CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 33
AYDA
Sabía que Frank iba a estar todo el día preocupado por mí, y le noté en la cara ese sentimiento en cuanto entré a su despacho. Sin embargo, creo que conseguí que esa preocupación se redujera considerablemente con mi aparición y mi forma de hacerle ver que estaba bien.
Me subí al escarabajo de papá y suspiré. Había muchas personas maravillosas que se habían ido de mi vida, de una forma u otra, y eso dolía. Todo hubiese sido mejor, tal vez, si no hubiese estado en el momento de su muerte. Es decir, si no hubiese visto cómo sus ojos se cerraban y sus pulmones dejaban de exigir por aire, si no hubiese sentido cómo su corazón se paraba.
Con papá fue diferente a Eloise. Mi madre y yo llevábamos preparándonos para su muerte mucho tiempo, íbamos al psicólogo y le contábamos cómo nos sentíamos en cada momento. Incluso papá iba. Hacíamos terapia en familia y nos contábamos nuestros miedos antes de su partida. Habían sido muchas recaídas y recuperaciones, pero la última recaída supimos que era la peor, sabíamos que era el momento de marchar.
Siendo sincera, creo que mi padre se hubiese marchado en el primer momento en el que le diagnosticaron de cáncer si no hubiese sido porque yo le suplicaba que fuera fuerte, que lo necesitaba. Y eso se confirmó cuando antes de marcharse me dijo que ya era una mujer, iba a saber cuidarme sola, y que si en algún momento necesitaba su ayuda me buscara en los libros, en el cielo, en los lugares bonitos de Richmond a los que solía llevarme de pequeña.
Él siempre fue el que me inculcó a ser fuerte y confiar en mí misma por encima de todo, en hacerme valer por mi carácter e inteligencia y no por mi físico. Después de todo, él era español, así que tenía por genética una personalidad fuerte y bastante dura. Ver a papá enfadado es como ver un volcán erupcionar, da miedo cuando explota, pero lo peor es la lava que arrasa con todo a su paso.
Aunque también era gracioso ver cómo bromeaba con mamá, hasta que ella lo hacía dormir en el sofá y yo lo refugiaba en mi cuarto.
Por todos esos recuerdos bonitos, entré a la librería de Arthur con una sonrisa, y él me recibió abriendo sus brazos. Estuve disfrutando de él el resto de la tarde, hasta que decidí que era demasiado tarde y me llevé un par de libros nuevos para empezar a leer algo diferente.
Vuelvo a casa y me centro en el momento que estoy viviendo ahora, ya que llevo mucho tiempo viviendo en el pasado, recordando, y no disfrutando de lo que está pasando, de lo que va a pasar. Porque como leí en una aplicación para estudiar: "El tiempo deja de ser tiempo cuando es pasado", por eso hay que vivir el hoy y dejar de pensar en el ayer más de lo necesario.
Llegué al piso y vi a Frank arreglado con una camisa azul marino con dos botones desabrochados de la parte de arriba. Estaba muy guapo, su pelo ahora estaba algo más largo y había resquicios de barba que presentía que quería dejarse.
Me acerqué a él y deposité un beso en sus labios, que hizo que me cogiera del pelo en busca de más. Sé que se había quedado con ganas después de la comida, y sé que le habría costado mucho concentrarse en lo que estaba haciendo, pero eso hacía más divertido porque ahora era muchísimo más fácil que perdiera el control.
—Tengo que arreglarme—dije en voz baja contra sus labios.
Él bufó y se apartó rodando los ojos. Reí divertida entrando a nuestra habitación, para después darme una ducha rápida y empezar a maquillarme simple, tiempo más tarde. Me coloqué un vestido azul, que dejaba los hombros al descubierto y tenía ciertos volantes algo raros.
Salí y lo pillé en el balcón, así que me acerqué a llenarlo de besos que aceptó encantado.
—¿No me vas a decir lo guapa que estoy?
Sonrió contra mis labios y se separó para darme un vistazo de arriba abajo, con un brillo especial en los ojos, ese que le aparecía cada vez que me miraba.
—¿Acaso lo dudabas?
Volvió a atrapar mi boca antes de que pudiese decir nada más y reí, contenta por lo que estaba viviendo. Me aparté cuando su teléfono empezó a sonar y rodó los ojos yendo a cogerlo.
