EXTRA 2










EXTRA 2

AYDA

Suspiré, agotada y algo asqueada de lo que me habían puesto enfrente a la espera de que comiera para elegir el menú de la boda. Frank me había dicho que buscase a los mejores cocineros, los mejores vestidos, incluso los mejores músicos, porque era lo que yo merecía en nuestra boda. Sin embargo, no quería gastar todo lo que él había conseguido en un simple boda, que lo único que afirmaba era el amor que nos sentíamos.

Frente a mí había una mezcla de gambas con pulpo y otras especies marinas que no conseguía reconocer porque estaban, literalmente, descuartizadas y echas papilla en el plato.

—Creo que es sepia...—informó Madison mientras masticaba.

Yo era evidente que me estaba absteniendo de comer, porque no quería un viaje al hospital.

—Y ¿merluza? —añadió Eda, masticando con duda. —Yo sólo espero que no nos haya envenenado. Tienes suerte de no poder comer esto, Ayda, es realmente asqueroso.

Reí, porque sí que se veía completamente asqueroso. Había en el plato pescados que combinados quedaban horriblemente mal. Y tampoco sabía cómo decírselo a estos chicos, porque al parecer habían empezado en esto de hacer menús para las bodas y festividades. Aunque tal vez era por lo que salía así de barato.

—¿Todo está correcto?

Preguntó de repente el encargado, haciendo que Eda pegase un pequeño grito del susto, y Madison y yo lleváramos nuestras manos al corazón. ¿Por qué no se le escuchaba al llegar?

—Este plato prefiero cambiarlo por otro más...simple. —terminé diciendo, mirando a las chicas que sonreían incómodas, pero divertidas.

—¿Una mezcla de carnes, tal vez? —inquirió y negué.

Él mientras tanto empezó a recoger nuestros platos y a servirnos más agua, porque hacía falta.

—Nada de mezclas. —pedí, casi suplicándolo. —El marisco estaría bien ponerlo separado, si lo juntáis yo no voy a poder comer. —les recordé, a pesar de que les había pasado las alergias de cada uno de los invitados.

Me miró con el ceño fruncido, notaba cómo las aletas de su nariz empezaron a moverse más rápido, como si se estuviera conteniendo de alguna.

—Sin embargo, si esto les supone algún inconveniente, podemos marcharnos e ir a otro lado. —sugirió Madison, haciéndome señas para salir de ahí.

La entendía, el lugar dejaba mucho qué desear. Estaba desgastado y lo único que se veía al fondo eran borrachos que miraban de vez en cuando hacia aquí, soltando algún piropo o alguna risita.

—¿Sabe qué? No quiero probar ningún plato más. —confesé, pasándome la mano por la cara. —Cogeré la carta de su menú y junto con mi prometido meditaremos esta opción. —sonreí, notando cómo su cara se volvía cada vez más roja por momentos.

Nos levantamos mis amigas y yo y dejé el dinero por los menús que habíamos probado, saliendo a toda prisa, antes de que nos echaran un balde repleto de agua fría, o algo que no fuera agua y sí más asqueroso.

Sentí un escalofrío una vez que estuvimos fuera y suspiré. Había perdido a los cocineros. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Aún me faltaba, la música, los fotógrafos, el vestido...Dios, el vestido. Seguro que Frank ya tenía su traje, conociéndolo lo habría comprado antes de pedirme que me casara con él.

—No te estreses. —comenzó Madison, dándome un masaje en los hombros. —Te voy a llevar con los cocineros que confeccionaron el menú para la boda de mi hermana, es una delicia, te lo prometo. Y todo lo que les exijas, lo amoldan a la perfección.

Empezamos a caminar por las calles atestadas de Richmond, puesto que la boda sería aquí, la gente me miraba de vez en cuando, porque el anuncio de nuestra boda se había comunicado en las noticias de cotilleos, para avisar de que uno de los nuevos solteros más cotizados, ya no era una presa viable.

¿Cómo iba a conseguir mantener la compostura organizando toda una maldita boda si no era capaz de organizarme ni un solo día de mi vida?

Al final, conseguimos llegar al lugar del que había estado hablando Madison durante todo el camino, diciendo maravillas de él. Y, la verdad, es que se notaba la categoría sólo con ver la fachada. Al entrar, siguió dejándome impresionada, porque había esculturas en las columnas, ventanas con relieves, pinturas en la pared. Todo era precioso, y seguí contemplándolo mientras Madison hablaba con el encargado para pedirle una degustación para el menú de una boda.

Madison me agarró el folio que tenía con las alergias de cada uno de los invitados para dárselo y que pudieran improvisar con lo que podían jugar.

Y, en el mismo momento que dejaron el primer plato frente y a mí y pude degustar, supe que este iba a ser el lugar elegido.





***



Unas horas más tarde se veían incorporadas a nosotras mi madre y mi suegra, que discutían de vez en cuando sobre todo. Las había dejado a cargo de la decoración del lugar, pero no iban a decidir nada sin el visto bueno de Frank, que era el que entendía de eso.

