EXTRA 1







EXTRA 1

AYDA


Estaba demasiado cansada cuando al fin llegué a mi piso después de la jornada de trabajo más agotadora que había podido vivir hasta el momento.

Un parto, una operación y más animalillos indefensos venían suplicando nuestras ayudas. Cubiertos de pulgas, garrapatas y bichos que ni siquiera tenía la certeza de que existían. Y aún así, estaba segura de que alguno se me habría pegado al pelo.

Saludé a Ratón con un suspiro al mismo tiempo que escuché cómo el ordenador del despacho que utilizaba Frank sonaba. Me acerqué a toda prisa después de mirar el reloj de pared, sabiendo lo que significaba ese sonido.

—¡Hola! —dije cuando descolgué la llamada de Skype que mi chico me hacía desde Florencia, Italia.

Me sentí muchísimo más animada y no tan cansada cuando vi esa sonrisa sexi y ese tono moreno que había cogido durante casi un año que llevaba viviendo allí, por no hablar de esos ojos grises que me observaban con esa adoración característica.

Cuando se fue, tuve miedo. Es decir, era evidente que podía ocurrir que nos separásemos tanto tiempo y que no sintiéramos lo mismo, a pesar de haber pasado por dos separaciones. Era algo que podía llegar a esperarme, sin embargo, éramos más fuertes que eso. Sí que discutíamos un poco más por la distancia y por la diferencia horaria, porque no siempre podíamos hablar, pero seguíamos amándonos con la misma intensidad.

—¡Hola, ratona! —saludó mientras colocaba su móvil en el imán que llevaba en su coche. —¿Qué tal ha ido tu día?

Él apenas estaría empezando su tarde, porque mientras que aquí eran las nueve de la noche, ahí—y según mi reloj regulado según el horario de Italia—eran las tres de la tarde.

—Cansado, demasiados animales por hoy. ¿Puedo dejar el trabajo y que me mantengas? —pregunté de broma, porque ambos sabíamos que era algo que no iba a permitir.

Él soltó una risa, mientras empezaba a conducir, dejándome ver lo atractivo que se veía concentrado en el tráfico.

—Mientras lo dejes y vengas conmigo, haré lo que quieras. —me dirigió una pequeña mirada a través de la pantalla y me volví loca por dentro.

¿Qué era lo que me hacía este señor constantemente que no podía dejar de sentirme como una colegiala hormonal?

—¿Y tu mañana? —devolví la pregunta, ansiosa por escucharlo hablar. —Las noticias no dicen nada bueno del conflicto con la agencia de abogados.

Él soltó un bufido, porque estaba también agotado de conflictos y gente metiche que lo único que quería era robarse un cachito de pan. Al parecer los abogados que tenían contratados antes de la llegada de Frank los estaban estafando económicamente y, mi chico, al darse cuenta de ello quiso deshacer el contrato de inmediato. Sin embargo, el bufete se puso en contra y quiso lucrarse económicamente por romperlo antes de lo establecido.

—Nicolas ha viajado hasta aquí para ayudarme con esos trámites legales. —respondió, pasándose una mano por el pelo. —Todo se va a solucionar pronto, no van a ver ni un minúsculo euro. No después de todo lo que nos han estado robando.

En su voz se mostraba el enfado, pero lo veía normal. ¿Qué clase de personas son esos abogados? Se supone que están para ayudar al prójimo no para arruinarlo.

—¿Sabes? Te he cogido un vuelo este fin de semana, para que vengas a verme. —dijo una vez paró el coche y cogió su teléfono para acercarlo a su cara. —Tengo una sorpresa que darte.

Fruncí el ceño, curiosa y a la vez divertida. ¿Qué sería lo que me tenía preparado este hombre que me hacía ir con tanta urgencia?