Apoyé mis manos en la barandilla y observé el cielo un momento, estaba precioso. Las estrellas iluminaban el cielo oscuro, haciendo pequeños dibujos entre sí. Sin embargo, no pude evitar sentirme observada y agaché la mirada, notando a un tipo, vestido de forma normal, con una cámara apuntando hacia mí.
Fruncí el ceño y me aparté un poco, dando un paso hacia atrás, chocándome con algo y apartándome, asustada, por pleno instinto.
—Ey...¿qué pasa?—preguntó Frank acariciando mis hombros.
Negué levemente, confusa. Tal vez me lo había imaginado ahí o...No sé. En realidad no tenía ni idea de por qué había un hombre en la calle echándonos fotos a Frank y a mí.
—Creo que hay un paparazzi ahí abajo.—susurré y él acarició mis brazos.
Su intento de reconfortarme consiguió hacerlo considerablemente. Besó mi frente y se acercó al borde, haciendo que yo lo siguiera y volviese a ver a ese hombre ahí postrado, que ni siquiera trató de esconderse al ser descubierto.
Frank se giró y me regaló una sonrisa tranquilizadora, agarrándome de la mano y guiándome hacia dentro.
—No le des importancia. Últimamente son más recurrentes y un puto grano en el culo.
Asentí y bajamos hasta salir del edificio para subirnos a su coche. Estaba preocupada, no sabía cómo gestionar el tema de los periodistas detrás de mí todo el tiempo. Entendía que eso era una buena señal de que Frank cada vez estaba triunfando más y las masas se interesaban en él, pero me agobiaba la idea.
Cuando llegamos al local fue infinitamente peor. Había gente que se amontonaba e incluso empujaban, nos echaban fotos. Frank intentó por todos los medios que no se acercasen a mí e incluso que no me echaran fotos tapándome con su cuerpo.
Una vez estuvimos dentro noté la ansiedad del momento consumirme. Era asfixiante sentir tantas miradas sobre mí, notar cómo te juzgaban, cómo podrían revisar todas tus imperfecciones con esas fotos.
—Ey...—sentí las manos de Frank acariciando mis hombros.—¿Estás bien?
Lo miré a los ojos y aunque no lo estaba, ya que todo esto era muy nuevo para mí, yo no quería tener una vida repleta de gente detrás de mí, echándonos fotos sin nuestro permiso, haciendo preguntas todo el tiempo, yo quería una vida tranquila, con él. A pesar de todo eso, le sonreí, porque no quería que él se preocupara, porque que fuesen detrás de él era bueno. Estaba consiguiendo ser visto por mucha más gente, tanta, que querían saber más acerca de él.
—¡Chicos!
Giré mi cabeza y le sonreí con sinceridad a mi madre, que estaba preciosa embutida en un vestido rojo. Nos acercamos a la mesa, donde la familia de Daniel nos miraba con curiosidad y mi madre y su prometido se levantaban para darnos la bienvenida.
—¡Oh, mi niña!¡Estás preciosa!—sonrió dándome un abrazo.—No puedo decir lo mismo de ti—añadió mirando a Frank al separarse un poco de mí.
Reí observando cómo mi novio ponía los ojos en blanco con una sonrisa familiar, divertido ante el particular "odio" de mi madre.
—Usted en cambio está preciosa. Le hemos traído esto.—le dio una pequeña bolsita, que ni yo sabía que había traído.
Le fruncí el ceño y me acerqué a él, que rodeó su brazo en mi cintura y besó mi sien, sin darme ninguna explicación. Observé a mamá abrir la cajita con disgusto, y me sorprendí al encontrar dos alianzas de plata preciosas. Lo miré sorprendida y me acerqué para verlas más de cerca. La de mamá era fina, rodeada de pequeños diamantes, mientras que la de Daniel era simple y más ancha.
Noté los ojos de mamá se anegaban en lágrimas y después de enseñarle los anillos a su prometido, me dejó un beso en la mejilla y miró a Frank, apretando sus labios, y asintió con su cabeza, dándole las gracias en silencio. Mi chico le hizo el mismo gesto, para después pasar la vista a mí y agarrarme de la mano para sentarnos al final de la larga mesa, al lado de Augustus.
Cuando fui a pedirle explicaciones y la cifra que le había costado semejante regalo, apretó mi rodilla y negó.
—En otro momento, ratona, vamos a disfrutar, ¿vale?
