CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 41
AYDA
Lo odiaba. No sabía cómo podía haber pasado del amor al odio en tan sólo unos minutos de hablar con él, pero lo hacía. Sentí las lágrimas agolparse en mis ojos cuando se giró volviendo dentro y me dejé caer por la pared, hasta que toqué el suelo, me agarraba el estómago cubierta en espasmos y sollozos incontrolables. Mis hombros estaban adoloridos por la brutalidad que me había demostrado, pero eso no era lo que me afectaba, me habían afectado la brutalidad de sus palabras.
¿Qué iba a hacer ahora? Ese no era el Frank que yo esperaba encontrarme, esperaba a ese Frank que me veneraba y podía perdonarme cualquier cosa con una explicación razonable, al que me celaba y era posesivo de vez en cuando. El Frank que me había encontrado era despiadado, me miraba como si fuera la rata más asquerosa del mundo y no sabía qué iba a hacer para cambiar la visión que él había adquirido de mí.
Después de sentir que mi corazón se estrujaba y más personas me miraban desde dentro, sentí que era el momento de marcharme. No sabía por qué las chicas me habían insistido en venir, porque estaba segura de que ellas sabían que él iba a exponer. Ellas lo sabían y me llevaron directas a la boca del lobo.
Me incorporé y decidí hacerle caso a la bestia y salir de ahí. Me sentía expuesta con todas las miradas sobre mí, mientras seguía tendida en el suelo con las lágrimas resbalándose por mis mejillas.
Emprendí mi camino hacia fuera y los flashes fueron ahora mucho peores. Me quedé completamente paralizada mientras todos se agolpaban delante de mí, grabando y haciéndome fotos y preguntas que no conseguía distinguir porque mis oídos estaban taponados. No conseguía identificar ningún sonido, era como si estuviese en lo más hondo de un pozo y me hablasen desde arriba, inaudible, inentendible.
Sólo conseguí escuchar una pregunta, sólo una, cuando alguien me agarró del brazo, caminando conmigo hacia delante. Giré mi cabeza, ante el escrutinio de todos, para ver a mi mejor amigo a mi lado. Él me estaba salvando de todos estos buitres que lo único que querían conseguir era su maldita exclusiva.
—Lo siento, pero ella no va a responder ninguna de vuestras preguntas.—dijo de forma nada amable Alex.
Ellos siguieron persiguiéndonos, mientras yo le señalaba dónde había aparcado mi coche y él me empujaba a seguir andando rápido. Los periodistas nos seguían de cerca, casi rodeándonos, haciendo que mi agobio y nerviosismo fuese en aumento.
—Por favor, díganos, ¿es cierto que rompió el matrimonio con Madison Blake por usted?
—¿Es cierto que destrozó ese matrimonio para después romper su relación?
—¿Lo hizo por la fama que supuso que eso podría darle?
Me detuve un momento, al escuchar esa pregunta, ¿eso pensaba la gente que había hecho? ¿Fama? Ni siquiera podía pensar en la fama como una aspiración si se sentía así de asfixiante. Yo lo único que quería lo estaba perdiendo.
—¿Qué?—inquirí completamente aturdida por la bandada de preguntas.
Alex tiró de mí, pero ya era demasiado tarde para huir porque nos habían rodeado. Yo había sido tan estúpida de caer en su trampa. Pero estaba tan abrumada, tan desconcertada por la situación. Mi cabeza volvía a ser un embrollo de pensamientos confusos, que se movían de un lado para otro y no dejaban de danzar por la liberación, no dejaban de danzar por la crisis que preveía.
—¿Es cierto, señorita Beltrán, que dejó al arquitecto porque no le dio la fama que esperaba?
Fruncí el ceño y negué con la cabeza, para después pasar mi vista a Alex, en busca de refugio y comprensión. Sabía que lo entendía, sabía que me estaba entendiendo a mí.
—No...No...Yo...—miré a la chica que me había preguntado.—Él era lo más importante de mi vida, jamás...Yo jamás...—sentí que mi voz se rompía y los brazos de Alex me envolvían contra su cuerpo.
—¿Entonces por qué se acabó su relación? Cuéntenos señorita Beltrán.
El micrófono volvía a estar frente a mí para que respondiera, pero no quería. No quería exponer lo mal que estaba mentalmente. Negué mirando a Alex, esperando que me salvara del incendio en el que estábamos metidos.
—Se acabaron las preguntas, ella no va a responder más.
Y dicho eso empezó a empujar a los que se interponían en nuestro camino, conmigo a cuestas, hasta llegar a mi coche. Me ayudó a subir en el asiento del copiloto y mientras que algunas cámaras me enfocaban a mí, y otras acompañaban a Alex hasta su puerta. Él se subió y empezó a conducir, tomando una velocidad alarmante para el resto de transeúntes.
