CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 44
FRANK
Empezamos a salir de la sala. El juicio ya había terminado, evidentemente las pruebas que yo no presentaba y mis declaraciones me harían perder dinero. Sin embargo, verla hablar, dirigirse a mí y no mostrar ni un ápice de odio o asco me confirmó que lo mejor había sido seguir con este pequeño juego.
Al llegar unos quince minutos antes de que empezara el juicio, ella aún no había llegado—algo que era normal para una tardona como ella—, por el contrario, sus amigos y mi madre sí lo habían hecho. Me acerqué a ellos y estuve hablando un poco, en el intento de relajarme. ¿Y si no se presentaba? ¿Había armado todo esto para nada?
—¿Sigues pensando que no has hecho nada malo? —cuestionó mi madre, arreglando el cuello de mi camisa.
—Sé que no he hecho nada malo. —mentí, mirando a mi mejor amigo, que me devolvía la vista con desaprobación. —De todas maneras ahora lo decidirá el juez.
Me encogí de hombros y recé para que después de todo esto mi madre no pensara que era un capullo integral. Esperaba que entendiera que esto era parte de un plan que no sabía si iba a salir bien, que yo lo único que quería era verla, estar con ella...
—Menos mal...—susurró mi madre alejándose sin decir nada más.
La vi caminando a paso rápido hacia la persona que venía corriendo. Noté como Beth y Amanda la rodeaban y empezaban a regañarla por su casi impuntualidad. Ella sonreía y le restaba importancia, echándose mano al cuello vuelto que al parecer la asfixiaba.
Estaba preciosa. Llevaba un jersey beige, con una falda corta que se ajustaba en sus caderas. Sabía que si se daba la vuelta, me daría una buena visión de su voluptuoso trasero.
Sus ojos se conectaron con los míos en ese momento y sentí cómo mi corazón empezaba a golpear mi pecho con brutalidad. ¿Por qué seguía sintiéndome así? ¿Qué clase de embrujo me había hecho esta mujer?
Poco después las tres mujeres entraron, sin que Ayda pudiera hablar con Madison, Eda y los chicos. Mi prima entró rápidamente detrás de ellas, puesto que era la abogada de la morena, y nos dejaron unos segundos más en la puerta, hasta que decidimos entrar y empezar con un juego que yo sabía que ya estaba perdido, incluso antes de empezar.
Ahora la veía salir de la sala, con el ceño fruncido, mientras escuchaba a Eda hablar sin parar. De vez en cuando acompañaba su atención con un asentimiento de cabeza leve. No podía dejar de repasarla con la mirada, de pensar en lo sexi que se veía con el pelo corto, jamás la había visto así y era algo que quería seguir apreciando. A ellas dos, pronto se sumó Madison, que se tomaba la libertad de pasar su brazo por el hombro de la española, haciendo que esta rodase los ojos con burla.
La verdad era que estaba contento por ellas. Después de que Ayda perdiese a su mejor amiga se sentía sola y, tal vez, pensaba que nadie iba a ocupar el lugar que Eloise dejó. Tal vez creía que no debía tener más amistades, porque sería un insulto a la amistad más fuerte que tuvo nunca. Y que ahora dejase que alguien ocupase ese sitio, que dejase de sentirse sola y de querer estar sola, me alegraba.
—¿Frank? ¿Me estás escuchando?
Volví a poner los pies en la tierra y miré con duda a la chica de ojos verdes que me observaba con atención. No quería estar hablando con ella. Lo que quería era que una chica de ojos castaños, que bien sabía, me dijera de tomar unas copas para olvidar todo lo que había pasado, que sólo fuéramos nosotros durante unos instantes.
—Lo siento Diana, estoy con la cabeza en otro lado. —dije finalmente, dándole otro vistazo rápido a mi morena.
Diana soltó una leve carcajada y se pegó más a mí, acariciando mi brazo.
—No te preocupes, Frank. —susurró, en el intento de que esta conversación pareciese más íntima, acercándose más. —En el caso de que...
—Sí, sí, lo que sea. —empezó a decir mi madre, que le había dado un empujón a mi relaciones públicas, haciendo que tuviese que esconder una sonrisa. —¿Sabes la clínica en la que trabaja Ayda?
La chica de ojos verdes frunció el ceño y se acercó a mi madre, que ahora estaba frente a mí, en el intento de seguir metida en la conversación y no tener que irse a otro lado.
—¿Por qué debería de saberlo? Esa chica lo ha denunciado por algo que ella misma dijo que hiciera no...