Nuestras visitas se veían condenadas a fines de semana aleatorios, sobre todo aquellos en los que había una fiesta y eso hacía que la clínica cerrase. Él venía con más regularidad, puesto que era el jefe y podía permitirse el lujo de decidir cuándo hacerlo, pero la mayoría de las veces lo había hecho para controlar la empresa en Richmond.

—No puedes decir que me vas a dar una sorpresa y esperar que no te pregunte por ello. —comenté, divertida por la situación.

—No te voy a dar ninguna pista. Ven y te enterarás. —se acercó un poco más a la cámara, mirando de vez en cuando a la calle. —Tengo que dejarte, estoy en el terreno donde vamos a empezar a construir la casa que te comenté.

—Está bien, hablamos mañana. Te amo. —dije con algo de pena, porque hoy no habíamos sido capaces de hablar mucho tiempo.

—Y yo a ti también. Cena algo antes de irte a dormir. Buenas noches, ratona.

Sonreí, alegre de que se diera cuenta de que no había cenado y de que siempre se las ingeniara para darme las buenas noches, de la forma que fuera.

A veces le hacía a alguien traerme flores si no habíamos podido tener nuestra videollamada diaria, o me enviaba mensajes de texto diciéndome lo mucho que me echaba de menos y cuánto me amaba. O para que estuviera más presente en su vida empezó a pasarme fotos de lo que comía, o de dónde había salido, al igual que yo empecé a imitarlo.

Colgamos después de unos segundos más y decidí hacerle caso y cenar algo, iba a quedarme como un palillo si seguía de esta manera. Y poco después, decidí irme a la cama completamente exhausta.

***

Tres días después yo ya me encontraba siendo abrazada por Frank en el aeropuerto de Florencia. Ya me conocía este sitio casi como la palma de mi mano de todas las veces que había cruzado los pasillos repletos de gente. La primera vez tuve que preguntarle a personas que ni siquiera me entendían, hasta que topé con un italiano que, por lo menos, al ser tan parecido su idioma con el español, pudimos comunicarnos de forma aceptable.

—¿Qué tal el vuelo? —preguntó, agarrando mi maleta, que ya parecía costumbre que me la quitase de las manos.

Sonreí, contenta, abrazándome a su brazo para cerciorarme que volvía a estar con él en el mismo lugar. A veces era raro, porque sólo estábamos tres días y luego cada uno volvía a lo de antes, y de vernos constantemente en una pantalla a estar en persona en ocasiones era extraño. Como si realmente nunca hubieses estado ahí, porque se pasaba volando.

—Bien, esta vez sin ningún percance. —curvé mis labios hacia el cielo, para hacer más creíble mi relato.

En el último vuelo tuve una fuerte discusión con el tipo que estaba a mi lado. El señor quería coger la ventanilla, que evidentemente era el número que ponía en mi billete, y por más que se lo explicaba no se dignaba a levantar su culo gordo y fofo de mi asiento.

Al final, conseguí que la azafata viniera, aunque tal vez lo hizo por el escándalo, y el señor tuvo dos opciones: levantarse del asiento y colocarse en el suyo o abandonar el avión. Y, por suerte, decidió la segunda porque quería poner una reclamación ante el trato que le habían dado los trabajadores de ese mismo vuelo.

Subimos a su coche, mientras le contaba las últimas hazañas de nuestros chicos y él rio cuando le conté que por poco metieron a Alex y a Eda en la cárcel por haberse colado en un recinto —en el cual nos encontrábamos todos, pero sólo los pillaron a ellos. —que al parecer era privado.

La verdad es que con veinticuatro años que tenemos, algunos ya veinticinco, hacíamos demasiado el loco. Si estas cosas salían a la luz estaba segura de que la empresa de Frank se iría al traste, pero por suerte, tenía a los mejores relaciones públicas que tapaban todo lo que estropeábamos cuando salíamos de fiesta.

—¿Hace cuánto que no te emborrachas, Frank? —cuestioné, molestándolo mientras conducía. —Deberías soltarte un poco, dejarte llevar. Hacer locuras.

