CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 46
AYDA
Estuvimos toda la noche dándonos los mimos que este año nos habían faltado, acabamos en mi piso dándole rienda suelta a las ganas que nos teníamos. Y me sentí bien, sentí que todo volvía a ser como antes, que nada había pasado. Que no habíamos tenido ninguna pausa, que yo no había sido una inestable durante un año entero, ni que aún podía serlo.
Me giré para mirarlo a los ojos cuando noté que empezó a acariciarme la espalda desnuda, una vez que sus ojos llegaron a la visión de los míos, no pude evitar derretirme. Me observaba con una admiración que no habría encontrado en ningún otro par de ojos. Profesaba todo su amor hacia mí sólo con sus gestos, con sus caricias. Me apartó un mechón de pelo de la cara y le regalé una sonrisa cargada de ternura.
¿Qué es lo que me había hecho para tenerme así? ¿Qué clase de embrujo me había echado para tenerme como una boba suplicándole más? Quería todo con él, quería casarme, adoptar un perro, tener hijos...Quería demasiadas cosas que no tendría tiempo suficiente para cumplirlas.
Todo estaba bien y me alegraba por ello, pero sabía que él no había estado un año de celibato. Él habría buscado a alguien para saciar sus ganas, quitarse el estrés y todas esas mierdas que dicen los hombres para no parecer desesperados. Y apostaba todo a que había sido con su relaciones públicas, porque si algo tenía Frank era ser demasiado simple, no iba a complicarse la vida buscando a alguien más teniéndola a ella en la palma de su mano.
Dejé que me repartiera besos por toda la cara, hasta darme uno casto en los labios, repitiendo el proceso de forma lenta y tortuosa. Creo que su intención era matarme de amor por él, que estuviera tan colada que no hubiese forma de irme, al menos no otra vez.
—¿Qué es lo que piensas, ratona? Veo los engranajes funcionar a toda prisa. —susurró, separando los labios de mi frente, sacándome una pequeña risita ante su broma.
Los iris grises me observaron, intentando descifrar lo que pasaba por mi cabeza en ese momento, pero era imposible que lo acertara. Así que solté un suspiro, acostándome sobre la espalda y estirando mis brazos aún adormilados.
—¿Te has acostado con Diana? —fue lo primero que quise decir, no tenía sentido alargar las dudas, aunque ya supiera la respuesta.
Él se apoyó en su brazo, para mirarme a la cara y ver que le decía enserio lo que acababa de preguntar. A pesar de que no estuviese segura, había algo en su mirada que me confirmaba que había dado justo en el clavo.
—Sólo ha sido sexo. —dijo restándole importancia.
Se giró, sentándose en la cama para poco después dirigirse al baño. No sabía qué era lo que le había pasado por la cabeza, es decir, en este tiempo separados era normal que hubiese buscado a alguien, por mucho que a mí me pudiera molestar. Después de un minuto, decidí ponerme mi pijama para ir con él y para encontrarlo lavándose los dientes, desnudo frente al espejo.
—¿No quieres saber si yo he estado con alguien? —pregunté cruzándome de brazos, apoyada en el marco de la puerta.
Lo miraba divertida, porque aunque él quisiera negarlo, era algo celoso con los hombres con los que yo había tenido algo. Este pequeño inconveniente lo descubrí dos meses después de conocernos, cuando salió el tema de las relaciones, notando cómo apretaba los puños cuando le contaba alguna mala experiencia o cuando hablaba sobre el sexo que había tenido con ellos sus fosas nasales se abrían con rabia.
Él me echó un vistazo claramente molesto por mi tono de diversión y jugueteo. Por lo que reí levente y me pegué a su espalda ancha, poniendo mi mejilla en ella, casi a la altura de su omóplato.
—Seguro que ha sido con tu jefe. —comentó, con un deje de irritación plasmado en su voz.
Me aparté y lo observé curiosa, ¿por qué pensaba que había sido con él? Es decir, sí que era el hombre más cercano, pero no arriesgaría mi trabajo por un cliché como el de jefe-empleada.
—Alex dijo que te llevabas muy bien con él. —añadió, intentando sacarme las dudas que se veían plasmadas en mi rostro.
