EXTRA 3





EXTRA 3

AYDA



Empecé a caminar con paso más rápido. La emoció y el nerviosismo se entremezclaban en mi interior y no sabía a cuál hacerle más caso. Era un día especial porque al fin, después de mucho tiempo intentándolo, podría haber conseguido lo que quería desde que era una niña que jugaba con sus muñecas.

Hacía unas semanas que me había hecho un análisis de sangre, porque mi periodo se había demorado tres meses, así que yo lo único que esperaba era por fin estar embarazada después de tanto tiempo intentándolo.

Yo no podía tener hijos de forma natural, así que cuando por fin estuve lista para plantearle a Frank la posibilidad de tener hijos y después de meditar muchas opciones, incluso la adopción, elegimos empezar a probar con la inseminación in vitro.

Era consciente de que muchos iban a juzgar esta decisión porque, ¿por qué preferirías someter a tu cuerpo a un montón de químicos teniendo al alcance de tu mano niños que necesitan una familia? Lo entendía, es decir, a mí también se me encogía el corazón al pensar en esos niños sin un hogar en el que refugiarse, sin unos padres que le dijeran que todo iba a estar bien. Pero yo quería sentir a ese bebé en mi barriga, quería notar esas pataditas, quería sentir lo que era estar embarazada.

Muchas de las mujeres que había conocido en Florencia que ya eran madres me habían insistido en que lo peor de tener hijos era el embarazo y que si estuvieran en una situación como la mía no dudarían en ir por la vía fácil.

Así que lo hablé con Frank, preguntándole cuál era su opinión al respecto, intentando aclarar mis ideas. Sin embargo, mi chico lo único que dijo fue que era decisión mía someterme a todo eso, que él iba a estar ahí apoyándome tanto de forma personal, como con los recursos que había ido ganando estos dos años de casados.

Y eché la vista atrás, hablando con mi madre, quien me enseñaba fotos de cuando era pequeña y simulaba con un cojín la barriga de embarazada. Era lo que yo había soñado desde que era una niña y cuando me enteré de que por mí misma no podía tener hijos sentí cómo ese sueño se iba esfumando poco a poco. Pero tenía dinero y podía permitirme luchar por esto, por ser madre, por sentir a ese bebé dentro de mí.

Era evidente que iba a haber complicaciones, llevábamos un año intentando que todo saliera bien y, después de dos abortos en los que sentí la pena absoluta y la decepción sobre mí y sobre mi condición, sentía que esta vez iba a salir bien. Después de todo, a la tercera va la vencida, ¿no?

Necesitaba ver los resultados de inmediato, quería recibir la noticia por parte de mi ginecóloga, no quería verlo en un test de embarazo. Quería que ella me diera una vez más la enhorabuena y me animara diciéndome que esta vez iba a salir bien. Quería que en cuanto supiésemos que sí, me revisara y observáramos nuevamente a ese pequeño bebé, muy parecido a una lenteja, para asegurarme que era real.

Me senté en la sala de espera, sintiendo cómo el corazón me bombeaba con fuerza. Me hubiese gustado que Frank estuviera aquí, ni siquiera le había contado del retraso ni de las pruebas que me había hecho, pero él llevaba casi tres semanas de viaje y sabía que si le contaba algo vendría de inmediato, dejando de lado sus asuntos del trabajo.

Si había funcionado esta vez, esta cita sería la que me haría abrir los ojos. Eran tres meses de retraso en mi periodo. Me había estado informando y a los tres meses era cuando podías observar si todo estaba bien, si todo iba a salir bien.

Una de las veces anteriores llegué al tercer mes, pero lo que vimos en la ecografía Frank y yo nos desilusionó por completo. La medida del pliegue nucal nos hizo saber que nuestro bebé tenía alteraciones cromosómicas que le harían morir antes de nacer o inmediatamente después del parto. Esa vez fue la más dolorosa, porque habíamos estado tan cerca de salir de la zona de peligro que no supe cómo seguir.

Desistí de la idea de tener hijos durante unos meses en los que Frank me animaba y me apoyaba en todo lo que decidiera. Visitamos centros de acogida y hablamos con los niños más pequeños que había, en el intento de adoptar a uno de ellos. Pero al llegar a casa no podía evitar tocar mi vientre y sentir que no era lo que quería.

¿Era mala persona por eso?

Esta vez, cuando vi que no me bajó la regla en el primer mes, no quise hacerme ninguna prueba, ni en el segundo, quería ir directamente al tercer mes. Quería saber que todo estaba bien, o mal, antes de cogerle cariño a un bebé que no iba a llegar.

