CAPÍTULO 2




CAPÍTULO 2

FRANK

Cuando entré en el baño y la vi duchándose con la música espantosa que siempre ponía sentí que algo volvía a arremolinarse en mi interior, pero luego recordé cómo me dejó tirado cuando mejor estábamos y una ola de furia se apoderó de mí. La saqué por la fuerza de la ducha y no pude evitar fijarme en sus ojos marrones de nuevo y en su pelo castaño. Joder... La había echado de menos. Había extrañado a la puta española que llegó y me enamoró perdidamente, cuando yo no me enamoro. Voy al balcón y enciendo un cigarro, dándole una calada y mirando a la calle. Su típico perfume llega a mis fosas nasales y me permito cerrar los ojos un momento.

—Creía que habías dejado el tabaco. —dice apoyándose en la barandilla, como yo.

—Lo dejé, pero me enganché de nuevo cuando te fuiste.

Asiente y veo cómo sus ojos se entristecen. Joder...Tanto tiempo olvidándola, repitiéndome que no iba a volver, que la había superado, que ella no era la indicada y de repente vuelve descolocándome por completo. Ahora mismo por ella lo único que siento es rabia y asco, porque me abandonó sin decirme nada, simplemente me dejó en el mejor punto de nuestra relación.

Deja de apoyarse en la barandilla soltando un suspiro, girándose y posando su espalda en ella, volviendo su cabeza hacia mi dirección. Se permite detallarme un momento mientras la ignoro y fumo.

—Frank...—gruño en respuesta y veo su ceño fruncido. —Suelta el puto cigarro.

Su voz muestra el disgusto pero no me amilano sino que, en respuesta, me acerco a ella después de darle una calada y le expulso el humo en la cara. Sus ojos me muestran disgusto y su tos no me da pena en absoluto. No puede venir aquí después de tanto tiempo y esperar que le haga caso y sea el puto perrito faldero que fui en su momento. No pienso dejar que me vuelva a romper el corazón.

—No entiendo por qué estás siendo así conmigo. —su comentario me hace volver a mirarla apretando mi mandíbula y puños en disgusto.

—Me abandonaste, Ayda. Me abandonaste de la forma más rastrera posible y sin darme las putas explicaciones que me merecía. —la encaro y veo cómo me mira sin temerme.

Su mirada marrón es oscura y tenebrosa y guarda cosas que antes no tenía, pero no se deja amedrantar por mí. Alza su barbilla y entreabre los labios para hablar sin apartar sus ojos de los míos.

—Te envié una carta pidiéndote perdón ¿te llegó?

Suelto el aire a modo de ironía, con una sonrisa igual, y me paso la mano por la cara, sin creerme que me esté sacando la puta carta de mierda que me envió desde Francia, ya que estaba en París y relataba que cada pareja que veía le recordaba a mí.

—¡Seguía sin tener las razones por las que te fuiste! —grito y ella asiente. —Mientras tú recorrías el puto mundo, feliz y sin preocupaciones, yo estaba aquí ahogándome en alcohol porque no podía dejar de pensar en ti. —confieso y veo lágrimas en sus ojos, pero no aparta la mirada, se muestra fuerte, algo que antes no hubiese hecho. —¡Tu puta carta me dejó peor de lo que estaba! Saber que me seguías queriendo pero aún preferías irte a recorrer el mundo sin mí. Antepusiste tus caprichos de mierda a nuestra relación y te juro que no voy a volver a caer en tus malditas garras. —tomo aire intentando relajarme— Confié en ti, me enamoré de ti, pero no más. No voy a volver a tropezar con la misma piedra.

Noto cómo inspira, mordiéndose el interior de la mejilla y se vuelve a girar apoyando sus brazos en la barandilla. Gira la cabeza para que no vea que se está secando una lágrima traicionera. No me da pena, necesitaba esto. Necesitaba contarle cómo me destrozó y cómo me hizo sentir todo este tiempo.

