CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 4
AYDA
Mi cabeza me duele demasiado y me quejo cuando las cortinas son abiertas con brusquedad. Levanto la cabeza apartando la baba del borde de mi labio y con los ojos medio cerrados miro hacia la luz.
—No estoy preparada para irme, Melinda. —digo y escucho una pequeña carcajada.
Apoyo mi cabeza en la almohada de nuevo y me giro hacia la voz y ruedo los ojos, para volver a girarme y cerrarlos. No quiero reuniones familiares encontrándome como me encuentro.
—Frank me dijo que te despertara, —comienza y me quejo—son las doce del mediodía. —escucho sus pasos acercarse y sentarse al borde de mi cama. —Si te digo la verdad, Madison es una zorra pija que se cree superior a todos.
Me giro para verla y sonrío en acuerdo. De toda la familia de Frank que conozco, su prima, Eda, es con la que he podido tener más cercanía, llegando a convertirse en una gran amiga.
—No sé lo que se te pasó por la cabeza para irte de esa manera a recorrer el mundo pero...te doy las gracias por no haber arrastrado a mi primo contigo. —alzo las cejas con confusión y ella sonríe, acostándose a mi lado. —Si lo hubieses hecho él habría abandonado su sueño por la arquitectura y no estaría donde está ahora. —la miro y ella gira su cabeza para chocar su nariz con la mía, haciendo que suelte una risa por la nariz.
—Supongo que está triunfando.
Sonríe y asiente. Sus ojos son del mismo gris que el de Frank y su nariz es fina, mientras que sus labios son gruesos. Pómulos altos y definidos y cejas enarcadas pero amables, acompañadas de ese pelo negro ondulado que la hace ver resplandeciente gracias a su piel blanquecina.
—Es el mejor arquitecto de la ciudad y, por desgracia, —suspira mirando al techo— Madison trabaja con él.
Sonrío porque ella lleva más tiempo que yo observando a esa mujer.
—¿Puedes creerte que la presentó a toda la familia un mes después de que te fueras? —me mira y niego levemente. —Todos nos quedamos sorprendidos por su elegancia y su porte. No habló en toda la puta comida, Ayda. —rueda los ojos. —Pero eso se repitió todas las veces que fue. Dios... No podía mantener una conversación sobre sexo y anticonceptivos porque le parecía vulgar. ¿Puedes creerlo?
Río y pongo los ojos en blanco volviendo mi vista al techo. Suspiro y poco después siento su mano entrelazarse con la mía.
—Todos te han echado de menos pero...ya sabes. —se encoge de hombros.
—Su bebé siempre será Frank...—suelto todo el aire con cansancio. —Lo entiendo. Mi madre hubiese actuado igual.
Asiente y se abraza a mí, apoyando su cabeza en mi pecho. Enredo mis brazos en su cuello estrechándola más contra mí y dejo que por un momento todo lo que me preocupa se esfume entre sus brazos.
—He echado de menos a mi cuñada favorita. —río y beso su pelo, sintiendo cómo las lágrimas salen y los sollozos también. Ella alza su cabeza y apoya su codo a un lado de la mía, con una carcajada. —Pero no llores, pedazo de tonta, que no eres mi cuñada de verdad.
Río entre lágrimas y ella me las seca sonriendo. Veo cómo sus ojos se nublan también y vuelve a abrazarme, dejando que me desahogue de todo. Necesitaba el abrazo de una amiga y ella es lo más parecido en este momento.
Cuando me relajo, seca mis lágrimas apartándose de mí y poniéndose de rodillas en la cama. Me sonríe y coge mis manos para incorporarme hasta dejarme sentada. Pellizca mis mejillas con los dedos y puedo ver la felicidad en sus ojos.
—Vas a ducharte y vamos a tener un día de chicas y... luego, iremos a casa de Beth, estoy segura de que le alegrará verte.
Asiento un poco dudosa puesto que Beth es la madre de Frank y sé que para ella su hijo es como un tesoro que cualquier pirata no querría que le robaran. Me costó demasiado ganarme su confianza y ahora creo que la he perdido completamente.
Me levanto y voy a la ducha. Cuando termino ato mi pelo largo en un trenza mal hecha y me visto con una sudadera y unos vaqueros. Salgo y Eda y yo nos embarcamos en su coche para dirigirnos al centro comercial. Una vez ahí arrasamos con toda las tiendas, vamos de probador en probador y muchas dependientas terminan echándonos por nuestra falta de seriedad.
