EPÍLOGO
EPÍLOGO
AYDA
Iba corriendo con mi maleta por un pasillo cubierto de gente que no me dejaba respirar. Algunos me echaban fotos desde lo lejos y otros simplemente me respetaban y sólo miraban.
Estaba algo nerviosa, y ni siquiera sabía por qué, pero sentía los retortijones en la barriga, notaba cómo las mariposas empezaban a salir de nuevo. Hacía cuatro meses que no nos veíamos y todo porque él había tenido que viajar fuera para una especie de evento en el que reconocían su valor como empresario. Yo por mi parte no había podido viajar por el trabajo, además de que los mellizos se habían puesto enfermos y Beth me pidió que me quedara para ayudarla.
Así que, ahora después de cuatro meses, sentía de nuevo los nervios, como si fuera la primera vez que lo iba a ver, como si fuera nuestra primera cita, como hacía ya siete años que esta había sucedido.
Seguía caminando rápido, pero muchas personas tenían la misma prisa que yo y empujaban con la intención de hacerse paso. Los entendía, sin embargo, no era justificación para llevarse por delante a nadie. Ya había visto cómo un niño caía por un desalmado como los que me empujaban a mí.
Y cuando al fin la gente empezó a esparcirse por todo el aeropuerto, lo vi. Estaba de pie, buscándome por todos lados, con el ceño levemente fruncido. Sus brazos fuertes y musculados estaban cruzados sobre su torso, ejercitado de igual forma. Llevaba un polo blanco de manga corta, que dejaba ver los nuevos tatuajes que había incorporado durante estos dos años.
Sonreí, empezando a caminar más despacio para poder admirarlo al completo. Llevaba unos chinos caquis, y su pelo ahora estaba más corto, además de algo más claro.
Decidí por fin acercarme a toda prisa, porque no podía aguantar más sin sentir sus labios sobre los míos, o sus manos por mi cuerpo. Y cuando entré en su campo de visión, una sonrisa surcó sus facciones y sus brazos se abrieron, empezando a caminar a toda prisa hacia mí.
—Joder, cuánto te había echado de menos. —susurró, agarrando mi cara entre sus manos para después besarme con ansia, intentando olvidar estos meses separados.
Mis labios se curvaron hacia el cielo en mitad de nuestro beso y él se separó para mirarme fijamente. Sabía que me estaba examinando, intentando memorizar cada mínimo detalle, cada peca, cada lunar, que había en mi cara, para que cuando nos separásemos una vez más pudiera evocarme en su memoria.
—¿Los mellizos se encuentran bien ya? —inquirió, agarrando mi mano y quitando de la otra la maleta para empezar a andar hacia la salida.
Asentí, restándole importancia. Esos niños ya no eran tan niños, y me daba pena que Frank se perdiera esas cosas por la diferencia de edad. Aunque, a pesar de esta, esos mocosos lo veían como un referente y su héroe.
—Ha sido una gripe que se ha alargado más de lo previsto. —concluí, sabiendo que él se había preocupado cuando lo habíamos llamado desde el hospital por la alta subida de fiebre y las dificultades respiratorias que habían sufrido sus hermanos. —¿Qué tal todo por aquí?
Una vez llegamos a su coche, uno que no conocía, abrió el maletero y metió mis pertenencias ahí. Después, hizo lo mismo con la puerta del copiloto para dejarme entrar con una sonrisa y un brillo en sus ojos que sólo aparecía cuando me miraba o hablaba de mí.
Esperé a que él se ubicara en el asiento del conductor mientras me abrochaba el cinturón. Una vez estuvo ahí, puso en marcha el coche y agarró mi mano, sin querer soltarla en su tarea.
—Debo ir un momento a la oficina, —empezó a decir, girando su cabeza durante un breve espacio de tiempo para mirarme. —al parecer ha habido un problema con unos planos que no saben dónde se encuentran.
Apreté la mano con la que tenía agarrada la mía e hice un leve gesto con la cabeza, para que entendiera que no importaba. Lo único que yo quería ahora mismo era estar con él, sentir su presencia, sin darle escala a dónde fuéramos.
Había estado aquí muchas veces, pero esta vez mi viaje se iba a prolongar y no esperaba a darle la noticia. Sabía que él esperaba que yo volviera de nuevo a Richmond, porque siempre que hablábamos del tema, habíamos dejado claro que me gustaba dónde vivía y él había dejado de insistir con tal de hacerme feliz. Sin embargo, ambos sabíamos que no podíamos tener una relación estable si nos veíamos una vez cada cuatro o cinco meses, con suerte.
Llegamos al fin frente al edificio imponente y con una fachada moderna, construido con una gran variedad de materiales y cubierto por cristaleras que no dejaban ver lo que había dentro, pero los de dentro sí podrían ver lo que había fuera.
Bajé junto a él y me coloqué a su lado, haciendo que él pusiera su mano en mi espalda baja, empujando mi cuerpo hacia el suyo, para estar lo más cerca de mí como fuera posible.
Subimos por el ascensor luego de saludar a la secretaria que ya me conocía de las veces que había venido, y cuando llegamos al grande e impresionante despacho del hombre que tenía al lado, me encontré con algunas personas que ya conocía, pero había una en específico que no.
—¡Al fin! ¿Dónde pueden estar esos malditos planos? —preguntó Lorenzo, la mano derecha y antiguo jefe de la empresa.
