CAPÍTULO 27




CAPÍTULO 27
FRANK


Después del beso estuvimos un rato en silencio. No hacía falta hablar de nada. Ella ya me estaba trasmitiendo todo el amor poniendo su cabeza sobre mi hombro y cerrando los ojos. Confiando plenamente en mí.

Después de un tiempo así, se incorporó y vi en sus ojos adormilados que algo no iba bien.

—¿Ayda qué...?

No me dio tiempo a terminar mi pregunta puesto que se echó hacia delante y el vómito empezó a salir de su boca. Todo a continuación pasó a cámara lenta, porque vi cómo el líquido anaranjado caía sobre una pareja que empezaba a salir del hotel-restaurante.

Escuché sus voces asqueadas y rápidamente cogí a Ayda y la tiré al suelo conmigo, para que no pudieran vernos. Reí y aparté el pelo de su frente, viendo sus ojos algo perdidos.

—Quiero vomitar...—pidió como si fuera un bebé.

—Vale, vale. Aguanta un poco, vamos al baño.

La cargué en brazos, como si fuera una princesa, y empecé a correr hacia el ascensor. Una vez que llegamos a la planta, me metí directamente en el baño de señoras, donde había dos que me miraron extrañadas.

—Bájame, bájame.—pidió con urgencia.

La dejé en el suelo y ella rápidamente se arrodilló frente a uno de los primeros retretes que encontró libres, expulsándolo todo.

Las señoras se miraron con asco y luego pasaron su vista a mí, que respondí con más asco aún y dejaron su ceño fruncido por darme una sonrisa.

Malditas viejas falsas.

Me acerqué a mi morena y agarré su pelo, acariciando su frente sudada por el esfuerzo. Di un masaje suave en su espalda con la palma de mi mano, haciendo círculos con ella.

Cuando al fin sacó la cabeza del váter, se apoyó en la pared del cubículo y le limpié la boca con algo de papel, mientras ella cerraba los ojos.

—¿Te encuentras mejor?

Asintió y me miró, después pasó su mirada a las dos señoras que seguían ahí observando la escena y frunció el ceño.

—¿Qué coño miráis putas viejas?—cuestionó de malas formas.

Intenté esconder una sonrisa y giré su cara para que me mirase. Alcé mis cejas a modo de regaño y ella agachó la vista.

—Vale, vamos a la habitación que tengo reservada. Hay que darte una ducha.

La agarré del brazo y lo puse por encima de mis hombros, obligándola a levantarse y a caminar. Nos subimos en el ascensor, y me quedé por un momento paralizado al ver a los señores vomitados. Entro y sujeto a Ayda por la cintura para que esté completamente recta.

Los oigo criticar a quien sea que los haya vomitado, y gracias a dios el ascensor de abre en mi planta de habitación y nos paseamos por el pasillo en busca del 23. Una vez la encontramos, o mas bien la encuentro, porque Ayda casi ni se mantiene en pie, abro con la tarjeta dificultosamente.

Entro y la acuesto en la cama un momento, me dirijo al baño y abro el grifo, poniendo el agua caliente. La miro desde la puerta del baño cómo se gira, y yo empiezo a quitarme el traje. Se incorpora y me mira, poniendo una sonrisa burlona en sus labios.

—¿Me estás haciendo un striptease? Te hace falta un poco de música, ¿no crees?

Reí y negué levemente. Me bajo los pantalones y la ropa interior y una vez desnudo es cuando mi teléfono suena, así que lo agarro y contesto.

—¿Alex?

—¿Dónde os habéis metido?—lo oigo gritar sobre la música.

—Estamos en la habitación. Ayda no se encuentra bien.

Escuché a los chicos gritar de alegría y sonreí, negando levemente.

—Espero que lo paséis bien, y dejad de hacer el gilipollas.

Colgué y me giré para ver a Ayda mirarme apoyada en el marco de la puerta del baño. Tenía su labio inferior entre los dientes y fruncí el ceño divertido.

—¿Hay algo que te guste?—murmuré acercándome a ella, como un depredador. —Mis ojos están arriba, ratona.

Alzó su vista lentamente y tragó, con una sonrisa y sus mejillas encendidas en un color rojizo.

