar de reojo a Renic, demostrando su dolor y angustia por su amiga.

—¡T-Tenemos que ir a por ella igual forma! No puedo dejar que le ocurra nada —pidió Andrina.

—Pues no será nada fácil si tiene una anomalía. Nadie confiará en ella.

—¿T-Tanto odian a las anomalías?

—No te haces una idea.

De un momento a otro, Renic agarró a Andrina para que se subiera a sus espaldas, 35 lo miró con sorpresa, pero aún más al ver la velocidad que iba. Andrina solo se agarraba con fuerza, sintiendo esa gran velocidad que tenía mientras corrían por las callejuelas de la ciudad.

Corrían como nunca, o, mejor dicho, era lo que hacía Andrea en todo momento mientras miraba hacia atrás en ocasiones. Si ella pudiera, gritaría de la emoción, pero a la vez de la angustia. ¡Era increíble que pudieran disparar de esas armas laser como hacían en las películas o videojuegos! ¡Pero no a ella!

Se guiaba totalmente por su instinto, iba por las calles estrechas de los edificios bajos por un lado a otro, usando su cuerpo como escudo para evitar que su hermana recibiera daño. Anais en todo momento se sujetó a ella sin decir nada, pero con lágrimas que lo expresaban todo.

«Mierda, mierda. ¿Dónde coño voy? ¿Dónde-»

«¡Derecha!»

Hizo caso sin pensarlo dos veces, y al hacerlo, pudo ver unas figuras a lo lejos que no podía identificar. Su vista era de la peor a diferencia de su oído, por lo que no le quedó otra que ir hacia ellos.

—¡Es Andrina y Renic! —gritó Anais, girándose para verlos—. ¡Tienen a alguien más!

—Bien. Sujétate.

No dudó en correr lo máximo que le permitieron sus piernas para acercarse. Estaba a punto de girar a la derecha al ver como le indicaban, pero el disparo de aquellos soldados rozó a sus piernas, provocando que soltara a su hermana y cayera al suelo, quejándose de dolor.

—¡Andrea!

—¡Llévate a mi hermana! —gritó hacia Andrina.

Renic fue el que reaccionó. Se acercó a Anais y la agarró con sus brazos. Estuvo mirándo a Andrea, como si quisiera hacer algo más.

—¡Vete, ostia!

Pero Andrea no lo permitió. Se levantó del suelo aun con el dolor que tenía encima, viendo como Renic y los demás huían hacia el otro lado. Ante esto, Andrea se desvió a un lado distinto. Esto permitió que los soldados se fijaran solo en ella.

Corría aun con el dolor encima, pero no le importaba. Buscaba con desespero a un lado a otro un sitio donde esconderse, pero no tenía ni idea de donde estaba ni había una pista que le dijera que podía hacer.

«Gira izquierda y entra a la puerta de tu derecha».

Frunció el ceño, iba a dudar de su palabra, pero no le quedó otra que obedecer cuando otro disparo casi le da. Una vez hecho esto, vio como tras entrar en la puerta, había unas escaleras al fondo en medio de varias prendas de ropa desparramadas por el suelo, al igual que el suelo agrietado y los cristales dispersados. Sin dudar, subió por estas lo más rápido posible.

Ya en la primera planta, se metió en una sala para encerrarse tras la puerta. Se escondió en una esquina y cubrió su boca y nariz con sus manos.

Escuchó los pasos y gritos de los guardias en el exterior. Cerrando sus ojos, pudo comprender lo que decían, aunque... no era el idioma español al que estaba acostumbrada, sino uno distinto. Frunció el ceño, pero respiró un poco aliviada al saber que se habían dispersado y que en principio tardarían en encontrarla.

—Necesito vendas —susurró, abriendo los ojos para ver su alrededor. Ahí dentro no había nada más que estanterías con varias prendas de ropa vieja y destrozada—. Servirá.

A punto de levantarse, sintió como su pierna empezaba a doler menos. Cuando la miró, vio como una mancha negra estaba consumiéndola por completo. Despejó sus ojos sin poder creérselo.

—¿Qué me he manchado o...?

—Eres una estúpida. ¡¿Una mancha?!

Escuchó algo a su izquierda y se giró de inmediato, lista para pegar a lo que fuera, pero no vio nada más que la pared.

