CAPÍTULO 17


CAPÍTULO 17

AYDA

Estoy nerviosa. Muy nerviosa. DEMASIADO nerviosa. Parezco una quinceañera dando vueltas en la habitación esperando a que pase a por mí. Siento que puedo cagarla en cualquier momento, siento que la voy a cagar en cuanto abra la boca. Porque soy una boca chancla, porque no puedo mantenerme callada y no decir lo primero que se pase por mi cabeza, o peor, decir algo que no haya pasado por el filtro. 

Me vuelvo a mirar en el espejo en busca de alguna imperfección y parece que todo está genial. Llevo un moño bajo y dos mechones sueltos rizados. Lo demás es todo lo que compré. Creo que voy bien. El vestido realza mi figura y las sandalias con un poco de tacón me hacen ver más alta. 

El timbre suena en ese momento y bajo corriendo cogiendo mi pequeño bolso. Mi madre abre la puerta y Luka entra. Va elegante, con una camisa y unos pantalones de vestir del mismo color azul que la chaqueta. Sonrío y él me mira por un momento, admirándome. Después, se gira hacia mi madre y se presenta, diciéndole que me cuidará y procurará que no beba mucho—gracias a la mujer que me crió—. 

Salimos, y su mano viaja directa a mi espalda baja. No me incomoda, ni de lejos me está incomodando, simplemente…se me hace extraño sentir otras manos que no sean las de Frank.

Nos montamos en su coche y empieza a conducir en silencio. Lo miro todo el tiempo, conduce tranquilo, respetando todos los semáforos, señales, pasos de peatones, etc. 

—Se nota que eres poli—comento y frunce el ceño, sonriendo. —Es decir, cualquier ciudadano normal iría a más velocidad de la permitida. Te han adelantado varios coches insultándote por ir demasiado lento. —río. —Tal vez es una señal para que pises el acelerador y te dejes llevar.

—¿Que me deje llevar? —niega, sonriendo. —Y esas personas que me han adelantado se van a llevar una buena multa al no hacerlo por donde debían. Me he quedado con sus matrículas. 

Río con suavidad, negando con la cabeza y la giro para mirar a la ventana. Sin saber a dónde me está llevando creo tener algunas suposiciones del lugar. Cuando llega frente al restaurante más caro de Richmond, nos bajamos y uno de los pingüinos le cogen las llaves. 

Entramos y el recepcionista nos pregunta si tenemos reserva. Miro a Luka mientras contesta y el calvo de la libreta busca su nombre en la lista, frunciendo levemente el ceño. 

—¿Cuándo hizo la reserva señor?

Luka contesta, enfadado, y agarra mi mano, entrelazando nuestros dedos. El señor de la libreta se gira y llama a alguien, en busca de respuestas. 

—No sé qué está pasando, creía que la había hecho…

—Eh…No pasa nada, ya verás, seguro que es un error o…algo así. —lo animo y él asiente. 

El hombre de traje negro se acerca a nosotros suspirando y nos mira como si fuésemos basura. 

—Lo siento señor, pero no confirmó la reserva, por lo tanto, no hay mesa para ustedes. 

Luka frunce el ceño y se va a acercar al tipo para soltarle una reprimenda, pero aprieto su mano y me aparto, sonriéndole con falsedad al calvo de mierda. 

—Está bien, ya nos vamos. Pero que sepa que le pondré una mala reseña en Google.

Me giro hacia la puerta y empiezo a caminar. El tipo de los coches nos da el nuestro después de pedírselo y nos montamos en él, aparcando en el primer hueco libre—y sin vado— que encontramos. 

—Joder Ayda…Lo siento, no sabía que había que…confirmar la confirmación. 

Río y le pongo una mano en el hombro. 

—No te preocupes, he ido antes ahí y la comida no es que sea muy buena para lo caro que es el lugar. De verdad Luka, no te preocupes. Conmigo no tienes que esforzarte mucho, me conformo con cualquier pizzería. O…Una noche de cine, no sé. Cualquier cosa que hayas visto en un libro. 