—Hay muchas cosas que me gustan.

Agarré el tirante de su vestido y lo bajé, repitiendo el gesto con el otro, haciendo que se resbalase hasta sus caderas, dejándome apreciar sus pechos desnudos. Joder. La ayudé a quitárselo y ella dio un paso adelante cuando cayó finalmente en el suelo, para salir de él.

—No vamos a hacer nada.—susurré contra sus labios, en un intento de controlar mis emociones.

—¿Por qué no?

Me miró a los ojos y, provocativa, se apartó para que la viera y bajó su tanga. No pude evitar pasar la lengua por mis labios y darle un repaso de los pies a la cabeza. Joder. Toda la sangre que tenía en el cuerpo se fue a mi entrepierna y me obligué a mirarla a los ojos.

—Estás borracha.—dije simplemente.

Y era verdad. No quería que la primera vez después de un año fuera así y que a la mañana siguiente ella no se acordase de nada.

—Venga ya, Frank.—bufó frunciendo el ceño enfadada.—Estoy borracha y cachonda. Cuando estábamos juntos eso no te importaba tanto.

—Es diferente Ayda...

Me acerqué a ella e hice el amago de besar sus labios, cerró sus ojos y sonreí, divertido por jugar con ella. Aparté un mechón de su frente, acariciando su rostro en el proceso y sintiendo cómo nuestras respiraciones aceleradas por las ganas, chocaban entre sí.

—Quiero que cuando volvamos a follar te acuerdes de eso por días. Quiero que estés en todos tus cabales para estar toda la noche venerándote.

Abrió los ojos ante mis palabras y noté cómo su respiración se iba al garete. Joder, la echaba de menos. Era la única que le gustaba que hablase así y se excitaba por ello.

—Ahora...vamos a la ducha.

Le di un casto beso a sus labios, porque si me esmeraba mucho sabía que me iba a hacer perder el control.

La ayudé a entrar a ella primero y la aparté del chorro del agua para que no se quemara. Regulé la temperatura y nos metí debajo de la lluvia. Lavé su pelo, me esmeré acariciando su cuerpo con la esponja, siguiendo el juego que habíamos empezado, pero sin llegar más allá. Notaba su respiración aún acelerada cuando empecé a limpiar su espalda. Me acerqué y besé su omóplato, pasando mi nariz por su hombro hasta llegar a su mejilla, impregnándome de su olor.

—Te amo, Ayda.—besé su mejilla susurrando.—Te amo tanto que aturde.

Cerró sus ojos y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en mi pecho. Me murmuró un te amo y sentí cómo las mariposas de mi estómago revoloteaban otra vez. La abracé y paré el chorro del agua, para salir después de darle un beso en la mejilla a mi chica.

Cogí una toalla y la envolví en ella, abrazándola desde atrás y besando su pelo mojado. La dejé sentada en el retrete y envolví otra toalla alrededor de mis caderas. Cogí el secador y empecé a secarle el pelo mientras ella cerraba sus ojos y secaba su nariz con la toalla.

La mimé acariciando su pelo como tanto le gustaba y recordé aquella palabra que dijo anoche, durante nuestro pequeño brindis.

—Ayda.

—Hmm.

—¿Qué significa viraha?

Me miró a los ojos y sonrió levemente.

—Es la sensación de...descubrir cuánto amas a una persona...cuando te separas de ella.

Lo dijo con lentitud, meditando sus palabras. Y lo entendí. Ella había descubierto esa sensación, y yo la descubrí cuando volvió, cuando nadie más hubo conseguido llenar mi corazón de tal manera que sólo pensase en esa persona.

—¿Podemos ir a dormir?

Asentí y la agarré, cogiéndola en brazos y metiéndola dentro de las sábanas blancas. Me metí a su lado, apartando la toalla de mi camino, y le quité la suya también, para que no durmiera con algo mojado. La tapé hasta los hombros y acaricié su cara hasta que noté su respiración relajarse, indicándome que estaba dormida.

Me abracé a ella y en algún momento sé que pensé que esto parecía un sueño. Que mañana despertaría y yo estaría solo en la cama.

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