—¡Ah! Por fin me escuchas, desde la vez que me decidiste ignorarme me has hecho las cosas muy complicadas.

Andrea frunció el ceño para mover la cabeza y ver una masa entre líquida y sólida encima de su hombro. Este solo mostraba sus ojos blancos, expresando una clara molestia.

—¿Quién eres?

—¿Eres tonta? Soy la anomalía.

—¿Sales de mi cuerpo? ¿¡De verdad?!

—Puedo hacerlo.

Andrea no dudó ni un segundo en intentar agarrarla, pero se metió de inmediato en su cuerpo para luego sentir una patada en su estómago. Cayó contra el suelo, quejándose de dolor.

—No. Me temo que no. Contigo quiero hablar bien las cosas —aclaró la anomalía, saliendo del estómago de Andrea.

—¡Ni una mierda! Por tu culpa me toman como una amenaza. Veo que vosotras no tenéis un nombre muy bonito cuando se habla de anomalías.

—No, obvio que no. No tienes ni la menor idea. Igual, yo ya me cansé de eso.

Andrea le miró con una clara confusión en sus ojos.

—¿Cansarte de qué? ¿De ser un imbécil?

La anomalía se quedó en silencio para al final soltar un suspiro largo.

—Si quieres decir que estoy cansado de hacer las cosas mal, sí, puedes decir que soy un imbécil —contestó. Andrea alzó la ceja—. Te quiero hacer una propuesta, una... alianza, si quieres verlo así.

—Te metiste con mi hermana y estas en mi maldito cuerpo.

—¡Tu hermana me asustó! ¡Yo solo estaba buscando algo de comer!

—¡¿Querías comerte a mi hermana!? —chilló Andrea.

—¡NO!

La anomalía se escondió en estómago a tiempo, evitando un golpe que Andrea recibió. Tosió con fuerza al darse en esa zona, quejándose en silencio.

—¡Por los errores! ¡Deja de hacerte daño! ¡Maldita idiota! Quiero ayudarte, ¿¡qué no lo entiendes?!

—¡Claro! ¡Ayudarme! ¡Seguro! Solo me has tocado los co-

—¿¡Acaso te he hecho daño?!

Andrea se quedó en silencio mirándolo. Si se ponía a pensar, no había hecho nada a ella como tal más que generar incomodidad al tener algo que no era suyo. Sí, cierto era que atacó a su hermana, y eso era imperdonable, pero por lo demás, se había mantenido quieto.

—Por todos los errores, eres una cosa muy agresiva. Cálmate, solo quiero ayudarte y hablar las cosas. Nada más —pidió la anomalía.

—¿Por qué me debo de fiar de tu palabra cuando hiciste daño a mi hermana?

—¡Fue porque me asusté! ¡Soy una anomalía primeriza! Bueno, "primeriza" ¡El asunto es que estoy harto de estos bucles sin resultados! Y si ataque a tu hermana, fue por pánico a lo que ella iba hacerme —explicó. Andrea le miraba sin creerse ni una sola palabra—. ¡Maldita sea! ¡Tu hermana tiene algo a su lado! No sé bien, pero si no lo detectas es porque eres una humana imbécil. ¡Y de mucho cuidado por como actúas sin consecuencia alguna!

—No me toques las narices, bicho asqueroso. Me da igual golpearme mil veces con tal de sacarte —aclaró Andrea.

—¡Me lo creo! Honestamente que dieras en el estómago de esa forma por lo menos tres veces me deja en claro que podrías incluso matarte si me sacas de ahí, por eso quería hablar contigo. Yo no voy hacerte ningún daño, sino ayudarte —contestó la anomalía.

Andrea cruzó sus brazos.

—¿Y por qué debo creerte?

—¿No conoces nada de y ya te pones así? ¡Solo me acerqué a tu hermana!

—¡Y nadie toca a mi maldita hermana, ¿entendido?!

La anomalía se alejó un poco del grito que pegó Andrea. La furia que tenía ahora mismo lograba intimidarla, pero aun así se mantuvo firme sin alejarse de su cuerpo.

—Ya veo. Es lo más valioso que tienes. ¡Lo entiendo! De acuerdo. Supongo que para probar mis actos será ayudarte y explicarte de que puedo hacer para que seas útil para Negatividad —explicó la anomalía, frunciendo el ceño.