Agarra mi mano y besa la palma con cariño. 

—Gracias, cualquier otra mujer se hubiese molestado. Pero…no sé, pensaba que te ibas a molestar por arreglarte para nada. 

—Oh, no. La verdad es que pensaba estar más tiempo sin ropa que con ella.

Él alza las cejas con sorpresa y ríe, haciendo que yo me sonroje por haber soltado eso sin procesarlo. 

—Está bien…Entonces, vamos a mi casa, pedimos unas pizzas y vemos…¿El rey león? 

—Tú sí que me conoces, Jack. 

Sonríe y empieza a conducir. Empezamos a hablar un poco de lo mal que nos ha tratado el imbécil de la entrada y cercioro que le pondré una mala reseña en Google. Poco después empieza a reducir la velocidad—como si eso fuera posible— y aparca frente a una urbanización de varias casas de dos plantas. 

Me bajo y lo sigo por la entrada de una de ellas. Son viejas, pero elegantes y espaciosas. Todas tienen un jardín delantero y un pequeño porche. Cuando Luka abre la puerta de su casa, me recibe un lugar desordenado, con multitud de colores, dibujos pintados con lápices de colores en las paredes y juguetes por el suelo. 

Sin embargo, y a pesar de todo el desastre, la casa está en completo silencio, salvo por una suave nana que suena por los altavoces de encima de la tele. Una mujer aparece por una apertura de la pared—donde debería haber una puerta—y sonríe a Luka, acercándose, cogiendo su bolso. 

—¿Ya habéis cenado? —pregunta confusa. 

—No, al parecer no hice bien la reserva.

La mujer ríe y le acaricia la mejilla. Después, se gira hacia mí y me sonríe, como si me conociera de toda la vida. 

—Soy Selene, su madre. 

—Ayda, su…amiga. —lo miro y él asiente, como si me diera la razón. 

—Bien, yo me voy ya. Kile está en la cama, y te he dejado comida en la nevera. —hace el amago de irse, pero vuelve y señala a su hijo con el dedo. —Y espero que lo regañes mañana, dice que tú le has dejado pintar en las paredes. Luka por dios, ¡mira qué estropicio! 

El hombre a mi lado ríe y le da un beso en la mejilla, haciendo que suavice su ceño. Selene suspira y se despide de nosotros. Entramos y él se adelanta para recoger los juguetes que hay por en medio.

—Siento…Siento el desorden. Ya sabes, criar a un hijo no es tarea fácil.     

—No te preocupes, mi habitación está peor y ningún crío ha ido a desordenarla. 

Asiente y nos guía hacia la cocina, que está más limpia. Se acerca a la nevera y agarra todos los panfletos de comida a domicilio que tiene, extendiéndomelos. Me siento en una de las sillas altas de la barra y les echo un ojo. 

—Me apetecen fideos chinos. —digo, enseñándole uno de los papeles. 

—Bien, pues chino entonces. 

Concretamos lo que pedirá y dejo que llame, echándole un ojo a los alrededores. Los armarios son de varios colores: amarillo, azul, verde. La mesa es de mármol blanca y las sillas siguen el patrón de los armarios. Si Frank me hubiese dejado, mi casa habría sido igual a esta. El desorden de los colores, el desorden en general. El caos. 

Veo que se acerca frente a mí después de colgar. Agarra una botella de vino, la descorcha, sirviéndonos a ambos y se sienta y me sonríe, echándose atrás en la silla con su copa de vino en la mano. 

—No me has contado mucho sobre ti. Como por ejemplo…¿Qué pasó para que tú y tus amigos os emborracharais al borde de un acantilado? Y bueno, para que os quedarais prácticamente desnudos. 

Escondo mi sonrisa detrás de la copa y lo señalo. 

