CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 26
FRANK


En cuanto la vi levantarse, tambaleándose y con los ojos, labios, mejillas y orejas rojos, supe que no iba a salir bien. Que mi momento de “felicidad” había terminado. Me miró y sus labios se extendieron, en una sonrisa borracha.

—Bueeeno, es mi turno ¿no?—rió a la vez que arrastraba las palabras. Mi prima a su lado, tiraba de su vestido para que se sentara, pero Ayda en respuesta le dio un manotazo.—Hola, soy Ayda, y para quien no lo sepa...Soy la exnovia de ese chico de allí.—me señaló con la copa.—¿Qué puedo decir de él...?—soltó una carcajada y miró al techo un momento.—En realidad, podría decir muchas cosas, pero prefiero empezar por la novia, porque el discurso va a ser más corto.—bebió un trago de su vino y soltó un bufido, como si esto le aburriera.—Eres una zorra.—la gente empezó a murmurar por lo bajo y Madison frunció el ceño, apretando mi mano completamente disgustada ante esta situación.—¡Eres una puta zorra tetona que me robó al amor de mi vida!—sus ojos se llenaron de lágrimas mientras gritaba.—Al amor de mi vida joder...—levantó las manos negando con la cabeza.—Pero no pasa nada. No pasa nada, porque mientras tú estabas anoche pensado en estar guapa para hoy... Yo se la estaba chupando a tu marido en su despacho...
Madison se levantó en ese momento gritándole y el caos empezó, la gente empezó a hablar más alto de lo ocurrido.
—¿¡Qué es lo que has dicho!?—gritó Madison sujeta por Alex y Connor, cerca de una Ayda muy borracha que lo único que hacía era reírse de ella.
—Anoche...se la chupé...a tu marido.—pronunció sorprendentemente bien.—¡Pregúntale a él!
Madison me miró a mí, que ya me había incorporado para acercarme.
—¿Frank?
No pude responder, no podía hacer eso delante de toda mi familia.
—¡Y no solo eso!—rió Ayda—El viernes de la cena, él me masturbó en el balcón, mientras que tú estabas lamiéndole el culo a quien hizo falta para intentar mostrar que no eres tan zorra como todos pensamos.
—Ayda, basta.—la regañó Alex.
—¡No! ¡No pienso callarme ahora!—gritó—¡Lleva desde que llegué mirándome por encima del hombro, restregándome que me ha quitado al novio! Escucha esto, nunca fue tuyo.—dijo mientras negaba con la cabeza, mostrando en sus labios una sonrisa orgullosa.
—Se acabó. Llévatela Dante.
Mi amigo ejecutó la orden de Alex rápidamente. Ayda empezó a resistirse y él la cogió y la subió a su hombro, llevándosela de aquí. Pero esto no había acabado. Ahora venía la peor parte: enfrentarme a Madison.
—¡Eres un cabrón!—empezó a gritarme acercándose a mí, dándome una bofetada.—¡Encima tienes el valor de decir que sí!¡De estar aquí y mirarme como si no hubiese ocurrido nada! ¡Eres un malnacido, no te mereces nada! ¡NADA!
Ella me empujaba mientras las lágrimas caían por su rostro y yo no podía hacer nada para defenderme, ella tenía razón. La había cagado. No había hecho las cosas bien. Sus padres se acercaron y, después de mirarme con mala cara, se llevaron a su hija fuera, quien seguía gritándome cosas.
Me senté en el sitio en el que antes estaba Ayda y tapé mi cara con mis manos. Joder. La que se había liado. Noté que toda la familia de la novia salía y no pude evitar reírme. Joder.
—¿Te parece gracioso?—me regañó mi abuelo.
Levanté la mirada y lo vi con la cara seria. A su lado estaba mi tía, que me miraba de la misma forma. Tomé aire y suspiré. Me encogí de hombros y cogí la copa de la morena para beber los restos que quedaban. Agarré la botella y bebí a palo seco, ante la mirada de todos.
—No quiero discutir ahora.
Eso fue lo único que dije, lo que hizo que todos empezaran a regañarme. Miré a mis amigos que lo único que hacían era charlar alegremente al fondo, y después a mis padres. Mi padre estaba con los mellizos hablando sentado y tranquilo, mientras que mi madre me miraba con una sonrisa. Al ver que la estaba observando, hizo un asentimiento y yo negué.