—¿Útil en qué sentido?

—Poderes, claramente —respondió, para luego mirar hacia la izquierda—. Algunas anomalías tienen dones especiales. No son solo destructivas y asesinas como bestias, sino que tienen poderes. En mi caso, yo fui como un tipo de privilegiado al que mataron y ahora... estoy aquí.

—¿Y qué haces? ¿Qué tienes de especial?

—Aparte del fuego que pudiste crear, tengo otros poderes que aun tengo que poner en práctica y ver que tan útiles son, pero te aseguro que tienes regeneración.

Andrea abrió los ojos como nunca.

—¿Me regenero? ¿A qué nivel? ¿Si me arrancan un brazo podía...?

—¡No tanto! —interrumpió la anomalía—. ¡¿Te recuerdo que soy una anomalía primeriza?! Puedo recuperarte de heridas leves, luego con el tiempo si podrías hacer mayores cosas, pero claramente ahora somos... una categoría mortal. Somos un poco más que un desecho.

Andrea se le quedó mirando con la ceja alzada.

—Se me olvidaba que los humanos no saben nada de las categorías. —Suspiró resignado—. Tenía que escoger a la idiota.

—¿Perdón?

—¡Es verdad! ¡Solo haces comparaciones absurdas que no tienen que ver!

—Macho, no me jodas. ¡Tiene que ver! Ahora me mencionas categorías de poder. A mi recuerdan a los torneos que hacen en los videojuegos. Cierto personaje es mejor que otro por sus habilidades y dominio que tenga por estas. ¿No es así?

La anomalía se quedó en silencio ante esto.

—Más o menos.

Andrea sonrió con orgullo.

—Tu eres el que me subestima. Sé más o menos por donde van los tiros. Yo capto rápido con esa comparativa. Es más fácil.

—Sí, más fácil para no afrontar la verdad como una coba-

Esta vez Andrea logró darle un puñetazo a la anomalía. No la sacó, pero si la obligó a meterse dentro de su cuerpo.

—Tú di esa puta palabra y la tendremos tu y yo. ¿Capisci?

—No sé que significa esa palabra, pero me ha quedado claro que contigo voy a necesitar demasiada paciencia —susurró la anomalía, sacando una parte de su cabeza.

—Significa ¿entendido? —aclaró Andrea, levantándose del suelo—. Y créeme que entenderme no es difícil. No digas esas palabras, no te metas con mi hermana, y nos llevaremos de puta madre.

—Entendido... Ahora lo ideal sería buscar a los demás, ¿no?

Andrea afirmó con una leve sonrisa.

—Vas entendiendo los tiros.

Entrar a la ciudad era una de las opciones que tenía Negatividad, lo que no se esperaba era que nada más llegar, fuera vista por algunos soldados que la tomaron como una amenaza por asemejarse a una anomalía. Una confusión que la sacó de quicio.

Sabía que cualquier gesto en falso los pondría en peligro, en especial a Kamico que no podía mantenerse de pie ante las armas que los apuntaban. Mantenía los brazos en alto junto a las pequeñas lágrimas que caían sin parar.

Lo curioso de esto, era que aquellos soldados se comunicaban entre sí, informando sobre una amenaza nueva por la zona sur.

«Nosotros estamos en el oeste según han dicho. Podríamos distraerlos para ir a esa sección. —Miró de reojo a Kamico—. El problema es él».

Soltó un suspiro largo mientras veía a los soldados. Era un total de cinco. Tres a ella. Dos a él. Se quedaba en silencio pensando bien en qué hacer hasta que escuchó un leve quejido de Kamico.

—Muévete, maldito inútil —exigió uno de ellos.

Kamico frunció el ceño y obedeció. Para ese entonces bajó los brazos, pasando al lado de Negatividad.

«Perdóname por esto, Kamico».

En un gesto brusco y repentino, Negatividad golpeó el hombro de Kamico, logrando que el brazo soltara un círculo de electricidad a su alrededor. Este afectó a los soldados que estaban cerca, y por desgracia un poco a ella misma. A pesar del dolor, se logró levantarse para agarrar la mano de Kamico.

—¡Corre!

Kamico hizo caso de inmediato, siguiéndola por las calles que desconocían. Hacia el Sur. Era donde debían de ir, aunque no era nada fácil ante la presencia de algunos soldados que estaban cerca, yendo a por ellos también.