Entramos a la tienda de vestidos de novia y la encargada nos recibió con una sonrisa, sabiendo que ya íbamos a venir. Le devolví el gesto, feliz, mientras ella nos guiaba hacia una sala apartada de la tienda principal, y nos servía algo de champán.

Había todo estilo de vestidos, pero yo quería uno simple. No quería ir muy extravagante porque sabía que no era mi rollo.

Así que empecé a probarme, sintiéndome cada vez más decepcionada por no encontrar al indicado para mí. ¿Qué iba a hacer una novia sin su vestido? ¡Y el ramo! También tenía que confeccionarlo. Cada vez me encontraba más desanimada ante la lista de tareas que se me venía por delante.

—¿No te gusta ninguno? —preguntó Eda, luego de dos horas.

Me encogí de hombros, mirándome en el espejo el vestido que llevaba ahora.

—Son todos preciosos, pero demasiado extravagantes para mí. —dije, mirando a la dependienta. —¿No tenéis algo más sencillo?

Ella asintió, con una sonrisa que parecía sincera, a pesar de estar haciéndole ir y venir por ser una novia demasiado exigente. La vi de vuelta otra vez luego de unos minutos y trajo vestidos sin encajes, ni florituras, ni nada en absoluto que pudiera ser demasiado rococó.

Empecé a probarme de nuevo y la cosa mejoraba por momentos, hasta que di con el indicado. Era de los más simples que había, largo con una cola que no se quedaba demasiado larga. No llevaba mangas y el escote era cuadrado. Pega hasta las rodillas, donde empezaba a abrirse para dejar que la cola se luciera.

—Este. —hablé de repente, pasando las manos por mis caderas pronunciadas gracias a este vestido.

Me giré a las mujeres y ellas me miraban como si estuviera loca, porque entendía que era el vestido más simple que habrían visto alguna vez puesto en una novia, pero me encantaba. Me sentía cómoda con él.

—Voy a enseñarte los velos. —informó con rapidez la dependienta, trayendo un montón.

Miré a Madison, esperando que me ayudara a decidir esto, porque no tenía ni idea, y ella ya había pasado por una boda, tal vez tendría algunos conocimientos superiores a los míos.

—¿Por qué no te pones el de perlas? —inquirió la rubia, cogiéndolo y poniéndolo en mi cabeza. —Con un moño bajo, y el velo alrededor, creo que podría quedar bonito, teniendo en cuenta que el vestido no tiene ningún detalle. ¿Te gusta? —preguntó, acariciando mis hombros, girándome para verme en el espejo.

Y la verdad es que estaba encantada. Me sentía como la novia más guapa del mundo y tal vez eso era posible porque con quien me iba a casar era con él.


***


Inspiré y expiré, nerviosa. Era el día de nuestra boda, y Frank aún no había llegado y eran las putas ocho de la mañana. Los maquilladores que había contratado Madison por mí estaban haciendo su trabajo mientras mis amigas intentaban tranquilizarme y darme esperanzas de que todo iba a salir bien.

—¿Por qué mierda no han llegado ya? —grité, angustiada.

Eda me acarició la mano y sonrió tranquilizadora.

—Seguro que están ya en el avión, por eso no contestan las llamadas.

Giró su cabeza hacia Madison quien se había levantado para volver a llamar a Connor, quien estaba con el resto.

—Malditos hombres insoportables, no sé cómo han podido permitirse venir la puta misma mañana de la boda. ¡Las fotos van a salir fatal! —eché la cabeza hacia atrás, a la vez que los maquilladores intentaban hacer su trabajo.

Madison volvió a mí y suspiró, acariciando mi hombro.

—Que no, ya verás. Es temprano aún, ellos sólo tienen que vestirse y peinarse. —alegó, con voz suave, como quien le habla a un bebé llorón. —Van a estar a tiempo, no te preocupes y deja que estos chicos hagan su trabajo. No pienses en ellos.

Una hora pasó y a mí lo único que me faltaba era vestirme, y faltaba media hora para que tuviera que ir a la iglesia. Y una hora para que empezase la boda. Así que mientras mi madre me ayudaba con el liguero y demás cosas de novia, que no entendía pero ella había insistido en comprar, yo apretaba y pellizcaba mis manos, a la espera de que estuviera soñando y mi chico no llegara tarde a nuestra propia boda.

Unos golpes me sacaron de mi estupor y Madison abrió con prisa, dejando ver a Alex y Nicolas. Corrí hacia ellos y les di un golpe a cada uno.

—¡Sois unos cabrones y unos inconscientes! ¿¡Dónde mierda está Frank!? —grité, histérica. —Se va a enterar en cuanto lo vea... —susurré intentando salir, aunque Eda me retuvo.

—Da mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda.

Solté el aire retenido, apretando las manos en puños.