Él me miró, sabiendo que lo que le decía era cierto. Sabía que cada vez más se centraba únicamente en el trabajo y más sin estar yo aquí para hacerlo salir un poco de su zona de confort. Era un ogro que no quería salir de su ciénaga.

—Ya estoy haciendo una gran locura saliendo contigo, creo que por ahora estoy servido.

Reí, burlándome de él y dándole golpecitos que me pedía que parase. Y lo hice, simplemente porque no estaba bien molestar al conductor. Pero me alegró verle en la cara esa sonrisa relajada y tranquila, alejada de las preocupaciones que seguramente llevaba a cuestas en esa mochila que no quería soltar.

Mi novio era un chico muy fuerte, que no se dejaba vencer por las dificultades, que aunque su mochila cargara miles y miles de piedras, él la cargaría y la arrastraría con tal de seguir hacia delante. Cada vez que ocurría una cosa, me dejaba impresionada con la seguridad y la rapidez con la que solucionaba todo, aunque por dentro estuviera cagado de miedo, nunca dejaba que eso se mostrase ante nadie. Sólo me dejaba verlo a mí y cuando estábamos escondidos en nuestra habitación, en esos momentos en silencio en los que se quitaba la máscara y era un niño pequeño deseoso de calma, de cariño.

—¿Sabes que te amo, verdad? —cuestioné, aunque ya supiera la respuesta, aunque era consciente de que él también lo hacía, pero necesitaba oírlo.

—No tanto como lo hago yo. —respondió, sacándome una sonrisa.

En este tiempo nos habíamos vuelto unos cursis debido al tiempo que estábamos separados, porque tal vez necesitábamos decirnos que nos queríamos para que fuéramos conscientes de ello y no dejáramos de luchar.

—Pasamos por casa, te duchas y vamos a un sitio que quiero enseñarte. —comentó de repente.

Alcé las cejas, dudosa. Había visitado muchos sitios de Florencia, no entendía qué era lo que quería enseñarme ahora.

—¿Insinúas que huelo mal? —él rio, negando con la cabeza por mis ocurrencias.

Cogió mi mano y besó mis nudillos. Lo notaba raro, tal vez ansioso por algo. ¿Qué era lo que estabas tramando, Frank Anderson? Si era algún tipo de broma juraba que se la iba a devolver por mil.

—Sólo quiero que disfrutes del sitio al que vamos a ir y sé que al llegar del avión te gusta darte una ducha. —contestó, jugando con mi dedos.

De hecho, si me ponía a pensarlo, todos estaban extraños antes de irme. Me miraban como si fuera a pasar la cosa más importante de mi vida, como si fuera algo que llevaba esperando por siglos. Incluso mi madre me había dicho, "escoge bien, porque será para toda tu vida". ¿No iba a pedirme matrimonio, verdad? ¿Justo hoy?

Le sonreí, porque si era eso lo que iba a pasar, sentía los nervios y la espera por decir que sí. Siempre sería sí con él, pasase lo que pasase.

***

Después de una ducha rápida, porque él no quiso bañarse conmigo e intentar recuperar el tiempo perdido, me encontré con un vestido largo hasta un palmo por debajo de las rodillas y azul, con flores blancas, con esas mangas abullonadas que me recordaban a las de una princesa, acompañado por un escote en forma de corazón. En suelo, frente a la cama donde se encontraba el vestido, había unos zapatos de tacón blancos, preciosos y cómodos.

Dejé mi pelo largo, que ya estaba casi a la altura de la cintura, suelto y ondulado. Decidí que si iba a pedirme que me casara con él, debía ir lo más guapa posible, tal y como él estaba pretendiendo que fuera habiéndome comprado todas estas cosas, así que me maquillé frente al tocador que tenía en la habitación que claramente había comprado para mí.

Fue un maquillaje natural, no quería nada extravagante si iba a suceder lo que ya imaginaba, quería que si me echaba fotos, destacara por mi naturalidad.