—Sabía que ibas a preguntar por eso. Esperaba que no lo hicieras. —río. —Bueno, realmente no hay una respuesta concreta.  Antes de que me fuera solíamos beber cuando algo nos afectaba. Una mala nota, una pelea con nuestros padres…No sé, cosas así. 

—¿Y qué pasó ese día?

Dejo la copa a mitad y suspiro. Definitivamente tengo que contárselo. Aunque me gustaría mentir, no debo. 

—Voy a serte completamente sincera ¿vale? Después tú decides si echarme de tu casa. 

—No te echaré de casa. 

Ordeno mis recuerdos, pensamientos, e intento que todo esté lo más perfecto posible para explicárselo sin que se pierda. 

—Bien. Antes de que me marchara yo…Bueno, yo tenía una relación con Frank, el chico que nos sacó del calabozo. Cuando Eloise me contó lo que planeaba hacer y que lo quería hacer conmigo, me pidió que no se lo contase a nadie. Así que simplemente me marché sin dar las explicaciones que debía. Frank se enfadó conmigo, se enfadó muchísimo y…no sé, yo simplemente pensé que podría  esperar o…No sé. La verdad sí pensé que me superaría. Pero cuando volví y lo vi con una mujer, la misma mujer que tantas veces me dijo que no tenía que preocuparme. 

Noto como me mira sin entender a dónde quiero llegar con eso. Aprieto mis puños y suspiro, cerrando los ojos un momento. 

—La noche anterior a nuestro arresto Frank le pidió matrimonio a Madison, delante de mí. Como sabía lo que iba a pasar les dije a los chicos que quería hacer lo de siempre. Quería olvidarme de mi nombre por un rato, quería sentirme bien de nuevo, porque…Porque de verdad sentía que me estaba perdiendo o…No sé, tal vez era yo siendo yo. —sonreí y él me devolvió la sonrisa. —No quiero hacerte daño, porque eres una persona increíble, pero yo aún estoy superando a un ex. 

—¿En qué momento volviste a tener contacto con él? —pregunta, curioso. 

—En la misma noche que volví a Richmond. Tres años antes de irme compramos un piso a medias y estuve quedándome ahí con él, y su actual prometida, hasta hace unas cuantas semanas. —paso la lengua por mis labios y lo miro a los ojos. —Quiero olvidarme de él, y estoy empezando a hacerlo alejándome. Así que…si quieres echarme ahora, lo entenderé. 

Luka rió y se levantó, acercándose a mí. Giró mi silla para quedar frente a él y apartó uno de los mechones que tenía en la cara, pasándolo por detrás de mi oreja. Se agachó hasta quedar a la altura de mi oído, con su respiración acelerando la mía al chocar con mi cuello. Con su colonia colándose por mis fosas nasales. Y ese olor mentolado del champú. 

—No voy a echarte de mi casa Ayda. —susurró. 

Se apartó justo en el momento en el que el timbre sonó y me giré, buscando mi bolso para sacar mi cartera. 

—Ten, hoy invito yo. —dije, extendiéndole varios billetes.

—De eso nada, señorita. 

Cogió su cartera y empezó a caminar hacia la puerta. Me levanté de la silla y lo seguí, caminando más rápido, haciendo que él también lo hiciese y empezase la lucha. Nos empujamos queriendo de llegar a la puerta primero, me subí encima de él en busca de entorpecerlo y llegar antes. Y, cuando lo conseguí, abrí y vi a un chaval joven. 

Arreglé mi pelo cuando lo miró con sorpresa, y no de la buena, y le extendí el dinero. 

—¡Ayda, no!

El chico me devolvió lo que sobraba de dinero, ignorando las protestas de Luka, quien llegó a mi lado, y cerré la puerta con la comida en mis manos. 

—Quizá a la próxima lo consigas. 

Me encogí de hombros y lo guie a la cocina como si fuera mi casa. Abrí las pequeñas cajas mientras él cogía platos y los ponía frente a ambos, con cara de disgusto.  Suspiré y agarré su plato para echarle un poco de todo lo que habíamos pedido. Después, hice lo mismo con el mío. 