—¿No tienes amigos? —inquirió mamá, mirándola con molestia. —¿Alguien conocido? ¿Algo? Deberías saber cuándo sobras en una conversación, querida, y, en esta, sobras.
Observé cómo Diana apretaba sus puños y se iba a hablar con los chicos, que bien sabía que tampoco la soportaban.
—¿Por qué tendría que saber dónde trabaja Ayda, mamá?
Ella rodó los ojos soltando un suspiro y se agarró el puente de la nariz, mostrando lo cansada que estaba por estar en una situación que la hacía estar en el medio.
—Mándale flores, chocolates, lo que sea. —sugirió y yo alcé la ceja. —Hoy es vuestro aniversario. Hubieseis cumplido cinco años juntos. —noté cómo sus ojos se cristalizaban y apoyé las manos en sus hombros. —Cinco años...
Ni siquiera me había dado cuenta de que hoy era 2 de diciembre. Hace dos años, mi chica y yo celebrábamos este día haciendo cosas que no nos atreveríamos ningún otro. Paracaidismo, la montaña rusa más peligrosa del mundo, probar restaurantes de todo tipo, bailar en un salón para ancianos...
—¿Por qué lloras, mujer? —pregunté finalmente.
Me dio un golpe con la pañoleta que llevaba en la mano, haciendo que riera un poco.
—¿Cómo que por qué lloro? —sollozó, sorbiendo su nariz. —Me da pena que vayas a dejar que el amor de tu vida se vaya de nuevo. —fijó sus iris en los míos, con firmeza. —Te conozco, hijo, y sé que todo esto es un truco para acercarte a ella. Así que como madre, que ha estado con esa chica bastante tiempo, debo decirte que no lo estás consiguiendo. Deberías dejarte de jueguecitos y hablar con ella de. Una. Maldita. Vez.
Mi madre seguía pegándome con la pañoleta, con intención de destacar y reafirmar sus palabras, lo que me hizo reír, pero mis carcajadas cesaron en cuanto la vi pasar delante de nosotros. Le seguí el paso con los ojos, hasta que se escondió detrás de la puerta del lavabo. Agarré las manos de mi madre y besé sus nudillos, sonriéndole.
—Voy a hacerte caso, mamá. —empecé a alejarme sin añadir ni una palabra más.
Estaba decidido, tenía claro lo que tenía que hacer y no podía dejar que nada ni nadie me interrumpiera el paso, porque una sola interferencia y mis planes podrían verse truncados en la duda. Porque era uno de esos planes a los que no debías darle muchas vueltas, los que había que hacer sin pensar porque, si los pensabas, podrías no hacerlos.
Entré en el servicio y la observé lavándose las manos frente al espejo. Me acerqué a paso lento, pero seguro, y sus ojos entonces se alzaron y me vislumbraron a través del reflejo.
—Frank...Qué...—se giró, para tenerme cara a cara, algo aturdida. —Es el baño de mujeres.
Seguí acercándome, como un depredador cazando a su presa, y ella retrocedía hasta que la dejé aprisionada entre la pared del baño y mi cuerpo. Cerré los ojos un momento, agachando la cabeza, impregnándome de su olor, ese que tanto me gustaba.
—¿Puedes decirme qué te pasa? —preguntó, en voz baja, subiendo sus manos hasta mi cara, con algo de duda.
Sus ojos observaron todas mis facciones y una sonrisa, que mostraba la tranquilidad, surgió de los labios que tantas ganas tenía de devorar. Yo hice lo mismo con las suyas, me fijé en cada detalle, en cada lunar, cada peca, en cada mota oscura que nacía en sus ojos marrones.
Agaché de nuevo mi cabeza, pero esta vez para empezar a repartirle besos húmedos en la mandíbula, en el cuello, bajando hasta el escote, subiendo, volviendo a su mandíbula, repitiendo el proceso, sintiendo cómo su respiración empezaba a sonar pesada, en cómo sus dedos ahora se envolvían en mi pelo. Llegué hasta su oreja, deteniéndome, dejando algunos besos más.
—Feliz aniversario, ratona. —susurré para seguir con mi juego.
Agarró mi cara, para que parase, y fijó sus iris en los míos. Estaba afectada por mis besos, pero sabía que, que le hubiese recordado nuestro aniversario, significaba algo. Sabía que yo quería estar con ella.
—Vamos al cubículo. —susurró, con la boca pegada a mi mandíbula, dejando pequeños besos, tal y como yo había hecho con ella. —Fóllame, Frank...