—¡Vale! Escúchame bien, Kamico. Vamos a tener que luchar —aclaró Negatividad, moviendo su mano derecha para apuntar hacia las paredes—. Puedes usar la electricidad a modo de ataque, pero sin gastar demasiado. Disparas desde la palma de tu mano, así que ya puedes estar atento con la puntería.

—¿¡C-Cómo?!

—¡Es lo que has escuchado! Si queremos evitarlos, tenemos que luchar con algunos de ellos mientras huimos —aclaró Negatividad.

—¡P-Pero...!

Negatividad frenó sus pasos para girarse. Con un chasqueo de sus dedos, la oscuridad que soltó por las paredes de los edificios, empezó a moverse de un lado a otro rebotando en las paredes hasta impactar en los soldados. Kamico se quedó a su lado, moviendo su brazo izquierdo para apuntar, aunque no sabía bien qué hacer y la duda era presente en sus gestos.

—Solo dale a los que no tienen la oscuridad —explicó Negatividad—. Suelta electricidad de forma controlada. La idea es dejarlos inconscientes, no matarlos.

Kamico suspiró algo aliviado, pero aun así no era nada fácil disparar con un brazo así. Negatividad admitía que tampoco tenía mucha idea, en sí no había visto la tecnología funcionar desde su propio cuerpo, sino en otros.

Aun así, confiaba en Kamico. Se ponía a sus espaldas para usar la oscuridad que había en el lugar, atacando con lo que tenía. Pronto escuchó como soltaba electricidad de su brazo, seguido de un quejido.

—¡Ah! ¡Dios mío! ¡Es muy preciso!

Vio de reojo como Kamico se agarraba del brazo izquierdo. Posiblemente la sensación de disparar le era inusual, y no le culpaba, pero valoraba mucho la valentía a la hora de atacar a los soldados de la zona.

Por suerte la pelea no duró mucho, lo que les permitió moverse hacia otra calle donde pudieran esconderse y respirar. Ante esto, Kamico cayó contra el suelo, poniendo las manos en su cabeza.

—N-No e-está bien. No lo está...

Negatividad le miró y se agachó, intentando calmar sus emociones, pero era complicado al verle temblar sin parar.

—Kamico, no le hemos matado, solo dejado inconscientes para sobrevivir —aclaró Negatividad.

—¡N-no...! —Trató de controlar el volumen de su voz, respirando lo más hondo posible—. No es fácil de asimilar, Negatividad. Esto... no es como algo divertido, es como si por un momento fuéramos a la guerra. No lo pensé del todo bien.

«En cierta medida es como ir a la guerra, pero a una gran escala».

Negatividad puso la mano en su hombro derecho para intentar calmarle, pero no dejaba de observar su alrededor con total atención.

—Escucha, Kamico. Luego de todo esto, os devolveré a casa. No tenéis porqué pasar por esto.

El silencio se hizo, no por mucho rato al ver a Kamico con un rostro un poco más serio.

—No quiero dejar sola a mi hermana, y más con ese destello que tenía. Es... inusual —explicó Kamico con cierta dificultad.

—A lo mejor es solo un encuentro casual como mencionasteis.

—No, Negatividad —murmuró sin mirarla—. El asunto es que creemos que ese destello le causó... ciertas pesadillas en bucle que la privaban de sueño, aparte de su pérdida de memoria.

Se quedó mirándole en silencio. Ahora las cosas le cobraban más sentido.

—Aun así, es peligroso, Kamico. Tendría que haber planteado de otra forma las cosas. No estabais preparados —respondió Negatividad, levantándose del suelo—. Capaz lo más prudente sería llevaros a un lugar seguro cuando todo esto termine y luego devolveros a casa.

Kamico la miró por unos segundos.

—¿Y hacerte cargo de... esos problemas? —preguntó Kamico.

Negatividad alzó un poco los hombros.

—No puedo estar sola. Confío en que habrá otros seres que me ayudarán a hacerlas frente —explicó, mirándole para luego darle la mano—. Por ahora lo mejor será salir de aquí y reunirnos con los demás.

Kamico agarró de su mano para levantarse del suelo. Observó por un momento su brazo, sintiendo alivio al ver que aun tenía batería. Tras eso, miró hacia Negatividad.