—Sí, —empecé, haciendo que me mirase mal. —me llevo bien con él, porque ha sido un gran apoyo, pero sólo ha sido amistad. Y, por si te lo preguntas, no he estado con nadie durante este año.
Alzó sus cejas, con incredulidad, como si no se creyera ni una sola palabra que salía por mi boca. Le di un manotazo, haciéndome la enfadada y él rio, girándose y besándome la mejilla, dejándomela manchada con pasta de dientes.
—Me gustan tus nuevos tatuajes. —dije cuando se hizo el silencio, porque de verdad que no había tenido tiempo de decírselo antes.
Él se miró el brazo izquierdo, en el cual había esparcidos unos tres o cuatro tatuajes. Entre ellos estaba un pequeño ratón, que era evidente el por qué, que me hizo sonreír, había una frase en un idioma que no reconocía, y la figura de un cuerpo, que sabía que era el mío porque había dibujado la marca de nacimiento en forma de óvalo que tenía a la altura de las costillas, además de una pequeña constelación que reconocía porque era la de mi signo zodiacal.
—¿Todos tus tatuajes van por mí? —me burlé, acercándome a él de forma traviesa, sin apartar mi agarre de su brazo. —¿Tan enamorado estás?
Él se mordió el labio, mirando hacia otro lado a la vez que soltaba un risa por la nariz, siguiéndome el rollo con una sonrisa juguetona. Y sin que me lo esperase, agarró mi mandíbula ejerciendo cierta presión, reteniéndome entre el lavabo y su cuerpo.
—Sabes que eres mi puta perdición. —susurró, con sus ojos fijos en los en los míos.
Dejé que me besara de esa forma posesiva que habíamos estado utilizando desde que volvimos a vernos. Era una forma de demostrar que no importaba el tiempo que pasase, porque nuestro cuerpo siempre iba a elegir al otro.
Me aparté riéndome y me alejé lo máximo que pude, porque sabía que si empezaba otra vez con lo mismo íbamos a acabar en la cama y esta vez Aarón sí que me despediría.
—Voy a llegar tarde al trabajo. —informé, metiéndome en la ducha de forma rápida.
Se acercó de forma lenta, hasta llegar a mi lado, como si yo fuese una jodida presa y él mi depredador. Sabía que iba a estar perdida en cuanto una de sus manos me rozase, pero iba a intentar luchar contra esto hasta el final.
—No me jodas, Frank, de verdad voy a llegar tarde. —pedí, aunque mi respiración ya estaba acelerada, deseando lo que tuviera para ofrecerme.
Su mano acarició mi clavícula, solo un roce leve antes de pasar por el lado del cuello, hasta llegar a mi pelo, que agarró con fuerza desde el cuero cabelludo, dando un leve tirón que me sacó un gemido. Mi cuerpo entero demostraba las ganas que tenía de esto, las ganas que tenía de él.
—Frank...por favor. —supliqué, sin saber muy bien qué era lo que le estaba exigiendo ahora mismo.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó acercándose hasta rozar sus labios con los míos.
Intenté acercarme más, para besarlo, pero otro tirón en el pelo hizo que mi cabeza retrocediera y una sonrisa pícara saliera de sus labios.
—Eres un cabrón. —susurré.
Dejó mi comentario en el aire mientras sus labios jugaban con mi cuello, mordiendo y chupando a su antojo, haciendo que de mis labios salieran suspiros y quejidos llenos de placer.
—Dile a este cabrón qué es lo que quieres. —pidió, casi en una súplica, bajando la otra mano.
Acunó uno de mis pechos, jugando con él, rodeándolo, acariciando su centro en círculos, convirtiendo mi respiración en un jodido desastre. Cuando se aburrió siguió bajando, con una tortuosa lentitud, hasta llegar a mi centro, donde su mano se quedó quieta.
Empecé a mover mis caderas, restregándome contra su extremidad, gimiendo por el placer que me estaba aportando yo sola a su costa. Pero no duró mucho, porque otro tirón en el pelo me hizo detenerme y él guio su labios a mi mejilla, cerca de los míos.
—Pídemelo y te lo daré, ratona...—murmuró con sensualidad dejando un beso en la mitad de mis labios. —Pídeme lo que sea y te lo daré...