Besó mi sien, gesto que le encantaba, y se giró para saludar a mi hermanastro, dejándome sorprendida. ¿Por qué se habría gastado tanto dinero? Ese tipo de anillos costaban, al menos, mil euros. Por lo menos podríamos haber compartido gastos, es decir, ¡es mi madre! Debería haberme dejado participar en este regalo.
Intenté dejar de pensar en eso y disfrutar por mi madre. Hablé con las hermanas de Daniel, las cuales fueron todas súper amables conmigo y reí muchísimo con todos. Me sentí feliz al ver a mamá con una sonrisa en su cara, en ver cómo sus ojos se iluminaban al mirar a Daniel, como hacía tanto tiempo que no se iluminaban. No pude evitar pensar en papá, en lo feliz que estaría de ver a mamá con su luz de nuevo. En ver que no cayó en un pozo profundo tras su partida, ese pozo que me hizo prometerle que no dejara que se hundiera.
Todo fue perfecto, absolutamente todo, hasta que noté que dos chicas la mesa de enfrente nos miraba a Frank y a mí y susurraban por lo bajo. Incluso cogieron su móvil y empezaron a apuntarnos con la cámara. Giré la cabeza, intentando centrarme en la historia que la pequeña de las hermanas de mi padrastro estaba contando, pero no podía evitar echarles un vistazo de vez en cuando y notar que seguían con el móvil.
Me levanté disgustada, con mis manos temblorosas, y Frank agarró una de ellas, mirándome confundido.
—Voy al servicio.—susurré, dejándole un beso en la mejilla.
Me dio un último apretón en la mano, sin estar seguro de dejarme ir, y emprendí camino al baño. Una vez llegué, saqué de mi bolso los ansiolíticos que había dejado de tomar año después de la muerte de papá. Cogí una de esas pastillas, la metí en mi boca y me incliné sobre el lavabo para beber agua y tragar la cápsula. Me eché agua por la cara y por el cuello, secándome después con papel, a toques.
Siempre pensé que había superado la ansiedad, que no volvería a recurrir a las pastillas, pero al parecer no soy tan fuerte como papá decía. Sequé mis lágrimas y cuando fui a salir, las mismas chicas que estaban en la mesa de enfrente, grabando, entraron y alzaron sus cejas en reconocimiento.
—Tú eres la de la amiga muerta, ¿verdad?—cuestionó la más bajita, de pelo negro repeinado.
Sonreí, con rabia, porque Eloise tenía nombre, y yo también.
—Me llamo Ayda, y la "muerta" se llamaba Eloise.—contesté con asco hacia ellas.
Rieron con completa burla, lo que hizo que mis nervios e ira creciera.
—Lo que sea—contestó rodando los ojos.—También eres la puta que ha destruido la relación de Madison y Frank.
—Una calienta pollas ¿verdad?—la apoyó la otra.
Apreté mis puños, eran más pequeñas que yo y no sabían lo que decían. No podía inmiscuirme en una pelea así y menos al darme cuenta que llevaban el móvil en la cintura del pantalón, con la cámara señalándome, y arriesgándome a que estuvieran grabando aún.
—Hasta luego.—contesté sin más y salí del baño.
Mi respiración se aceleraba conforme avanzaba hacia la mesa y mis ojos se llenaban de lágrimas. ¿Eso era lo que pensaba la gente de mí? ¿Qué era una calienta pollas? Incluso antes de llegar noté la mirada preocupada de mi madre.
—¿Ayda?—cuestionó, haciendo que Frank se girase confundido.
Se levantó inmediatamente y acunó mi cara con sus manos, inspeccionando que todo estuviera bien, y observando a las chicas que reían a lo lejos.
—No pasa nada—sollocé.—No...—rasqué mi cabeza suspirando—Estoy bien...Estoy bien...—susurré apartándome de él de forma brusca y sentándome.
Frank se sentó a mi lado e intentó darme la mano, pero la aparté. No me gustaba que la gente se pensara que yo había destruido una relación que ya estaba rota desde el principio. Frank no amaba a Madison, jamás lo hizo y no lo iba a hacer por más que quisiera. Fue su error seguir con la boda, yo...Yo jodí el matrimonio, yo hice que todo se fuera a la mierda, pero...no era ninguna calienta pollas.
Después de la cena, nos despedimos de todos, y mamá me preguntó multitud de veces si estaba bien, y me hizo responderle miles y miles de veces a la misma pregunta. Salimos y, gracias a dios, la gente ya se había ido y pudimos volver al coche con normalidad.