—Debería haber pagado yo. —gruñó llevándose unos cuantos fideos a la boca.

—Y yo debería saber cuál es mi límite de beber para no acabar en comisaría, peeero…así son las cosas. 

Sonrió con la boca llena y yo disfruté que se divirtiera aunque fuera un poco. Empecé a comer, hablando con él de todo un poco, sobre todo banalidades. Una vez terminamos de cenar, entre risas, y yo un poco achispada por todas las copas de vino que me tomé, pasamos el postre al sofá. 

Se sentó en él y me agarró de las caderas teniéndome delante. Me acercó y besó mis pechos por encima del vestido, haciendo que mi cabeza se echase hacia atrás y le dejase en sus manos todo mi cuerpo. 

Me acercó más y me tomé el atrevimiento de pasar una pierna a cada lado de su cuerpo, sentándome encima. Pasé las manos por su pelo, tirando de él para que me mirase a los ojos. Estaba excitado, lo notaba en sus pupilas dilatadas, y en la dilatación de otra cosa que estaba más abajo. 

—Creo que es la hora de pasar tiempo sin el vestido. —susurré sobre sus labios. 

Empezó a besarme con fiereza, desabrochando la cremallera del vestido y sacándomelo por la cabeza. Me quitó los zapatos, acercándose más a mí y sonreí cuando una sandalia se atascó, haciendo que tuviera que quitarla yo. Volví a besarlo, moviéndome sobre él y desabrochándole la camisa blanca. Una vez lo hice, él empezó a descender sus besos a mi cuello y su mano a mi entrepierna, masturbándome por encima de la ropa interior. Cerré los ojos, mordiendo mi labio inferior, ahogando mis gemidos, mis suspiros y mis voceríos de placer. 

—¿Papi?

Abrí los ojos de golpe, al tiempo que Luka me apartaba de él, haciendo que acabase tirada en el suelo.

—¡Ayda! ¡Joder, mierda, perdón! 

Reí y me tapé la boca al tiempo que escuchaba al pequeño niño acercarse. Luka me extendió su camisa y me tapé con ella todo lo que pude, incorporándome con su ayuda y abotonándola.

—Kile, ¿Qué…Qué haces despierto pequeño? 

—Es que…—me miró un momento con duda y yo tapé mis labios intentando no reír. —he tenido una pesadilla y…he ido a tu habitación, pero no estabas.

Luka suspira, dándome una mirada arrepentida, y se acerca a su hijo, dándole un beso en la cabeza y agachándose hasta quedar a la altura de sus ojos verdes. 

—Vale, sube y estaré allí en cinco minutos.

El pequeño Kile me echa otra mirada extrañada, pero termina asintiendo y subiendo por las escaleras. Luka se gira y me suplica por perdón con la mirada. Suelto una carcajada y me siento en sofá, apoyando mis brazos en el respaldo, justo frente a él. 

—Vamos Luka, que no pasa nada. Así son los niños, supongo. 

Se acerca y me pasa una mano por el pelo, peinándolo hacia atrás, gesto que me da cierta ternura. 

—De verdad que lo siento, primero el restaurante, ahora esto…Debería haberlo dejado con su abuela. 

—Eh. — me levanto, pasando por encima del respaldo para quedar frente a frente, y sujetar sus manos. —Está todo bien. De verdad.

Me pongo de puntillas y beso sus labios con suavidad. 

—Recogeré mis cosas y me iré, tú sube a consolar a ese pequeño. 

Voy a girarme, pero él me agarra del antebrazo, haciendo que vuelva a mirar sus ojos. 

—De eso nada, tú duermes aquí, Ayda. Quiero compensarte. Kile se quedará dormido en nada, y después, podremos seguir con lo que estábamos.

Asiento y dejo que suba, sentándome en el sofá y oliendo su camisa con una sonrisa tonta surcando mis labios.   

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