—Lo siento...—susurra y me quedo estático en el sitio. —Lo siento de verdad. —repite esta vez mirándome a los ojos fijamente. Sus mejillas y nariz están rojas por estar aguantando las lágrimas. Pero no voy a dejarme envolver por su papel de víctima. —Si te hubiese dicho las razones lo hubieses dejado todo para acompañarme y yo quería que fueras el mejor arquitecto del mundo, Frank.

La miro esperando a que siga pero no lo hace, en cambio, pasa por mi lado y vuelve dentro. La veo darle una sonrisa llena de falsedad a Madison quien sale conmigo al balcón y me mira sin saber qué hacer exactamente.

—Os he oído gritar, ¿todo está bien, amor? —cuestiona enrollando sus brazos en mi cuello para dejar un beso en mis labios, el cual correspondo, agachando la cabeza.

—Sí, todo está genial. —miento y ella asiente abrazándome.

Madison y yo entramos poco después para hacer la cena y pienso inevitablemente en si Ayda habrá cenado. Miro a la chica que prepara una ensalada y no puedo evitar pensar en que ella fue la que estuvo conmigo cuando mi exnovia se fue dejándome derrotado. Fue la que consiguió que dejase de pasar las noches bañado en alcohol y redujo mi ira de manera considerable. Por unos meses volví a ser el que fui en mi adolescencia: un hijo de puta despiadado que se la sudaba meterse en peleas callejeras y pasar las noches en una celda. Pero todo cambió cuando llegué a la universidad y descubrí a la chica de pelo largo castaño, baja y de ojos oscuros pero profundos, en una de esas fiestas. La primera vez que la vi en una de esas fraternidades bailando hasta que el sudor se le marcaba en la frente, llevaba puesto un pijama de Bambi y me reí porque no paraba de dar saltos y pegarle empujones a todo el que le tocaba el culo. Uno de mis amigos empezó a entablar una conversación con ella cuando llevaba un par de copas de más, y terminó contándole hasta que esa misma tarde se había depilado el felpudo y por eso no quería llevar ropa muy ajustada. Cuando Alex relató eso al grupo no pude evitar reír. Más tarde me volví a topar con ella en la cafetería, cuando un tipo le tiró toda su comida encima y ella empezó a gritarle que se ubicara si no quería un viaje hacia "Sinpitolandia" el mundo al que viajas cuando te metes con ella y, por ello, te quedas sin descendencia, desgraciadamente descubrí más tarde el significado. La volví a ver en un discurso que le hicieron dar para el instituto sobre el sexo y confesó que su última relación sexual había sido un fiasco, puesto que el chico, y recito con palabras textuales, parecía que quería comprobar hasta dónde llegaban sus trompas de Falopio. Sonreí ante sus ocurrencias y se me ocurrió pedirle su número a una chica rubia que siempre iba muy pegada a ella. Así que con duda le mandé una foto mía frente al espejo, sin camiseta, poniendo en la descripción otro nombre que sabía que no era el suyo, para que pareciese que se lo había querido enviar a otra persona. Su respuesta no se hizo esperar y los fueguitos que me mandó me hicieron reír.

"Gracias por este nude, pero déjame decirte que no soy Patricia y estoy muy lejos de serlo. ¡Pero buena tableta, tío!"

Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Desde esa foto empezamos a hablar y descubrimos que teníamos algunas cosas en común. Yo no la quería para una relación sino para hacerle ver que no todo son experiencias malas en el sexo. Quería que viera que podía regalarle los mejores orgasmos de su vida, pero eso fue cambiando a medida que se fue incrustando en cada maldito poro de mi piel. Su personalidad demoledora, y la patada que me dio en los huevos cuando le dije que era solo sexo, fue lo que me hizo caer rendido a sus pies, literalmente.