Miré sus ojos y acepté que había caído. Aarón me iba a echar, pero yo iba a disfrutar de esto. Suplicaría de rodillas para que no me despidiera cuando llegara el momento, pero esto era un momento digno de apreciar.
—Fóllame ya, Frank.
Eso fue lo único que hizo falta para que una de sus comisuras tirase hacia arriba y me diera la vuelta, como el día del juicio, salvo que ahora mi imagen estaba plasmada en el espejo que había enfrente. Nos veíamos sensuales, con los labios rojos, envueltos en vaho, con los ojos oscuros y cubiertos de deseo.
Y, a pesar de estar viéndolo en el espejo, cuando entró de forma brusca me sorprendí. Sus embestidas eran rápidas y duras. Sentía que estaba tocando ese punto que me hacía ver las estrellas y eso combinado con nuestro reflejo era como estar en otra puta galaxia.
Agaché la cabeza porque, si seguía mirando cómo sus brazos estaban en tensión agarrando mi cadera y mi pelo, cómo su cuerpo chocaba contra el mío haciendo que yo a su vez chocase contra el cristal de la mampara, sabía que para mí este juego iba a terminar antes de lo que pretendíamos.
Mis gemidos se volvían cada vez más fuertes ante las sensaciones que me estaba dando, en cómo sus caderas chocaban con las mías, creando una especie de canción en la que sólo se escuchaba el chapoteo del agua, nuestros cuerpos y los gemidos inevitables que salían por mi garganta.
Apretó mi rostro para tenerlo levemente aplastado contra el vídeo y sin ver esta imagen, sabía que era demasiado impuro y excitante, tanto que notaba el orgasmo crearse y arrastrarme con todas sus fuerzas.
—Si te vieras como yo lo estoy haciendo, Ayda...
Él se robó un jadeo en respuesta y poco después me agarró del cuello para levantarme la cabeza y volviera a posar mi mirada en el reflejo que teníamos enfrente. Siguiendo con sus embates duros, obligó a mi cuerpo a estirarme hacia atrás para darme un beso tan sucio que Dios estaría tapándose los ojos para no ver todas las impurezas y pecados que estábamos cometiendo al mismo tiempo.
Y fue sólo en ese momento cuando me dejé ir de una vez por todas, arrasada por un placer tan intenso que hizo que mis piernas se sintieran débiles y él tuviera que agarrarme para no perder el equilibrio.
Cuando nos separamos después de que él, luego de unas embestidas más, terminara dentro de mí, nos dimos una ducha rápida y salimos, muchísimo más relajados de lo que nos habíamos levantado.
Me vestí y salí al comedor, paralizándome a la vez que soltaba un leve grito, que hizo que Frank corriera hasta mí, despeinado y sólo en bóxers. Su expresión también estaba plasmada en sorpresa, porque las dos personas que se encontraban sentadas en mi sofá, jugando con Ratón, eran las últimas que esperábamos ver después de haber tenido relaciones.
—Buenos días a los dos,—empezó Beth, levantándose y acercándose para arreglarme los hombros del vestido.—hemos decidido no interrumpir vuestra...caliente ducha—sonrió divertida ante la elección de palabras.
—Los vecinos deben estar contentos estos días. No me esperaba que, en un piso de esta calidad, las paredes fueran como papel de fumar.—añadió mi madre acariciando con las yemas de sus dedos la pared blanca que tenía detrás del sofá, haciendo que mi cara se asemejase al color de los tomates.—¿Podrías vestirte, Frank? No me agradas tanto como para verte en calzoncillos.
Frank soltó el suspiro de una risa que se escuchaba irónica, pero le hizo caso después de dejarme un beso en la sien y marcharse pasillo a dentro. A mí me hubiese gustado demasiado ir con él y esconderme debajo de las sábanas, como una niña que piensa que ahí nadie la ve y está protegida.
—¿Qué...—empecé a decir, pero tuve que carraspear por la impresión.—¿Qué se supone que hacéis aquí?
Mi actual suegra, de forma definitiva, frunció el ceño como si fuera la persona más ilusa e idiota del mundo, mi madre, por su lado, se acercó y apartó un mechón de pelo de mi cara, para colocarlo detrás de mi oreja, mezclando la alegría y la decepción en sus facciones.
