Capítulo cinco: Anomalía
No los culpo. Ser paciente es complicado. Se debe forjar con el tiempo, y muchos carecen de ello.
El sonido de alguien duchándose se escuchaba en la casa. Anais se estaba tomando un baño de espuma con un poco de música de fondo para intentar relajarse tras lo ocurrido con su hermana. Le costaba creer la tontería que hizo esta noche, aunque poco a poco se estaba acostumbrando.
Andrea se había vuelto muy hiperactiva en estos dos años. Todo cambió de un día para otro y fue algo difícil de asimilar esa nueva actitud. Sus padres pensaron que era algo que podía ocurrir a su edad, pero Anais no creía que fuera por eso.
Cuando se decía que eran hermanas, era por que literalmente eran hermanas en físico y psicológico. Aunque cueste creerlo, Andrea era capaz de estar callada por más de cinco horas porque le daba mucho pánico hablar en según qué situaciones sociales. Era mucho más cobarde que Anais.
Por ello no era de extrañar que a toda la familia le costara adaptarse a la nueva actitud de Andrea. No era que en casa hiciera algo mal o bien, después de todo se sabe comportar, ayudar y entender. El problema era que, en la calle se volvió mucho más conflictiva. Aprendió muy rápido a pelear y defenderse, y todo con el mismo motivo, defender y proteger a los suyos, pero sobre todo a su hermana.
—Voy a dar una vuelta de quince minutos, espero que termines cuando vuelva —dijo Andrea detrás de la puerta del baño. Esto hizo que Anais despertara de sus pensamientos.
—Vale —respondió Anais sin dar mucha importancia.
—Y si vienen nuestros padres de comprar, ayúdales —recordó Andrea.
—Que sí —murmuró cansada, escuchando la puerta cerrar con suavidad.
Anais respiró a fondo y sonrió. Al fin paz.
Esta semana había sido agobiante. Entre el comienzo de clases, lo ocurrido con los hermanos y ahora estar aquí, era un caos para ella. Siempre le había costado entender su alrededor cuando todo salía improvisado. Le costaba adaptarse a diferencia de los demás cuando cambiaban de planes o había algún problema.
Si bien con el tiempo lo fue mejorando, si admitía que antes era peor cuando se quedaba paralizada por el miedo o solo se quejaba como niña pequeña porque sus planes fueron estropeados. Ahora solo se queda en silencio analizando y asimilando todo.
—Bueno, mientras se recuperan puedo leer un poco. Ese libro de astrología es muy interesante —murmuró con una sonrisa relajada, jugando con la espuma que había en el baño—. Luego tengo que estudiar los libros nuevos del año. A ver si me los memorizo.
Como es de esperar, Anais era de las más inteligentes de su centro, la pequeña de metro sesenta era la que más destacaba por sus buenas notas y por su amabilidad en ayudar a los demás. Sus ambiciones y deseos a futuro eran varios, como escribir un libro, estudiar criminología o, si la vida no le daba muchas oportunidades, ser bibliotecaria.
En medio de sus pensamientos, frunció un poco al ceño y pensar en que a lo mejor, no había sido buena idea en darle los libros a su hermana. Acción, aventura y fantasía. Andrea solía empaparse esos libros y mangas, o incluso ver series y películas de acción que le hacía entrar en vergüenza cuando le decía que quería practicar esas artes marciales.
Mucho era que hiciera boxeo, lo sabía bien cuando el año pasado tuvo una pelea con un chico. Todo porque este tuvo la horrible idea de amenazarla.
—¡Andrea! ¡Suéltale! —chilló Anais al ver al chico quejarse de dolor.
—Que se disculpe primero.
—¡Ya lo ha repetido diez veces!
—¡No me es suficiente!
Andrea le tenía retenido en el suelo con la rodilla en su espalda y sujetando sus brazos. La clemencia que pedía el joven servía de poco cuando la rabia era visible en los ojos de Andrea. Ese día, Anais no fue capaz de reconocerla, tampoco su familia cuando le informaron de lo ocurrido.
La idea de llevarlo al psicólogo se planteó, Andrea se negó de inmediato.
—Yo no estoy enferma. Ellos son los que deberían y al puto psicólogo por amenazar a mi hermana.