Mis manos me temblaban a medida que las parejas iban entrando y saliendo, incluso algunas con gesto de preocupación y otras con lágrimas en los ojos. Yo había sido ellos en algún momento, y esperaba que esta vez que estaba sola no fuera así porque ¿cómo le explicaría a Frank que le había ocultado durante tres meses esto y que había ido yo sola a la clínica para que me dijera que todo estaba mal y que tenía que volver a provocarme un aborto?

Sentí que lágrimas nerviosas se arremolinaban en mis ojos y lo único que podía hacer era pellizcar y juguetear con mis manos. Hoy estaba sola aquí, pero sabía que cuando saliera no sería así. Frank no me iba a culpar de nada porque sabía lo que había pasado con todo esto, iba a estar ahí para apoyarme y cuidarme. Y esta era la última oportunidad que le daba a la inseminación in vitro. No iba a volver a meterme en esos procesos que le hacían mal a mi cuerpo. Desistiría de ser madre por mi cuenta y adoptaría a uno de esos niños que me habían mirado deseosos de tener una familia.

—Ayda Anderson.

Levanté la cabeza en cuanto me llamaron y me apresuré a entrar ante la sonrisa de mi ginecóloga. Intenté que ella no viera mis manos temblorosas, dejándolas en mi regazo, intenté tragarme el llanto, pero conforme ella me iba explicando cosas que habían salido en el análisis de sangre, yo hacía oídos sordos porque lo único que quería escuchar era que esta vez sí saldría bien.

—Veo que hoy el señor Anderson no te acompaña.—sonrió dulce, y por un momento sentí que algo iba mal.

Miré el ordenador con duda, sin poder deducir nada de lo que contenía por la perspectiva en la que estaba, y volví mi vista a ella. Era joven, tal vez tendría unos treinta y cinco más o menos. Su pelo siempre estaba envuelto en un moño que dejaba caer algunos rizos pelirrojos sobre su cara y sus ojos marrones me miraban con dulzura y comprensión.

Ella había estado ahí en todos los procesos. Había dado su apoyo tanto a mi marido como a mí y estaba muy agradecida por ello.

—No,—suspiré, rascándome la ceja, en la que tenía una cicatriz por una caída de pequeña, con nerviosismo—está de viaje por trabajo y... tampoco le había comentado nada sobre la falta de mi periodo estos meses.—me sentí avergonzada cuando alzó sus cejas y no pude evitar agachar la vista.—No quería que se hiciera ilusiones para luego llegar al tercer mes y que todo saliera mal.—confesé, volviendo mis ojos a los de ella.—Aunque tampoco digo que vaya a estar embarazada, ni siquiera lo sé, yo simplemente...

—Bueno, pues debo darles la enhorabuena a los dos, porque sí que lo estás.—anunció cortando mi perorata.

Sentí cómo las lágrimas volvían a mis ojos, y noté cómo todo se paró dentro de mí. Por instinto llevé mis manos a mi vientre bajo, aunque las aparté de inmediato.

—¿Podemos revisar que todo esté bien?—cuestioné y ella asintió comprensiva, levantándose y guiándome hacia la camilla.

Me acosté y remangué mi camiseta, bajando un poco los pantalones para que pudiera untar el líquido viscoso sobre mi panza. Mi mente vagaba sobre muchos sentimientos, tenía ilusión, pero también me instaba a relajarme porque no sabía si esto saldría bien.

La doctora empezó a pasarme el mando que estaba conectado a la máquina ahí donde había untado el gel. Levanté la vista donde las imágenes empezaban a verse, preocupada por ver a un bebé que no estuviera bien, por sentir lo mismo que había sentido hacía no mucho tiempo.

Y lo vi, parecía estar tan bien, parecía sentirse bien. Y luego volvió a mover el mando y apareció otro más. Mis ojos se fueron rápidamente a Abigail, mi doctora, confundida.

—¿La máquina funciona bien?

Abigail rio, girando su cabeza hacia mí, asintiendo.

—Sí, señora Anderson, la máquina funciona correctamente. Usted está esperando mellizos.—dijo, con una alegría que consiguió transmitirme.

Mellizos...¿Era una señal? ¿Eran estos los dos bebés que había perdido?¿Habían vuelto para asegurarme que estaban bien?

—Vamos a hacer las pruebas, pero por cómo lo veo esta vez sí ha salido bien.—añadió, apretando mi mano con seguridad, tal vez intentando transmitírmela a mí.