Cuando se va acercando la hora de comer siento que mi estómago duele por los nervios. Sé que volveré a ver a la familia de Frank y no sé si estoy preparada para sus miradas acusatorias. Pero como me digo, no soy una perra débil.
Me subo en el coche con Eda y ella empieza a conducir. Para aminorar los nervios pone una canción a todo volumen, bajando las ventanillas, para que cantemos— o más bien gritemos—todo lo que podamos y más. Río mientras aparca frente a la casa de mi ex.
La observo a la vez que me desabrocho el cinturón. Está tal cual la recordaba. Tal vez no todo ha cambiado en este tiempo. Suspiro y sonrío cuando veo a los mellizos, hermanos pequeños de Frank, jugando en el jardín, tirándose globos de agua. Me apeo del coche y veo cómo los dos niños levantan su cabeza, mirándome con los ojos abiertos.
—¡Ayda! —grita la niña, Nicole, corriendo hacia mí hasta casi tirarnos al suelo por el impacto de su abrazo.
Río mientras escucho al chico de catorce años correr dentro de la casa gritándole a todo el mundo que estoy aquí. Paso mis dedos entre la cabellera de la chica y apoyo mi mejilla en su cabeza, respirando la paz que me da volver a verla.
—Lo siento... Lo siento mucho Nicole. —su abrazo se vuelve más fuerte y escucho sus sollozos, por lo que me impido llorar.
Alzo la cabeza y miro por un momento el porche, donde ya se encuentran los padres de Frank, sus abuelos y algunos de sus tíos. Sonrío y cojo entre mis manos su preciosa cara. Sus ojos azules me miran emocionados y seco sus lágrimas, besando su frente. Sus pecas se esparcen por encima de su nariz y mejillas, y eso no me produce otra cosa que no sea ternura.
—Te he echado de menos, Ayda...
Miro sus ojos y sonrío dulcemente asintiendo.
—Te he traído una cosa...—susurro.
Veo cómo abre sus ojos con emoción y me separo para abrir la puerta trasera del coche de Eda y rebuscar entre mi bolso, sacando un par de regalos. Me acerco a Nicole y le entrego el suyo con una sonrisa, esperando a que lo abra.
—No es gran cosa, pero sé que te gusta coleccionarlas. —digo viendo la sorpresa en sus ojos cuando abre el envoltorio, reconociendo una bola de nieve. —Tengo más en casa, pero no te las quería traer todas de golpe.
Ríe y me vuelve a abrazar, contenta por mi regalo. Suspiro y me acerco a la familia que me observa de pies a cabeza con los brazos cruzados. Si no fuera por mis nervios los compararía con los memes que suben a Instagram. Me acerco al mellizo, Fred y le extiendo su regalo.
—No sé si te gustará...—empiezo a decir sabiendo que los gustos de este chico van cambiando por temporadas. Su expresión es neutra al ver un libro de medicina oriental, tanto que pienso que no le ha gustado nada. —Sé que es pronto para decidir qué carrera quieres pero...Sé que por ahora te gusta la medicina y ahí hay trucos y ....
—Es perfecto. —sonríe por primera vez desde que he llegado. —Muchas gracias.
Conseguir que me dé las gracias es un paso muy grande en nuestra relación. Nunca he podido entablar más de dos palabras con este chico, ya sea porque no le caigo bien o porque no es demasiado hablador, que puede ser.
Y llegó la hora. Me giro hacia la familia que me observan anonadados por mi presencia y sonrío, intentando parecer simpática o algo por el estilo.
—Me alegra verles de nuevo a todos. —rasco mi brazo con nerviosismo.
Beth es la primera en dirigirse dentro de la casa exasperada de mi presencia. Su marido, Jonathan, es el que la respalda acercándose a mí y dándome un abrazo que parece romper la tensión con el resto.
—¡Nos encanta tenerte aquí de nuevo, pequeña Ayda! —ríe y se aparta.
Poco a poco voy saludándolos a todos hasta que me obligan a sentarme en la mesa con ellos, y quedarme a comer, para que les cuente todo lo que he visto y he vivido. Ayudo a poner la mesa y noto cómo Beth se va relajando poco a poco conmigo.
Me acerco a la cocina cuando todos están en la mesa menos ella y la veo escribiendo algo en su teléfono. Me apoyo en el umbral y doy tres golpecitos en la puerta. Alza su mirada y noto un poco de enfado en ella.