No hablamos en todo el camino, el silencio, salvo por mis sollozos y quejidos, era abismal en el coche. Él se concentraba en llegar lo más rápido posible a mi piso, evitando a todos los que se interponían en nuestro camino.
Sabía que había algunos periodistas que nos estaban siguiendo no muy cerca, por eso Alex intentaba desviarse para perderles de vista. Algo casi imposible con esos carroñeros que no dejarían de respirar en nuestra nuca todo el maldito tiempo.
Aparcó frente a mi edificio y me ayudó a bajar con rapidez, cogiendo las llaves de mi bolso y entrando rápidamente. Estaba confusa, yo nunca le había dicho dónde vivía, yo nunca había llegado a hablar con él de mi piso, ni del edificio, ni nada por el estilo.
—¿Cómo...?—me apoyé en la pared metálica del ascensor.—¿Cómo sabes dónde vivo?
Sus ojos se abrieron en sorpresa y vi cómo su manzana de Adán bajaba con cierto nerviosismo. ¿Qué era lo que me estaba escondiendo? El asensor se abrió en ese momento al llegar a mi piso y bajamos, mientras él colocaba la llave en la cerradura de mi puerta para entrar poco después.
—Yo...—empezó a decir, cerrando la entrada una vez dentro.—Eda me dijo dónde vivías, yo le pregunté—añadió para que no me enfadase con ninguno.—Y junto con Madison decidimos...Decidimos dejarte la invitación a la exposición.
Mi expresión era de asombro por completo, mis ojos estaban abiertos como platos y mis labios entreabiertos. Me habían traicionado, mis propios amigos, ellos que sabían cómo se sentía Frank hacia mí y me empujaron hacia la bestia. Ellos sabían cómo podría reaccionar ese hombre y me animaron a meterme en la boca del lobo. Mis propios amigos.
—Vine para darte la invitación yo mismo, pero me abrió tu hermanastro.—él también estaba metido en todo esto, cómo no.—Cuando me dijo que no irías si sabías que Frank estaría ahí le pedí que te mintiera.
Me aparté de él, con los ojos anegados en lágrimas. Así se sentía la traición, así se sentía que los que más querías te engañaran para entrar en algo en lo que sólo tú debías tener el control. Él intentó acercarse a mí otra vez y la única respuesta que tuve fue quitarme los tacones y tirárselos al pecho, a donde fuera que llegaran.
—¡Sois una mierda!¡Todos!—lloré a moco tendido.—¿¡Sabéis lo que me ha costado!?¿¡LO SABÉIS!?—grité completamente conmocionada.—¡Yo quería una tarde tranquila!¡Yo debía decidir cuándo dar el paso! ¡SÓLO YO!
Seguí tirándole todo lo que encontraba a mi paso con manos temblorosas. No sabía por qué me habían hecho esto. No entendía nada y estaba entrando en una crisis nerviosa que no iba a poder salir sin la ayuda de mi terapeuta. Me sentía mareada e intranquila, mi respiración era inconstante y en algunos momentos llegaba a sentir que me estaba asfixiando.
—Vete.—pedí en un hilo de voz, sentándome en el sofá y agarrándome el pecho, en el intento de respirar como era correcto.
No quería perder el control, no quería perderlo como tanto tiempo antes. Yo había pasado todo eso, yo ya no era la chica que todas las semanas tenía tres o cuatro crisis. Yo ya no dependía de las pastillas, las estaba empezando a dejar, y ellos no tenían derecho de hacerme recaer.
—Ayda, de verdad que...
—¡Que te vayas!—chillé mirándolo a los ojos.
Se le veía derrotado, con los ojos brillantes cubiertos de lágrimas, tal vez. Pero no me importó, igual que a él no le importó darme esa invitación y engañarme hasta provocarme un dolor profundo como el que sentía.
Al final, terminó asintiendo y se marchó en silencio, dejándome a mí llena de temblores, cubierta en lágrimas incontrolables. No sabía qué era lo que yo había hecho mal en mi vida para recibir todo este dolor de vuelta.
El tiempo pasó, y lo único que pude hacer ese día fue regocijarme en mi pena, en mi dolor, y acostarme en mi cama para intentar descansar. Y digo intentar porque no pude conseguirlo. A la mañana siguiente me sentía como un cadáver, un fantasma que vagaba por su casa, traicionada por los que más quería. Por los que creía que más me apoyaban.
Había recibido llamadas y mensajes de todos, pero decidí apagar el teléfono, necesitaba estar sola, no necesitaba sus constantes disculpas.