Esperé pacientemente a que ella tomara las medidas y escuché el latido de esos pequeños corazones que esperaba tener pronto en mis brazos. Las lágrimas empezaron a salir sin que yo les diera permiso y lo único que podía hacer era pedirle a Dios que todo estuviera bien, que me ayudara en esto.

Vi cómo Abigail volvió su vista hacia mí con una sonrisa conciliadora y agarró mis manos, a pesar de que probablemente estaban tan sudadas de los nervios que darían asco.

—Enhorabuena Ayda, todo está bien, y estás embarazada de dos preciosos bebés.—noté cómo sus ojos se cristalizaban ante mis sollozos repletos de alegría.

Frank se iba a poner muy contento cuando se lo contase. Dos bebés. Dos hijos a los que cuidar. Al fin.

—El próximo mes podremos saber su sexo, ¿vale cielo?—asentí, mientras ella me tendía papel para que me limpiase y me levantaba para acompañarla y que me diera la próxima cita.—Pues esto por aquí,—dijo tendiéndome las fotos de la ecografía.—y nos vemos en cuatro semanas. Cuídate mucho y felicita a Frank de mi parte también.

—Muchas gracias, por todo.—sonreí completamente agradecida de que fuera ella quien estuviera a mi lado en esto.

Salí con una sonrisa y a la primera que llamé fue a mi madre, quien lloró conmigo, feliz de todo esto.

Para Frank, sin embargo, tenía otros planes.


***


Lo tenía todo planeado, Francesca me había ayudado a preparar la cena, emocionada y llorando a cada rato feliz de que por fin todo fuese bien. Frank llegaría esa misma noche, había dejado el salón listo para su llegada. Había velas colocadas estratégicamente por todo el comedor, un jarrón con unas rosas en la mesa baja y, lo más importante, una caja que guardaba lo que le daría a entender a Frank mi estado.

Me despedí de Francesca cinco minutos antes de saber que Frank estaba llegando. Sentía los nervios, y no sabía dónde colocarme. Al final decidí apoyarme en el sofá negro, mirando a la puerta con nerviosismo.

Hasta que, por fin, escuché cómo giraba la llave y la puerta se abría, dejando ver a un Frank sorprendido por todo lo que había preparado. Se acercó con una sonrisa dulce, dejando su maleta a un lado y su chaqueta cerca de donde yo estaba apoyada, en el respaldo del sofá.

Posó sus manos en mis caderas y me acercó a él besando mis labios antes de decir nada. Nos habíamos echado de menos. Más sobre todo porque esta vez sólo habían podido ser mensajes de texto y algunas llamadas cortas.

—Estás preciosa, pero no sé qué celebramos.—susurró contra mis labios cuando se separó de ellos.

Sonreí, pasando mi vista a esos ojos grises y alzando mi mano para apartar un mechón de pelo rubio que caía sobre su frente.

—¿No puedo darle la bienvenida a mi esposo como se merece?—inquirí, en voz baja, disfrutando del ambiente que habíamos forjado.

Él sonrió, envolviendo mis labios con los suyos una vez más y guiándome al sofá, dejándome encima de él.

—Enséñame cuánto me has extrañado, Ayda.—pidió, escondiendo su cara en mi cuello, esparciendo besos que me hacían derretirme.

Lo aparté con suavidad, volviendo mis labios a los suyos en un casto beso, que hizo que él me mirase confundido. Sabía que no entendía por qué estaba actuando de esta forma cuando normalmente era yo la que lo atacaba en cuanto llegaba.

—¿Cenamos primero? Hay algo que quiero contarte.

Se incorporó, preocupado esta vez, y miró mis ojos en busca de respuestas, pero yo simplemente me levanté y traje la cena, empezando a comer divertida por cómo miraba la caja sin mediar palabra alguna.

Después de terminarnos el plato que había preparado con Francesca, hablando sobre su viaje y lo mucho que le había costado llegar a un acuerdo con los ingleses, extendí la caja hacia sus manos, provocando una mirada dudosa por su parte.

—¡Vamos, ábrelo!—reí y él dejó de fruncir su ceño entonces.

Lo vi quitar el lazo, sintiendo cómo el nerviosismo volvía a fluir por todo mi cuerpo. Pero cuando al fin abrió la caja y vi cómo agarraba los dos trajes de bebé y la foto de la ecografía, y sus ojos me miraron cubiertos de lágrimas y con una admiración que no podría llegar a explicar en la vida, todo eso se fue.

Se tiró a mí, abrazándome y haciendo que yo llorase con él de felicidad.

—Enhorabuena papá, vamos a tener mellizos.—susurré en su oído, antes de que me apartara y besara mis labios completamente feliz.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top