Bajé por las impresionantes escaleras negras, viéndolo sentado en el sofá blanco con una camisa del mismo color que este y unos pantalones de traje que sabía que se le ajustarían muy bien en el culo, de color azul marino, igual a mi vestido.

—Estoy lista. —anuncié, haciendo que levantara la vista del ordenador que tenía en la mesa del frente, y su ceño fruncido se relajara para mirarme con adoración.

Me acerqué, hasta quedarme frente a él y pasarle cada pierna a un lado de su cadera, sentándome encima de su regazo, mientras él posaba sus manos en mi cintura, negando con la cabeza.

—Deberías dejar de hacer estas cosas cuando más prisa tenemos. —murmuró, acercando su boca a la mía.

Y si hubiese sido por un segundo antes lo habría besado, pero el muy cabrón insistía en hacerme rogar, porque sus labios ahora estaban en la comisura de los míos. Si me movía, él también lo hacía, hasta que se hartó y me agarró la mandíbula para que dejase la cara quieta.

—Te he echado de menos, Frank...—dije, a moda de súplica, con esa voz que sabía que no podía resistirse, notándolo cada vez más duro bajo mi entrepierna. —Por favor...Por favor...

Él rodó los ojos, girando la cara hacia un lado, consciente de lo que intentaba hacer. Quería hacerlo perder, pero él sabía muy bien cómo controlar mis juegos y deshacerse de mis trucos, algo que aún yo estaba controlando de los suyos.

—Tal vez más tarde, ahora no tenemos tiempo. —contestó, como si nada, levantándose y dejándome sentada en el sofá.

Su potente erección se dejaba ver marcada en los pantalones pegados que llevaba, pero al parecer no le importaba en absoluto.

—¿No necesitas ayuda, mi amor? —inquirí, agarrando el borde y acercándolo más a mí.

Él agarró mi cara para que lo mirase a los ojos y por un momento sentí que había ganado, que iba a conseguir que me diera todo lo que necesitaba. Sin embargo, con la mano que tenía libre, agarró con la que yo sostenía su pantalón y me hizo incorporarme para empezar a andar hasta su coche, sin mediar ninguna palabra.

—De verdad Frank, estos meses han sido una tortura, necesito a mi novio. —lloriqueé en el asiento del copiloto.

Frank suspiró, agotado mientras conducía, cuando de repente se desvió de la carretera y se desabrochó el cinturón para mírame. Lo tenía donde quería.

—No me toques el pelo, no te atrevas a arrugar mi camisa, el evento es muy importante como para aparecer desarreglados, ¿entiendes? —me dijo con ese tono de voz autoritario que me ponía al cien.

Desabroché mi cinturón y me quité las bragas antes de subirme encima de él, después de que se bajara el pantalón y él bóxer. No tuve tiempo de jugar un poco, porque en el momento en el que estuve en su regazo, me hizo empalarme contra su miembro, robándome un gemido de sorpresa.

Dios, sí que había echado de menos a mi novio, y sí que lo necesitaba.

Me moví como si la vida me dependiera de ello, era demasiado salvaje la forma en la que él me agarraba las caderas con fuerza y me hacía subir y bajar, moverme de adelante hacia atrás, y todo con una rapidez que me tenía en el borde del abismo en menos de lo que cantaba un gallo.

Era impresionante la forma que tenía de hacerme estar al límite con tan sólo pestañear. Pero lo hacía, y con unos cuantos movimientos certeros más me deshice sobre él, dejando que siguiera moviendo mi cuerpo a su antojo unos cuantos segundos más, antes de sentir cómo se vaciaba dentro de mí.

Había sido rápido, pero las sensaciones fueron estratosféricas. Ni un beso, simplemente piel contra piel deseándose, ardiendo por el contacto y el roce del otro. Ansiosos de escuchar la música perfecta que componían nuestros cuerpos.