—Si me lo pides, sabes que me iré. —comento y veo cómo su rostro se suaviza. —Sé que le hice daño a tu hijo y no quiero estar en tu casa si eso te va a incomodar. Puede que todos hayan dejado pasar lo que ocurrió pero sabemos que nosotras no lo hemos hecho, y eso me pesa más que nada.
Se acerca a mí y acaricia mis brazos con una sonrisa un poco forzada.
—Sólo espero que seas sincera, porque hasta ahora has estado mostrando una sonrisa falsa contando todos tus viajes y no quiero gente falsa aquí.
Asiento y cuando voy a hablar el grito de Fred resuena por la estancia. Me giro y veo a la parejita de enamorados entrando por la puerta. Mi respiración se vuelve irregular y tengo que apañármelas para no llorar delante de Beth, quien aprieta mi mano, dándome una mirada burlona, para pasar por mi lado y recibir a su hijo y su novia.
Me giro siguiéndola y pongo mi mejor sonrisa. Frank no se muestra nada sorprendido de mi presencia, así que supongo que fue él quien le pidió a Eda que me trajera aquí. Tal vez para restregarme lo unida que está su familia y lo mucho que ama a su nueva y asquerosa novia.
Nos sentamos en la mesa y yo por mi parte empiezo a comer en silencio cuando los otros lo hacen hablando animadamente. Se me han quitado las ganas de seguir con todo este teatrillo y más cuando veo cómo Madison le susurra cosas en el oído a Frank y este sonríe tapándose la boca con la servilleta. Su tonteo me pone celosa y tengo que mirar a otro lado, puesto que están frente a mí.
—¿Qué ha pasado Ayda, te ha comido la lengua el gato en uno de esos viajes? —pregunta riendo Jonathan.
Niego levemente con una sonrisa, metiéndome otro trozo de estofado a la boca.
—Es que la comida está buenísima, Beth. Muchas gracias por dejar que la disfrute otra vez. —me regala un asentimiento sin mirarme a la cara y vuelvo mi vista al plato.
Una vez más estoy en un sitio en el que no debería estar y todo por culpa de Frank. Quiere que vea su felicidad mientras yo me hundo y me hundo en la miseria. Noto cómo le dan volumen a la televisión y alzo la mirada cuando escucho su nombre.
—¿Esa no es tu amiga? —cuestiona Eda en voz alta, haciendo que todos me miren.
—Hace poco han sido viralizados los vídeos de una joven estudiante que dejó todo para viajar con su mejor amiga, quien no dudó en acompañarla—informa el noticiero serio—La joven de veintidós años, Eloise Parker, cuenta cómo fue su experiencia en cada lugar que visitó, además, relata como su mejor amiga la acompañó dejando todo lo que tenía. —todos me observan mientras siento lágrimas en mis ojos al ver los vídeos que subió al canal de Youtube que empezó de coña. —Y os preguntaréis ¿por qué haría esto? Bien, hoy, por primera vez, sus padres han podido hablar con nosotros. Adelante, Luis.
La cámara pasa al señor y la señora Parker quien tienen sus ojos hinchados pero aun así muestran una sonrisa frente a todos.
—Nuestra hija sufría una enfermedad que se iba agravando con el tiempo, tanto que le dieron un año de vida, así que con una herencia de un tío abuelo lejano, decidió coger a su mejor amiga y embarcarse en un viaje largo de un año. Decidió que Ayda Beltrán fuera la que aprovechara sus últimos días de vida. —seco mis lágrimas mientras ellos siguen hablando. —Desde aquí le queremos agradecer que haya hecho feliz a nuestra pequeña que ahora descansa en paz.
Me levanto cuando empiezan a poner un pequeño vídeo de ella y yo riendo mientras paseábamos por París. Salgo a la calle y empiezo a caminar, sin importarme dónde. Sólo camino y siento cómo mis lágrimas siguen cayendo sin parar. El dolor me consume al ver que todos los noticiarios hablan de ella y eso sólo hace que su muerte sea real, que esto no sea un sueño.
Siento una mano envolver mi brazo y cuando veo sus ojos grises no puedo evitar perderme en ellos. Veo lástima, pero también veo cariño y comprensión. Tira de mí y me abraza. Envuelve sus brazos de tal manera que mi cabeza queda escondida en su pecho y mis manos se vuelven puños en su camiseta gris. Mis sollozos son fuertes y muestran todo el dolor que he estado ocultando todo este tiempo.