—Decidle que se va a enterar cuando lo pille. Y más le vale que no tenga ni una puta ojera o resquicio de resaca porque juro que lo abandono en el altar. —les comuniqué a los dos chicos que estaban aquí para que les pasaran el mensaje a mi futuro esposo.

Ellos asintieron y salieron sin saber muy bien qué hacer. Mi madre me ayudó entonces a ponerme el vestido, mientras Beth salía para regañar a su hijo, tal y como yo lo haría si pudiera. 

Nicole, la hermana pequeña de Frank, me pasó el velo, como una buena dama de honor, y mi madre, con la ayuda de los estilistas, me lo pusieron, mientras el fotógrafo hacía sus fotos de estos momentos tan maravillosos.

El tiempo siguió pasando en mi histeria y fue el momento de subirme al coche para ir a la iglesia, donde suponía que ya se encontraba Frank. Y cuando fue el momento, entré, escuchando la música de fondo, suave y relajada.

Lo vi allí, al fondo, mirándome con esa expresión que utilizaba siempre para mí, y noté cómo se sacudieron sus hombros levemente, entendiendo que estaba llorando. Y eso me hizo emocionarme a mí también, derramando algunas lágrimas, mientras apretaba el brazo de mi madre.

Una vez estuvimos frente a él, observé las lágrimas que se derramaban por sus mejillas y mi madre me tendió la mano hacia él, con lágrimas en los ojos también.

—Cuídala mucho, Frank, por favor.

Mi prometido asintió y cogió mi mano para ayudarme a subir el último tramo de escalones. Nos pusimos frente a frente, mientras el cura empezaba a dictar sus oraciones por nosotros.

—Lo siento. —susurró, sabiendo lo mucho que me había enfadado.

—¿Eso que tienes en el cuello es pintalabios? —pregunté, en voz baja para que el cura no nos llamara mucho la atención.

Él frunció el ceño con duda, sin saber muy bien a lo que me refería, hasta que entendió mis intenciones y sonrió divertido, acercándose para secar mis mejillas con una suavidad apabullante.

—Sabes que no echaría a perder nuestro amor por una noche de putas. —abrí los ojos, a modo de regaño, porque estábamos en la casa del señor, no podía decir esas cosas. —Lo siento. —reí con suavidad y apreté sus manos.

Supe entonces que le perdonaría cualquier cosa. Cualquier cosa que hiciera mientras me siguiera mirando como lo hacía, y su amor por mí sólo fuera in crescendo.

—Sí quiero. —dijo de repente, y yo miré al cura, sin haberme enterado que habíamos llegado a esta parte de la misa.

—Ayda Beltrán, ¿quieres recibir a Frank Anderson como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

—Sí quiero. —contesté repleta en lágrimas.

Mis manos temblaban ante todo esto, pero sentía que mientras estuviera entre las suyas, todo iba a estar bien, que nada malo me iba a pasar.

—Por lo tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Poco después bendijo las alianzas y nos las extendió, haciendo que repitiéramos unas palabras.

—Ayda Beltrán, recibe este anillo, —dijo, con su voz repleta de emoción, echando la cabeza hacia atrás, debido a todos los sentimientos que estábamos viviendo sólo hoy. — en señal de mi amor y fidelidad hacia ti. —empezó a colocarlo, para terminar añadiendo: —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Fue mi momento de repetir lo mismo. Así que, agarré el anillo que me extendía Nicole en un cojín confeccionado con nuestras iniciales bordadas en una esquina y le sonreí, dándole las gracias.

—Frank Anderson, —comencé, pero paré por mi voz se cortó. Y respiré hondo una vez más, a la espera de que mi emoción se fuera por un momento, debía recitarlo si quería irme casada con este hombre. — recibe este anillo, en señal de mi amor y fidelidad hacia ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. —lloré mientras le colocaba su alianza.

Como siguiente ritual, obtuvimos la entrega de arras: 13 monedas que se intercambiaban para simbolizar la abundancia en los bienes materiales que compartiríamos a partir de este momento. El sacerdote las bendijo y pasamos a la eucaristía final.

Nos colocamos de rodillas, frente al cura, mientras él alzaba sus manos sobre nuestras cabezas, bendiciendo nuestra unión, nuestro nuevo matrimonio, pidiendo la protección de Dios y el Espíritu Santo para nuestro hogar. Dio una bendición final generalizada y al fin pudimos darnos ese beso que tanto estábamos esperando.

La gente empezó a salir, pero nosotros aguardamos junto a nuestros testigos y padrinos mientras firmábamos el acta de matrimonio, que posteriormente debíamos presentar en la notaría para legalizar nuestra unión frente a la ley.

Nos echamos unas cuantas fotos, hicimos alguna que otra ofrenda a los Santos que mi padre amaba y salimos a la entrada, donde todos esperaban dispuestos a lanzarnos arroz a todo lo que daba.

Volví a besar al que era ya mi marido, feliz de que todo lo que había vivido hubiese sido con él, porque era todo lo que necesitaba. Una vida a su lado. Y tal vez mil más.


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