Fui al baño para darme una ducha y giré mi cuerpo frente al espejo para ver diferentes colores en mis hombros y brazos. Había varios morados en la zona de los hombros, que variaban entre amarillo, morado y verde. En los brazos, aún tenía un color rojizo e incluso amarillento de la fuerza que ejerció al agarrarme.
Y me dolía, me dolía saber que el que había provocado esa tonalidad de colores era el mismo que tiempo atrás había intentado sanar mis heridas. El mismo que se acostaba a mi lado en las noches duras y esperaba despierto a que yo durmiera. El Frank de ayer no era el mismo del que yo me había enamorado, él nunca me hubiese tratado de esa forma. Y jamás pensé que me trataría con esa brutalidad sin que yo se lo pidiera primero.
Después de la ducha y de vestirme, empecé a hacerme la comida. Era algo bastante simple y rápido de hacer, porque lo único que quería era meterme en la cama de nuevo, ya que en mi cabeza se repetía todo el tiempo la forma en la que me había mirado, en cómo me había hablado, y el único momento de cesar todo eso era durmiendo.
Mi cabeza no dejaba de pensar en cómo las chicas pudieron pensar que esto era lo adecuado para mí, sabiendo el odio que aún tenía Frank hacia mí. Tal vez lo hicieron por eso, para que me diera cuenta de una vez que no tenía un futuro con él, que todo lo que yo quería ya no existía, que debía superarlo y olvidarme del que un día fue el amor de mi vida, porque ese, ese ya no era.
Empecé a comer, con una lentitud preocupante. Mis manos aún temblaban en resquicios de la crisis de ayer y, cuando el timbre sonó, casi lo agradecí. Me levanté corriendo y abrí la puerta, sintiendo unos brazos que rodeaban mi cintura junto con unas risas.
—¡Hola, renacuajos!—sonreí, intentando aparentar que la noche anterior no había sentido la asfixia y el desespero. —Hola, Beth.
Ella me estaba examinando, para comprobar que estaba bien. Sin embargo, sus ojos me daban a entender que no le gustaba lo que veía. Había adelgazado desde la última vez que la vi, y mis ojeras hoy estaban algo más oscuras que de costumbre, así que entendía que no le gustara, que no estuviera de acuerdo con lo que le hacía a mi vida.
Entró sin decir nada y yo cerré la puerta mientras Fred y Nicole me seguían por detrás. Desde que lo dejé con Frank, por segunda vez, esta familia se volvió casi como la mía, sintiendo a estos chicos como si fueran mis hermanos.
—¿Y esos morados?—preguntó Fred, que ya estaba más alto que yo.
Beth entrecerró los ojos y me giró de forma brusca, acercándose a mí en menos de un segundo, provocando que soltase un quejido. La escuché chistar mientras sus dedos acariciaban ahí donde suponía que había algún moratón, de forma suave como si temiese partirme en miles de pedazos.
—¿Esto ha sido mi hijo?—preguntó, pero no contesté.—Ayda, respóndeme ahora mismo.
Negué levemente con la cabeza, no quería que lo hiciera sentir mal, porque sabía que Beth me defendería con su vida, pero no era el momento para hacerlo. Frank estaría disgustado y no era justo que su madre le hiciese sentir peor, al menos no ahora.
—No lo hizo queriendo...
—¡Tonterías! No sabía que ese insensato llegaría tan lejos.—me giró de nuevo, mirándome a los ojos, y yo observé a los mellizos para que me ayudaran, en una súplica silenciosa.—Denúncialo, puedes denunciarlo por esto. Hay muchos testigos que vieron lo que ocurrió, sería un juicio fácil.
Me aparté de ella, haciendo un gesto en negativo con una sonrisa nerviosa en mis labios. ¿Ella era su madre? Entendía que no le diera la razón a su hijo, porque lo que había hecho estaba mal, pero creía que lo defendería más, teniendo en cuenta nuestros inicios. ¿Esta era la misma mujer que me hizo pasarlo mal los primeros años de mi relación con su hijo? Era curioso cómo cambiaban las perspectivas de las personas hacia otras, pero no esperaba que su propia madre me dijera que lo denunciara, ¡era una locura!
—No voy a hacerle eso a tu hijo, ya le dije que le iba a denunciar por haber usado mi imagen sin mi consentimiento, y tampoco estoy segura de eso.
—Lo harás, yo te voy a ayudar. Hay que darle una lección a ese desagradecido.
Y así fue la tarde, me obligó a vestirme para imponer una denuncia que iría a juicio tiempo más tarde. No estaba segura de cómo reaccionaría Frank a esto, pero no me gustaría estar a su lado cuando lo viera.
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