—Lo siento...—sollozo con la voz rota mientras él acaricia mi espalda. —Lo siento mucho...Debería...Debería habértelo contado...
Me pega más contra él y noto cómo besa mi cabeza, para después apoyar su mejilla en ella.
—Shh...No pasa nada. —suspira. —Te perdoné en el momento que te vi de nuevo.
No sé cuánto tiempo deja que llore, solo sé que cuando me separo su camiseta gris está mojada tanto por mis mocos como por mis lágrimas. Lo miro a los ojos y me sonríe con ternura. Probablemente estaré horrible, con los ojos, labios y nariz hinchados, además de rojos, pero él siempre tuvo esa forma de mirarme que me hacía sentir la más guapa de todas.
—¿Puedes llevarme a casa? —pregunto en un susurro.
Asiente y toma mi mano para dirigirme a su coche. No hablamos nada mientras conduce, los espasmos de mi cuerpo al sollozar van disminuyendo poco a poco y cuando llegamos no hablo, simplemente me encierro en la habitación y enciendo mi portátil. Abro la cuenta que Eloise puso él y puedo observar los millones de suscriptores y de me gustas que tienen los vídeos y el canal. Pincho en el primero de todos que la muestra a ella sentada en una silla del aeropuerto. Me acuerdo perfectamente de ese día.
Estábamos esperando a poder subirnos a nuestro primer avión para dirigirnos a nuestra primera parada. De un momento a otro encendió la cámara y empezó a hablar, haciendo que la mirasen raro, incluida yo.
—Bueno, hola. ¿Qué puedo decir? —me preguntó a lo que yo me encogí de hombros. —Soy Eloise y estás aquí porque el destino así lo ha querido, tal vez mis vídeos te hagan cambiar tu idea de felicidad o tu idea de vida. —se encoge de hombros y ríe. —Es coña, este canal no está hecho para ser serios. Hoy, mi mejor amiga y yo—observo cómo me enfoca en el vídeo y yo sonreí. —, nos embarcamos en el viaje de nuestras vidas y he decidido que vosotros vais a tener la suerte de acompañarnos.
—Apaga eso ya, tenemos que subir. —la regañé levantándome y haciendo que ella me enfocara y la mirase con los ojos entrecerrados. —¡Eloise, basta! —reí y ella volvió a enfocarse.
—Bueno, supongo que la próxima vez que nos veamos sea en una magnífica ciudad de España, país de donde proviene esta hermosura—habló enroscando su brazo en mis hombros. —¡Es la mejor amiga del mundo señores! —muchos la abuchearon mientras mis carcajadas se escuchaban en todo el lugar.
La siguiente escena es de cómo el avión despegó y empezó volar, mostrando el mar y, después, de cómo aterrizó en tierras españolas. Grabó de nuevo su cara, ahí medio dormida, y empezó a explicar el lugar en el que estábamos y lo que íbamos a hacer durante una semana.
—La familia de esta chica es de Madrid, así que, como yo nunca he estado aquí, me pareció buena idea pasarnos y conocer el lugar. —enroscó de nuevo su brazo en mis hombros. —¿Crees que podamos ir a una de esas discotecas de las que tanto presumes?
En ese momento la empujé riendo y viendo cómo sus ojos se achicaban por la felicidad.
—Las discotecas de España te van a dejar con la boca abierta.
Ella asintió sin creérselo y las siguientes imágenes son de mí arreglándome mientras ella esperaba sentada, puesto que ella ya estaba lista.
—La reconocen en todos lados como la tardona ¿verdad Ayda? —inquirió seria y enfadada, enfocándome
—No seas exagerada, las discotecas aquí no empiezan tan temprano como allí. Además, si vamos a estar toda la noche bailando debo ir preciosa, por lo que pueda encontrar.
El enfoque volvió a su cara, que mostraba una sonrisa pícara.
—¿Tan pronto y ya buscas algo? —alzó y bajó sus cejas sensualmente, volviendo a enfocarme .
—No, era una forma de hablar. —sonrío mirándola a través del espejo. —Frank, si ves esto quiero que sepas que...
—Si sí, lo que sea, cursiladas las justas. —me interrumpió levantándose mostrando su cara de nuevo y enseñando nuestra habitación de hotel.