Ante esa súplica no pude negarme. La agarré con rudeza y nos metí en el cubículo, en busca de algo más de "intimidad" —como si eso fuera posible con el techo descubierto—, estampándola contra la puerta cerrada.
—Tiene que ser algo rápido, ¿entiendes? —murmuré contra sus labios, aún sin llegar a besarla.
Ella asintió, deseosa de todo esto, tal y como estaba yo. Nuestras respiraciones pesadas eran lo único que se oía en todo el lugar, y me gustaba eso.
—Nada de juegos, hazlo ya, por favor. —suplicó en un hilo de voz y no pude resistirme.
Le di la vuelta, pegando su cara a la puerta y reteniéndola ahí con la mano, haciendo que soltase un gemido ante la brutalidad. Subí esa falda que me había traído loco en cuanto la vi, y bajé las medias para observar un tanga negro de encaje. Pasé mis manos por ese culo que tanto había extrañado, joder, su culo era lo mejor, pero no había tiempo para esto.
Le arranqué el encaje y la dejé ahí, para ver lo mojada que estaba por unos simples besos. Empecé a desabrocharme el cinturón con una lentitud apabullante, deleitándome ante las vistas que mi españolita me estaba dando.
—Habíamos dicho sin juegos, joder...
En su voz se notaba la desesperación, apartó la cabeza de la puerta para apoyar las manos en ella, girando la cabeza para ver en qué me demoraba tanto. Una vez que mis pantalones y ropa interior estaban alrededor de mis tobillos, pegué mi miembro erecto en ella, restregándome, estimulándonos a los dos. Sus gemidos ahogados empezaron a escucharse y joder. Quería más, quería que no se contuviera, quería llevármela a otro lugar y hacerle de todo. Quería follarla sin contemplaciones.
Así que lo hice. Sin avisar, sin preocuparme en si le dolería, la embestí de una sola estocada, haciendo que ella dejase de ahogar los gemidos y soltase uno tan fuerte, que probablemente desde fuera nos habían escuchado. Le puse la mano en la boca, no quería que nos pillaran en este juego sucio y tuviéramos que dejarlo a medias.
—Shh, nos van a pillar, ratona, y yo no quiero dejar de follarte hasta que recuerdes que eres mía. —le susurré en el oído, haciendo que cerrase los ojos y ahogase otro gemido contra mi mano.
La otra mano la afiancé en torno a su cintura, hasta tal punto que pensé que podía dolerle, pero no podía parar de tomarla duro, de embestir con fuerza contra su culo. No quería dejar de escuchar la música que nuestros cuerpos formaban.
Decidí que ella sabría mantenerse callada para que yo pudiera seguir jugando, por lo que le quité la mano de la boca para dirigirla a ese lugar que clamaba por mí entre sus piernas, sin parar con mis embates diestros, llevándola a la locura y ella llevándome a mí ante su apretado canal. Joder. Era la gloria estar dentro de ella, se sentía celestialmente bien.
Sus piernas entonces empezaron a temblar, sus gemidos se volvían más constantes y sentí cómo se apretaba aún más contra mi miembro, hasta que lo dejó ir, llegando al orgasmo. Dejé de retenerme y di unas cuantas embestidas más, hasta que me corrí dentro de ella.
—Joder...—susurró, girándose, mientras yo me recolocaba mi ropa.
Sus mejillas estaban coloradas, y unas gotas de sudor le recorrían la frente. Yo debía estar igual. Sin embargo, en ella se veía precioso, por el hecho de cómo sus ojos brillaban y la sonrisa que me mostraba era una relajada y sincera.
—¿Vas a darme un beso ahora? —inquirió y fruncí el ceño. —No me has dado un solo beso mientras follábamos. —dijo extrañada.
Era verdad, no sé por qué lo había hecho, si lo único que yo quería hacer era devorar sus labios, pero tal vez necesitaba algo de fiereza, algo morboso.
Me acerqué y agarré su cara, para darle ese beso que tanto habíamos ansiado los dos. Adoré cómo nuestras bocas se entendían a la perfección y en cómo pillábamos el ritmo del otro, consiguiendo un beso perfecto y repleto de sentimiento y emociones que no hacían falta expresar con palabras.
Me aparté y cogí un trozo de papel para limpiarla y arreglarle la ropa, ante su atenta mirada. Me levanté y volví a plantar otro beso suave en sus labios.
—Feliz aniversario, Frank. —susurró.
Y me pareció de risa la situación. Ella me había denunciado y ahora habíamos follado en el cubículo de un juzgado, deseándonos un feliz aniversario en él. Si nosotros no éramos los locos, entonces el mundo era el que estaba mal.
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