Palabras como esas, y miles de insultos similares, hacían que Anais se cuestionara que era lo que había ocurrido en su hermana para que cambiara así. La joven chica tímida inocente, era conocida como una amenaza en su instituto. Y el lema era claro.
Si no la tocaban a ella, nadie saldría herido.
Pasaron diez minutos, Anais salió del baño y se secó con una toalla mientras se vestía con su falda azul y camisa verde con reborde blanco en el cuello, pero le faltaba aún secar su cabello castaño y peinarlo.
Un golpe brusco se escuchó en la casa. Anais sabía que era de su hermana.
—De verdad Andrea, no es nuestra casa. Y aunque lo fuera, ¿qué haces dando esos golpes?
No hubo una contestación de vuelta.
—Andrea, no me gusta que me des estos sustos de mal gusto.
Sin respuesta. Silencio. Anais suspiró molesta.
—Haré que me da igual todo, tus intentos de asustarme son pésimos. —Tras esto se secó el cabello.
La puerta se abrió sin aviso, Anais la miró de reojo, no había nadie ni nada que abriera la puerta. Respiró hondo, tragó saliva con un poco de miedo, pero se mantuvo serena.
—Ah, qué rápido fuiste, pero he visto tu mano empujando la puerta.
En verdad había mentido, no vio nada, pero suponía que por la velocidad en la que puso la mano para empujar la puerta y luego esconderla, tendría más sentido para ella.
De igual forma, no hubo ninguna respuesta, ni un suspiro de frustración. Nada.
—Corta el rollo Andrea, no hace gracia. —Dejó de secarse el pelo para mirar hacia la puerta.
Se acercó para mirar en el pasillo largo y ver que no había nadie, aunque sí vio cómo se movían las cortinas que cubrían la entrada al pasillo.
—¡Qué insistente eres! ¡No me hagas perder el tiempo! —gritó mientras abría las cortinas, pero no vio nada.
Tragó saliva y el cuadro colgado a su derecha se cayó, esto logró asustarla y girar su cuerpo para ver una sombra que fue directa su cabeza.
No le dio tiempo a analizar nada, solo veía como ese líquido negro de olores putrefactos y químicos intentaba adentrarse en sus ojos. Cayó al suelo mientras ponía sus manos en aquel ser que atacaba su rostro, pidió ayuda con un gran grito que logró llamar la atención de su hermana.
Los gritos se escuchaban desde el exterior. Andrea, con una patada, abrió la puerta, viendo a su hermana en el suelo con aquel ser extraño que vio antes en la cocina. Sin pensar mucho sus acciones lo agarró y logró quitárselo de la cabeza, pero a cambio este entró por los sus ojos y su boca.
El olor que dejaba en su cabeza era horrible, pero peor era el sabor que tenía, como si probara diversos tipos de medicamento junto a varios alimentos caducados. Estuvo a punto de vomitar, pero lo contuvo de forma exitosa.
—¡Me cago en la cona! ¡Sabe a tomate caducado! ¡Ostia puta! —gritó, tosiendo con fuerza con la mano en el pecho.
Anais miró a su hermana, alejándose atemorizada.
—¿Estás bien? —preguntó Anais.
Hubo un silencio muy incómodo y preocupante. Andrea frunció el ceño.
—¿Supongo? Mi boca sabe a mierda, no literalmente, pero no me duele nada, estoy bien.
—L-Lo dices como si nada, c-cuando ese ser entró en tu boca y ojos, ¡l-lo he visto! —gritó, señalándola con sus brazos temblorosos.
Andrea miró sus manos.
—¿Cuándo?
—¡Ahora mismo!
Hubo un silencio, ambas hermanas se miraron sin saber bien qué decir. Andrea estaba demasiado calmada para ser verdad, mientras tanto Anais intentó alejarse porque temía que ese ser tratara de dañarla.
Lo que menos se esperaba era que su hermana levantara su brazo derecho para darse un puñetazo muy fuerte en el estómago.
—¡¿Qué haces pegándote en el estómago?! —gritó Anais, alterada.