—Amor...Ve y pregúntale si va a cenar con nosotros. —ordena Madison acariciando mi brazo. —Yo me encargo de poner la mesa.

Asiento y me levanto dirigiéndome a la habitación de invitados, abro la puerta y está a oscuras y con todas las cajas de libros sin ordenar, como esperaba que estuvieran ya sabiendo lo maniática que es con sus bebés. Agudizo el oído y voy a mi habitación, donde la veo tapada con las mantas en la cama, comiéndose un paquete de patatas mientras ve la televisión. Me mira, intercalando su vista con las patatas y me lo extiende.

—¿Quieres?

Niego con la cabeza y suelta un suspiro de alivio, como si lo hubiese hecho por obligación y no porque realmente quería darme.

—¿Has cenado? —pregunto sin rodeos y ella asiente.

—Sip, he ido a lo de mi madre a cenar.

Hago un gesto afirmativo y suelto el aire exasperado, observando en la tele la mierda de realities españoles que suele ver con mucho entusiasmo. Ruedo los ojos porque siempre habrá cosas que no cambiarán.

—Esta es mi habitación, así que si te vas a quedar aquí, te pido que ordenes y utilices la otra. —me mira a los ojos aburrida y pone los ojos en blanco.

Se levanta y la veo limpiase la mano con la que estaba comiéndose las patatas, en la funda de almohada de Madison. Camina hasta pasarme por el lado, apago la televisión y la sigo. Se ha quedado plantada en el umbral de la habitación y sé por qué. Me mira con ojos llorosos y entra sacando algunos libros de las cajas, viendo que la mayoría están un poco quemados.

—¿Qué hiciste? —susurra dolida.

—Tú me abandonaste, yo quemé tus libros.

Se levanta y camina hacia mí, mirándome con furia, pegándome en el pecho una vez estamos frente a frente. Me empuja y veo cómo sus lágrimas siguen cayendo por sus mejillas. Sabía que sus libros eran importantes para ella, pero yo estaba cegado en ira además de borracho, no pude controlar los impulsos y quemé bastantes, aunque mis amigos me retuvieron y consiguieron salvar unos pocos que se quedaron inutilizables.

Deja de pegarme y se gira de nuevo para agarrar otro libro y el que más me arrepiento que esté así.

—Lo siento...Lo siento, de verdad que lo siento—murmura para ella misma y es cuando siento una pizca de remordimiento y de culpa. —Fuera de aquí. —pide pero no le hago caso. —¡Que te largues, maldito imbécil!

Conforme me voy alejando escucho sus sollozos más fuertes y sus lamentaciones. Muchos de esos libros se los dio su padre y sé que quería guardarlos y regalárselos a sus hijos en un futuro, para que recordaran a su abuelo de alguna manera.

Entro en la cocina y Madison me mira extrañada. En mi rostro se debe notar la culpa pero inmediatamente lo apago y me siento frente al plato de comida.

—Ayda no va a cenar con nosotros.

Mi especie de novia asiente y se sienta a mi lado, empezando a cenar en silencio. No abrimos la boca en toda la cena, como es costumbre.

Por la mañana escucho el timbre pitar de manera repetitiva e incesante. Me quejo y escondo mi cabeza debajo de la almohada, escuchando la risa de la chica acostada a mi lado.

—Iré yo.

Le doy las gracias y oigo como un par de puertas se abren y los gritos de los chicos empiezan a sonar a través del pasillo, acompañados por la risa de la rubia. Entran en la habitación y se tiran encima de mí, haciendo que me queje.

—Vamos tío, levántate. Tenemos que ir al mejor partido de la historia. —anuncia Alex y veo a mi novia apoyada en el umbral, observando con diversión la escena.

—¿Sabes? Si te das una ducha sería lo ideal—añade Dante.

Escucho un quejido y llevo mi mirada a la entrada, donde una media dormida Ayda se está restregando el ojo con el dorso de su mano. Lleva dos trenzas a los lados y una sudadera de universidad, además de sus pantalones grises de pijama.