—E-Escucha Negatividad. Yo... me siento con una gran deuda contigo. No siento que sea justo irme sin poder ayudarte. Puedo ser útil con este brazo, a lo mejor si entreno o...

Las palabras de Kamico eran como si por un momento mostraran un brillo azulado que conseguía más fuerza. Negatividad se quedó en silencio observándole para al final soltar un breve suspiro.

—No le des vueltas, Kamico. Por ahora movámonos y luego lo hablaremos. ¿Vale?

Los ojos azules del chico parecían destellar en una esperanza que a Negatividad la dejó aturdida. Aun con ello negó con su cabeza para avanzar.

«¿Por qué me es tan familiar esa luz tan esperanzadora?»

Se guiaban totalmente por 35. Conocía las calles mejor que nadie, por lo que Renic —con Andrina en su espalda y Anais en sus brazos— le siguió sin dudar. El problema de esto era que sus piernas empezaban a mal funcionar y poseía la misma velocidad que antes.

—¡35! ¿Está muy lejos? —preguntó Andrina.

—Por desgracia sí —murmuró sin mirarlos, girándose hacia la izquierda.

Andrina se maldijo por dentro, y a punto de moverse para no darle más carga a Renic, tuvo que agacharse ante un disparo de aviso, obligándolos a los cuatro frenar de golpe.

—Quietos —ordenó el soldado.

—¡N-No disparéis! ¡Soy 35! ¡Ellos son aliados!

—¡¿35?! ¡¿Qué estás diciendo?! ¡Dos de ellas son anomalías y estaban a su lado!

La discusión que tendrían sería una muy tensa. No era solo un soldado, eran varios que los rodeaban y los apuntaban con sus armas. Tal situación desesperó a Andrina, agarrándose a Renic con los ojos cerrados y llorosos.

«No tendríamos que haber venido aquí —murmuró Adelfra—. Los Iruins son un poco paranoicos desde la pelea que hubo con las anomalías».

«Pero nosotros no tenemos anomalías. ¡Solo Andrea!»

«Lo sé, aunque sigo sin comprenderlo. Las anomalías son malignas, ¿cómo es posible que se aliara con ella?»

«¡No lo sé! Aun me siento traicionada por como 35 que las anomalías no se pueden controlar».

«No. Obvio que no. Ellas actúan por si solas y servían a alguien en su momento. Al menos es lo poco que pude saber antes de que fueran aniquiladas por aquella diosa».

Andrina entró en desesperación. Las pulsaciones de su corazón no tenían control alguno. Las sentía en todas partes y eso aumentaba sus temores.

«Dime que hay una solución, Adelfra».

No hubo respuesta de vuelta.

«¿A-Adelfra?»

—¡Por favor! ¡Sed comprensivos! ¡Ellos no son malos, vienen en son de paz! —pidió 35.

—¡Una de ellas es una anomalía! —gritó uno de los guardias. Miraban al grupo con las armas en alto y apuntándoles—. ¡Aléjate de ellos! ¡Ya no solo te hacen daño, sino te manipulan!

Por un momento levantó su cabeza para encontrarse con la ciudad. Su avance no era como el de una ciudad grandiosa donde vivía, pero si era modesta como una ciudad conocida como por ejemplo era Lugo. Eso sí, el suelo era totalmente llano de no ser que había algunas grietas y socavones que hacían el terreno difícil de huir. Renic lo tenía complicado, ya no solo para escapar de esta situación, sino para correr como había hecho antes.

Se fue fijando uno en uno, pro dejó de hacerlo cuando sintió una calidez desde su hombro izquierdo hasta su mejilla de esa misma zona. Le costó respirar, agarrándose a Renic con fuerza, y viendo todo oscuro.

«A tu izquierda».

Hasta que ese susurro la dejó sin aire, obligándola a girarse para ver en ese lado como uno de esos soldados bajaba su brazo derecho, como si diera la orden de disparar.

Quiso gritar para poder avisar, pero el dolor de cabeza junto a grito de Adelfra en su cabeza la obligó a abrir la boca con desespero.

—¡No me hagas daño!

Un chillido que resonóen toda la ciudad, sacudiendo incluso los edificios, y con ello aturdir a todoslos soldados presentes.

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