—Si está dentro de mí, tendría que expulsarlo, ¿no? —preguntó Andrea preparando otro puñetazo, pero Anais logró a duras penas reaccionar acercándose a su hermana para agarrar su brazo derecho.
—¡Pero tendrías que ir a un médico, no pegarte! —pidió gritando Anais con unas pocas lágrimas en sus ojos.
Esto preocupó a Andrea, dándose cuenta que si se hacía daño también lo haría a su hermana. Suspiró, pero luego se dio cuenta que lo que dijo su hermana no tenía mucho sentido.
—Vale Anais, pero ¿qué le digo? Voy al médico y ¿qué le digo? —repitió la pregunta. La menor miró a su hermana sin saber qué decir—. Nada que un bicho negro entró en mi boca —se atrevió a vacilar.
—¡Miente y di que fuiste de fiesta! —improvisó Anais.
—En Cataluña, siendo de Galicia con mis padres —le recordó Andrea con los brazos cruzados. Arqueó una ceja—. ¿En serio Anais?
—¡N-No se Andrea! ¡No puedo pensar con presión encima!
Alterada, Anais se puso las manos en la cabeza mientras que Andrea soltó un suspiro y se fue al baño para mirarse en el espejo.
Andrea se veía como siempre, sus ojos marrones mezclados con ciertos tonos rojos con unas legañas no muy grandes. Su cabello castaño, corto y mal peinado, y su tez blanca llena de cicatrices. Abrió la boca sin mostrar mucho sus dientes, pero inevitablemente vio los pocos que tenía rotos por culpa de las peleas que tuvo.
Soltó un sonido de su boca, se atrevió a jugar un poco con su rostro para buscar aquello que fuera anormal en ella. Observó sus manos sucias y con cicatrices, sobre todo los puños dañados por las peleas que tuvo. Recién estaba aprendiendo a vendárselas, aunque lo veía algo innecesario.
—Pues yo me veo normal —dijo tras analizarse.
—Andrea, te juro que no estoy mintiendo.
Anais había observado a su hermana y se dio cuenta de las heridas que tenía antes de venir aquí, aparte de sus uñas mal cortadas.
—Sé que no mientes, vi lo mismo que tú, pero a lo mejor lo que viste no era lo mismo que yo cuando... Bueno, cuando agarré esa cosa negra. —Trató de darle una explicación Andrea.
Hubo un silencio, pero Andrea lo rompió tosiendo un poco fuerte, sintiendo malestar en su estómago. El golpe que se dio le dolía. Esto le hizo sentir en parte orgullosa ya que había mejorado con su fuerza, pero asustó a Anais, viendo cómo se alejaba con las manos en la cabeza pensando una solución.
—Nos vamos al médico —decidió Anais con seriedad. Andrea arqueó la ceja—. Te has hecho daño en el estómago, es perfecto para decir que te ocurre algo y así te pueden hacer una revisión.
—Mira, ¿ves cómo al final sirvió de algo que me hiciera daño? —se atrevió bromear Andrea con una sonrisa.
—¡No es gracioso! ¡Puede que tengas algo peligroso en tu cuerpo! ¡Ay! ¡Dios mío! —Anais se alejó del baño para intentar relajarse.
La sonrisa de Andrea desapareció, dándose cuenta que estaba actuando como una tonta, aunque intentaba tomárselo con cierto humor porque le costaba procesar todo.
Por primera vez tenía un problema en el que no lo podía solucionar a puñetazos.
Respiró un poco nerviosa, pero logró controlarlo como mejor pudo.
—Anais. —Salió del baño mientras la llamaba—. Vamos al médico, ¿te parece?
—Ahora —exigió Anais mientras se ponía una chaqueta marrón suave.
Justo al salir se encontraron con sus padres, las hermanas se sorprendieron ante la conveniente e inesperada llegada, por lo que decidieron ayudarles con la compra que habían hecho para luego avisarles que tomarían un bus para ir al médico y de paso así ver a Andrina. A sus padres les pareció un poco exagerado ir por un simple dolor de estómago, pero la preocupación e insistencia de Anais hizo que las acompañaran, así irían a ver a Andrina y Kamico.
Me cago en la cona: Expresión de odio, dicha especialmente en Galicia. Su frase significa "Me cago en la madre", pero más basto.
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