Lo noté estirarse y levanté la cabeza de su hombro para ver cómo sacaba de la guantera toallitas. ¿Para qué estaba tan bien preparado? Me levantó, saliendo de mí y alzando mi vestido, sacando una toallita y pasándola por mis muslos y entrepierna, haciendo desaparecer todo rastro de nuestro placer.

Después de haberse limpiado él y se arreglara el pantalón y la camisa, y de que yo volviera a mi sitio y me colocara de nuevo mis bragas, volvió a empezar a conducir tirando las toallitas en una pequeña bolsa metida en una papelera pequeña incorporada en el coche.

—¿Para qué tenías las toallitas ahí? —pregunté después de unos minutos.

No tenía razones para dudar de él, pero era raro, porque las veces que yo venía no habíamos utilizado el coche para hacer estas cosas.

—Precaución. —contestó, encogiéndose de hombros.

Fruncí el ceño, sin saber muy bien a qué tipo de precaución se refería.

—¿Precaución? ¿Me estás jodiendo? —mi voz denotaba el enfado y los celos.

Él al parecer se dio cuenta de que sus palabras se podían malinterpretar y agarró mi mano, aunque yo se la aparté, y él chocó su lengua contra el paladar, negando levemente con la cabeza, para mirarme durante unos breves instantes.

—Te estás confundiendo, Ayda. —comenzó, pero sabía que se venía la típica charla de que yo era una novia loca que lo único que quería era discutir por cualquier tontería. Todos los hombres te daban la misma charla. —Sé cómo eres, sabía que en cualquier momento íbamos a acabar follando en el coche. Era una forma de evitarnos la incomodidad de ir cubiertos de fluidos.

Abrí los ojos, aún recelosa de lo que me estaba contando. Podía creérmelo, pero tanto tiempo separados podría haberlo hecho sentir la necesidad de estar con otra. Podría haberme engañado y yo no me habría dado cuenta.

—Vamos, ratona, —pidió, abriendo las manos durante un momento a modo de súplica. —nunca te he dado razones para desconfiar. ¿Por qué mierda lo harías por unas simples toallitas que están recién empezadas? —noté que su mirada quemaba mi perfil mientras yo me cruzaba de brazos. —¿Crees que tiraría cuatro años de relación por la borda?

Me encogí de hombros, sin saber cómo actuar ahora. Había desconfiado de él, quien siempre me había demostrado lo mucho que me amaba y me había dado mi lugar en todo momento. ¿Por qué me sentía tan vulnerable en estos momentos?

El resto del camino estuvimos en silencio, y no porque Frank no intentara hablar conmigo, sino porque a mí me apetecía pensar en mis dudas. ¿Eran los nervios antes de todo esto?

Vi a lo lejos el Palazzo Vecchio, el sitio que le había dicho que era mi favorito cuando lo visitamos por primera vez. Por fuera no era nada impresionante y lo volvía a confirmar conforme avanzábamos hacia él dados de la mano, pero por dentro era una preciosidad. Techos altos, pintados con diferentes obras de arte, paredes cubiertas de cuadros, esculturas y demás. Era una belleza histórica digna de admirar si conseguías viajar a Florencia.

Entramos y paseamos en silencio por todas las salas. No sabía cómo empezar una conversación de nuevo. Sabía que había hecho mal desconfiando de él, porque no tenía motivos. Simplemente estaba nerviosa y no porque tuviera dudas, sino porque él era lo más importante en mi vida, y estar tanto tiempo separada de él me dolía.

—Deja de preocuparte, —susurró, parándose frente a mí en una de las salas más bonitas del lugar, una que era muy similar a una capilla, con techos altos, y esculturas y cuadros colocados en las paredes. —entiendo que a veces dudes, es demasiado tiempo separados y realmente no tienes la certeza de que lo que yo te diga sea verdad...

Negué con la cabeza, agarrando su mano entre las mías, mirándolo a los ojos, sintiendo los míos llenarse de lágrimas.