—No sé si darte la enhorabuena por haber vuelto con él o darte una charla de por qué esta es la peor decisión de tu vida...Una vez más.—terminó agregando, acompañando su oración rodando los ojos.
Este comentario hizo que Beth se girase hacia ella y cruzase los brazos en su pecho, claramente ofendida por las palabras de mi madre.
—Mi hijo es un buen chico, es evidente que tienes que darle la enhorabuena.—empezó con voz dura y cargada de molestia.—No hemos estado todo este año haciendo de todo para que ahora empieces con tus tonterías.—dijo, volviendo a girarse hacia mí.
Fue el turno de mi madre de cruzarse de brazos y mirar a mi suegra con el ceño fruncido. Ahora mismo me sentía como en una guerra de las que se hacían en el colegio con las bolitas de papel repletas de baba, quería esconderme debajo de la mesa para que ninguna me cayera.
—¿Con mis tonterías? ¿De qué se supone que estás hablando, Beth?
La susodicha soltó un suspiro, mirando al cielo, como si pidiera una paciencia que todas sabíamos que no tenía.
—No es secreto que muchas de las peleas que han tenido a lo largo de los años han sido por ti.—la cara de mi madre se tornaba cada vez más roja del enfado ante las palabras de su consuegra.—Te quejas mucho de mi hijo, pero el anillo que portas fue un regalo de él.
Sentí que mi madre se lanzaría en cualquier momento sobre la cabeza de Beth, por lo que me interpuse entre ambas con rapidez, mostrando en mi cara una sonrisa nerviosa e incómoda. Era el momento de tener en mi cara las bolas cubiertas de baba.
—Mujeres, vamos a tomarnos un té para relajarnos. —mi vista se fijó en el reloj de la pared y casi lloré, hacía una hora que debía estar trabajando.—Además, llego tarde al trabajo. Si queréis quedaros aquí con Frank...
—Ah, muy bonito, me dejas a mí con el muerto.—escuché al recién nombrado, interrumpiendo mis palabras, justo detrás de mí.
Me giré para mirarlo, mostrando en mi cara una expresión de absoluta pena.
—Voy a llegar tarde...
—¿Estás loca?—empezó mi madre—Hoy es tu día libre, me dijiste hace meses que lo habías pedido porque, por si no te acordabas, hoy es el cumpleaños de tu hermanastro.
Me giré con el ceño fruncido y me relajé, aunque sin estar aún segura de si eso era cierto.
—¿Y tú...?—pregunté señalando a Beth, porque aún no entendía qué parte de la ecuación era ella.
Mi suegra pasó la vista a todos, que al parecer nos preguntábamos lo mismo y se encogió de hombros, restándole importancia.
—Sólo quería comprobar que estabais juntos. Alex me avisó que mi hijo no había dormido en el piso.—sonrió, de una forma que supe que era para demostrar su inocencia.
Escuché el suspiro que soltó Frank, sintiendo cómo su aliento rozaba en mi nuca, para que después él posara sus manos en mis hombros y me acercara a él, para abrazarme el cuello.
—Estáis locas, todas vosotras.—sonreí, porque sabía que también se refería a mí.
Alcé la vista y él bajó la suya para mirarme con esa adoración, mezclada con un brillo de diversión que se veía en sus orbes.
—Muy bien señoras, yo sí que tengo que irme.—besó mi mejilla varias veces y se apartó, dejándome fría ante la falta de contacto.—Nos vemos en el cumpleaños.—le dijo a mi madre, acercándose a la suya para besarle la frente y marchase poco después.
Tenía en mi cara una sonrisa tonta de completa enamorada, porque así me sentía. Notaba en el pecho ese calor que me indicaba que volvía a sentir, que siempre había estado ahí, helado, y ahora se estaba derritiendo poco a poco.
—Oh dios, aquí vamos otra vez.—se quejó mi madre, ante mi expresión.
Y sí, aquí íbamos otra vez y esta sería la definitiva. Me daba igual cuáles fueran los problemas que se interpusieran entre nosotros, no iba a dejar que se me escapara de mis manos ese hombre que tan feliz me hacía.
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