EXTRA 4






EXTRA 4

AYDA

Siendo sincera, en el momento en el que yo decidí ser madre, creo que estaba borracha. Tal vez me había drogado y Frank se aprovechó de eso para convencerme, porque ahora, después de cuatro años y de que estos niños hablasen y andasen más de lo que me gustaría a mí, preferiría haber olvidado mi sueño y ser feliz estando en calma con Frank.

Los mellizos gritaban por todos lados, corriendo por todos lados y haciendo el escándalo más grande. No aguantaba más, estaba sola con los criajos y Frank mientras estaba trabajando. Francesca se había ido hace a penas diez minutos y estos mocosos me habían hecho la existencia imposible desde entonces.

Era su madre, me tenían que respetar y, sin embargo, sólo paraban cuando les gritaba y luego Ian corriendo con papá como si yo fuese la mala de la película.

¿Cómo se supone que voy a ser la buena si no me hacen caso hablándoles bien?

—Victoria, deja eso.—pedí calmada, acercándome a ella.

Mientras tanto, mi otro hijo empezó a trepar por mi espalda, haciendo que soltase un suspiro. Yo intentaba quitarle a mi hija los lápices de colores con los que estaba pintando la pared blanca.

—Victoria, por favor, hazme caso y te dejaré pintar en la libreta, como papá.—prácticamente supliqué, mientras el mono que tenía en la espalda, quería colocar sus piernas a cada lado de mi cuello, como Frank (el maldito) le había enseñado.—Kale, bájate mi amor, luego juegas a esto con papá.

Ni caso, era como si estuviera hablando con la pared e incluso ella me haría más caso que estos dos niños malcriados.

Quería a mis hijos, de verdad que lo hacía, pero había momentos en los que no los soportaba. Sobre todo estos.

Ellos seguían gritando y Kale incluso empezó a tirarme del pelo y me harté.

—¡Se acabó!—grité al mismo tiempo que la puerta se abría y un Frank sorprendido entraba.

Nuestros hijos dejaron de inmediato lo que estaban haciendo y me miraron pidiéndome perdón. Estos traidores sólo me hacían caso cuando mi marido se encontraba delante.

—¿Qué ha pasado?—preguntó Frank, acercándose a nosotros y dejando un beso en mi sien.

Suspiré, cansada de que sólo le hicieran caso a él y noté las lágrimas en mis ojos. Yo los adoraba con todo mi corazón porque eran míos, pero llegaba un momento en el que no podía más. Hoy era uno de esos días en los que en el trabajo había habido una pérdida y no podía soportar también que mis hijos me trataran como si no existiera.

—No puedo con ellos...hoy no.—le susurré, apartándome y subiendo las escaleras para ir a la habitación.

Aunque antes me paré a escuchar lo que la pequeña Victoria decía, dejándome muy consternada.

—¿Mamá ya no nos quiere?—su pequeña vocecita me llegó a los oídos y paré mi caminata.

Sabía que Frank se había quedado igual de sorprendido que yo, porque se quedó un momento callado. ¿Por qué se pensaban que no los quería? Si eran lo mejor que me había pasado en la vida, aunque hicieran todo eso.

—Claro que os quiere, cielo, os ama con todo su corazón. ¿Por qué piensas eso?

Supe que Victoria haría ese gesto que había copiado de mí, encogiendo un hombro cuando no sabía qué responder.

—Mami hoy no quiso jugar con nosotros.—escuché entonces a Kale, quien parecía por su voz que tenía ganas de llorar.

Frank suspiró y escuché las risas de mis niños porque seguramente los habría cogido para achucharlos contra él.

—Mami hoy ha tenido un mal día en su trabajo.—confesó.—Como el día en el que a Victoria le tiraron del pelo en el colegio.

Bajé unos escalones para ver a mi hija rodando los ojos como si recordase perfectamente ese día. Y confirmé que Frank tenía a los mellizos sobre su regazo.

—¿A mami le han tirado del pelo?—preguntó la pequeña rubia de ojos grises.—Tenemos que tirarle del pelo a quien haya sido, papi.

Sonreí, con lágrimas en los ojos, porque ella había salido tan segura de sí misma, tan altiva y vengativa que me hacía gracia. La verdad es que mis mellizos no se parecían mucho a mí en su físico, tenían los ojos y el color de pelo de Frank, pero su personalidad era guerrera, tal vez como la mía. No se dejaban vencer por nada.

Frank soltó una carcajada y negó con la cabeza, mirando esta vez a Kale.

—¿Te acuerdas cuando el hámster de tu clase se fue al cielo?—inquirió y mi hijo asintió con pena.—Mami tuvo que ver cómo un paciente gatuno se iba también al cielo.

Kale abrió los ojos y se apartó rápidamente para mirar a Victoria con determinación.

—Vamos a consolar a mami, Vicky,  y a pedirle perdón.—hizo un puchero, colocando su labio inferior encima del otro, y observé cómo sus pequeños ojitos grises se llenaban de lágrimas y cómo sus mejillas y nariz se tornaban rojas.—Tiene que estar triste. 

Victoria asintió y dados de la mano empezaron a andar. Yo por mi parte corrí a la cama y me dejé caer. Escuché sus pasitos por las escaleras y me encogí más, tenía toda la intención de decirles cuánto los amaba y que por más que me impusiera sobre ellos eran mis pequeños angelitos. Eran lo mejor que me había pasado en la vida y no quería que pensaran que no los quería.

—Mami...—escuché a Kale, con su voz de llanto.

Me giré para verlo y vi que Victoria también quería llorar. Les hice un gesto para que se acercaran y los subí uno después del otro, colocándolos a ambos a cada lado de mi cuerpo, mientras ellos apoyaban sus cabecitas en mi pecho y rodeaban mi cintura con sus pequeños brazos, llegando hasta el ombligo.

—¿Qué os pasa mis bebés?—inquirí, como si no hubiese escuchado nada.

Victoria se abrazó más a mí y sentí cómo empezaba a sollozar. Mi corazón se partió en dos, sentí cómo había escuchado el crack que hizo de ver a mi pequeña llorando por mi culpa.

—Lo sentimos mami.—lloró y yo me incoporé con ellos.

Los miré a la cara, mientras Kale empezaba a acompañar a Vicky en su llanto y los estreché contra mí.

—No pasa nada, os amo mucho. Nada de lo que hagáis cambiará eso.—besé su cabeza, estrchándolos más contra mí.—Os lo prometo, mis pequeñajos.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top