El trayecto fue silencioso, yo miraba la ventana y no me apetecía hablar de nada, no quería que él preguntara nada y tampoco quería contarle lo que había pasado. Subimos al piso y fui a la habitación de inmediato, con Frank pisándome los talones.
—¿Podemos hablar Ayda?
Negué levemente con mi cabeza, soltando un suspiro.
—No me apetece ahora, sólo quiero descansar.
Empecé a desabrochar la cremallera del vestido y él me agarró del brazo para girarme y que lo mirase a los ojos. Su ceño estaba fruncido, y sabía que era una mezcla de preocupación y enfado por cómo apretaba su mandíbula.
—Me has rechazado en la cena, me has apartado la mano ¡cuando estaba intentando reconfortarte!—empezó a alzar la voz y no pude evitar explotar.
—¡No necesito que estés todo el tiempo detrás de mí!¡Todo el puto tiempo estás detrás como si fuese una princesita a la que tienes que rescatar!—grité, gesticulando con las manos, completamente enfadada.
Rió por la nariz, pasándose la mano por la cara y convirtiendo sus labios en una fina línea, tratando de calmarse.
—Estoy cuidando de ti, estoy intentando que te encuentres bien. ¿¡Por qué mierda me estás echando en cara todo esto!?
—¡Porque me haces sentir justo lo contrario!¡Porque ahora voy a tener una puta cámara detrás de mí todo el jodido tiempo! ¿¡Sabes lo que la gente opina de mí!? ¡Dicen que soy una calienta pollas! ¡Por estar contigo!
Sus ojos se abrieron como platos para transformarse en un gesto de decepción mezclada con el asco, gesto que me hizo sentir como una mierda. Frank jamás me había mirado de esta forma.
—¿Desde cuándo te importa lo que la gente piensa de ti?—preguntó defraudado.
—¡Desde que me siguen para echármelo en cara!
Sequé las lágrimas traicioneras que se me habían resbalado por las mejillas, con rabia, entre tanto grito.
—Tenerlos pegados a mi puto culo me hace sentir vulnerable, pero tenerte a ti detrás de mí todo el tiempo me hace sentir completamente débil.—confesé.—Como si yo no pudiese resolver los problemas por mí misma. Por no hablar del regalo que le has hecho a mi madre sin consultarme.
Sus facciones mostraban la confusión, y lo entendía, yo tampoco estaba comprendiendo porqué le estaba soltando todo este rollo. Sabía que el regalo había sido un detalle para intentar tener contenta a mi madre, y que no me pusiera más pegas sobre nuestra relación.
—Hablaremos cuando ordenes tus ideas.—contestó sin más, empezando a salir.
—¡No!—grité acercándome a él y agarrándolo del brazo, para tenerlo de frente—¡Tú eras el que quería hablar ahora! ¡Tú!
—Estás ida, no sabes lo que dices y voy a irme antes de que digas algo de lo que luego te arrepientas, o yo lo haga.—se apartó de mí como si le diera asco—Iré a casa de Alex a dormir. Nos vemos por la mañana.
Empezó a alejarse y lo seguí por todo el piso gritándole cosas que ni yo misma me reconocía.
—¡Eres un puto cobarde!—chillé en medio del llanto.
Cerró la puerta de un golpe y fue en ese momento en el que sentí el silencio desolador. En el que sentí que la había cagado cuando mejor estábamos. Frank no se merecía todos esos reproches. Él había estado para mí todo este tiempo y yo se lo estaba pagando de la peor manera. No le merecía, había liado todo este jaleo para ahora cagarla.
Volví a la habitación compungida. No podía creerme todo lo que había pasado. Frank y yo nunca habíamos discutido a gritos. Jamás nos habíamos alzado la voz. ¿Qué es lo que nos estaba pasando?
Me senté en su lado de la cama y acaricié su almohada. No sabía cómo iba a conseguir dormir sin tenerlo a mi lado. Le había dicho tantas cosas que no sentía realmente. ¿Cómo me iba a sentir débil por tenerlo a mi lado? Había sido tan injusta, Frank no se merecía que le hubiese soltado aquello, y muchos menos tener que irse de la que también es su casa.
No sabía cómo iba a solucionar esto, pero no iba a permitir que con todo lo que había luchado para tenerlo conmigo de vuelta, se arruinara por mis inseguridades.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top