Esa pequeña comunicación que hizo que entendiera que no soportaba todo esto, causó que se acercara y se pusiera a gritarles a todos que se marcharan si no querían celebrar con todos el resto de la cena. Mi abuelo se fue, evidentemente, con mi tía. Los demás decidieron quitarse los malos rollos y se quedaron a disfrutar de lo que quedaba.
Y cuando todos se apartaron de mí, mi madre se acercó y besó mi frente. La miré a los ojos y negué levemente una vez más.
—Lo siento mucho. No tendría que haber llegado a este punto. Siento haber dejado mal a todos, mamá.
Ella se rió e hizo el mismo gesto que yo.
—Me da igual. Tu padre y yo sabíamos lo que estaba pasando entre tú y Ayda.—se encogió de hombros.—Cuando dos personas están destinadas da igual cuántos se interpongan porque siempre van a terminar juntos. Y sé que ella lo ha hecho mal al decirlo aquí, pero ya sabes cómo es Ayda. Tú más que nadie lo sabe.
Sus palabras ocasionaron que quisiera llorar. Por todo. Por todas estas emociones. Porque sabía que Ayda no iba a estar conmigo inmediatamente, aunque yo sí lo quisiera ahora. Que iba a hacer que lo pasara mal, que se iba a alejar. Porque no he hecho las cosas bien, joder. Porque he dañado a gente que me importaba, gente que no se lo merecía.
La puerta del salón enorme resonó por la estancia y vi que Dante aparecía solo. Fruncí mi ceño y me incorporé, pidiéndole perdón a mi madre para acercarme a mi amigo.
—¿Y Ayda?
Lo miré a los ojos y él dejó caer los hombros, derrotado.
—Está en la azotea, no he conseguido bajarla de ahí. Es una terca...
—Voy yo—anuncio interrumpiéndolo.
Salí de la sala y corrí por los pasillos hasta el ascensor, cruzándome con varias personas de otras salas. Cuando llegué a la última planta, tuve que subir unas escaleras de mármol para llegar a la puerta de la azotea. La abrí con las manos temblando y sudorosas. Y ahí estaba ella.
La encontré en el borde del edificio, sentada y abrazando sus piernas. El pelo se le movía a causa del viento y, aunque me diera la espalda, sabía que estaba llorando. Era algo que solía ocurrir cuando se emborrachaba, aunque llorase de felicidad.
—Vete, no voy a bajar.—oí que dijo por lo bajo.
Empecé a caminar hacia ella y suspiró.
—¿Es que no me has oído? Vete....—se giró para mirar y sus palabras cesaron.
Se secó las lágrimas y sorbió su nariz, frunciendo el ceño y volviendo su cuerpo hacia el frente.
—Pensaba que eras Dante.
—¿Preferías que fuera Dante?
Cuestioné mientras me sentaba a su lado. Ella negó levemente y se encogió de hombros.
—¿Por qué lloras, ratona?—susurré, para no romper la magia del momento.
En ese momento explotó a llorar otra vez y sonreí con ternura, abrazándola contra mi pecho.
—Lo siento...Lo siento...
Eso era lo único que repetía una y otra vez. Me dolía, me dolía que estuviera así. No quería verla llorar y más sin saber cuáles eran las razones.
—Eh...¿qué ha pasado? Todo está bien.
—Yo sólo quería que fueras feliz...La he fastidiado...Tu boda...Lo siento...
Joder. No quería que estuviera así por algo como eso. Siendo sincero, creo que incluso me ha salvado de una vida amarga.
Agarré su cara para que me mirara a los ojos y no sé qué me hizo más gracia, si que llevara todo el rímel por las mejillas, o que me mirase como un perrito degollado.
—No pasa nada. Te amo.—me acerqué a sus labios, susurrando.—Te amo, ¿me oyes? Te amo.
Ella asintió y dejó que la besara con suavidad. No tenía que forzarlo con ella. El beso era tierno, mostraba el amor que nos teníamos. Metí mis dedos entre su pelo y cuando nos apartamos dejé un beso en su frente. La miré y percibí todo lo que ella sentía por mí.
No recordaba que esas cosas no se tenían que forzar hasta que la volví a ver.

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