—No...De verdad que no dudo de ti. —contesté, desesperada porque me creyera. —Sé que en todo momento me estás dando mi lugar, todas las mujeres que conoces me reconocen y eso que tampoco paso mucho tiempo aquí. —acaricié su cara, pasando mi mano a su pelo. —Confío en ti, te lo prometo. No sé qué...No sé qué se me ha pasado por la cabeza.

Agaché la mirada y él de inmediato me agarró el mentón para que volviera mis ojos a los suyos.

—Bien, porque es necesario para lo que quiero hacer que confíes en mí. —alegó sonriendo de esa manera en la que me profesaba todo su amor y devoción. —Sabes que hemos tenido nuestros más y nuestros menos, que hemos estado separados por mucho tiempo y, aunque nos costó volver a ser los de siempre, somos los dos locos enamorados que se conocieron gracias a ese mensaje "desafortunado" —reí, sintiendo cómo alguna lágrima traicionera se resbalaba por mi mejilla, porque sabía que ese mensaje había sido enviado a propósito. —. No quiero ser demasiado cursi, porque a pesar de que estás obsesionada con esos libros romanticones, en la vida real te da grima todo ese rollo, porque así de rara eres. —se encogió de hombros con una sonrisa divertida y conseguí vislumbrar el brillo en sus ojos de lo que suponía que eran lágrimas. —Sólo quiero decirte que eres el amor de mi vida y que quiero pasar la quimio contigo, —se agachó, quedando apoyado sobre una rodilla y abrió una pequeña caja de terciopelo azul que tenía entre sus manos, mientras más lágrimas caían de mis ojos. —por eso, Ayda Beltrán, ¿quieres hacerme el hombre más feliz y afortunado del mundo y dejar que me case contigo?

Miré sus ojos, con una sonrisa de oreja a oreja, sin poder parar de llorar de la felicidad, porque, aunque me esperaba que esto sucediera en cualquier momento, no se asemeja en nada con lo que estaba viviendo.

Asentí, agachándome junto a él y besando sus labios sujetando su cara entre mis manos.

—Sólo si tú me dejas que yo me case contigo. —reí, en medio del llanto y él asintió, besándome mucho más.

Se apartó cuando empezamos a escuchar aplausos y vi que mis amigos y familia estaban aquí, mientras él me ponía el anillo. Se acercaron a toda prisa para dar brincos y felicitarnos por esto.

—¿Qué...? —empecé diciendo entre los brazos de Madison—¿Qué se supone que hacéis todos aquí?

Estaban todos: Alex, Nicolas, Aarón, Eda, Madison, Connor, Jessica, Dante, mi madre, Daniel, Augustus, Beth, Jonathan, Nicole y Fred. Todos ellos estaban en Florencia para presenciar la propuesta de matrimonio de mi novio.

—¡Deja de llorar, loca! Queríamos ver cómo este capullo se dignaba de una vez por todas a pedirte que te casaras con él. —contentó Eda, tirándole de las orejas a su primo.

—Sí, aunque también era para asegurarnos que lo hiciera. —confesó Connor. —Llevaba tiempo queriendo pedírtelo y planeando multitud de cosas que siempre salían mal por tu culpa.

Me giré a Frank, en busca de explicaciones. ¿Cuándo había querido hacerlo?

—Sólo lo había intentado una vez antes, pero terminaste borracha y no quería hacerlo así. —rio, agarrándome por la cintura después de que todos nos abrazaran. —No importa. —susurró en mi oído, sabiendo que lo sobrepensaría, y dejando un beso en mi sien.

Mi madre volvió a acercarse a mí con lágrimas en los ojos, emocionada porque su pequeña hija, ya no era tan pequeña. Ahora tenía la posibilidad de crear su nueva familia.

Y lo haría, con el amor de mi vida. Con el que supe desde un principio que lo era.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top