—Santa mierda...—susurra Connor.

—¿Podéis dejar de gritar? Estaba soñando con que Leonardo DiCaprio y yo nos casábamos y lo habéis estropeado panda de capullos. —su tono es amenazante y serio, pero mis amigos están tan sorprendidos por su presencia que no pueden añadir ningún comentario más. —Dios...—empiezan a nublarse sus ojos por las lágrimas y se acerca a los chicos, pasando sus manos por las mejillas de cada uno, pellizcándoselas. —Os he echado tanto de menos nenazas sin neuronas...

—No somos unas nenazas, friki. —contraataca Alex, su ex-mejor amigo.

Ayda lo mira sin creerse una palabra y se tira encima de él, abrazándolo. Mi amigo me mira intentando pedirme explicaciones o ayuda y ella se levanta.

—Entiendo. —comienza a hablar y todos la miramos extrañados mientras se va alejando. —Ahora soy la exnovia malvada y evidentemente los chicos vais a proteger a los chicos. —su mirada se posa en mí una última vez antes de girarse y salir por la puerta, dando un portazo en su habitación.

—¿Cuándo ha vuelto? —pregunta Dante totalmente desconcertado.

—Anoche. —respondo y miro a Madison, intentando transmitirle con la mirada que vaya a hablar con ella. Asiente y se dirige a la habitación de la castaña. —Estaba duchándose cuando Madison y yo volvimos a casa.

—Joder...—ríe Connor. —La puta loca ha vuelto...Con lo tranquilo que estaba todo sin ella. —vuelve a reír y Alex le pega un leve puñetazo en el brazo.

—No hables así de ella. —se queja y nos da un repaso a todos. —La hemos tratado como si fuera una apestada cuando también era nuestra amiga.

—Tío, ¿cómo mierda querías que la tratásemos con lo que le hizo a Frank? —inquiere Connor para que el castaño entre en razón.

En ese momento Madison entra en la habitación y veo en su cara una expresión que muestra pena, entonces entiendo que Ayda no es una chica fácil de tratar y menos si quien la trata es alguien desconocido.

Suspiro y me levanto de la cama yendo a su puerta que, antes de llamar, es abierta por la castaña ya vestida con una sudadera básica y unos vaqueros anchos, además de una coleta alta y ondulada. Me observa con rabia y no puedo evitar agarrarla del antebrazo cuando intenta irse.

—¿Enserio, Frank? —Cuestiona incrédula y me encojo de hombros sin entender nada—¿No te bastaba con quemarme los libros que encima debías poner en contra a los únicos amigos que tenía?

—Estás siendo muy injusta. Yo no les he dicho que estén en su contra, simplemente han sabido quién es la víctima aquí de los dos.

Me observa con asco y me da un empujón, dejándome ver las lágrimas que se arremolinan de nuevo en sus ojos. Se dirige a la entrada y la sigo. No entiendo por qué se está poniendo así, en un año sin comunicarse con ellos era evidente que me iban a apoyar a mí antes que a ella.

La vuelvo a agarrar del brazo, sintiendo a los chicos detrás y ella nos mira a todos con asco.

—Tranquilos, voy a dar una vuelta, no quiero que os envenenéis con mi presencia, putos gilipollas.

Intenta darse la vuelta pero la sigo reteniendo, no puedo dejar que se vaya así de enfadada. Debería por lo menos intentar entendernos a todos un poco.

—Ayda...Deja de ser tan dramática por dios. —pido y ella me pega la bofetada del siglo.

Sale del piso dando un portazo que me deja bastante aturdido mientras guío mi mano a mi mejilla. Me ha pegado. Se ha atrevido a golpearme. Miro a mi grupo de amigos y no puedo evitar mostrarme sorprendido por lo que acaba de suceder.


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