Cuando ya era de noche, salimos marcando tacón y haciendo que un grupo de chicos silbaran e hicieran comentarios absurdos que me encargué de que se lo metieran por el culo. Entramos en la discoteca con la música a tope de reggaetón, por lo que fui a por bebida para las dos. Grabó de vez en cuando poniendo pequeños clips en el vídeo y lo que sí sale bien es nuestra vuelta al hotel.
—Vale chicos, apunte informativo...—dijo arrastrando las palabras. — Nunca dejar el móvil en una mesa de discoteca, porque te lo roban ¿verdad Ayda? —preguntó riendo.
—Cierto...En mi defensa...te lo había encargado a ti. —reí.
— Bien...por dónde hay que girar...
Señalé una calle que nos hizo perdernos, al igual que mis siguientes indicaciones, hasta que se hizo de día y empezamos a preguntarle a la gente que pasaba por ahí. Una vez en el hotel nos acostamos en la cama de matrimonio y dormimos a pata suelta.
Los siguientes clips son de nosotras perdidas mientras hacemos turismo, haciendo el tonto e incluso de nuestras caras mientras unos chicos intentaban ligar con nosotras. El vídeo se acaba con otra secuencia en el aeropuerto y una despedida sincera de parte de Eloise.
Cierro el portátil y seco mis lágrimas. Es cierta la frase de "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes". Mi tarde se basa en dormir y salir a cenar antes de que vuelvan Frank y Madison.
De madrugada, cuando no hago otra cosa más que dar vueltas intentando dormir en vano, decido salir de la habitación y me encamino hacia el balcón. Abro la ventana y es entonces cuando lo veo sentado en la silla de metal, con un cigarro encendido y un farolillo encima de la mesa, iluminando un poco el lugar.
Pienso en volver a entrar, pero cuando su miranda choca con la mía, decido dejar de ser cobarde y caminar hasta sentarme en la silla de enfrente. Disfruto del silencio y del cantar de los grillos mientras veo las estrellas.
—¿Qué pasó? —pregunta de repente y lo miro, mientras que él parecía que ya tenía puesta su vista en mí desde hace tiempo.
Me muerdo el labio inferior y suspiro, volviendo mi mirada al cielo estrellado, creyendo en lo que decían las luciérnagas de "Tiana y el Sapo".
—Fue hace un par de semanas. Estábamos disfrutando, yo ni siquiera sabía que se encontraba peor, no me lo dijo. Había mezclado pastillas para el dolor con el alcohol en multitud de ocasiones pero esta fue diferente, porque ya no se tomaba un par como lo hacía antes. Ahora era casi medio bote. —suspiro y apoyo mi frente en mi mano. —Se veía fatal y la obligué a ir al hospital. —mis lágrimas empiezan a brotar de nuevo. —Y en efecto la enfermedad se había incrementado a niveles desorbitantes. La ingresaron intentando estabilizarla y ella agarró mi mano y me dijo "Diles que no quiero sentir más dolor, diles que lo hagan" —sollozo y miro hacia arriba en un intento de retener las lágrimas. —Los doctores aceptaron puesto que no había nada que hacer y si moría, lo iba a hacer sufriendo, así que le administraron el sedante que la haría morir. —mi respiración se vuelve irregular y lo miro. —Agarró mi mano y me pidió que no la soltara, que no quería morir sola. Me miró a los ojos y sonrió, dándome las gracias por haber convertido su último año de vida en el mejor de todos.
Frank se pone frente a mí y agarra mis manos, para acariciarlas con las suyas.
—Sentí cómo se iba debilitando poco a poco, vi cómo su ritmo cardíaco disminuía hasta que la máquina me avisó de su muerte con un pitido ensordecedor. —niego levemente. —Jamás podré olvidar ese pitido y cómo sentí que mi mundo se caía debajo de nuevo. —lo miro a los ojos. —En ese momento un par de enfermeros vinieron corriendo y me hicieron soltar su mano, me sacaron de la habitación y me pidieron que me fuera, que sus padres se encargarían de todo. —tomo aire secando mis lágrimas y muerdo mi labio inferior. —Pensé en ti todo este tiempo, Frank. Jamás me olvidé de ti, cada cosa que hacía la guardaba en mi memoria para cuando volviera poder contártela con todo detalle. —sonrío tristemente. —Yo solo quiero que seas feliz.
—Yo también quiero que tú lo seas.
Y así es como acabó nuestra noche, deseándonos lo mejor aun sabiendo que los mejor éramos nosotros.
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