Frank se apartó, luego de mirarme pidiendo disculpas y se acercó al gran armario abierto en el que había multitud de planos, rebuscando con la mirada hasta dar con el que querían, y rodando los ojos ante las facciones avergonzadas de su antecesor.
Volvió a mi lado y me señaló, mirando al nuevo integrante que no reconocía, y al parecer él a mí tampoco.
—Gabriele, ella es Ayda, mi esposa. —miró de nuevo en mi dirección y sonrió. —Él es Gabriele, es el nuevo encargado de las relaciones públicas de la empresa.
—Es un placer. —dije, acercándome y dándole dos besos, intentando hablar lo mejor posible en italiano.
—El placer es mío. —contestó con una sonrisa agradable. —Frank hablaba maravillas de su mujer, tenía ganas de conocerla.
Sonreí, caminando otra vez hacia mi marido, después de haber saludado a Lorenzo de la misma manera.
Frank y yo habíamos decidido casarnos el verano pasado, después de haber pasado tanto tiempo separados, imaginando que un papel podía realzar nuestros vínculos. Fue una boda sencilla, pero grande, a la que Lorenzo también había asistido, al igual que muchos de los que trabajaban aquí con él.
—Bueno, nosotros, si no necesitáis nada más, vamos a irnos. Ayda debe estar cansada del viaje. —anunció el jefe del lugar, tomándome la mano con delicadeza y ternura, y caminando de nuevo hacia la puerta.
Nos despedimos de toda la gente con la que nos cruzamos y emprendimos camino al bonito dúplex de arte moderno que Frank había mandado construir antes de llegar aquí. Al entrar, volví a impresionarme. Había unas grandes escaleras negras, que tenían como barra un cristal, en el lado izquierdo. El sofá blanco se postraba un poco más a la derecha, dejando espacio más que suficiente para dirigirte a la cocina que se veía al fondo. Frente a él había una pequeña mesa de cristal y un gran mueble con pequeños armarios en el que se postraba una gran televisión.
Sabía que Frank estaba ganando mucho dinero y, a pesar de que me había dado una tarjeta a mi nombre para poder usar su cuenta, no quería gastar de ahí. Siempre intentaba coger mi dinero para mis caprichos, pero había cosas con las que no podía discutir con él porque directamente las compraba sin avisarme, como los billetes de avión.
—Siempre pones la misma cara cuando vienes. —rio, dejando mi maleta amarilla al lado del sofá, desafiando la monocromía del lugar.
Solté una carcajada junto a él, envolviendo mis brazos en su cintura, para dejar un beso en su mentón.
—Me sigue pareciendo todo demasiado lujoso. —contesté, mientras él me pasaba las manos por mis brazos.
—En algo debo gastar mi dinero, supongo. —se encogió de hombros y se apartó, para dirigirse a la cocina.
Una mujer se encontraba limpiando con una olla detrás de la que salía algo de humo. Sabía que era el ama de llaves de Frank, y que era una mujer mayor y muy agradable que siempre se alegraba cuando me veía. Soltó un pequeño grito cuando se percató de mi presencia y, tirando el trapo encima de la isla de la cocina, corrió hacia mí dando un rodeo y me abrazó con fuerza, haciéndome reír.
—Cuánto me alegro de verla señora Anderson. —dijo separándose y acunando mi cara entre las manos.
—Yo también me alegro de verla Francesca. Está tan estupenda como siempre. —la alagué, porque era verdad.
Esta mujer podía tener más de cincuenta años y aún así se conservaba como si tuviera diez años menos. Me sonrió, dándome unas palmaditas en la mano que tenía abrazada con las suyas y me acarició con dulzura.
—Yo me voy ya, señores. Espero verla pronto de nuevo. —se despidió, dándome un beso en cada mejilla y se fue contenta.
Era el momento de decírselo, ahora que estábamos en frío.
—Justo quería hablar de eso...—comencé, haciendo que Frank me mirase extrañado, después de apagar la vitrocerámica. —He dejado el trabajo.
Mi marido abrió los ojos con sorpresa y apoyó su cadera en el mármol blanco que se situaba en medio de la cocina, cruzándose de brazos a la espera de que yo empezase hablar y le diera más datos.
—Hemos pasados dos años a distancia y, aunque Richmond me gusta, no es lo que quiero si tú no estás conmigo. —confesé, acercándome a él para separarle los brazos y abrazarme a su cuerpo. —Si me dejas quiero empezar a mudarme aquí, contigo.
Su ceño dejó de estar fruncido y pasó a un gesto de alegría, acompañado por la elevación de las esquinas de sus labios, para después empezar a esparcirme besos por toda la cara.
Los recibí todos contenta de que al fin hubiese decidido dar el paso y venir aquí con él, aunque eso significase dejar de ver a mis amigos y familia todos los días. Ahora él era mi familia y mi mayor prioridad, y como su mujer necesitaba estar a su lado.
Y aunque el inicio fuera difícil, porque no conocía a nadie aquí, sabía que si lo tenía a él conmigo iba a poder con todo. Juntos. Íbamos a poder con todo lo que viniera por delante.
FIN.
¿Os ha gustado? Espero vuestros comentarios.
Intentaré ir publicando algunos
extras que tengo pensados pronto.
Muchos besos <3.
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